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Los golpes en América Latina

Fuentes: Rebelión

No es de hoy que se ha observado el movimiento a la derecha en América Latina. La clase dominante nunca estuve quieta, hasta porque los gobiernos más progresistas que surgieran no fueran revolucionarios y buscaran la vía por las instituciones burguesas, apostando en la democracia liberal, que nada más es que la dictadura del capital. […]

No es de hoy que se ha observado el movimiento a la derecha en América Latina. La clase dominante nunca estuve quieta, hasta porque los gobiernos más progresistas que surgieran no fueran revolucionarios y buscaran la vía por las instituciones burguesas, apostando en la democracia liberal, que nada más es que la dictadura del capital. En Venezuela, donde el proceso de transformación a la izquierda ha sido más intenso, durante todo el tiempo de gobierno de Chávez, la elite local, patrocinada por instituciones estadounidenses, nunca ha dado tregua y llegó a dar un golpe en 2002, rechazado por la gente en la calle. Hoy, con Maduro, la batalla sigue cada vez más fuertes y con victorias por parte de la derecha, una vez que el gobierno bolivariano manca entre errores. Lo que ha asegurado el gobierno es el Pueblo, que, mismo conociendo los equívocos, no ha querido volver al pasado, cuando estaba fuera de las decisiones.

Ocurre que la clase dominante latino-americana no ha conseguido soportar siquiera la perdida de algunos anillos, que es lo único que ha sido provocado por los gobiernos dictas populares. En Honduras, en al año de 2009, cuando el hacendado Mel Zelaya ha buscado apuntar algunos pequeños ayustes en el sentido de incluir los más pobres desde acuerdos con Venezuela, fue debidamente tumbado por un golpe judiciario. La historia fue muy parecida con la que acontece hoy en Brasil. El Ministerio Público de Honduras ha expedido un orden de prisión en contra del presidente, alegando que era necesaria una detención preventiva de Zelaya, para evitar que el desapareciera algunos documentos que los procuradores consideraban relevantes en un proceso contra el presidente, o que el mismo se fuera del país. Pues, no había cualquier indicio de que eso pudiera acontecer. Zelaya entonces fue secuestrado por los militares y llevado para fuera del país, en flagrante violación a la Constitución y tuve impedida su defensa.

El que se siguió en Honduras ahora es historia. El golpe fue respaldado, Zelaya fue depuesto y su único «crimen» fue tener convocado al pueblo para decidir si quería o no una nueva Constitución. Nuevas elecciones fueran llamadas, sin la participación de la izquierda y, mismo ilegítimas, tuvieran la aprobación de toda la comunidad internacional. Era la vuelta de los golpes, de esa vez disfrazados en la acción del Judiciario.

El año de 2012 ha visto nuevo golpe ser aplicado en un gobierno progresista de América Latina. De esa vez fue en Paraguay. Fernando Lugo, que avanzaba tímidamente en el debate con los campesinos en la búsqueda de una reforma agraria, fue violentamente rechazado por la clase dominante local, que no quería tener cualquier pérdida de sus históricos privilegios. Acusado por el judiciario de ser el responsable por una masacre de campesinos en el contexto de una lucha por tierra, ha iniciado un proceso de impedimento del presidente. El inédito es que ese proceso ha durado menos de 24 horas. La Cámara de los Senadores de Paraguay ha dado a los abogados del presidente menos de cinco horas para la defensa. Fue un golpe judiciario/parlamentario rápido y violento. En una votación apresada y marcadamente decidida sin cualquier prueba de culpa del presidente, por 39 votos a 4, Fernando Lugo fue sacado de la presidencia. De nuevo, el mundo ha respaldado el golpe. Elecciones fueran marcadas y la clase dominante volvió al poder, libre de cualquier amenaza «comunista». Todo fue olvidado y la vida se fue a frente. Pero, en verdad, lo que pasaba era la consolidación de un nuevo tipo de golpe, ya sin la presencia de los cañones, aunque igualmente destruidor.

El Brasil

Hoy el Brasil vive proceso semejante. Con base en acusaciones hecha por personas – delaciones premiadas – sin que tengan sido presentadas pruebas reales y concretas, están en curso dos vías del golpe. Una de ellas, muy parecida con la que sucedió a Zelaya, involucra el judiciario y la tentativa de prisión forzada de Luis Inácio Lula da Silva, potencial candidato a las elecciones de 2018. El ex-presidente, acusado de corrupción, seria preso para evitar que se fuera del país, esa es la alegación de juez Sérgio Moro, elevado a la condición de héroe por los medios comerciales, por la élite e por los enemigos del PT. Hay indicios de que durante su detención forzada para que prestase declaración en una sala de un aeropuerto de São Paulo, había un plan para sacarlo del país, exactamente como se hizo con Zelaya. Y eso no habría pasado por cuenta de la recusa del comandante de la base en participar, en permitir el secuestro.

La otra vía es la parlamentar, con la aceptación del pedido de impedimento de la presidenta Dilma Roussef, también basado en acusaciones de personas de que ella estaría involucrada en los casos de corrupción en Petrobras. Nada de pruebas, solo testigos de delaciones. El proceso en el Congreso Nacional también es viciado. De los 65 parlamentares escogidos para la comisión que habrá de analizar el pedido de impedimento, más de 35% de ellos están acusados de corrupción, e con bases reales. El propio presidente de la casa, Eduardo Cunha, tuve descubiertas las cuentas que tiene en el extranjero. Pruebas reales. Pero a esos, nadie toca. Ellos representan intereses dominantes, que quieren recuperar la silla del Palacio del Planalto.

Lo más trágico en toda esa «novela» brasileña es que el PT siquiera se aproxima de lo que podría ser llamado de un gobierno progresista. Mientras todo ese tempo que está en el poder ha gobernado con el grande capital. El propio Lula ya ha dicho que nunca los ricos ganaran tanto cuanto en su gobierno. Pero los medios – que es el brazo armado del sistema – han resuelto que ese es un gobierno «comunista», cosa que revolvería los cuerpos de Marx y Lenin en la tumba. Lo que el PT ha hecho fue crear una serie de políticas que posibilitó a los más pobres entraren en la rueda del consumo y a los extremamente pobres salieren del hambre crónica. Un paso tan chico y que aún no ha sido «engullido» por la clase dominante. Cotas para negros, indígenas y alumnos de escuela pública llevaran millones de empobrecidos para las universidades, 13 nuevas universidades fueran creadas, bolsa-familia, programas de pleno empleo y otra serie de políticas que, además de usaren parte minúscula del PIB, hacen la diferencia en la vida de otras millones de personas.

En el bloque de izquierda las opiniones se dividen en esa hora de agonía del gobierno petista. Parte de ella no quiere saber si está en curso un golpe o no. Es contra del PT y lucha contra él, apuntando que la salida para la crisis tiene que ser definida por los trabajadores. Grita «fuera todos» y pide nuevas elecciones. Otra parte, mismo siendo crítica del gobierno petista desde la primera hora, entiende que ese es un momento en que se precisa, primero, evitar el golpe judiciario/parlamentario/mediático en curso, pues eso enflaquece el frágil proceso democrático burgués que sustenta el país. En el medio de todo eso están también los apoyadores del gobierno, que no apenas luchan contra el golpe, pero defienden con uñas y dientes el modo petista de gobernar, que compone con el capital.

Es una encrucijada, pero cada uno está haciendo sus escojas. Marchas son llamadas a toda hora. La derecha organizada, financiada por partidos de derecha y e entidades empresariales, como la FIESP (federación de empresarios de São Paulo), ha reunido su gente e salido a la calle, arrastrando también una capa media que, además de haber llegado al consumo en esos años petistas, se ha bandeado para la derecha, tratando de buscar más privilegios. Junto con ella también se van aquellos que, por no conseguir ver atendidas sus demandas en el gobierno petista, han buscado apuntarlas. En esos grupos se ve un festival de cosas bizarras como los que piden la intervención militar, o la ayuda de Donald Trump.

También se van a las calles los militantes de la izquierda, sea junto con los gubernistas en la opción de lucha conjunta contra el golpe, sea en la lucha aislada buscando reunir los trabajadores para una salida sin composición con el gobierno.

Lo hecho es que las movilizaciones mostraran a los golpistas que, además de tener el judiciario, el parlamento y un número expresivo de gente en las calles, aún existe un contingente muy grande de personas dispuesto a luchar en contra del golpe. En la primera movilización de la derecha hubo cierta euforia, pues no es común que la clase dominante se exprese en la calle, en marchas. Y, al final, fueran casi dos millones los que salieran en paseatas por todo el país. Pero numero semejante ha formado una vaga roja días después, y eso ha colocado un dado a más en la evaluación de coyuntura de la derecha. La gente esperaba que la prisión de Lula fuese anunciada al final de la semana, cosa que no pasó. Y hoy, martes, día 22, las piedras del tablero aún no se han movido.

La semana, que es santa para los católicos, está así, en clima de tensión. El golpe sigue apretando los nudos, con la ayuda fundamental del oligopolio de los medios. Y, mientras tanto, el Congreso Nacional, lo más conservador de los últimos tiempos, sigue votando leyes que acaban con derechos y profundizan los males de los trabajadores.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.