El pasado lunes 10 de abril el Gobierno francés, por boca de su primer ministro, Dominique de Villepin, decidió enterrar el moribundo Contrato de Primer Empleo (CPE) que éste mismo propuso en un paquete de medidas conocido como Ley sobre la igualdad de oportunidades debido a la presión de los estudiantes y de los sindicatos. […]
El pasado lunes 10 de abril el Gobierno francés, por boca de su primer ministro, Dominique de Villepin, decidió enterrar el moribundo Contrato de Primer Empleo (CPE) que éste mismo propuso en un paquete de medidas conocido como Ley sobre la igualdad de oportunidades debido a la presión de los estudiantes y de los sindicatos. Hasta ahí los hechos relatados de forma simple, sin más explicaciones, una cuestión que quizás pudiera parecer un tanto superficial, una simple protesta de estudiantes que quizás no tuvieran mejor cosa que hacer. Pero la realidad es bien distinta y habría que ponerles en antecedentes.
La Ley sobre la igual de oportunidades surge como respuesta del Gobierno francés a los problemas que explotaron, literalmente, el pasado mes de noviembre con los barrios periféricos de las grandes ciudades. Se pretendía dar respuesta a la juventud desempleada (Francia posee una tasa de paro del 23% en los menores de 26 años), por lo que se propusieron una serie de medidas como el establecimiento de la formación profesional desde los 14 años, el trabajo nocturno a partir de los 15 años y el ya mencionado CPE, entre otras medidas. El CPE iba dirigido a todos los jóvenes menores de 26 años en busca de empleo, se trataba de un contrato de duración indeterminada (CDI) pero con una serie de características fundamentales: un periodo de pruebas de 2 años en el que el empleador puede despedir sin esgrimir motivo alguno al empleado.
Es importante explicar someramente la situación política francesa: actualmente, la cuota de popularidad del jefe del Estado, el presidente Jacques Chirac, es muy baja. Recuerden que ganó la elecciones presidenciales del 2002 gracias a los votos de la izquierda tras una bochornosa primera vuelta que le llevó a enfrentarse en la segunda vuelta con Jean Marie Lepen, por lo que el presidente francés posee una cierta «deuda» con el electorado de izquierdas, o al menos eso reclaman éstos. A todo esto tenemos que añadirle la última crisis del Gobierno el año pasado que terminó con la destitución del primer ministro Jean Pierre Raffarin y el nombramiento del tecnócrata Dominique de Villepin, funcionario de carrera y que nunca ha sido elegido por los ciudadanos en ningún puesto de representación política. A todo este caldo le podemos añadir el hueso para darle aún mayor sabor, es decir, Nicolas Sarkozy, actual ministro de Interior, líder de la UMP (equivalente al PP español) y futuro presidenciable en 2007, es decir: en el seno del Gobierno, por un lado tenemos a Chirac, que hace una vida apacible, despegado del mundanal planeta Francia, que de vez en cuando reaparece para recordar que Francia posee la bomba atómica o para darse una vuelta por las ferias agroalimentarias y cuya posible candidatura en las futuras elecciones roza la ciencia ficción; por otro lado tenemos al Primer Ministro que goza, o padece, según se mire, del apoyo del Presidente y es fustigado por la mayoría del grupo parlamentario UMP y por último Sarkozy como ministro todoterreno que torpedea a diario la labor del primer ministro Villepin, quien también se encontraba (y utilizo justamente el pretérito) en la carrera hacia el sillón de Presidente. Resumiendo: es un todos contra todos.
¿Y los que están a la izquierda? De esos no se sabe nada desde el gobierno de coalición, la llamada gauche plurielle, del socialista Lionel Jospin allá por los años 90.
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Nos encontramos pues, ante una Francia en el que las instituciones han perdido el norte y en la que desde hace un tiempo se viene notando un malestar generalizado de la sociedad civil, ya no sólo por la perpetua discriminación que sufren los jóvenes de los barrios sino porque en general los jóvenes han perdido toda esperanza de trazarse un futuro digno rodeados de contratos temporales, trabajando como becarios o con despidos gratuitos, fenómeno que conocemos bien en España, demasiado bien diría yo. El CPE era una gota más en el gran vaso de la precariedad y la juventud francesa decidió ponerse firme y espetarle al Gobierno con decisión un gran ¡NO!, al igual que se hizo con el Tratado constitucional europeo en 2005. Pero la retirada del CPE no era la única reivindicación, eso sería simplificar y reducir demasiado el mensaje: al CPE se le une el CNE (Contrato de nuevo empleo), fórmula exactamente igual que el CPE pero aplicada en las empresas
de menos de 20 trabajadores y sin límite de edad y que entró en vigor en agosto de 2005; se reivindica la supresión de la medida que permitirá el trabajo nocturno a partir de los 15 años y en general la retirada de toda la Ley sobre la igualdad de oportunidades, ley que crea diferencia y ahonda la división entre dos clases de juventud, la formada y la no formada, añadiendo una brizna más a la montaña de discriminaciones que sufre buena parte de la juventud francesa; el aumento de plazas en las oposiciones, de la cuantía de becas y la retirada del proyecto de ley de Sarkozy por el que comenzará a funcionar en Francia el modelo canadiense de elección de candidatos inmigrantes, como una gran audición televisiva en la que, según la necesidades del país, se establecerán cuotas de trabajadores por sectores productivos, toda una oportunidad para demostrar tus talentos ante los funcionarios de inmigración. Como puede verse las reivindicaciones van más allá de lo estudiantil.
El movimiento comenzó en las universidades de Rennes y de Poitiers y se extendió poco a poco, con mucho trabajo, al resto de universidades con un método que despertó bastantes controversias: el bloqueo de universidades y de los institutos (63 universidades de 80 estuvieron bloqueadas). Sin entrar a valorar la utilidad o poca utilidad de este método sí hizo que en algunas universidades se pasara de asambleas estudiantiles de 60 personas a asambleas de 2000 estudiantes movilizados y debatiendo en cada esquina del campus. A este método se le unió el bloqueo puntual de carreteras, puentes, estaciones e incluso el aeropuerto de Burdeos llegó a estar bloqueado. Los jueves y martes fueron declarados días de movilización, los jueves eran exclusivos de los estudiantes y los martes estaban acompañados por los sindicatos, que finalmente reaccionaron y se pusieron codo con codo con los estudiantes y entre ellos, imagen de unidad sindical que había desaparecido en Francia, lo que produjo que se llegase a los tres millones de manifestantes en toda Francia cada martes del mes de marzo, ante lo cual el Gobierno hacía oídos sordos. Tras 8 semanas de bloqueo en algunas universidades los ánimos estaban más que calientes y se llegó incluso a enfrentamientos entre estudiantes que no pasaron de violentos ataques verbales.
A la sordera institucional se unió la determinación sin fisuras del movimiento estudiantil hasta que llegó la figura de Sarkozy como negociador y salvador de la patria. Consiguió fijar reuniones entre sindicatos estudiantiles y de trabajadores con diputados UMP para negociar una salida al conflicto que ha paralizado las universidades (de 12 semanas docentes en el segundo semestre se han impartido 4) y que ha paralizado el país en diversas ocasiones. La cena estaba servida: un presidente que ratifica la ley pero que pide que no se aplique; un primer ministro desaparecido y el líder del grupo UMP haciendo el trabajo de éste. Los diputados propusieron la eliminación del artículo 8 de la ley por el que se creaba el famoso CPE y sustituirlo por una serie de ayudas a las empresas para contratar a los jóvenes sin calificación. ¿Una victoria real para los estudiantes? Las ayudas propuestas ya existían por lo que no se crea nada nuevo y ha sido percibido por buena parte de los estudiantes y trabajadores como una tomadura de pelo pues se les está diciendo que esto ya no es cosa de los universitarios, que no se preocupen por su futuro, que es una ley para la gente de los barrios, volved a clase y no penséis, no reflexionéis, no debatáis, no NO; y claro, como bien dicen en francés «no se han caído de la última lluvia», equivalente del castizo guindo, y la protesta y la movilización continúa a día de hoy. Así pues, la juventud francesa se echó a la calle para pedir empleo estable, para poder hacer un proyecto de vida y no esperar hasta los 35 para poder tener hijos y comprarse una casa, salieron a las calles para pedir dignidad, nada más y nada menos, dignidad.
José Luis Díez Lerma es profesor de traducción en la Universidad François Rabelais de Tours (Francia) y miembro de Tlaxcala (www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística.