Por si no nos causaran ya suficiente zozobra los pasos que los europeos nos vemos forzados a dar, un poco a ciegas, en esa marcha hacia una Unión que casi nadie sabe bien cómo va a ser, el gobierno europeo que se estrenará el 1 de noviembre y presidirá el portugués Durão Barroso (el invisible […]
Por si no nos causaran ya suficiente zozobra los pasos que los europeos nos vemos forzados a dar, un poco a ciegas, en esa marcha hacia una Unión que casi nadie sabe bien cómo va a ser, el gobierno europeo que se estrenará el 1 de noviembre y presidirá el portugués Durão Barroso (el invisible anfitrión en la foto final de las Azores) ha exhumado de lo más rancio de la caverna italiana a un espécimen conservador cuyas declaraciones han abierto la caja de los truenos en los sectores de opinión no dependientes del Vaticano ni del gobierno de Berlusconi.
El Sr. Buttiglione, propuesto como Comisario de Justicia, Libertad y Seguridad, mostró, pronto y claro, sus opiniones sobre la homosexualidad y sobre la familia. Según él, la primera es pecado, y no hay más que hablar; la segunda se compone de una mujer, cuya tarea es básicamente procreadora, y un marido protector del hogar. Días después, el mismo Buttiglione ha remachado el clavo al afirmar que «los niños que sólo tienen una madre y no tienen un padre son hijos de una madre no muy buena». Aunque esto haya sido dicho, a modo de parábola, al aludir a las relaciones entre EEUU y Europa, no deja de revelar la inflexible y atrabiliaria mentalidad del aspirante a comisario.
De los tres epígrafes que componen el cargo que pretende ejercer, la Justicia se puede ver en difícil tesitura si el candidato al puesto aplica con presteza sus valores personales; la Libertad de homosexuales y mujeres se verá seriamente limitada (los primeros habrán de confesarse y cumplir las penitencias impuestas y las mujeres deberán limitar su actividad al ámbito doméstico); y la Seguridad quedará reducida al alma de cada uno, que al no pecar tendrá garantizada una confortable vida eterna.
Aunque Durão insista en que las opiniones personales de un comisario no tienen por qué interferir en el correcto desempeño de sus funciones, el retrógrado italiano le ha estropeado la excusa afirmando que nunca «prostituirá su conciencia». Trae esto a la memoria el ya histórico caso del rey Balduino I de Bélgica (el marido de la inefable Fabiola), que en 1990 se declaró «incapaz de reinar» durante un día por sus convicciones religiosas, día en el que precisamente su Gobierno ratificó la ley que autorizaba el aborto, aprobada previamente por el Parlamento. Pero las monarquías, ya lo sabemos, pueden hacer cosas muy extrañas – hasta rayanas en la hipocresía, como revela este caso -, si con ellas se aseguran la supervivencia de la dinastía; cosas que le están vedadas a un gobierno europeo que se tiene por democrático. No es fácil imaginar al Sr. Bottiglione dimitiendo temporalmente de su cargo cada dos por tres, mientras se aprueban disposiciones legales que contravienen sus sólidos y tradicionales principios morales.
Todo esto hace mirar con cierto recelo a lo que procede de la mediterránea península hermana. Contribuyen a la desconfianza las declaraciones de otro relevante italiano, el ministro Sr. Tremaglia, quien ante las dificultades que Buttiglione ha encontrado en el Parlamento Europeo para ser aceptado como comisario – a pesar de haber recurrido a Kant para reforzar sus argumentos – se ha solidarizado con su compatriota diciendo: «Lamentablemente, Buttiglione ha perdido. Pobre Europa, los maricones son ya mayoría».
Pues ya está liada, con el laicismo y el catolicismo enzarzados en una nueva polémica, plaga que parece usual en algunos países mediterráneos pero que sería conveniente no infectase también al núcleo central europeo. Cuando Josep Borrell, presidente del Parlamento Europeo que tiene que dar el visto bueno a la nueva Comisión, afirmó el pasado jueves, ante los micrófonos de Europa 1, que no le gustaría tener en España como Ministro de Justicia a alguien que opina que la homosexualidad es pecado y que la mujer tiene que quedarse en casa para hacer niños bajo la protección de su marido, fue enseguida replicado por un diputado italiano para quien el político español había «insultado a las instituciones parlamentarias».
Las opiniones de Buttiglione y Tremaglia reflejan el sentir de ciertos sectores del pueblo italiano cuyo peso demográfico no puede ignorarse. Sería interesante también constatar cómo reacciona ante este asunto Polonia, país que tiene muchas similitudes sociológicas con Italia. Pudiera estar ocurriendo que la rechazada cita en la Constitución a las «raíces cristianas de Europa» – rechazo que tan mal sentó en el Vaticano y sus más fieles seguidores – retorne ahora a perturbar la actividad política europea a través del oculto sendero de la acción personal de ciertos activistas del catolicismo más militante, instalados en puestos de responsabilidad.
A fin de cuentas, sería una vergonzosa paradoja que el discutido ingreso de Turquía en Europa dejara de ser ahora el problema más preocupante, en comparación con los que puedan surgir en el seno de otros miembros de la Unión Europea, enzarzados en cuestiones morales y religiosas, y que, para colmo, pudiera Turquía dar a Europa algunas lecciones sobre el laicismo político llevado a la práctica. Lecciones que tampoco le vendrían mal a España, donde la influencia de la Iglesia desborda hasta los generosos límites marcados en la Constitución, como estamos presenciando últimamente.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)