El poder por el poder mismo. La cuestión es llegar. Esos razonamientos interesados han llevado muchas veces a la muerte política de partidos y aspirantes. Recuerdo los orígenes del Partido Verde alemán. Su ideal era naturaleza y libertad. Lo principal en política debía ser la defensa a rajatabla del equilibrio ecológico y de la sociedad […]
El poder por el poder mismo. La cuestión es llegar. Esos razonamientos interesados han llevado muchas veces a la muerte política de partidos y aspirantes. Recuerdo los orígenes del Partido Verde alemán. Su ideal era naturaleza y libertad. Lo principal en política debía ser la defensa a rajatabla del equilibrio ecológico y de la sociedad libertaria. Herederos directos del ’68. Y la conclusión fue que de la defensa de esos dos principios iba a surgir sin dudas, paso a paso, el socialismo en libertad. Fue un camino de mucha calle y protestas. El burgués típico se escandalizó. Hasta que los verdes luego del largo camino por las instituciones -que fue no muy largo- llegó al gobierno porque la socialdemocracia no alcanzaba por sí misma la mayoría. Y se produjo lo que ni la fantasía más retorcida hubiera imaginado: el partido de esos muchachos peludos y de esas mujeres emancipadas con total seguridad de sí mismas, tocaron el cielo con las manos: les tocó en suerte ser gobierno y ocupar el cargo de viceprimer ministro y de canciller, las relaciones exteriores, amén de otros ministerios.
Pero el poder cuesta caro. O mejor dicho, hay que pagarlo. Llegar a arreglos, olvidarse de los principios a ultranza. Si bien el Partido Verde alemán ya en el poder ayudó sin lugar a dudas a que Alemania le dijese no por primera vez desde el ’45 a Estados Unidos, en la guerra de Irak, por otra parte debió calmar sus sueños y sus exigencias al compartir el poder con la socialdemocracia. O mejor dicho el socialismo alemán, que en décadas y décadas de posguerra fue perdiendo casi todo, o todo, de la palabra socialismo. Se convirtió en el verdadero partido liberal. O mejor dicho, liberal positivista como adornamos nosotros los argentinos cuando tratamos de explicar el curso de la historia a partir de Caseros, con sus materialismos, sus represiones y sus amores o, mejor dicho, sus aprontes aristocráticos de más vacas, más escuelas y más represiones.
Los verdes entonces llegaron al poder compartido mucho antes de lo imaginado y de lo que imaginaron ellos. Sí, influyeron en la peace, pace, Friede, paz, paix. Pero se quedaron en el gobierno cuando se eliminaron fundamentos insoslayables de las leyes sociales. Por primera vez en un gobierno alemán de posguerra: tocar lo intocable. Quién iba a decir. Lo que era intocable: un capitalismo con leyes sociales definitivas y definitorias. Pero todo se cayó como un castillo de arena en la playa cuando comienza a brotar el viento desde el mar.
Los verdes se quedaron en el gobierno cuando ese capitalismo quedó al desnudo y en vez de mantener ese socialismo tan atemperado, se derrumbó.
Los resultados de las últimas elecciones corroboraron que el Partido Verde iba a pagar muy caro el compartir el poder. No creció, hasta disminuyó votos cuando estaba acostumbrado a crecer constantemente. Ahora la suerte -un tanto maligna- le daba una única oportunidad para mantenerse en el poder: formarlo con la derecha, el capitalismo con cara nueva y monacal: la democracia cristiana y el partido liberal. La llamada Coalición Jamaica. Que si bien lo seudonimiza con los colores caribeños de la bandera jamaiquina pareciera que esta idea -derecha con verde- hubiera nacido en la imaginación de bañistas de bolsillo fuerte conferenciando en las tibias playas doradas. ¿Cómo? ¿Los verdes junto a los dueños de las industrias y los gases perjudiciales? Sí, hubo un primer intento de no perder el poder aunque sea siendo el perrito mascota de los dueños de todo menos de los huracanes.
De eso se dio cuenta Fischer, el simpático verde que llegó a ministro de Relaciones Exteriores, canciller de pelo despeinado, jefe de vizcondes y marqueses, los diplomáticos alemanes. Cómo había cambiado la fantasía de aquel ’68 cuando enfrentaban con flores a los palos uniformados.Sí, estas cosas son posibles en el sistema parlamentario. Que algunos ya apoyan en el ambiente argentino para cambiar esos personalismos presidenciables que tanto han costado a las prácticas de las democracias argentinas. Sin ninguna duda, el parlamentarismo deja más recovecos para oxigenar el poder. Pero el sistema de partidos políticos nos lleva a veces a parodias irónicas. Por ejemplo, partidos que una vez en el poder cambian de hoja de ruta y se someten al sistema. Lo hemos visto en algunas repúblicas sudamericanas. O todo se reduce a dos partidos mayoritarios, sin grandes diferencias ideológicas, que se intercambian el poder como River y Boca mientras las capas sociales ven que el sistema no l
es permite aspirar a concretar sueños.
En Alemania se ha producido, sí, una novedad que puede resultar un empujón al sistema. La separación de la socialdemocracia de sus extremos de izquierda para integrarse en un nuevo partido con los herederos del antiguo Partido Comunista alemán. El nuevo Partido de Izquierda, Linkspartei, que ha aprendido muchas lecciones. En ésta, la primera elección, obtuvo algo más del 8 por ciento. No es poco. Si hubiera buena voluntad habría podido formar gobierno con la socialdemocracia y otros partidos. Pero nada, la socialdemocracia de Schroeder mira hacia la derecha, la izquierda le espanta. El primer tiempo les va a resultar difícil a los nuevos izquierdosos, se va a formar como una barrera sanitaria en torno de ellos. Pero el horno sí está para bollos y la posible alianza grande, entre la democracia cristiana y la socialdemocracia, va a producir problemas sociales que bien puede ir aprovechando la nueva bancada roja. En ella está Lafontaine, hombre que fue ministro de Schroeder y renunció ante el curso de centro cómodo que tomaron sus antiguos partidarios.
Si la gran coalición se lleva a cabo, a Bush le va a gustar. Aunque no va a ser posible un vuelco de la política exterior alemana del no rotundo a la guerra. Aunque la señora Merkel, la cristianodemócrata, ante la invasión a Irak hizo un viaje a Washington a declarar su solidaridad con el agresor. Claro, eso fue en los primeros tiempos. Después del primer huracán del Caribe, la señora candidata se ha calmado bastante. Y prefiere mirar hacia adentro y no hacia fuera.
En Alemania, el sistema capitalista está jugando una dura batalla. Los cinco millones de desocupados pesan. La eliminación de parte de las leyes sociales ha sido una clara derrota del sistema. Se ha llegado al momento de decir o una cosa o la otra. Pero la ecología se asfixia. Los verdes tendrán que madurar y lanzarse a una campaña irrenunciable contra las energías venenosas y la búsqueda del equilibrio, quebrados por la codicia y la irracionalidad. Y los liberales, los demócratas cristianos, los socialdemócratas, todos, van a tener que definirse. La vida sencilla contra el consumismo. Regulación ante la naturaleza. Socialización del transporte individual. Sencillez y modestia. Arboles y no balas. Agua y no bombas. La paz eterna y los ciudadanos del mundo.