Kathe Meredith retiene con dificultad sus lágrimas lanzando una última mirada a su hijo, Darragh, que se adentra en la zona reservada a las salidas en el aeropuerto de Dublín. Como él, miles de irlandeses abandonan la isla, huyendo de la crisis como hace siglo y medio hicieron sus ancestros.
Darragh, de 22 años de edad, ha elegido Corea del Sur, donde ha encontrado el puesto de profesor que no pudo conseguir en su patria. Su hermano, Connor, está ya instalado en Australia y otro hermano, Bryan, mira ya hacia Canadá.
«No hay nada para ellos aquí», señala su madre mientras se enjuaga las lágrimas. «Darragh no podía encontrar trabajo. Es terrible. Y mira que amo a este país», dice.
Un millar de personas abandonan Irlanda cada semana, según el instituto de investigación ESRI. Muchos son inmigrantes procedentes de Europa del este, que llegaron cegados por el crecimiento económico del Tigre Celta, pero a los que la crisis fuerza a volver a sus casas. Pero otros son irlandeses de origen, que se embarcan hacia Nueva Zelanda, Australia, Canadá…
Irlanda creía haber enviado a los libros de historia los tiempos en que sus hijos debían de huir de la miseria, como durante la dramática hambruna de mediados del XIX. Entonces fueron un millón los que se embarcaron al exilio, la mayoría con destino a EEUU, a bordo de los coffin ships (barcos-ataúdes), bautizados con ese nombre porque la tasa de mortalidad en el viaje rondaba el 30% del pasaje.
El crecimiento económico exponencial de los años 90 llegó a invertir la tendencia: Irlanda se convirtió en un país de inmigración, no de emigración. Pero la recesión histórica de 2008 ha hecho reaparecer el paro, con cifras récord del 14%.
Bobby Prendeville, de 24 años de edad, ha decidido también probar suerte en Alemania, donde le espera un trabajo. «Soy el último. Todos mis amigos ya partieron», señala, la mayoría a Australia o Canadá. «No es fácil para mí partir pero no tengo elección. No hay nada aquí», indica el electricista.
La demanda es tal que su sindicato, Technical Engineering and Alectrical Union (TEEU), ofrece seminarios para dar consejos para la salida. «Es verdaderamente doloroso. Son muchos los q ue están dispuestos a partir», se lamenta Nrian Nolan, un responsable de la central sindical. En Cork (sur), un reciente seminario organizado por electricistas dispuestos a emigrar ha reunido a 97 personas. «No hay trabajo en Irlanda. Es así de simple», insiste Jason Greene, director de la agencia Skill Shortage Solutions, organizadora del curso.
«Desde enero no hay descanso», confirma Kathleenn Lucey, consejera para la obtención de visados australianos. «Da la impresión de que todo el mundo ha despertado con el Año Nuevo y ha decidido irse».
En el aeropuerto de Dublín, Bryan Meredith, de 24 años, observa su futuro mientras ve a su hermano Darragh partir. «Probablemente seré el siguiente, y no muy tarde», afirma.
Con un máster de urbanismo en el bolsillo, hace cábalas entre elegir Canadá, Australia o Nueva Zelanda. «Tendré más oportunidades en cualquiera de esos destinos. Eso seguro», sentencia.
Electoralismo y demagogia
Favorita en todas las encuestas, Enda Kennny (Fine Gael) cerró el jueves la campaña en vísperas de las elecciones celebradas ayer. «Miles de padres y madres miran cómo sus hijos se van a Syndey o a Vancouver. Os pido traducir vuestra cólera en acción y votar por nuestro plan, que volverá a poner a Irlanda en marcha», sostuvo.
Más allá de mensajes electorales, la realidad política es terca y explica la desesperación de la población. Y es que se espera un castigo histórico a Fianna Fail, en el poder, en beneficio de Fine Gael. El mismo perro con distintos collar. O peor aún.