«El programa puesto en marcha, con nuestro apoyo, por los europeos para ayudar a Grecia va a sacar a Grecia de sus problemas», declaró el martes Dominique Strauss-Kahn (FMI). El corolario de su afirmación es que este programa va a sacar a la Unión Monetaria (UM) de sus problemas. Y evitar el contagio griego sobre […]
«El programa puesto en marcha, con nuestro apoyo, por los europeos para ayudar a Grecia va a sacar a Grecia de sus problemas», declaró el martes Dominique Strauss-Kahn (FMI). El corolario de su afirmación es que este programa va a sacar a la Unión Monetaria (UM) de sus problemas. Y evitar el contagio griego sobre el resto de los países periféricos del sur de la UM.
Hay problemas emergentes; y problemas sistémicos que son los que no se resuelven con reformas sino con rediseño. Un problema sistémico, inexorablemente, se reproduce. Transformar tiene otro precio. Volvamos a Grecia.
Caída en picada de los valores públicos griegos en euros y riesgo de contagio en Portugal, Italia y España. Los PIGS, países de sol y playa, receptores, en los buenos tiempos, de flujos de turistas e inversores inmobiliarios, sufrieron, más que otros países europeos menos dependientes de la abundancia ajena, la recesión mundial provocada por la crisis financiera de las subprime. También se vieron obligados a fuertes programas de rescate fiscal para sortear los efectos financieros y reales de aquella crisis.
Algunos países de la Unión Europea (UE), con bancos locales muy globalizados, necesitaron que los presupuestos se volcaran a cubrir los agujeros de los bancos: el casino de sus directorios. La deuda pública creció, por atender dos problemas asociados: los agujeros de los bancos (evitando el pánico) y la disminución de la actividad real (evitando la reacción social).
A la hora de las ganancias y de los honorarios y bonus de los banqueros, la apropiación de beneficios es individual.
A la hora de las pérdidas, generadas por ellos, la apropiación es inevitablemente colectiva. Y es así porque el derrape del sistema financiero, no de una entidad, arrastra penurias en la economía real que castigan a los contribuyentes, con desempleo y pérdida de salarios, más duramente que el costo del rescate a los responsables del desastre.
Recordamos: desalojos de trabajadores, en Estados Unidos, por hipotecas no pagadas. Y, pari passu, subsidio público para el arca vacía del banco y para bonus para los directivos, que cubrió la hipoteca no pagada.
Tal vez hubiera sido mejor subsidiar a los deudores para que conserven la casa; y así resolver el agujero de los bancos.
La primera fue la solución de urgencia. La segunda, más compleja, hubiera sido solución con más beneficiarios y menos problemas futuros. Ambas soluciones a cargo del Estado y generadoras de déficit. Una u otra, inevitables. La alternativa a la acción del Estado era (es ahora) la «solución mercado».
En la crisis financiera privada (subprime), la «solución mercado» era dejar quebrar a los bancos y facilitar la parálisis de la economía real, desempleo y crisis social inconmensurable.
En la crisis financiera pública (la griega) de Estados endeudados y con déficit fiscal, en recesión, desindustrialización y alto desempleo (España 20 por ciento), «la solución mercado» habría generado una crisis política insoportable y una onda expansiva con la amenaza del fin del Euro y el retroceso de la UE. No acudir al mercado en la crisis siempre es lo más barato para la sociedad.
En ambos casos, subprime y Grecia, estamos hablando de las noticias y no de los problemas sistémicos o estructurales que se ocultan detrás de ellas. En ambos casos, está detrás la inconsistencia del modo con el que se suplantó a la economía capitalista surgida de la inspiración keynesiana y de Estado de Bienestar. Veamos.
En el caso de la subprime fue la erosión de aquel modelo de distribución del ingreso y el nuevo predominio del sector financiero en la vida económica norteamericana; y las herramientas del neoliberalismo que pretendía subsanar, con más mercado y menos Estado, los problemas estructurales derivados de la ruptura del patrón dólar oro (1971) y del patrón combustible barato (1973). Estas dos crisis (Wall Street, Grecia) no son ajenas a los estallidos de deuda latinoamericana y asiática o de crisis bancarias o mercados bursátiles, frecuentes después del reciclaje de los petrodólares y vertiginosas después de la caída del Muro de Berlín y de la concentración económica de la geografía autónoma de las multinacionales, la globalización financiera y el avance de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Volvemos a Grecia luego de pasar por estas crisis recurrentes de la misma matriz.
Los primeros pasos europeos, igual que cuando pasó lo de Lehman Brothers, fueron vacilantes y débil fue la ayuda financiera inicial.
Toda solución financiera es compra de tiempo, y el tiempo que se adquiere es proporcional a la masa de recursos que se está dispuesto a poner y que percibe «el mercado».
El último fin de semana, los gobiernos pusieron a disposición de los acreedores (el poder disuasorio de los Estados se refiere a ellos) 1 billón de dólares. La primera reacción fue eufórica (la lógica del cobro) seguida de una toma de ganancias que acompañó la posterior caída de los mercados. El apetito alimenta el sube y baja de los mercados financieros.
Los gobiernos europeos (y el FMI) pusieron lo necesario para cubrir las obligaciones de los próximos tres años de los países más endeudados y con más déficit fiscal.
Ése es el período en el que los países del euro deben alinearse a Maastricht (3 por ciento de déficit fiscal). Financiamiento (tiempo) y ajuste (¿solución?)
Esta decisión europea fue precedida por la demanda de 47 bancos europeos de acciones urgentes para salvar la caja. Los gobiernos aportaron la voluntad de pagar y convocaron al FMI, su dinero y sus condicionalidades. Las deudas las pagarán todos. Como la mayoría de los habitantes vive de su trabajo y no de su capital, la conclusión es que, cualquiera sea el origen de la deuda o el destino del dinero, lo pagarán, en proporciones elevadas, la elevada proporción de los trabajadores en la población.
Ése es el ajuste de las economías europeas para cancelar esos pasivos.
Pero, ¿no fue la recesión la que generó el problema? ¿No fue más deuda la inevitable compensación de la recesión? Y el ajuste, liso y llano, que afecta el consumo, ¿no genera recesión? Acaso, en la economía contemporánea, la recesión, ¿no abulta el déficit? Hay menos ingreso tributario por menos consumo y menos contribuciones sociales, y, a la vez, más erogaciones por desempleo y por compensaciones sociales.
¿Entonces?
DILEMAS
Éste es el primer dilema. El remedio no alimenta. Y el exceso, lejos de curar, enferma. ¿Cuál es la enfermedad de las economías europeas que da lugar a tanta deuda y genera el remedio de más deuda y, vía ajuste, menos capacidad de pago?
El segundo dilema es el panorama financiero europeo. La deuda griega ascendía a 236 mil millones de dólares; la de Portugal era 40 por ciento más alta; la de España cinco veces la griega; y la italiana multiplicaba por siete la primera. En todos los casos, las acreencias de entidades de Inglaterra, Francia y Alemania eran más del 50 por ciento de la deuda. Montos importantes respecto del PBI de cada país acreedor. La decisión de salvar las finanzas de la periferia es también la de salvar al centro y cumplir con la demanda de los 47 bancos. El escenario de deuda no tiene solución de continuidad.
El tercer dilema es el de la prematura creación del euro. En la economía europea hay un gigante exportador (Alemania) y los países periféricos, por ejemplo España, tienen un déficit comercial por ser «incapaz de exportar mercancías (debe) exportar empleos (…) (por) un déficit comercial de 50.000 millones de dólares, con una productividad por persona ocupada de 40.000 dólares por año, (lo que) significa que España exporta(mos) al año 1.250.000 empleos«, Mario Trinidad, El País, noviembre 2009.
¿Entonces? ¿Retorno al proteccionismo de los treinta? ¿O librecambio y globalización sin límites? Los países periféricos del euro sufren las condiciones de la convertibilidad, han perdido la política cambiaria y monetaria y están, de alguna manera, condenados a la estabilidad del euro basada en la productividad alemana. La alternativa es más deuda (que es lo que hicieron) o ajuste (que es lo que creen harán). Ninguna de las dos es solución estructural. Acaso, ¿cambia la productividad? ¿Mejora la distribución? ¿Favorece la acumulación? ¿Potencia la exportación?
Lo más probable, no.
El cuarto dilema es la disociación entre política monetaria y política fiscal. Ahora, el Banco Central Europeo puede comprar deudas de los países. Y, además, los presupuestos nacionales, antes de ser sancionados, deberán pasar por un control de consistencia de la UE. Avanzan hacia centralizar la política monetaria y cambiaria junto a la fiscal. Un rediseño de la Unión Monetaria. Pero siguen faltando las materialidades que hacen a la integración económica y social.
La Constitución Europea fracasó por el temor a la rebaja de salarios que genera, en París, el plomero polaco. Política monetaria y fiscal común, pero demasiadas cosas diferentes.
Quinto dilema. Dani Rodrik (2007) señaló que el Estado-nación, la democracia y la globalización actual sólo son compatibles de a dos. La profundización de la globalización, o el libre cambio, o terminan con la democracia o con la soberanía nacional. La UE, con la crisis, disminuyó la soberanía fiscal en la zona pero sin fortalecer al Estado comunitario. Las abismales diferencias de productividad -entre otras cosas- hacen difícil imaginar un sólo Estado europeo, europeizada (en lugar de globalizada) su economía y una vigorosa democracia.
Por ahora, rescatamos una lección para los integracionistas, que pretenden avanzar sin integrar social y territorialmente el país y sin alcanzar previamente acumulación, productividad y patrón exportador nacional consistente.
Otra para los neoliberales enamorados de una moneda común ajena a la materialidad común; y un refresco de la incompatibilidad manifiesta de la globalización actual (la OMC) con la democracia y la soberanía.
La crisis griega no nos sirve para recordar nuestro 2001.
Sirve para repensar las lecciones que, en tantos años de decadencia económica y social, nos negamos a incorporar al pensamiento, mareados por el éxito derivado del empuje externo.