Si un relámpago quiebra la oscuridad el cuerpo espera -instintivamente− el sonido del trueno. Así, después del 8 de mayo, el país se montó en una ola de nuevas expectativas políticas y se mantiene a la espera del cambio, aguardando el sonido de un trueno que aún no llega. Un cambio tan prometido por el […]
Si un relámpago quiebra la oscuridad el cuerpo espera -instintivamente− el sonido del trueno. Así, después del 8 de mayo, el país se montó en una ola de nuevas expectativas políticas y se mantiene a la espera del cambio, aguardando el sonido de un trueno que aún no llega.
Un cambio tan prometido por el nuevo presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, como anhelado por una ciudadanía que, en su nombre y por primera vez en 60 años, se animó a colocar en la presidencia a un partido diferente a Liberación y la Unidad con 1,3 millones de votos.
Sin embargo, a cien días de gobierno, el rumbo de ese cambio no se visualiza aún con la claridad que algunos esperaban y -comienza a verse ahora- tampoco significa lo mismo para todos.
Para un sector de quienes apoyaron la candidatura de Solís las primeras señales de desconcierto llegaron durante la negociación por el directorio legislativo con los diputados cristianos y luego con la designación de un gabinete y unas presidencias ejecutivas menos rojiamarillas de lo que esperaban y más socialcristianas de lo que logran digerir.
Desde el arranque de su administración, el presidente Solís mostró una vocación explícita por los gestos simbólicos, por el «selfie» infinito y el trato horizontal hacia una ciudadanía que aprecia y disfruta del estilo campechano de un presidente que no dudó en «volar pata» para unirse a la marea roja y festejar los triunfos de la Sele en la Fuente de la Hispanidad.
En ese plano sí, el sonido del trueno complementó de inmediato a la luz del relámpago.
El discurso inicial con su promesa de un gobierno transparente, su imagen de construir la administración bajo un edificio de cristal, se complementaron durante la primera jornada en la Casa Presidencial con la orden de podar los árboles que obstruían la vista hacia las oficinas del presidente y luego al izar la bandera de la diversidad sexual en los edificios públicos.
A esos gestos siguieron otros, como la decisión de que su nombre no se incluya en las placas de las obras públicas que se inauguren durante su administración, o el debate público que sostuvo con el Regulador General, Dennis Meléndez, sobre los aumentos de precio en los combustibles.
Por el contrario, en las decisiones concretas, de sí o no, de mejor esto o aquello, de vamos en lugar de venir, la prudencia, la cautela y cierta vocación por el «palanganeo» marcaron la pauta. El «sí» pero «todavía no», se impuso a los giros de 180 grados en temas como el déficit fiscal, la matriz energética, el costo de la electricidad o una orientación del modelo de desarrollo distinta a la del sector exportador.
En ese plano, en el de las definiciones de rumbo que marcan de manera explícita la diferencia con los anteriores gobiernos, el trueno aún no sucede al rayo.
Para el politólogo Francisco Barahona durante la campaña hacia la presidencia el candidato Luis Guillermo Solís creció mucho más que su propio partido, no solo en votos sino en la gente y en el equipo que lo rodeó para ganar las elecciones.
«El resultado final no fue que simplemente ganó el PAC, en realidad ganó Luis Guillermo Solís, la gente que lo acompañó y el PAC como asentamiento de fondo electoral. Esto significa que cuando el presidente entra el 8 de mayo necesita ampliar su base de apoyo de tecnócratas y gente con experiencia. Ahí vienen alianzas con gente del PUSC y acudir a gente de la UCR. El resultado es un popurrí de gabinete que no solo pertenece al PAC», analiza Barahona.
Bailar con ella
Durante estos cien días, el Partido Acción Ciudadana (PAC), su fracción parlamentaria, los ministros y el propio presidente Solís, están viviendo en carne propia el cambio brutal que significa pasar del llano al gobierno, de la promesa al hecho y de la potencia al acto.
En estos cien días han comprobado que el precio de la gasolina y la electricidad no bajan por decisión del Ejecutivo y que estar en el gobierno no es sinónimo de tener el poder.
Para el politólogo Gustavo Araya la frase dicha por el presidente fue una táctica equivocada para desviar la atención del público sobre la demora en la toma de decisiones de fondo.
«El presidente conoce de qué está hecho el poder y tuvo que amalgamar un gobierno que trascendió al PAC, con actores de la Unidad e incluso de Liberación, amalgamar y tomar decisiones era muy difícil en los primeros tres meses y, en lo ideológico hay una indefinición sobre lo que es compartido por los miembros y por los que se integren», puntualizó Araya.
En la visión del analista Juan Carlos Hidalgo, las novatadas y un tiempo de aprendizaje son normales en un partido que nunca ha gobernado y agrega que poca gente le está demandando al gobierno resultados durante estos primeros 100 días.
«Lo que la gente espera es que se defina un norte claro en cuanto a políticas relacionadas con costo de la vida, déficit fiscal, costo de la electricidad, competitividad, entre otras áreas importantes. No se vale que un equipo llegue al poder a hacer diagnósticos. Se supone que esos diagnósticos ya se hicieron en período de campaña y lo que el candidato ofrece son respuestas y soluciones a los problemas nacionales», expresó Hidalgo.
Los buques insignia de la campaña como la disolución del Conavi, congelar el precio de la electricidad y controlar el precio de la gasolina se mantienen a flote, pero navegan aún en un horizonte lejano.
Mientras tanto, señales como la inclusión de un proyecto de Ley de Libertad Religiosa y de Culto, que se aleja de la promesa de impulsar un Estado laico y el nombramiento de personajes polémicos como Mariano Figueres al frente de la DIS, mantienen al «hueso colorado» de partido en alerta amarilla.
Astilla del mismo palo
Los primeros cien días de la administración Solís Rivera aparecen, además, marcados por un fenómeno político singular: un Partido Liberación Nacional (PLN) muy debilitado por la paliza electoral que recibió en las urnas, con un candidato que abandonó la campaña en medio de la contienda y por la desgastada imagen que deja la presidenta Laura Chinchilla.
En el resto del arco político opositor: un sector es beligerante pero minoritario como el Partido Movimiento Libertario y otro se encuentra parcialmente incorporado al gobierno, como el caso de Partido Unidad Socialcristiana.
Así la figura crítica más poderosa surgió como una astilla del mismo palo: el dirigente y fundador del PAC, Ottón Solís.
Para el politólogo Daniel Calvo, desde su curul y desde el espacio político que aún ostenta dentro de las filas y la Asamblea partidaria, Ottón Solís ha fungido como un elemento que señala públicamente lo que considera cualquier «desviación» de los principios rojiamarillos.
«Ottón (Solís) ha ido agarrando prácticamente en estos 100 días uno a uno a los hombres más cercanos al Presidente y los ha ido golpeando», aseguró Calvo.
El politólogo Francisco Barahona ve los signos de ese mismo fenómeno en la última Asamblea del PAC.
«Hay una disconformidad dentro del PAC que va creciendo y se visualiza en Ottón Solís y Epsy Campbell con críticas muy directas como las que se dieron el domingo durante la Asamblea del partido, en donde se pidió que no nombre a uno de sus asesores más cercanos (Iván Barrantes)», señaló Barahona.
Precisamente esas tensiones internas del PAC detonaron el 11 de agosto cuando el diputado Víctor Morales Zapata se reintegró a las reuniones de fracción y un grupo conformado por los legisladores Ottón Solís, Epsy Campbell, Nidia Jiménez, Marvin Atencio y Marco Redondo se retiró de la bancada, decidió sesionar por separado y protestó por lo que consideran atropellos a la Asamblea del partido. En campaña Solís había solicitado el retiro de la candidatura de Morales, por un incidente ocurrido en 1994.
El fenómeno de una tropa partidaria tan explícitamente crítica sobre los nombramientos en el entorno de su propio gobierno es también un fenómeno político novedoso que no sufrieron los presidentes de la República vinculados al bipartidismo, quienes luego de resultar electos por lo general contaron con el apoyo de sus partidos y fracciones o lograron «lavar» sus discrepancias en privado.
Por el contrario, para el presidente Luis Guillermo Solís, el reporte del clima de su entorno partidario resulta, por ahora, cargado de actividad eléctrica y de pronóstico reservado.