En medio de un fuerte debate con tinte racista, el Ejecutivo de Nicolas Sarkozy remitió ayer a la Asamblea Nacional el proyecto de ley que apunta a prohibir y multar a las mujeres musulmanes que usen la burka en los espacios públicos.
Después de Bélgica, primer país europeo en adoptar una ley que prohíbe el uso de la burka o velo integral a las mujeres, Francia se puso en la misma línea. El Ejecutivo de Nicolas Sarkozy remitió ayer a la Asamblea Nacional el proyecto de ley que apunta a prohibir y multar a las mujeres musulmanas que usen la burka en los espacios públicos. En medio de un debate con aromas de grosería y agresiones físicas, el gobierno pasó por alto las recomendaciones del Consejo de Estado. Luego de analizar la ley, este órgano consultivo francés había indicado que la misma no se sustentaba en ningún «fundamento jurídico incontestable» y que, por consiguiente, podía tener un carácter anticonstitucional. El uso de esta prenda por unas 2000 mujeres musulmanas se ha convertido en una auténtica cruzada política que derivó en un aluvión de consideraciones hirientes para con los musulmanes. Nicolas Sarkozy dijo ayer que era «una ley exigente pero justa». El presidente francés reconoció que se trataba de una «decisión grave», pero que el uso del velo integral atentaba «contra los valores esenciales del contrato republicano».
El texto enviado a la Asamblea para que sea aprobado no menciona explícitamente a la burka, puesto que se titula «Proyecto de Ley que prohíbe el ocultamiento del rostro en el espacio público». La ley contempla una multa de 150 euros para toda persona que ande por la calle con el rostro cubierto. La sanción incluye también 15.000 euros y hasta una pena de un año y medio de cárcel para todo aquel «que, en razón de su sexo, instigue a otro a cubrirse el rostro». Consciente de las dificultades operativas que plantea una legislación semejante, el gobierno decidió dejar un período de seis meses de prueba durante los cuales se llevará a cabo «una acción pedagógica» con las mujeres que llevan la burka a fin de que abandonen esa prenda. Si la ley pasa la frontera del Senado, sus disposiciones entrarán en vigor a partir de septiembre. La opinión pública francesa es mayoritariamente favorable a que se regule la utilización de la burka. En la clase política también hay un consenso sobre la necesidad de limitar la prenda pero no en torno de la idea de prohibirla. La derecha gobernante está dividida entre los sectores que promueven la erradicación total de la burka en la calle y aquellos que prefieren sólo su limitación en algunos lugares y que se oponen a una ley global. El Partido Socialista francés anunció que no votaría la ley y volvió a defender su preferencia por una ley que sólo proscriba esa vestimenta en los edificios públicos y no en toda la calle. Esa ha sido hasta ahora la posición adoptada por el Consejo de Estado.
El problema de la ley, además de todos los debates colaterales y conventilleros que suscitó con un montón de enardecidos gritando a toda voz en la televisión, radica en su dispositivo operativo. Tal como está planteada y según explicó la ministra francesa de Justicia, Michèlle Alliot-Marie, el gobierno deja en manos de la policía la tarea de hacer respetar la ley. Ahora bien, los responsables policiales se mostraron ayer circunspectos sobre esta posibilidad. Yannick Danio, delegado nacional del sindicato policial SGP-Police, dijo al vespertino Le Monde que esa idea «hacía reír» y se preguntó cómo haría la policía para que la ley sea aplicada. Yannick Danio se interrogó también, «¿cómo habrá que actuar con las mujeres de los Emiratos que duermen en el Ritz?». La pregunta expone un caso real. ¿Puede alguien imaginar a un policía exigiendo a una mujer, esposa de alguno de los emires ultra millonarios de los Emiratos Arabes, que retire la burka mientras se apresta a comprar un reloj o un diamante por medio millón de euros? Siempre en Le Monde, Frédéric Lagache, secretario general adjunto del sindicato Alliance, declaró que «se utilizará a los policías y a los gendarmes como chivos expiatorios».
El envío a la Asamblea del proyecto de ley interviene un día después de un incidente violento que se produjo durante un debate sobre el uso de la burka. Hubo golpes, insultos, agresiones de toda índole y una sólida intervención policial para calmar los ánimos. Francia sigue hoy los pasos de Bélgica. El mes pasado, cuando el gobierno belga había caído a raíz de la querella lingüística entre francófonos y walones, la Cámara baja encontró tiempo y calma para votar a favor de una legislación que castigue el ocultamiento del rostro. La Cámara consideró que la burka «enmascara una condición de esclavitud». La discusión sobre la burka ha ganado a casi todas las democracias europeas. La Comisión Europea y el Consejo de Europa se pronunciaron en contra del principio de restringir la burka por cuanto ello corre el riesgo de ir contra la libertad religiosa. La leyes que restringen la burka se mueven en la delgada frontera que separa la integración y la discriminación al tiempo que dejan en un territorio ambivalente la dimensión multicultural de las sociedades modernas. Sin embargo, el debate no se zanja con facilidad. En Turquía, por ejemplo, el 99,8 por ciento de la población practica la fe islámica, pero desde 1980 se prohíbe el ingreso a edificios públicos con velo de acuerdo con la laicidad constitucional del Estado turco.
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