En apenas dos años, el presidente francés ha pasado de encarnar un diálogo (estéril) con Putin a no descartar el envío de tropas de países de la OTAN a Ucrania. Pero no es su único vaivén
Del teléfono rojo a un diálogo de sordos. El ministro de Defensa francés, Sébastien Lecornu, conversó por teléfono el 3 de abril con su homólogo ruso, Serguéi Shoigu. Era su primera entrevista telefónica desde octubre de 2022. Las versiones opuestas de esa conversación reflejaron el foso que separa a Francia de Rusia. Para el francés, fue una llamada para hablar solo de la amenaza que representa el Estado Islámico de Jorasán, que reivindicó la autoría del atentado en Moscú (con al menos 144 muertos y 360 heridos). Para el ruso, sirvió para insinuar sin pruebas la implicación de los servicios secretos occidentales en esa acción terrorista. Además, según él, ambos países aseguraron estar “dispuestos a dialogar” sobre la guerra en Ucrania.
Parece que han pasado siglos desde la primavera de 2022, cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, conversaba varias veces al mes con Vladímir Putin, quizá con la intención de desempeñar el mismo rol que Nicolas Sarkozy tuvo en el verano de 2008. Entonces, el mandatario conservador evitó que la guerra de Georgia por las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur degenerara en un conflicto mayor. Pero la actitud dialogante de Macron con el autoritario presidente ruso resultó infructífera. Desde septiembre de 2022, no han vuelto a hablar. Al menos según la versión oficial.
El presidente francés ha pasado desde entonces de ser la paloma europea, cuyo discurso moderado ponía nerviosos a sus socios del este del continente, a convertirse en un halcón. Lo ejemplificó con su bomba mediática y diplomática del 26 de febrero. Cerca de la medianoche, y ante unas pocas decenas de periodistas en el Elíseo, Macron “no descartó” el envío de tropas de países de la OTAN a territorio ucraniano. Sus palabras fueron aplaudidas en Riga, Varsovia o Praga, pero desafinaron respecto a lo que se dice en Berlín, Madrid o Roma.
Pocos dirigentes de la Unión Europea han variado tanto su posición respecto a la guerra entre Kiev y Moscú como Macron. Curiosamente, sin embargo, pocos dirigentes se han mantenido tan fieles a sí mismos como Macron. En política internacional, lo que ha caracterizado al presidente francés desde 2017 no ha sido su coherencia ideológica ni estratégica, sino su estilo personalista y oportunista.
El dirigente galo tiene una manera de afrontar los complejos dosieres internacionales mucho más centrada en la comunicación que en la gestión. “Gesticula mucho a nivel internacional, pero obtiene muy pocos resultados”, explicaba hace dos años en una entrevista el periodista Marc Endeweld, autor de algunos de los libros más interesantes sobre el inquilino del Elíseo, como Le grand manipulateur o L’Emprise. Tampoco disocia la escena diplomática de la nacional, donde confía en recortar algunos puntos respecto a la ultraderecha lepenista gracias a la guerra en el este de Europa. Este ADN macronista sirve para entender su actual discurso belicista.
Una reacción al “momento crítico” de Ucrania
Según el mismo Macron, la evolución de sus postulados se debe al “endurecimiento” de Rusia. “El régimen del Kremlin ha intensificado y endurecido sus agresiones”, afirmó el 16 de febrero tras reunirse con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, en París. No obstante, ¿la actual posición de Moscú resulta más dura que hace dos años, cuando tomó la brutal decisión de invadir al país vecino? Más que la dureza de Rusia, lo que preocupa a Macron es el desgaste del ejército, la sociedad y el gobierno ucranianos.
“La contraofensiva no salió como esperábamos. La situación resulta difícil para los ucranianos, ya que tienen un número limitado de hombres ante una Rusia que es un país más grande”, reconocía el presidente francés el 16 de marzo. “Estamos en un momento crítico”, afirmó el 2 de abril el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, durante una breve visita a París. Aunque sea con la boca pequeña, los dirigentes occidentales parecen admitir que Ucrania está perdiendo la guerra.
Las dificultades de las tropas de Kiev podrían haber favorecido un cambio en la estrategia de los gobiernos occidentales. Ante un reguero de decenas, o incluso centenares, de miles de muertos y el cansancio creciente de los ucranianos, ¿no ha llegado el momento de una negociación diplomática y de aceptar una Ucrania “neutral” como punto de partida para que este país mártir deje atrás su inestable pasado? En lugar de explorar esa vía, los dirigentes europeos han apostado por una huida hacia adelante.
Eso ha contribuido a la escalada declarativa de los últimos meses. Patrick Sanders, responsable del ejército de tierra de Reino Unido, pidió un cambio “de mentalidades” de los ciudadanos que deben verse “como soldados dispuestos a ir a la guerra”. “La amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente”, declaraba hace unas semanas la ministra de Defensa española, Margarita Robles, en una entrevista con La Vanguardia. El debate sobre un retorno del servicio militar obligatorio está resurgiendo en numerosos países, como Francia o Alemania, donde el Estado mayor quiere aumentar de 180.000 a 203.000 sus soldados en los próximos años.
El líder de una UE con acento oriental
En los sectores más reacios al belicismo en Ucrania, tanto en la izquierda como la derecha, ven esta escalada de declaraciones como el primer paso hacia un conflicto directo entre potencias nucleares. “Nos dirigimos hacia la guerra como sonámbulos”, advertía Henri Guaino, consejero especial de Sarkozy entre 2007 y 2012, en una entrevista reciente para el canal de YouTube Thinkerview. En ella parafraseaba el conocido libro Sonámbulos de Christopher Clark sobre las causas de la Primera Guerra Mundial. Aunque no se puede descartar ninguna posibilidad, este símil con la Gran Guerra tiene un punto facilón.
La actual escalada de declaraciones parece más bien el fruto de la ausencia de una estrategia realista por parte de la clase política europea. Macron encarna a la perfección este vacío. El presidente francés parece más preocupado por aparecer como el primero de la clase que por encontrar una solución al sangriento conflicto en Ucrania.
Su cambio de posición –de pasar de decir a finales de 2022 que se debían dar “garantías de seguridad” a Rusia a presentar ahora al régimen de Putin como “una amenaza existencial”– tiene un punto de “oportunismo político”, afirma la experta Gesine Weber, especialista en temas de seguridad y defensa europeas. “Francia se dio cuenta de que su posición de 2022 la debilitaba a nivel continental”, dice esta investigadora del instituto Arnold de la Universidad de Columbia. Por este motivo, Macron apostó por erigirse en el líder de una UE cuyo centro de gravedad ya no se encuentra en París ni Berlín, sino en Varsovia, Praga o Riga.
Sin embargo, “a base de querer ser el primero de la fila, Macron termina tropezándose”, asegura el periodista Jean-Dominique Merchet, especialista en asuntos militares, sobre la manera torpe (con nocturnidad y sin concertación con sus aliados) con que hizo las declaraciones sobre el envío “no descartado” de tropas. El estilo macronista –muy personalista y centrado en la comunicación– suele generar disonancias respecto a sus aliados occidentales. Desde Alemania hasta Estados Unidos, pasando por Finlandia, Países Bajos o incluso Polonia, se desmarcaron de esa ambigüedad respecto al envío de soldados.
“Un cálculo político interno”
Según el analista Olivier Kempf, la lógica personalista de la política internacional en la Quinta República francesa –muchas de las decisiones las toma el presidente junto con su puñado de consejeros– se ha visto reforzada por “la personalidad de Macron”. Él suele “estar seguro de sí mismo y tiene poco en cuenta los conocimientos de los servicios del Estado, incluidos los diplomáticos”, lamenta el director del gabinete de estrategia La Vigie, quien ve en ello uno de los motivos de esta fragilidad estratégica y diplomática.
La guerra de Ucrania no es el primer asunto en que el presidente cambia de postura. Respecto al devastador conflicto en Gaza, su mutación fue más repentina. En apenas dos semanas, pasó de reivindicar una coalición internacional contra Hamás a pedir un alto el fuego. Incluso ahora en abril el Elíseo mantuvo una comunicación confusa sobre la responsabilidad de Francia en el genocidio de Ruanda de 1994. “Macron logró su elección en 2017 con la promesa del en même temps (al mismo tiempo de derechas y de izquierdas) y puede adoptar posiciones oscilantes y a menudo contradictorias” en política internacional, recuerda Kempf.
Según este exgeneral del ejército francés, no se puede descartar que las declaraciones sobre Rusia tengan una lógica electoral: “Detrás de los asuntos internacionales, casi siempre hay un cálculo político interno”. A medida que Macron ha reproducido en los últimos meses sus mensajes firmes contra Putin, otros miembros del Ejecutivo han multiplicado las pullas acusando de prorrusa a la ultraderechista Reagrupación Nacional. El partido de Marine Le Pen lidera con diez puntos de ventaja los sondeos de las elecciones europeas.
“Los Daladier y Chamberlain de antaño son actualmente Le Pen y Orban”, afirmó Valérie Hayer, la candidata de la coalición presidencial en los comicios del 9 de junio, comparando a los líderes ultras de Francia y Hungría con los dirigentes galos y británicos que claudicaron ante Hitler con los Acuerdos de Múnich en 1938. Macron se había beneficiado en las presidenciales de 2022 de un “efecto bandera” tras la invasión rusa de Ucrania. Dos años después, el revival de la misma estrategia parece condenado al fracaso.
La mayoría de los franceses no solo se oponen al envío de tropas, sino también a un incremento del apoyo militar para Kiev, según sondeos recientes. El cansancio por la guerra se ha visto acentuado por la coincidencia del baile de cifras astronómicas de la ayuda para Ucrania (un total de 160.000 millones de euros, según datos de mediados de febrero) con el retorno incipiente de la austeridad. Si Francia y Alemania quieren tomar el relevo de Estados Unidos –marcado por la sombra de un posible retorno de Donald Trump a la Casa Blanca– en el envío de armas, deberían gastar el doble que actualmente.
Después de un 2023 horribilis para Macron debido a las multitudinarias protestas contra su reforma de las pensiones y la revuelta en las banlieues tras el asesinato a manos de la policía del joven Nahel, parecía lógico que el presidente intentara remontar la situación moderando sus reformas neoliberales e insuflando cierto optimismo a la nación a través de los Juegos Olímpicos. En lugar del “efecto medalla” ha apostado por el “efecto bandera”. Una estrategia del miedo aparentemente fallida y que no hace más que reforzar el foso que separa al macronismo de la mayoría de la población francesa. Las élites europeas viven encerradas en una burbuja belicista de consecuencias imprevisibles.