Todo el mundo ha visto las imágenes. Ataques a mezquitas. Incendio de hoteles para solicitantes de asilo. Bandas de hombres lanzando piedras contra casas de comunidades musulmanas. Matones en Middlesbrough haciendo controles para ver si los conductores son blancos (o no). Una niña en Belfast cantando insultos racistas mientras caminaba por la calle de la mano de su madre.
De Liverpool a Leicester, de Belfast a Bolton (y más allá), durante seis días a finales de julio y principios de agosto el Reino Unido ha sido testigo de su peor violencia de extrema derecha en 50 años.
Aunque hay pruebas abrumadoras de que los alborotadores tenían como objetivo a un tipo específico de ciudadanos británicos e inmigrantes -musulmanes y personas de color-, los medios de comunicación y la clase política del Reino Unido han sido incapaces de condenar la violencia por lo que es: islamofobia y racismo.
Se puede afirmar sin temor a equivocarse que, si los alborotadores hubieran centrado su violencia en otros grupos religiosos (cristianos, judíos o hindúes), la clase dirigente habría denunciado inmediatamente (y con razón) la violencia como anticristiana, antisemita y antihindú, respectivamente.
Se habría producido una avalancha de condenas de todo el espectro político británico, así como de líderes internacionales. El primer ministro británico, Keir Starmer, se habría apresurado a acudir al lugar de los hechos para apoyar a las víctimas.
Los musulmanes, en cambio, no gozan de tanta dignidad y apoyo. Starmer no se movió para visitar la mezquita de Southport que fue atacada por la extrema derecha (provocada por la falsa y racista desinformación de que los apuñalamientos de Southport fueron perpetrados por un solicitante de asilo musulmán). El primer ministro tardó más de una semana en reunirse con los líderes de la comunidad musulmana, e ignoró las peticiones del Consejo Musulmán de Gran Bretaña.
Mientras tanto, en la televisión nacional, Starmer denunció públicamente los disturbios como «matonismo de extrema derecha», pero fue incapaz de utilizar las palabras «islamofobia» y «racismo», tan cotidianas ya. Uno sólo puede imaginarse cuánto peores habrían sido la respuesta y el lenguaje de un gobierno conservador, evitando, muy probablemente, incluso el uso de términos como «extrema derecha».
En resumen, nunca ha estado tan claro hasta qué punto se han normalizado el sentimiento antimusulmán y el discurso del odio en todo el Reino Unido. La islamofobia está tan extendida que una reciente encuesta de YouGov reveló que una cuarta parte de los británicos piensa que los musulmanes son los culpables de la reciente violencia antimusulmana, y no la extrema derecha. Los autores y las víctimas.
Un problema ancestral
El racismo forma parte de la historia colonial británica desde hace siglos; el comercio de esclavos es un ejemplo importante. En décadas más recientes, sin embargo, el racismo en forma de retórica antiinmigración ha dado muchas vueltas de tuerca.
«Después de la Segunda Guerra Mundial hubo mucha retórica sobre los trabajadores caribeños que ayudaron a reconstruir Gran Bretaña. Luego, en los años 60, se habló de trabajadores asiáticos centrados en sus familias», explica Ashok Kumar, economista político de la Universidad de Birkbeck. «Más tarde, tras Enoch Powell y la crisis económica de los 70, la retórica se agrió y las fronteras se estrecharon. De repente surgió una ‘subclase’ de negros y morenos ‘parásitos’ que eran ‘irresponsables y violentos’».
El vandalismo, especialmente en los años 80, empeoró aún más este panorama (y la violencia), por lo que no fue hasta mediados de los 90 y los 2000 cuando el panorama mejoró algo, al menos en apariencia.
«Sin embargo, a principios de la década de 2010, la retórica antiinmigración se intensificó, concentrándose en los europeos del Este. Pero esta tendencia se agotó después del Brexit, por lo que se necesitaba un nuevo hombre del saco y las cosas volvieron al enfoque antimusulmán y anti-personas racializadas que se había estado construyendo después del 11 de septiembre y el 7/7, y se aceleró después de la guerra civil siria, el Dáesh y la crisis migratoria del Mediterráneo», añade Kumar.
«Hoy estamos viendo pogromos en nuestras calles, quema de hoteles con la intención de matar a los solicitantes de asilo, porque durante décadas el Estado británico y los medios de comunicación han normalizado la violencia racializada y los argumentos de extrema derecha», dice Kai Heron, profesor de ecología política en la Universidad de Lancaster.
«Nuestra opción ha sido entre gobiernos y medios de comunicación que están de acuerdo con las ideas de extrema derecha al por mayor, o que no localizan las razones estructurales subyacentes del descontento racista y, al no hacerlo, lo perpetúan».
La inmigración es económicamente ventajosa para la economía británica, pero tiene el potencial de convertirse en políticamente desventajosa para las élites, a menos que se utilice el racismo para ocultar las razones subyacentes de la privación social entre las clases trabajadoras británicas, explica Heron.
En resumen, la concentración de comunidades de inmigrantes en grandes ciudades con pocos servicios o en pueblos en proceso de desindustrialización pone de relieve y agrava las privaciones existentes, añade Heron.
En lugar de reconocer estas carencias como resultado de la explotación económica o de la negligencia de Westminster hacia las comunidades desatendidas, los medios de comunicación y la clase política acusan a los trabajadores inmigrantes racializados y a los solicitantes de asilo de suponer una «carga» para el Estado y de abrir un agujero en el tejido social británico, por lo demás intacto.
El establishment
El chivo expiatorio político de los inmigrantes es habitual. El año pasado, un correo electrónico enviado en nombre de la entonces ministra del Interior, Suella Braverman, culpaba a los «abogados de izquierdas» de bloquear su política sobre Ruanda. Este mes, los alborotadores anunciaron unas 40 acciones ante centros de inmigración y bufetes de abogados. La retórica política tiene repercusiones.
«La crítica de Starmer a la política sobre Ruanda, mientras tanto, no era por ser ilegal e inhumana, sino que no aportaba ‘valor por dinero’. Esto, a su vez, legitima la idea común entre los alborotadores de extrema derecha de que alojar a los solicitantes de asilo en hoteles es caro e injustificable cuando los ciudadanos británicos están luchando contra una crisis del coste de la vida, o viendo cómo un gobierno laborista recién elegido les rescinde el pago del combustible en invierno», explica Heron.
Además, tanto el Partido Conservador como el Laborista han dicho que «detendrán los barcos» y «aplastarán» a las bandas de traficantes en el Canal de la Mancha, pero no mencionan que no existen vías legales y seguras para solicitar asilo en el Reino Unido. Tampoco relacionan cómo las personas que solicitan asilo en el Reino Unido han visto sus vidas destrozadas por un sistema de acumulación de capital y guerra en cuya perpetuación ha tenido mucho que ver el propio Reino Unido, explica Heron.
«La deslucida cobertura de los disturbios fascistas por parte de la clase dirigente no es un desafortunado error, sino un acto en interés propio», afirma un portavoz del Movimiento Juvenil Palestino. «Establece falsas equivalencias entre los alborotadores supremacistas blancos y los contramanifestantes antifascistas, algo que va de la mano con el incesante ataque y demonización de las [marchas] [pacíficas] pro-Palestina por parte del Reino Unido durante diez meses».
Gran Bretaña también ha estado implicada de forma central en el «subdesarrollo» de la región árabe durante décadas, desde Iraq e Irán hasta Afganistán, afirma Heron. «Las vidas de los musulmanes, en otras palabras, son sistemáticamente devaluadas por la política exterior del Estado británico. No es de extrañar, por tanto, que los ciudadanos británicos blancos agraviados las desprecien de forma similar. Y no es de extrañar que los políticos británicos no cuestionen esta característica particular de los actuales disturbios».
Musk y los nuevos medios
Con el futuro de las comunicaciones y el consumo de noticias cambiando drásticamente, los medios sociales están desempeñando un papel mucho más importante, especialmente entre la extrema derecha que se manifiesta en contra del periodismo convencional y defiende los medios sociales como plataforma de credibilidad.
Uno de los aspectos más distintivos de los recientes disturbios es la medida en que Telegram y X fueron utilizados por la extrema derecha para difundir información errónea y desinformar sobre la identidad del atacante de Southport y luego llamar a la violencia contra los musulmanes y los solicitantes de asilo.
Elon Musk, propietario de X, publicó varios mensajes provocadores en la plataforma, incluido uno en el que afirmaba que «la guerra civil es inevitable», lo que provocó duras críticas del Gobierno de Starmer.
«Musk disfruta avivando en X las llamas de los disturbios en el Reino Unido mediante la promoción de narrativas de extrema derecha y el discurso de odio islamófobo», dice Marc Owen Jones, profesor asociado de la Universidad Northwestern de Qatar.
«Como la persona más seguida en X, todo lo que le gusta o a lo que responde recibe un gran impulso algorítmico. Está actuando como un Rupert Murdoch digital, seleccionando y promoviendo el discurso de odio de derechas en el Reino Unido».
Por ejemplo, Musk respondió recientemente al tuit de la cuenta de Twitter @europeinvasionn sobre los disturbios en el Reino Unido, una cuenta que Jones describe como «una operación de influencia que se dedica exclusivamente a la desinformación antimigrante y antimusulmana, y la cuenta más influyente en la difusión de la falsa noticia de que el atacante de Southport era musulmán».
El hecho de que Musk se relacione con cuentas falsas muestra un nivel de ignorancia fingida o real sobre cómo se manipulan estas plataformas, según Jones. «No hay duda de que la existencia de bots y cuentas falsas en X es enorme, y muchas de ellas son contratadas o creadas por actores estatales. Creo que Musk está haciendo la vista gorda o incluso permitiendo que eso ocurra».
Acciones como estas, por parte de Musk, no son nada nuevo. A finales del año pasado, retuiteó en X a una de las figuras de extrema derecha más influyentes del Reino Unido, Tommy Robinson, que se encontraba en el desierto digital hace apenas un año. Los días 3 y 4 de agosto (en plenos disturbios), sus posts fueron vistos en X más de 126 millones de veces.
«Basta con echar un vistazo a los tuits de Musk de la última semana para darnos cuenta de que se ha dedicado literalmente a incitar al odio contra los inmigrantes y los musulmanes», afirma Jones. «Así es como se ha normalizado la retórica islamófoba en la política y los medios de comunicación (viejos y nuevos). Las cosas que se pueden decir de los musulmanes son escandalosas, y si esas mismas cosas se dijeran de otras religiones habría una indignación total».
En la actualidad, el 18% de los británicos piensa que la inmigración musulmana forma parte de un plan para convertir a los musulmanes en la mayoría de la población, mientras que el 30% cree que el Gobierno oculta la verdad sobre el número de inmigrantes que viven en Gran Bretaña (cifra que se eleva al 47% entre los votantes del partido Reform), según una reciente encuesta de YouGov.
Voces como las de Musk, Robinson y el líder de Reform UK, Nigel Farage, son comparables desde hace décadas. Pero nunca tales opiniones se han compartido y difundido con tanta facilidad.
Sebastian Shehadi es un periodista independiente y es colaborador habitual de The New Statesman. X: @seblebanon
Texto original: The New Arab, traducido del inglés por Sinfo Fernández.