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Límites y activos de la socialdemocracia europea

Fuentes: Rebelión

La crisis económica global ha dejado sin respuesta a la socialdemocracia, que ha desaparecido como opción ideológica al neoliberalismo. Por acción o por omisión, los partidos socialdemócratas actuales no presentan programas realmente alternativos a los partidos del centro derecha ni a las recetas de los mercados y de las élites de la Unión. Desde hace […]

La crisis económica global ha dejado sin respuesta a la socialdemocracia, que ha desaparecido como opción ideológica al neoliberalismo. Por acción o por omisión, los partidos socialdemócratas actuales no presentan programas realmente alternativos a los partidos del centro derecha ni a las recetas de los mercados y de las élites de la Unión. Desde hace tiempo, han ido asumiendo las bases del liberalismo económico como algo inexorable. En este momento, lo más que pueden hacer es, sin discutir la necesidad de la construcción económica europea y de los ajustes, centrarse en salvaguardar los servicios públicos básicos. Resulta escaso, teniendo en cuenta que en su origen los partidos socialistas iban mucho más allá.

En realidad, la socialdemocracia actual se ha convertido en el liberalismo social de hace un siglo. Deberían cambiar el nombre y reconocer su condición de nuevos partidos liberales preocupados, en todo caso, por las consecuencias sociales del capitalismo financiero, aun sin pretender transformarlo ni reformarlo en profundidad. Las invocaciones a la regulación y a la economía social de mercado ya no son patrimonio de ellos, sino principios asumidos por casi todos.

Aquí entra en juego también la relación entre política y economía, entre democracia y mercado: ¿qué partido, qué gobernante va a regular, controlar o supervisar a las grandes empresas de un país, si muchos de ellos acaban trabajando para ellas cuando finaliza su mandato? De ese condicionamiento del poder económico, tanto político como personal, los partidos y dirigentes socialdemócratas tampoco se libran. De ahí la escasa credibilidad de sus ansias reguladoras.

Sin embargo, que la socialdemocracia se haya difuminado como opción al neoliberalismo no significa que los partidos socialdemócratas corran la misma suerte en tanto que sujetos políticos. Ciertamente, se han institucionalizado en exceso y pierden apoyo social en favor de otras plataformas y formas de activismo político más atractivos para ciudadanos comprometidos. Para mucha gente las diferencias entre ellos y los partidos de centro-derecha son de matiz, pero no de naturaleza, pues comparten un sistema de partidos cerrados, elitistas y escasamente democráticos en su funcionamiento.

Pero a nivel electoral, y a pesar del contexto adverso, están ganando elecciones en algunos países (recientemente en Francia) y tienen de hecho expectativas relativamente favorables en otros (Alemania, Italia). Básicamente por tres motivos: porque siguen siendo el referente principal del centro-izquierda, por la necesidad de la alternancia política en los sistemas bipartidistas y porque se benefician de una marca histórica.

En primer lugar, en la mayoría de países europeos es difícil que los partidos situados a la izquierda de la socialdemocracia lleguen a superarla. Las consecuencias políticas de la crisis se orientan hacia un descenso del voto socialdemócrata, pero paradójicamente eso no implica un trasvase equivalente hacia otros partidos de izquierda, sino hacia la abstención, al centro-derecha (por aquello de que por qué votar la copia teniendo el original) o hacia partidos xenófobos.

Exceptuando el adelanto de Syriza sobre el PASOK en Grecia, ni Izquierda Unida en España, ni el Bloco d´Esquerdas en Portugal, ni el Front de Gauche en Francia ni la potente Die Linke en Alemania representan amenazas serias para las socialdemocracias respectivas, por mucho que mejoren sus resultados. En el caso alemán, es el partido de Los Verdes el que recoge el descenso electoral del SPD, como sucedió en las últimas elecciones de Baden-Württemberg.

En segundo lugar, el voto útil favorece a los partidos socialdemócratas en perjuicio de otras fuerzas de izquierda en sistemas bipartidistas, en los que se da un fuerte voto de intercambio entre el centro-derecha y el centro-izquierda. Se vota básicamente al partido que más opciones tiene de sustituir al partido que gobierna. En este caso, la socialdemocracia tiene un plus sobre los demás partidos de izquierda, cuyos programas son más coincidentes con el pensamiento de muchos ciudadanos que, no obstante, deciden no apoyarles porque desconfían de sus opciones de victoria. En plena crisis financiera, y de manera paradójica, los partidos socialdemócratas siguen mostrando debilidad frente a los del centro-derecha, pero de momento son los únicos que les pueden vencer. Además, las razones de política interna, más allá de la identificación ideológica, también pueden contribuir a que la socialdemocracia se presente como la única opción real ante un centro-derecha gobernante que se desgasta (caso de Sarkozy).

En tercer lugar, los socialdemócratas y socialistas se benefician de una marca histórica de prestigio, asociada a una historia de luchas y oprobios. Una marca que se identifica con los postulados tradicionales de izquierda por más que sus políticas sean cada vez más liberales y sus dirigentes actuales tengan poco que ver son esa historia de sacrificio personal.

En conclusión, el fracaso de la ideología socialdemócrata no es necesariamente el de los partidos que dicen representarla, pues pueden seguir aprovechando ciertas oportunidades electorales. En cualquier caso, la esperanza actual de la socialdemocracia europea tiene un nombre: Françoise Hollande. Por la expectativa ante un relato distinto al de Angela Merkel, porque el presidente de un país importante como Francia -con funciones ejecutivas y elegido por sufragio universal directo- puede gozar de mayor independencia, y por la necesidad de referentes políticos coherentes en medio de tanta mediocridad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.