No hay lugar a dudas, América Latina es hoy la región del planeta que más motivos da para creer en la esperanza de construcción de un mundo distinto. Los diferentes procesos que se dan de manera no solamente paralela sino articulada a lo ancho y largo del territorio al sur del Rio Bravo, constituyen la […]
No hay lugar a dudas, América Latina es hoy la región del planeta que más motivos da para creer en la esperanza de construcción de un mundo distinto. Los diferentes procesos que se dan de manera no solamente paralela sino articulada a lo ancho y largo del territorio al sur del Rio Bravo, constituyen la avanzada de la respuesta desde la construcción del poder popular y la democracia participativa impulsada por amplios movimientos sociales, ante la crisis y decadencia del modelo impuesto por la oligarquía financiera basado en la combinación de democracia representativa liberal y economía capitalista de libre mercado.
En este sentido, si bien lo que sucede hoy en Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua, no es extrapolable a otras latitudes, hay ciertas características de cómo se construyen estos procesos y fundamentalmente de cómo nacen en los noventa como respuesta a la crisis del modelo neoliberal en el continente americano, que pueden ser útiles para entender y vislumbrar un camino de contestación en el Estado español y particularmente en Canarias a la crisis del sistema capitalista y la gestión del mismo que se está haciendo desde los gobiernos de Madrid y de Canarias, que busca claramente solventar la situación en base a la destrucción del acumulado de derechos sociales y laborales que años de lucha de la clase trabajadora han legado a la actual generación.
América Latina a finales de los 80, el ajuste neoliberal
La década de los 80 en América Latina estuvo marcada por la aplicación de medidas de lo que se llamó «ajuste estructural» que no fue otra cosa que la generalización a lo largo y ancho del continente de medidas de corte ultraliberal tendentes a la prácticamente desaparición del sector público, con privatización de las empresas estratégicas que fueron entregadas a manos de multinacionales, la liberalización de los mercados desestructurando las industrias nacionales, la desregulación de los mercados laborales tendentes al libre despido y un proceso agresivo de debilitamiento de los ya precarios servicios de sanidad y educación públicos para preparar su posterior privatización bajo el pretexto del control del déficit público.
La aplicación de estas medidas antipopulares va a generar un efecto adicional muy interesante, puesto que va a dejar en evidencia lo virtual y aparente de las democracias del continente, esto debido a que las supuestas fronteras ideológicas que separaban a la «izquierda socialdemócrata» de la derecha más conservadora se van a desdibujar completamente a la hora de aplicar ambos por separado o en coaliciones electorales los mandatos del dogma neoliberal, emanados por los sumos sacerdotes del FMI.
Recordemos que en Venezuela, por ejemplo, fue el supuesto social demócrata Carlos Andrés Pérez el que aplicó el paquete de medidas que finalmente derivaron en el levantamiento popular conocido como Caracazo, como en Ecuador fue el gobierno también supuestamente de «izquierda» de Rodrigo Borja quien inicia la aplicación del neoliberalismo, o los sangrantes pactos en Bolivia entre la supuesta izquierda del MIR de Jaime Paz Zamora con el partido del ex dictador fascista Hugo Banzer para dar continuidad al modelo neoliberal. Todos estos procesos, además signados por una galopante corrupción y desfalco de las arcas públicas, van a confirmarle a los habitantes del continente que, independientemente de lo que digan defender, las castas políticas solamente velaban por los intereses, del capital multinacional en primer lugar, y por el suyo propio en segundo término.
Si analizamos esta combinación de crisis económica y su gestión con medidas antipopulares (reformas laborales, reducción de la inversión social para contener el déficit y privatizaciones), sumados al enorme descrédito de una casta política que solamente sirve al capital y a sus propios intereses, permiten darnos cuenta que, lo que ocurrió en América Latina a finales de los 80 y la década del 90, no difiere en lo sustancial de lo que sucede hoy en el estado español y más aún en Canarias en que producto de la realidad colonial existe un diferencial negativo, en todos los aspectos económicos y sociales que la acerca aún más a la realidad latinoamericana.
En este sentido, si analizamos el paquete de medidas impuestas por la Troika y aplicadas obedientemente por los gobiernos de Zapatero y Rajoy, podemos observar que el espíritu de las mismas es el mismo que el aplicado en América Latina y que se saldó con el empobrecimiento de gran parte de la población, la desestructuración de la clase media por la concentración de la riqueza en una pequeña élite cercana a las multinacionales y, finalmente los levantamientos populares que forzaron un cambio político fundamental en el continente.
Asimismo, el panorama político marcado por el bipartidismo estatal y el colaboracionismo del supuesto nacionalismo de Coalición Canaria que viene cogobernando en pactos con uno y con otro por igual, marcan una crisis muy similar a la vivida en América Latina, de una democracia representativa que ya no representa a nadie y que se niega sistemáticamente a abrir espacios de participación social por miedo a perder sus privilegios como casta.
Respuesta popular y construcción de un contrapoder
Si bien, los procesos de la nueva izquierda latinoamericana han implicado la toma del poder de manera pacífica y a través de importantes triunfos electorales, los que creen que el proceso de acumulación de fuerzas y construcción de poder popular se basa en estrategias electorales y puede hacerse dentro de los cauces de la democracia liberal están completamente equivocados.
Absolutamente todos los procesos latinoamericanos tienen detrás, una historia de movilización popular amplia y de contestación al poder en la calle, porque sin derrotar al poder primero en la calle es impensable romper su hegemonía en las urnas.
Los constantes triunfos electorales de Chavez y la revolución bolivariana de Venezuela tienen su génesis y serían impensables si no tuvieran detrás el antecedente del Caracazo y las miles de personas que tomaron las calles contra las medidas neoliberales del FMI y su empleado Carlos Andrés Pérez y que se tradujeron en verdaderas olas de supuestos saqueos de comercios y grandes superficies, que realmente constituían expropiaciones populares de un sistema que le ofrecía de todo por medio de la publicidad para luego negárselo sistemáticamente por la imposición de la pobreza. La respuesta violenta del gobierno venezolano que, en plena «democracia» asesinó a cientos de personas civiles y desarmadas, permitió entender la falsedad de un sistema político y económico que a nombre del bien común defiende los privilegios de una pequeña élite.
De igual manera, el gobierno de Evo Morales en Bolivia, se sustenta en el sacrificio de vidas humanas que constituyeron los levantamientos populares conocidos como Guerra del Agua en Cochabamba en 2000 y la Guerra del Gas en 2002 en que se cuestiona fundamentalmente el expolio de los recursos naturales entregados por los gobiernos sucesivos a las multinacionales. Asimismo, sin las rebeliones indígenas y ciudadanas ocurridas en Ecuador contra los gobiernos de Borja, Bucaram o Lucio Gutiérrez sería difícil pensar en una acumulación de fuerzas tal que sostenga el gobierno popular de Rafael Correa. Ni que decir de Nicaragua o El Salvador donde la izquierda hoy triunfante, es producto de movimientos insurreccionales armados que generaron por medio de la lucha una importante base social en los sectores campesinos y obrero-populares.
En resumen, pierden el tiempo quienes creen que se cambia el mundo poniendo papeles en urnas, quienes juegan al burdo cálculo electorero y son capaces de plantearse pactos con los verdugos del pueblo, porque los verdaderos cambios, se traduzcan o no posteriormente en procesos electorales, se alumbran en la calle con la organización y movilización constantes y sostenidas. La enseñanza de América Latina, muestra también como los movimientos sociales, lejos de esperar la reacción de la izquierda política tradicional e institucionalizada, fueron capaces de generar sus instrumentos políticos propios.
Porque lo que hace falta hoy en Canarias es lo que ha hecho falta siempre, en todo momento y en todo lugar, y esto no es otra cosa que una verdadera revuelta popular, que desde la presión de la calle desaloje a los poderosos e inaugure un proceso constituyente de construcción de una verdadera alternativa de poder popular abiertamente opuesto al capital que nos oprime.
Desde esta perspectiva el trabajo está en los pueblos y barrios de las islas, recorriéndolos de punta a punta insistiendo en generar organización de base con los más golpeados por la avanzada neoliberal del sistema capitalista, los parados y los desahuciados, los jóvenes y los pensionistas, los inmigrantes, los de abajo que diría Galeano, los llamados finalmente a construir la Canarias libre y socialista que soñamos los que no creemos en el capitalismo «ni tantito asi».
René Behoteguy Chávez es miembro del SCN de Intersindical Canaria
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