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El pediatra de Médicos Sin Fronteras Xavier Casero relata la experiencia en los rescates de refugiados del barco “Dignity I”

«Llevan mucho tiempo huyendo, con riesgo de morir y muchos no saben nadar»

Fuentes: Rebelión

Imágenes cedidas por Médicos Sin Fronteras

«Centenares de miles de refugiados llaman a las puertas de una Europa convertida en fortaleza», constataba la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en su informe de 2016. Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), 3.770 personas perdieron la vida en 2015 en el Mar Mediterráneo, en la travesía rumbo al viejo continente. En los cinco primeros meses de 2016, se produjeron otras 1.359 muertes. El «Aquarius», barco de salvataje gestionado por Médicos Sin Fronteras (MSF) y la organización SOS Mediterranee, rescató el pasado 20 de julio en el Mediterráneo central a 209 personas que se desplazaban en dos botes de goma; en la travesía tomaban parte dos mujeres embarazadas y 50 niños, 45 de ellos sin padres ni tutores. Los activistas recuperaron en la misma operación el cadáver de 21 personas que se hallaban en el fondo de uno de los botes, en una «piscina» de combustible. Entre el 23 y el 24 de junio y en sólo 36 horas, los barcos de Médicos Sin Fronteras -«Aquarius», «Bourbon Argos» y «Dignity I»- rescataron a más de 2.000 personas.

El «Dignity I» dispone de su puerto base en La Valeta (Malta) y se desplaza por el Mediterráneo central, hasta los límites de las aguas libias y las proximidades de la costa tunecina. En un día puede rescatar a centenares de personas a la deriva. En el barco trabaja un equipo de ocho personas de MSF, entre el personal médico, de enfermería y coordinación. El «Dignity I», barco de 52 metros de eslora que en los años 70 trasladaba combustible, tiene capacidad para unas 400 personas, aunque se las puede ir transbordando a otras embarcaciones y dejar espacio a otros náufragos. «La gente llega desesperada», revela Xavier Casero, pediatra de 44 años que se embarcó en el «Dignity I» en abril-mayo de 2016 y trabajó en el bajel durante seis semanas. «Llevan mucho tiempo huyendo de sus países, con riesgo de morir y además buena parte de ellos no sabe nadar». La primera tarea consiste en tranquilizar a los refugiados y explicarles el cometido de los médicos, ya que desconocen la ONG y la función del barco. «Hay quien piensa que somos policías o militares, y que incluso podemos dispararles», apunta el facultativo. Son momentos de tensión, en los que algunos incluso huyen o se arrojan al agua.

Los salvatajes se realizan en grupos de diez o quince personas con una lancha motora. Se les explica a los náufragos que se les va a suministrar comida, agua, mantas y cobijo. Llevan consigo enfermedades a las que no se ha administrado tratamiento durante meses; traumatismos, esguinces, fracturas, deformaciones óseas y quemaduras con infección. También patologías tropicales, como la malaria y fiebres sin tratar. Los médicos del barco de MSF chequean a personas con los pulmones dañados, pérdidas de peso y abundante sudoración: los síntomas de la tuberculosis. El «Dignity I» rescata a personas que proceden de países como Somalia, Eritrea o Nigeria. Algunas atraviesan el Mediterráneo en embarcaciones de madera (con capacidad para 300-400 personas), otras en lanchas hinchables (con aforo para 120-140 refugiados). Uno de los días en que Xavier Casero se hallaba en el «Dignity I», éste no pudo zarpar por un problema mecánico. Naufragó un barco de madera y fallecieron 400 personas.

«Todas las mujeres han resultado violadas», relata Casero, en el largo recorrido de meses o años desde que salen de su país. Por ejemplo las mujeres de Mali, atraviesan los desiertos, pasan por los centros de retención para inmigrantes en Libia… Y se suben en muchos casos, embarazadas, a una patera o una «zodiac», por eso el barco de Médicos Sin Fronteras cuenta con una matrona para realizar los partos, agrega el pediatra, que comenzó a trabajar en MSF en 2002. En el caso de los hombres, muchos han sufrido torturas y malos tratos, «te los encuentras con señales evidentes de latigazos». Xavier Casero insiste en la importancia de los traumas psicológicos. El 19 de julio MSF presentó el informe «Heridas ignoradas, los traumas que Europa contribuye a agravar», que incluye datos sobre los centros de recepción de emergencia para solicitantes de asilo en Roma, Trapani y Milán (julio 2015-febrero 2016) y los centros de la provincia de Ragusa (2014-2015). De las 387 personas entrevistadas durante la atención psicológica que presta Médicos Sin Fronteras, el 60% presenta «desórdenes» de salud mental, Además, de las 199 personas a las que se realizó seguimiento durante su estancia en los centros de recepción italianos, el 87% declararon que desde el comienzo de la estancia había empeorado su situación.

El 15% de las personas que atiende el «Dignity I» son menores de edad, apunta Xavier Casero. En general, los niños van acompañados, pero resultan frecuentes los casos en que menores entre 12 y 14 años se hallan solos. «Están totalmente perdidos», agrega el pediatra. La tragedia aumenta de grado cuando naufraga la embarcación, fallece la madre y el vástago logra salvarse. Es posible que incluso la madre haya saltado del barco para que su hijo permanezca a bordo y pueda sobrevivir. Casero responde también a otras preguntas sobre el sentido de su trabajo. ¿Activista? «Es una palabra bonita que designa a quien no sólo se queda en la protesta, sino que además actúa». ¿Una opinión sobre la política europea en torno a personas migrantes y refugiadas? Responde a título individual, no como facultativo de MSF: «Se basa en la represión, en fortalecer las fronteras y complicar las cosas a quienes huyen de la guerra o el terrorismo, no porque pretendan hacerse ricos». Además, «cuando consiguen llegar a Europa, se produce la repatriación lo más rápidamente posible».

Xavier Casero lleva más de dos décadas en la cooperación. La experiencia iniciática se produjo en la frontera entre Haití y la República Dominicana, donde atendía a inmigrantes haitianos. Con Médicos Sin Fronteras empezó a trabajar en un campo de refugiados somalíes en Kenia, de donde dio el salto a las «Unidades de Emergencia» de esta ONG, que afrontan catástrofes naturales, hambrunas y epidemias. Trabajó en Angola (2002), en la República Democrática del Congo con población desplazada (2003), en proyectos de malnutrición severa en Níger (2004), la atención a migrantes en la zona de Tánger (2005), el terremoto de Haití y los brotes de cólera, el ébola en Nigeria, también en Sudán del Sur combatiendo una epidemia de meningitis (2013) y en el campo de protección para civiles de Naciones Unidas en Malakal (2015)… Y seis semanas en el «Dignity I», en 2016. Al principio «pensaba que el mundo se podía cambiar, y yo quería formar parte de esa transformación». Luego se dio cuenta de que era una aspiración casi imposible. «Más que cambiar el mundo, éste nos va modificando a nosotros». Activista ya veterano, ¿qué le motiva hoy para continuar en la brega? «Sentarme frente a la televisión, observar todas las injusticias y continuar en el sillón; no puedo…». Y eso que la televisión no muestra toda la realidad. «La guerra en Yemen o Sudán del Sur, así como el conflicto en la República Centroafricana son olvidados y marginados».

En el «Dignity I» atendió a una niña de 6 años que procedía de Eritrea. Subió al barco y le chequearon los médicos, sentía un malestar general. Se le dispuso un gotero y medicación, pero no mejoraba. Cuenta Xavier Casero que le realizó una analítica, que apuntó el problema: la niña no tenía azúcar en la sangre. El pediatra preguntó a su madre y esta reveló que la menor llevaba una semana sin ingerir alimentos. Venían de la costa de Libia. «Cuando le dimos un zumo de piña, la niña mejoró mucho». Durante otra jornada en el barco un hombre de nacionalidad somalí, de algo más de treinta años y con titulación académica, le pidió consulta. El pediatra de MSF le chequeó y realizó análisis de sangre, pero en todos los casos el resultado fue negativo. El paciente confesó finalmente la razón de la demanda: durante tres décadas en su país nunca le había, siquiera, auscultado un médico. La memoria de las experiencias de Xavier Casero recala en Malakal, ciudad de Sudán del Sur de unos 150.000 habitantes y arrasada en 2014. En el Centro de Protección de Civiles de Naciones Unidas en Malakal han muerto niños a causa de la malnutrición, la malaria o la tuberculosis.

Un episodio de violencia en el centro de la ONU el 17 de febrero de 2016 se saldó con la muerte de entre 25 y 65 personas, y 108 heridos. El doctor Casero ha trabajado en el Hospital de Médicos Sin Fronteras en Malakal. Atendió a un joven de 17 años, J.L., con una enfermedad crónica en el riñón. «En España se le trataría con hemodiálisis, pero en Sudán del Sur los tratamientos adecuados no existen o son muy caros», explica el médico y activista. La única posibilidad residía en desplazarse a Jartum, un objetivo imposible en un país en guerra; de hecho, ni siquiera podía abandonarse el campo de protección de Naciones Unidas. El riñón de J.L. dejaba poco a poco de funcionar, día a día se le hinchaba por la retención de líquidos, por el hecho de no orinar. J.L. se moría pero, mientras, contaba a los médicos su vida. «Sabíamos que no se podía hacer nada por él». Hubiera podido acometerse la enfermedad renal con un tratamiento accesible en Europa…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.