El 1 de julio pasado finalizó el periodo presidencial de Ricardo Martinelli Berrocal. Fue uno de los gobiernos más nefastos de nuestra historia, con muchas características negativas, conocidas tanto nacional como internacionalmente. Su patológica ambición de riquezas dejó al país en bancarrota, con una deuda pública de 7,000.00 dólares per capite, lo que es prácticamente […]
El 1 de julio pasado finalizó el periodo presidencial de Ricardo Martinelli Berrocal. Fue uno de los gobiernos más nefastos de nuestra historia, con muchas características negativas, conocidas tanto nacional como internacionalmente. Su patológica ambición de riquezas dejó al país en bancarrota, con una deuda pública de 7,000.00 dólares per capite, lo que es prácticamente impagable, de manera que cuando el imperio nos apriete aún más nuestras gargantas, tendremos que vender el Canal a las grandes corporaciones transnacionales. Basta con leer Confesiones de un Gánster Económico, de John Perkins, para comprender cómo el imperio seduce a los gobiernos de los estados del tercer mundo para adquirir endeudamientos innecesarios y luego, a la hora de pagar, lo tengan que hacer con sus activos, por ejemplo, el petróleo. La incondicional sumisión de Martinelli Berrocal hacia los Estados Unidos le abrió las puertas a esa probabilidad. Recordemos que fue justamente en la embajada de los Estados Unidos donde se selló la alianza en el 2009 entre Martinelli Berrocal y Juan Carlos Varela, candidato del otro partido de oposición.
Aparte del debacle económico que nos deja, también será recordado como el demagogo más grande que ha tenido Panamá desde que se independizó de España en 1821. A esta conclusión llegamos junto a unos historiadores dedicados a investigar la conducta de nuestros gobernantes y, naturalmente, hay una riqueza en demagogia, pero jamás a los niveles del presidente saliente. Engatusó a la población con una serie de promesas completamente falsas. Sus discursos estuvieron llenos de mentiras y contradicciones, lo que nos hizo recordar una frase cantinflesca, atribuida a un ex presidente latinoamericano: «No estoy ni a favor ni en contra, sino todo lo contario». Señalaba algo en la mañana y en la tarde afirmaba algo completamente distinto. Solía extrapolar su ego en sus contrincantes. «esos ladrones», «esos coimeros», «esos políticos». El hombre terminaba creyendo en sus propias mentiras porque se rodeó de los aduladores de siempre que lo llevaban a sentarse a la diestra de Dios. Su actuación a nivel internacional fue verdaderamente bochornosa, no sólo por seguir al pie de la letra las instrucciones norteamericanas, como fue, por ejemplo el rechazo de Palestina en la UNESCO y la sugerencia a la OEA de intervenir en Venezuela; sino la de llevar a Panamá al cesto de la basura mundial, como está ocurriendo en Italia con el juico que se le sigue a las compañía implicadas en sobornos al presidente de Panamá y su discurso en el OIT cuando todos abandonaron la reunión y lo dejaron hablando con sus propias manos.
En los últimos días de su reinado llevó a cabo una serie de actividades que no encuentran explicación en los diccionarios. Ya tendrán los académicos que encontrar la palabra adecuada. Hizo aprobar a la Asamblea Nacional una ley que les brinde custodios a él, a su esposa y a sus hijos. Una cantidad exuberante. Esto no lo había hecho ningún presidente. Acá se dice que les debe tener miedo a enemigos muy poderosos, que él sabrá por qué. Indultó a todos los que de una u otra manera han cometido delitos comunes, lo que es violatorio a las leyes del país. También se condecoró e hizo otro tanto con sus colaboradores. A pesar de que se refería al PARLACEN como una cueva de ladrones, el primer acto que hizo el 1 de julio fue inscribirse en el mismo, para tratar de blindarse de la gran cantidad de denuncias que van a caer sobre él por corrupción y otros delitos afines.
Se acabó la pesadilla. Pueda ser que el nuevo presidente cumpla con lo prometido.
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