Vivimos un acontecimiento que será analizado durante los próximos años como uno de los más relevantes del siglo XXI. Al menos, del primer cuarto de centuria. Todavía no ha terminado, seguramente pasen meses, quizás incluso un año o más, dependerá de si se consigue una vacuna pronto. O, sencillamente, si se consigue. Está por ver. Si bien predecir el final del proceso no resulta sencillo, no ocurre lo mismo con las alegaciones de los ‘acusados’, esto es los mandatarios de los países afectados.
Entre estos mandatarios existen ya dos grupos más o menos definidos, aunque una gran cantidad de regidores todavía no pueden ser definidos. Se trata de los que tienen un alegato más sólido en la primera fase del proceso y, por tanto, mayores posibilidades de conseguir indulgencia en la justicia histórica. Dentro de este grupo podemos encontrar a las regidoras de Finlandia o Nueva Zelanda –Sanna Marin y Jacinda Ardern– o al mandatario portugués –António Costa–, todos ellos actuaron con presteza y cuentan con un balance de contagios y fallecidos que, de no cambiar drásticamente, les permitirá presumir de gestión.
En contraposición, también existe un grupo de regidores que poseen un relato, como mínimo, más inconsistente y, por tanto, tienen a la vista de las pruebas actuales, salvo giro casi novelesco, muy difícil escapar de la quema. Dentro de este grupo se encuentran mandatarios como Donald Trump, Boris Johnson, Pedro Sánchez o Giuseppe Conte, y es que Estados Unidos, Reino Unido, España e Italia actuaron tarde y mal y el balance actual y las previsiones a futuro son bastante pésimas.
Uno de los mandatarios que sobresaldrá en América Latina, sin ningún género de dudas, al menos si tenemos en cuenta las medidas tomadas, será el presidente de la República de El Salvador, Nayib Bukele. Un hipster tuitero al que no le ha temblado el pulso a la hora de tomar medidas que, hasta entonces, carecían de precedentes en el continente americano y que, pocos en el mundo, máxime sin contar con un solo contagio, adoptaron.
El Salvador, en una buena situación
Ciertamente, Bukele jamás será cuestionado por falta de presteza ni contundencia en su enfoque contra el coronavirus, pues ha tomado medidas de gran repercusión, tanto a nivel sanitario como a nivel económico, rozando en ocasiones incluso lo revolucionario. No obstante, El Salvador se convirtió en el primer país de América Latina en cerrar las fronteras a extranjeros el 11 de marzo, aun sin contar con casos registrados en el propio territorio. Y aunque ello no pudo impedir que una semana después se contabilizara el primer contagio, difícilmente se le puede acusar de ello.
De hecho, los datos en la actualidad son relativamente positivos, pues, a 13 de abril, en El Salvador se han registrado 118 casos y 6 muertos, lo que supone una tasa 1,9 casos por cada 100.000 habitantes y una tasa de letalidad del 5 %. Una situación bastante más favorable a la de la mayoría de países de su entorno, aunque América Latina, como el resto de regiones, muestra una situación muy heterogénea.
Por ejemplo, Panamá, con poco más de la mitad de población que El Salvador, unos 3,8 millones de habitantes, cuenta con 2.974 casos y 74 fallecidos, lo que supone una tasa de 78 casos por cada 100.000 habitantes, cuarenta veces más que El Salvador, y una letalidad de 2,48 %, la mitad que el país presidido por Bukele. Bien es cierto que es una de las más importantes encrucijadas del mundo, lo que ha provocado que haya sido el país más fuertemente golpeado por el coronavirus en América Latina a excepción de Ecuador, aun cuando tomaron medidas de forma inmediata tras el primer positivo. De hecho, pudiera ser que su gran cantidad de contagiados se deba, también, a que son el segundo país latinoamericano que más pruebas ha realizado, tras Chile.
Del resto de países centroamericanos, Guatemala tiene 137 casos y 3 fallecidos, lo que supone 0,82 casos por 100.000 habitantes y 2,18 % de letalidad; Costa Rica, 558 casos y 3 fallecidos, 11 casos por cada 100.000 habitantes y una letalidad del 0,53 %; Honduras, 392 casos y 24 fallecidos, 4,26 casos por cada 100.000 habitantes y una letalidad de 6,12 %; y Nicaragua, 7 casos y 1 fallecido, 0,11 casos por 100.000 habitantes y con una letalidad del 14,28 %.
Con estos datos, El Salvador tiene una tasa actual de contagios baja y una elevada letalidad: en cuanto a los contagios, Costa Rica y Honduras tienen muchos más contagios por cada 100.000 habitantes, mientras que Guatemala tiene menos casos; en cuanto a la letalidad, esta solo es superada por Honduras –Nicaragua, debido al escaso número de casos registrados, no puede ser tenida en cuenta–.
Un virus letal llamado Estados Unidos
Sin duda, Cuba es el país de América Latina que cuenta con un mejor tejido sanitario, que sería doblemente robusto de no ser golpeado por las sanciones internacionales. Su número de camas, médicos, enfermeras o personal sanitario por cada mil habitantes es casi inalcanzable para el resto de países latinoamericanos, a los que en muchos casos y apartados, cuadriplica. E incluso cuenta con tratamientos avanzados contra el coronavirus.
En el año 2014, contaba con 67,2 médicos por cada 10.000 habitantes, solo por detrás de Catar o Mónaco; en 2015 se situaba entre las 40 naciones con menos mortalidad infantil; ha logrado vacunas contra la meningitis B o el cáncer de pulmón –en pruebas–; y tratamientos contra la hepatitis B, la psoriasis o la transmisión VIH de madre a hijos.
El problema de Cuba, como el de muchos otros países, es Estados Unidos. En el caso cubano, las sanciones han dañado considerablemente su sistema de salud, lo que ha provocado que en muchas ocasiones exista una asistencia dual en la isla, una para extranjeros y otra para residentes. No es fácil resistir ni sobrevivir décadas con un embargo de semejante magnitud. En una situación similar se encuentra Venezuela.
El virus norteamericano, aunque con otra cepa, también ha afectado al resto de América Latina. Las políticas de Estados Unidos de sostener regímenes ultraliberales, en muchas ocasiones mediante crueles y sanguinarias dictaduras, se encuentra en la base de los desestructurados sistemas sanitarios de la región y la inexistencia de sistemas estatales, lo que puede ser letal para los latinoamericanos. Pensemos que allá donde los sistemas sanitarios colapsan, como en Italia o España, las tasas de mortalidad del virus ascienden de forma dramática. Si bien es cierto que los registros actuales, a la espera de tener datos más actuales, señalan cada vez con más insistencia hacia una letalidad inferior al 1%, bastante inferior, de producirse quiebra sanitaria, esta puede elevarse por encima del 10%.
Porque este virus neoliberal es uno de los mayores problemas de El Salvador y de toda América Latina, pues aun cuando Bukele ha actuado de forma drástica y ha puesto todos los medios a su alcance para impedir que el virus llegara al país.
Pues Bukele ha anunciado unas medidas económicas tan necesarias como envidiables y quizás inviables: pago de una renta de 300 dólares americanos a cientos de miles de personas que perdieron sus trabajos y su fuente de ingresos y suspensión del pago de alquileres, créditos y gastos básicos como luz, agua, teléfono e internet.
El problema es que en el país salvadoreño trabajan en la economía sumergida un setenta por ciento de los trabajadores, lo que dificultará asumir el coste del pago de una renta semejante, aunque se pretenda extraer de las mayores rentas, pues ello supondría entre 450 y 600 millones de dólares americanos, cantidad que supera el presupuesto de casi cualquier ministerio.
Por ello, no han sido pocos los que han calificado su discurso como populista, olvidando quizás una de las afirmaciones más importantes de las realizadas: «Cuando usted necesite una cama de hospital para que le atendamos, y no pueda respirar, créame que lo menos que le va a importar es su cuenta de banco, lo que va a querer es que haya un ventilador mecánico».
Estados Unidos, Occidente o las élites salvadoreñas, latinoamericanas y mundiales nunca pensaron, mientras empobrecían el resto del mundo con sus extracciones, que necesitarían un ventilador mecánico y, por ello, sufrirán las consecuencias de esta pandemia con la misma dureza que serán responsabilizadas de gran parte de lo ocurrido. En cambio, a Nayib Bukele nadie le podrá reprochar, aunque no lo consiga, que eligió el camino correcto: con las pruebas existentes a día de hoy, la historia no podrá condenarle.