Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Mientras Estados Unidos procura por todos los medios derrocar al gobierno democrático e independiente de Venezuela, las consecuencias a corto, medio y largo plazo de los golpes de Estado que propició en el pasado son contradictorias.
En este artículo, nos proponemos examinar las consecuencias y el impacto de las intervenciones de EE.UU. en Venezuela a lo largo del último medio siglo para posteriormente pasar a analizar el fracaso y el éxito de los «cambios de régimen» impulsados por Estados Unidos en toda América Latina y el Caribe.
Venezuela: Resultados y perspectivas 1950-2019
Durante la década posterior a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, a través del Pentágono y de la CIA, aupó al poder a regímenes clientelares autoritarios en Venezuela, Cuba, Perú, Chile, Guatemala, Brasil y otros países.
En el caso de Venezuela, Estados Unidos apoyó una dictadura de casi una década (la de Pérez Jiménez), entre 1951 y 1958. Esta fue sustituida por una coalición de centro-izquierda un breve periodo de tiempo. Posteriormente, EE.UU. reestructuró su política para promover regímenes democristianos y socialdemócratas de centro-derecha, que gobernaron en alternancia durante casi cuarenta años.
En los años noventa, los regímenes clientelares de EE.UU., acorralados por la corrupción y profundas crisis socioeconómicas, fueron apartados del poder y dieron paso a un gobierno independiente y antiimperialista dirigido por Hugo Chávez.
La elección libre y democrática del presidente Chávez derrotó varios intentos de «cambio de régimen» dirigidos desde Estados Unidos a lo largo de las siguientes dos décadas.
Tras la elección de Nicolás Maduro como presidente, Washington organizó la maquinaria política para impulsar un nuevo cambio de régimen. EE.UU. ha lanzado a todo gas un golpe de Estado en el invierno de 2019.
El historial de las intervenciones estadounidenses en Venezuela es variado: un golpe de Estado que duró menos de una década; regímenes electorales pro-EE.UU. durante cuarenta años que fueron reemplazados por un gobierno populista y antiimperialista nacido de las urnas, que ha mantenido el poder casi veinte años. Hasta llegar al despiadado golpe de Estado dirigido por Estados Unidos activo en estos momentos.
La experiencia de «cambio de régimen» venezolana nos permite entender la capacidad estadounidense para conseguir el control a largo plazo reorganizando su base de poder de una dictadura militar a un régimen electoral, financiado mediante el expolio petrolero, con el respaldo de un ejército de confianza y «legitimado» por la alternancia de partidos políticos vasallos que acepten su sumisión a Washington.
Los regímenes clientelares de EE.UU. están gobernados por élites oligárquicas, con escasa capacidad empresarial, que viven de las rentas estatales (petroleras). Al tener una estrecha relación con EE.UU., las élites gobernantes no son capaces de conseguir la lealtad del pueblo. Por dicha razón, los regímenes clientelares dependen de la fuerza militar del Pentágono para conservar el poder, pero esa es precisamente su mayor debilidad.
El cambio de régimen bajo una perspectiva histórica y regional
La imposición de gobiernos títeres es un objetivo estratégico primordial del Estado imperial. Los resultados varían a lo largo del tiempo en función de la capacidad que tengan gobiernos alternativos independientes para la construcción nacional.
Esos gobiernos-títere tienen más éxito en naciones pequeñas con una economía vulnerable. El golpe de Estado de Guatemala ha durado más de sesenta años, de 1954 a 2019. En este país, las principales insurgencias indígenas han sido reprimidas gracias a los asesores militares y la cooperación estadounidense.
Otros gobiernos-títere que han tenido un éxito similar son los de Panamá, Granada, República Dominicana y Haití. Cuando se es pobre y pequeño y se tiene un ejército débil, Estados Unidos no tiene ningún problema en invadir y ocupar directamente el país, con un reducido coste económico y en bajas militares.
En los países mencionados, Estados Unidos consiguió imponer y mantener regímenes títere durante largos periodos de tiempo.
Los resultados de los golpes de Estado dirigidos por Estados Unidos en el último medio siglo han sido contradictorios.
En el caso de Honduras, el Pentágono consiguió derribar un gobierno liberal-democrático progresista de muy corta duración. El ejército de Honduras estaba bajo dirección de EE.UU. y el elegido presidente Manuel Zelaya dependía de una mayoría popular de electores sin acceso a las armas. Tras el triunfo del golpe de Estado, el régimen títere de Honduras ha permanecido bajo tutela de Estados Unidos durante una década y probablemente lo seguirá estando.
Chile ha permanecido también bajo el tutelaje de Estados Unidos durante la mayor parte del siglo XX, salvo el breve respiro que le supuso el gobierno del Frente Popular, entre 1937 y 1941, y el gobierno socialista democrático de Salvador Allende, entre 1970 y 1973. El golpe de Estado orquestado por EE.UU. en 1973 impuso la dictadura de Pinochet, que duró 27 años. La siguió un régimen electoral que continuó la agenda neoliberal de Pinochet-Estados Unidos, que incluía el desmantelamiento de todas las reformas nacionales y sociales del gobierno popular de Allende. En resumen, Chile ha permanecido dentro de la órbita política de EE.UU. durante la mayor parte del último medio siglo.
El régimen socialista democrático de Allende nunca dio armas al pueblo ni estableció relaciones económicas en el extranjero capaces de sostener una política exterior independiente. No sorprende que estos días Chile haya seguido el llamamiento de Trump para derribar al presidente venezolano Maduro.
Los resultados contrapuestos de los regímenes títere
Algunos de los golpes de Estado orquestados por EE.UU. fueron derrotados antes o después.
El clásico ejemplo que ilustra la derrota de un régimen clientelar es el de Cuba, que logró derribar la dictadura de casi diez años de Batista y ha conseguido resistir una invasión directa organizada por la CIA y un bloqueo económico durante el último medio siglo (hasta nuestros días).
Cuba fue capaz de derrotar la política restauracionista gracias a la decisión de Fidel Castro de armar al pueblo, expropiar y tomar el control de las multinacionales hostiles de Estados Unidos y establecer aliados estratégicos en el exterior: la URSS, China y, mucho después, Venezuela.
Por el contrario el golpe de Estado respaldado por el ejército estadounidense en Brasil (1964) mantuvo el poder más de veinte años, hasta que se restauró parcialmente la política electoral bajo la dirección de las élites.
Dos décadas de programas económicos neoliberales fallidos propiciaron la elección de los reformistas sociales del Partido del Trabajo (PT), que comenzó a poner en marcha grandes programas para combatir la pobreza encuadrados en el contexto de políticas neoliberales.
Tras década y media de reformas sociales y una política exterior relativamente independiente, el PT sucumbió ante la recesión de una economía dependiente de las materias primas y ante unos estamentos hostiles (la judicatura y el ejército, concretamente) y fue reemplazado por un par de regímenes clientelares de extrema derecha que han funcionado bajo la dirección de Wall Street y del Pentágono.
Estados Unidos ha intervenido con frecuencia en Bolivia, apoyando golpes militares y regímenes clientelares y en contra de regímenes nacional-populistas (1954, 1970 y 2001). En 2005, un levantamiento popular dio paso a elecciones libres que llevaron al poder a Evo Morales, líder de los movimientos cocaleros. Entre 2005 y el momento actual, el presidente Morales ha dirigido un gobierno moderado de centro-izquierda y antiimperialista.
El fracaso de las iniciativas estadounidenses para derribar a Morales es consecuencia de diversos factores: Morales organizó y movilizó una coalición de campesinos y obreros (especialmente mineros y cocaleros). Se ganó la lealtad del ejército, expulsó a las «agencias de cooperación» que actuaban como caballo de Troya, amplió el control sobre los hidrocarburos y promovió los vínculos con la agroindustria.
La combinación de una política exterior independiente, una economía mixta, alto crecimiento y reformas moderadas neutralizó los intentos estadounidenses por derribar su gobierno.
No es ese el caso de Argentina. Tras el sangriento golpe de Estado de 1976, en el que el ejército respaldado por EE.UU. asesinó a 30.000 ciudadanos, el ejército fue derrotado por la Arma da Británica en la guerra de las Malvinas y se retiró después de siete años en el poder.
El régimen títere nacido tras el de los militares gobernó y saqueó el país durante casi una década antes de hundirse en 2001 a causa de una insurrección popular. Sin embargo, la izquierda radical, carente de cohesión, fue reemplazada por gobiernos de centro izquierda (Kirchner-Fernández) durante alrededor de una década (2003-2015).
Los regímenes neoliberales del bienestar entraron en crisis y fueron reemplazados en 2015 por otro régimen títere de Washington encabezado por Macri, que procedió a revertir las reformas, privatizar la economía y subordinar el Estado a los banqueros y especuladores estadounidenses.
Tras dos años en el poder, el gobierno títere se tambaleó, la economía entró en una espiral descendente y comenzó otro ciclo de represión y protestas populares. La debilidad del gobierno lanzó a la gente a la calle mientras el Pentágono afila sus cuchillos y prepara nuevos títeres para reemplazar al actual régimen clientelar.
Conclusión
Estados Unidos no ha podido consolidar los cambios de régimen en aquellos países grandes que cuentan con organizaciones de masas y un ejército leal. Sí lo ha conseguido en regímenes nacional-populares como Brasil y Argentina. Pero, con el tiempo, los gobiernos títere han sido derrotados.
Así como Estados Unidos recurre a una única «vía» (golpes militares e invasiones) para aplastar a los gobiernos populares pequeños y más vulnerables, utiliza una estrategia de «múltiples vías» con los grandes países poderosos.
Por lo general, en el primer caso es suficiente una llamada al ejército o el envío de los marines para acabar con una democracia electoral. En el caso de países poderosos, EE.UU. utiliza una estrategia de múltiples agentes que incluye el bombardeo propagandístico en los medios de comunicación y, catalogar a demócratas como dictadores, extremistas, corruptos, amenaza para la seguridad, etc.
Cuando la tensión aumenta, los clientes regionales y los estados europeos se organizan para apoyar a los títeres locales.
El presidente de EE.UU., cuyo dedo índice vale tanto como el voto de millones de electores, corona a presidentes impostores. Las manifestaciones en la calle y la violencia organizada y pagada por la CIA desestabilizan la economía; las élites empresariales boicotean y paralizan la producción y la distribución. Se gastan millones en sobornar a jueces y altos oficiales del ejército. Si el cambio de régimen puede lograrse a través de sátrapas militares locales, Estados Unidos evita la intervención militar directa.
Los cambios de régimen en los países más grandes y más ricos duran entre una y dos décadas. Sin embargo, el cambio a un régimen electoral títere puede consolidar el poder imperial durante un periodo más prolongado, como fue el caso de Chile.
Cuando el régimen democrático tiene un fuerte apoyo popular, Estados Unidos proporciona la asistencia ideológica y militar para una masacre a gran escala, como ocurrió en Argentina.
La próxima confrontación en Venezuela será un caso de cambio de régimen sangriento, pues Estados Unidos tendrá que asesinar a cientos de miles y derrotar a los millones de personas comprometidas con los avances sociales, con su lealtad a la nación y con su dignidad.
Por el contrario, la burguesía y los traidores políticos que la siguen buscarán venganza y recurrirán a las más infames formas de violencia para despojar a los pobres de sus avances sociales y sus recuerdos de libertad y dignidad.
No debe sorprender que el pueblo venezolano se esté preparando para una lucha prolongada y decisiva: se lo juegan todo en esta confrontación final con el imperio y sus títeres.
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