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Los alemanes «yo no sé nada» de hoy en día

Fuentes: Znet

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens.

«Yo no sé nada». Esas palabras, repetidas frecuentemente hace unos 160 años en EE.UU., otorgaron a la pandilla que las utilizaba el apodo de «Partido de los yo no sé nada». No era una expresión de modestia intelectual. Las actividades del partido eran secretas, por lo tanto se esperaba que sus miembros no revelaran nada sobre ellas, solo que dijeran: «Yo no sé nada». Su título patriótico en realidad era «Partido Americano», pero muchos de sus miembros verdaderamente no sabían casi nada aparte de que odiaban a los inmigrantes, especialmente a los alemanes e irlandeses católicos, y de que querían evitar que entraran en el país, obtuvieran la ciudadanía y votaran. Ese edificante programa, que incluía ataques violentos contra los que huían de la hambruna en Irlanda o de la represión en Alemania tras una revolución fracasada, otorgó en 1856 a los «no sé nada» ocho gobernaciones estatales, cinco escaños en el Senado de EE.UU., y cuarenta y tres en la Cámara de Representantes.

Hoy también estamos asediados por los «yo no sé nada» en muchos países. Oímos puntos de vista semejantes en Londres y París, en Amsterdam y Copenhague, en Munich y Berlín. Y tenemos noticia de resultados peores que en 1855 en Maryland o Massachusetts, de miseria desesperada en la «Selva» de Calais o en la frontera italiano-francesa, de ventanas rotas y techos ardiendo en los albergues de refugiados en cada vez más ciudades alemanas. Estos ataques, malvados grafitis, insultantes esqueletos de cerdos y también, cada vez más, cócteles Molotov ascendieron a la cifra de 202 solo en Alemania en la primera mitad de 2015, una cifra que ya supera la de todo el año pasado.

Nadie puede negar que existan problemas serios. Los refugiados actuales no provienen de Irlanda… o de Alemania, que ahora es uno de sus principales objetivos: 160.000 personas solicitaron asilo en este país hasta el 30 de junio y la cifra aumenta. Muchas huyen de zonas de guerra, de sus peligros directos y su hambre y destrucción (personas de Afganistán, Iraq, Gaza, Turquía, Sudán y Sur de Sudán). El hambre y la indigencia frecuentemente combinados con la represión tienen una importancia capital para muchos de los países africanos. Luego existen los de Bulgaria, Rumania, y los países creados por el desmembramiento de Yugoslavia. Estos demandantes de asilo «balcánicos orientales» son en su mayoría gitanos, discriminados casi en todas partes, relegados a escuelas miserables, destinados a los peores puestos de trabajo o a ninguno, objeto de odio y con frecuencia de ataques violentos. Todos los refugiados solo buscan una oportunidad de ganarse la vida, de cuidar a sus familias, de volver cuando sea posible o encontrar nuevos hogares pacíficos.

Alemania afrontó a menudo oleadas de inmigrantes, no solo en siglos pasados. Millones de alemanes étnicos que fueron obligados a abandonar Polonia, Checoslovaquia, y Hungría después de 1945 se enfrentaron a difíciles y a menudo gélidas acogidas en los lugares a los que fueron relegados. Después se invirtieron inmensas sumas para desarrollar Alemania Occidental y se «importó» por medio de acuerdos gubernamentales a trabajadores de España e Italia y más tarde de Turquía, especialmente después de 1961, cuando el Muro impidió que se reclutara a más alemanes orientales. La mayoría de estos «trabajadores invitados» -como se los llamó eufemísticamente- obtuvieron puestos de trabajos duros y sucios, por turnos y en líneas de montaje, y su empleo contribuyó a mantener bajos los salarios en Alemania al tiempo que contribuían a disminuir el desempleo y la radicalización política en sus países de origen. El programa terminó en 1973 y casi todos los 14 millones volvieron a casa. Dos millones se quedaron, echaron raíces, trajeron a sus familias y crearon otras, y ahora son su segunda y tercera generación. Pero el proceso de integración está lejos de haber concluido y se complicó a principios de los años 90 debido a la unificación alemana (o mejor dicho, anexión). Hubo una repugnante violencia contra personas de colores, vestimentas y lenguajes diferentes por parte de los alemanes occidentales, pero aún peor por parte de los alemanes orientales, que se habían visto repentinamente privados de sus empleos y estaban menos acostumbrados a diferentes nacionalidades y por ello eran más fácilmente manipulables debido a su frustración y desilusión para llevarles a atacar a personas pacíficas y laboriosas, a las que se les hizo considerar intrusas.

La situación se tranquilizó en parte después del año 2000. Pero actualmente, con la llegada de grandes cantidades de personas, de nuevo se ha vuelto amenazante, muy amenazante. Sin embargo, a pesar de las teorías de algunos, ¡no todos los alemanes son iguales! Muchos sienten considerable simpatía por los recién llegados después de las terribles escenas de guerra en Siria e Iraq, o las horrendas tragedias de embarcaciones volcadas y de pérdida de vidas humanos en el tormentoso Mediterráneo. Tal vez algunos recuerden sus propias dificultades. Además de los muchos alemanes que aceptan a los recién llegados por lo menos con sentimientos de bienvenida, unos cuantos más ofrecen alimentos, vestimenta, juguetes y artículos de higiene personal para ayudarles a establecerse aunque sea temporalmente. Miles, especialmente jóvenes, se manifiestan en su defensa con pancartas que dicen «Bienvenidos» y se enfrentan desafiantes a ese otro contingente, los actuales «Yo no sé nada».

No obstante, a medida que cada vez más recién llegados son enviados a municipios en las ciudades, pueblos pequeños e incluso aldeas, a medida que se erigen viviendas provisionales e incluso se llenan a rebosar polideportivos escolares con catres y colchones se hace más fácil generar odio, propagar miedo a las enfermedades y al crimen, y advertir contra peligros para los niños en edad escolar. Se exageran falsamente las cantidades de la ayuda pública para inspirar envidia. Las despiadadas palabras de Donald Trump sobre los mexicanos o las fotos de los vigilantes en contra de los inmigrantes en el sudoeste de EE.UU. pueden darnos una idea de ello. Pero el recuerdo de un pasado alemán no tan distante, de caras similares y nucas rasuradas, solo pueden provocar un temor helado diferente.

Entre estos alemanes «Yo no sé nada» siguen estando los manifestantes de PEGIDA (1) con sus gritos y pancartas «antiislámicas». Más organizados a escala nacional se encuentran los del partido Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), que recientemente depusieron a su líder moderadamente derechista y se desplazaron aún más a la derecha racista. La escisión redujo sus cifras en los sondeos a un 3-4 %, lo que al menos los mantendría fuera del Bundestag (Parlamento). El más antiguo Partido Nacional Democrático (NPD), que ya no participa en el poder legislativo de Sajonia, pero está muy presente en sus principales distritos, ha aumentado ahora gracias a un grupo más nuevo llamado Tercera Vía, una mezcla de neonazis inclinados a la violencia, que se ha extendido de Baviera a Brandemburgo oriental y, por supuesto, a Sajonia.

Aunque pequeños en números, son hábiles en la propagación del miedo y del resentimiento, especialmente cuando los responsables de introducir refugiados no discuten ni explican a los residentes locales lo que están haciendo. Freital, una ciudad cerca de Dresde, que en tiempos de la RDA era una floreciente ciudad siderúrgica, se ha visto infestada durante semanas por ruidosos mítines amenazantes dirigidos por estas fuerzas derechistas. La policía los mantiene apenas apartados del hotel asignado a las personas demandantes de asilo. En una reunión pública se abucheó y negó la palabra a los que defienden a los refugiados, incluido el ministro del Interior de Sajonia, quien como alcalde en otra ciudad había adoptado otrora una sólida posición sobre el tema, pero más recientemente a menudo parece bastante tímido, al igual que su jefe en Sajonia. Por otra parte, el alcalde de Freital no fue tan tímido durante su campaña electoral cuando exigió «sanciones contra el hormigueo de violentos demandantes de asilo […] aventureros que vienen a Alemania a vivir una vida cómoda a cuenta de la comunidad». Los tres políticos pertenecen a la gobernante Unión Demócrata Cristiana (CDU), el partido de Angela Merkel.

Un concejal y dirigente del partido Die Linke (La Izquierda), partido que adoptó una postura valiente a favor de los refugiados, despertó una noche al estallar y quemarse su coche. La policía había restado importancia a unas amenazas enviadas por correo electrónico. Lo mismo había ocurrido en Meissen, al norte de Dresde, con las amenazas a la reparación de un edificio que se estaba rehabilitando para ser utilizado por los recién llegados y que también acabó destruido por el fuego.

La política alemana vuelve a estar dividida. Con una baja tasa de nacimiento y una población en descenso muchas corporaciones necesitan gente nueva. Para éstas la procedencia nacional tiene poca importancia. Palabras democráticas honestas llegan fácilmente a la lengua de los políticos, si lo desean y cuando lo desean. Pero sobre todo hay que contener las demandas de los trabajadores y, a pesar de todas las ambigüedades, ¿cómo lograrlo mejor que desorientarlos y llevarlos a luchar, no contra las grandes compañías sino contra esos «codiciosos extranjeros», ya sean griegos en Atenas o sirios en Dortmund? Nuevas leyes demuestran ahora esta bipolaridad: aquellos refugiados que han vivido ahí de cuatro o seis años, si hablan alemán y tienen puestos de trabajo tienen mejores probabilidades de permanecer, lo cual es humano, pero para los refugiados que todavía están fuera de las fronteras será más difícil.

Quizá no lo sea para todos. Los ingenieros cualificados, doctores y otros profesionales atractivos tendrán ahora mejores posibilidades, porque se les necesita. El dirigente derechista bávaro Horst Seehofer elaboró un nuevo plan, que ahora se copia en otros lugares. Escoged a aquellas personas de los «Balcanes orientales» con pocas esperanzas de ser aceptadas, mantenedlos en polideportivos o carpas y expulsadlos rápidamente. Solo unos pocos en la izquierda o algunos ecologistas han advertido el posible parecido de estos «campamentos de gitanos» con los de los nazis antes de que los trenes llevaran a los gitanos a Auschwitz.

No, no es lo mismo. Pero demasiado pocos se dan cuenta de que las guerras en Alepo, Bagdad y Kabul, que obligan a tantas personas a arriesgar su vida en improvisadas trampas mortíferas, fueron causadas o armadas por las principales potencias occidentales, o de que la pobreza que obliga a los africanos a seguir la misma ruta proviene de la colosal y continua explotación, con exportaciones a precios bajos de bienes «del norte» que destruyen el pan de cada día de pequeños agricultores, sastres y otros artesanos, y les obliga a vivir en mega barrios de chabolas sin esperanza y desde ahí a atrevesar los desiertos a Libia, donde aviones de guerra de las grandes potencias crearon el caos que llevó a los actuales contrabandistas criminales.

Las soluciones no serán fáciles. Reclaman paz y justicia en Oriente Próximo, sin ejércitos y sin armamentos occidentales; reclaman un desarrollo verdaderamente independiente y sano en África del norte y del sur, y un trato justo y humano para todas las personas que viven en un país, independientemente de su origen. No, ¡no es fácil!

La Guerra Civil estadounidense desbancó enseguida a los antiguos «yo no sé nada» de EE.UU., que no tenían nada que ofrecer a los electores excepto odio, aunque los problemas humanos perduran. En Europa, especialmente en Alemania, las fuerzas que se aprovechan de los problemas de tratar adecuadamente a estos «indeseables» cada vez más desesperados, suponen una amenaza cada vez mayor, mucho más peligrosa que los antiguos «yo no sé nada»… y están ansiosas por aprovechar las oportunidades que se les ofrecen.

(1) PEGIDA, siglas en alemán de Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, un movimiento político alemán opuesto a la supuesta islamización del país (N. del t.)

Victor Grossman, periodista y autor estadounidense, reside desde hace muchos años en Berlín, en la antigua zona Oriental. Es autor de Crossing the River: A Memoir of the American Left, the Cold War, and Life in East Germany (University of Massachusetts Press, 2003).

Fuente: https://zcomm.org/znetarticle/german-know-nothings-today