El líder laborista noruego, Jens Stoltenberg, ha logrado la reelección de su Gobierno de coalición, algo que no ocurría desde hacía 16 años en el país escandinavo. Sus promesas de reforzar el Estado de Bienestar y crear más empleo han llevado a los noruegos a optar por la continuidad frente a la ruptura.
Los noruegos han renovado su confianza para los próximos cuatro años en la coalición gubernamental de centro izquierda, que conserva su mayoría absoluta en el Parlamento y cabe esperar que mantendrá la misma política socioeconómica y su no adhesión a la Unión Europea.
La coalición de centro izquierda gobernante en Noruega -Partido Laborista, Izquierda Socialista y Partido Centrista- consiguió conservar una ajustada mayoría parlamentaria en las elecciones legislativas del pasado 14 de setiembre gracias a una campaña basada en la promesa de reforzar el Estado de Bienestar y defender el empleo en este Estado escandinavo rico en petróleo.
Con el trasfondo de la crisis económica mundial y frente a las promesas de reducción de impuestos de la derecha, los noruegos optaron por la estabilidad y la protección que garantiza el Estado de Bienestar, una receta que ha demostrado su validez frente a la crisis, prorrogando el Gobierno de la coalición de centro izquierda que lidera el primer ministro laborista, Jens Stoltenberg.
Al revalidar su mayoría parlamentaria, con 86 de los 169 escaños, el Ejecutivo de Stoltenberg se ha convertido en el primero en ser reelegido con mayoría absoluta en Noruega desde hace 40 años y mantiene al país como el único bastión socialdemócrata, junto a Islandia, en los países nórdicos, aunque con sus diferencias. La crisis dejó a Islandia al borde de la bancarrota y acabó con el Gobierno de coalición entre el Partido de la Independencia y los socialdemócratas, quienes tras las elecciones siguen en el poder, ahora coaligados con los Verdes. Pero en Noruega ha sido precisamente el sereno tratamiento con el que Stoltenberg ha hecho frente a la crisis, que ha prevalecido sobre algunos escándalos en su gestión, lo que, junto a la desunión de la oposición de derecha, le ha llevado al triunfo electoral.
La otra diferencia, su postura frente a la UE. Mientras el nuevo Ejecutivo islandés solicitó iniciar las negociaciones para el ingreso en la Europa comunitaria, una de las claves para su recuperación económica, Oslo afirma que no planteará una tercera solicitud de ingreso en la UE en la próxima legislatura, tras los rechazos en referéndum de 1972 y 1994.
Después de perder el poder en Suecia, Finlandia y Dinamarca, donde el paro, la recesión y el modelo social llevaron al centro derecha al Gobierno, la socialdemocracia resiste en Noruega.
En una Europa en la que la socialdemocracia vive una crisis pareja a la económica, el triunfo de Jens Stoltenberg demuestra que todavía puede ganar elecciones e, incluso, revalidar mayorías. Una victoria que puede tener mucho que ver con la política nórdica, implementada por «países escrupulosamente democráticos, desarrollados y con una excelente gestión pública», según Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano.
Los noruegos tienden a «elegir la seguridad antes que la libertad», un rasgo que, según dicen los analistas, se acentúa en los periodos de crisis económica.
Noruega, uno de los principales exportadores de hidrocarburos, ha salido relativamente indemne de la actual crisis. Tras una breve recesión que apenas se ha notado, el país escandinavo mantiene la tasa de desempleo más baja de Europa, el 3%.
Por eso, además del miedo al cambio, la forma de administrar esta crisis ha sido probablemente una de las razones de la victoria electoral de la coalición de centro izquierda y, sobre todo, del Partido Laborista de Stoltenberg. En una situación económica dudosa para el país, muchos son los que se resisten a entregarse a experimentos.
Hasta ahora, el maná petrolero había sido un obstáculo para la reelección, pero el Ejecutivo saliente escapó a la «maldición de la riqueza petrolera», que ha contribuido a la caída de todos los gobiernos salientes desde que Noruega empezó a invertir sus beneficios en un fondo soberano en 1996, se enorgullece de haber ayudado a Noruega a superar la crisis gracias a la bonanza petrolera.
En previsión de la era postpetróleo, Noruega coloca desde aquel año sus ingresos petroleros en un fondo de pensión que a finales de junio se calcula que contaba con 277.000 millones de euros. Este año, el Gobierno, que mantendrá la misma política económica y su disposición a utilizar dinero para garantizar el empleo, prevé inyectar 3,5 millones de euros suplementarios de ingresos petrolíferos para estimular la economía.
Sin embargo, muchos noruegos están molestos por las carencias del Estado de Bienestar, sobre todo en materia de infraestructuras básicas como la sanidad o las carreteras -debido a la estricta política de ahorro de los beneficios de los hidrocarburos-, cuando pagan unos de los impuestos más altos del mundo y, además, tienen el segundo fondo soberano del planeta. Creen que Noruega va bien porque tiene petróleo y no por la gestión del Gobierno, y de ese malestar se aprovecha la derecha, sobre todo el populista y xenófobo Partido del Progreso, que con su lenguaje similar al del Partido Popular danés se ha consolidado como segunda fuerza tras las elecciones.
El Partido del Progreso, de Siv Jensen -el verdadero problema político de Noruega para algunos-, trató de capitalizar ese descontento prometiendo derogar la norma que limita al 4% la parte que el Estado puede tomar de ese fondo para equilibrar su presupuesto. Ese discurso combinado con su posición ultrarrestrictiva respecto a la inmigración fue respaldado por un 22,9% de los noruegos, que le han dado 41 escaños. Jensen no dudó en afirmar que Noruega, el 10% de cuya población es inmigrante y donde se acoge a asilados de Afganistán, Irak, Somalia y Eritrea, se está «islamizando».
Pero si el Partido del Progreso se ha aprovechado del descontento por los fallos del Estado de Bienestar, el centro izquierda, sobre todo el laborismo, se ha beneficiado también del «desorden» en el seno de la oposición de derecha, donde los pequeños partidos democratacristiano y liberal torpedearon la oportunidad de formar un posible Gobierno alternativo a los ojos de los electores al negarse en redondo a cualquier pacto postelectoral con los populistas. Una posibilidad que podría abrirse de cara a 2013 con la dimisión del líder del Partido Liberal, Lars Sponheim, el gran derrotado.
Así las cosas, mientras los conservadores sigan dominados por el Partido del Progreso continuarán echando a los electores a los brazos del primer ministro Stoltenberg, un defensor de la justicia social y el empleo que convenció a los electores que resis- tieron al canto de sirenas de la reducción de impuestos prometida por la derecha. «Ahora se trata de asegurar el empleo, de renovar y de mejorar el Estado de Bienestar y de ser un país de vanguardia en el tema climático», declaró tras su victoria.