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Los grandes medios de comunicación franceses fabrican un candidato socialista presentable para la próxima elección presidencial

Manuel Valls el conformista

Fuentes: Le Grand soir

Traducido para Rebelión por Caty R.

Manuel Valls, el ministro del Interior, es políticamente insignificante. Nada en su trayectoria política pasada o en su actual acción ministerial justifica la posición eminente que ocupa en el centro del Gobierno. Sus propuestas en la izquierda son ultraminoritarias. Han recibido el apoyo del 5,7% de los electores de izquierda en las primarias socialistas. Igual que Ségolène Royal en 2007 y Dominique Straus-Kahn y Françoise Hollande en 2012, Valls es producto de una combinación de circunstancias.

Al contrario de lo que dice la cantinela mediática Manuel Valls no debe su ascenso político a su perfil de «socialdemócrata moderno», figura metonímica gastada que en realidad evoca un proyecto antisocial y una oferta derechista. Este Ministro ya no es una «gran cabeza» o un político vanguardista. Al contrario, desde hace 20 años Valls se adapta con diligencia a los tópicos mediáticos del momento. En resumen, Manuel Valls es un conformista. Como el personaje principal de la novela de Alberto Moravia (1) , llevada a la pantalla por Bernardo Bertolucci, Valls es el hombre de la «normalidad», el portavoz del discurso de los dominantes.

Una estrategia personal

Manuel Valls es por atavismo un political wannabe (aspirante a político, N. de T.); el que se coloca en la rueda de los poderosos del momento y no se suelta: ayer Rocard, después Jospin, a continuación Royal, brevemente Strauss-Kahn y tardíamente Hollande. Segunda y primera izquierda, izquierda caviar, izquierda New Age e izquierda demócrata. Valls se pone al servicio de todo el mundo sin ningún escrúpulo.

Si Manuel Valls acentúa siempre su retórica derechista es porque está convencido de que es una estrategia provechosa. Es el discurso que sus asesores de EuroRSCG (la oficina de los socialistas fracasados en las elecciones presidenciales) y las encuestas susurran a diario en sus oídos. Un número creciente de sus colegas del Gobierno lo ha comprendido: Valls se mueve en el campo político según sus intereses personales. La meta ya está en el horizonte: Elíseo 2017.

Ese es claramente el centro del problema. La improbable ascensión del exalcalde de Évry solo es comprensible si se sitúa en el contexto de la secuencia presidencial fracasada de 2012 (el asunto Sofitel seguido de la campaña presidencial demasiado centrista de François Hollande, que casi le cuesta la victoria) y el catastrófico estreno del quinquenio del nuevo presidente (firma del pacto presupuestaria europeo sin contrapartida, incapacidad de de imponer las tasas al 75%, abandono de las tasas sobre las transacciones financieras, reforma neoliberal del mercado laboral, reforma bancaria vaciada de su contenido, el asunto Cahuzac, vana reducción de la «deuda pública» y el mismo ambiente islamófobo y antigitanos que bajo el «sarkozismo», aquí con el concurso activo de Manuel Valls). Un presidente Hollande orientado a la izquierda que hubiera decidido pelear contra los mercados y Angela Merkel nunca habría confiado un ministerio a un personaje tan derechista.

«Tus opiniones afectan a todos los militantes y a todos los dirigentes»

En 2009 Martine Aubry, recién elegida primera secretaria del Partido Socialista (PS) francés, se vio obligada a poner bruscamente en su sitio a un Manuel Valls que disparaba a todo (a ella en especial), haciendo lo que le daba la gana, contradiciendo las medidas emblemáticas del PS en los medios de comunicación. Exasperada, Aubry le expresó su desacuerdo por escrito:

«Comprometerse con un partido es un acto de adhesión a los valores y las prácticas comunes, pero también es -y más en un partido democrático como el nuestro- aceptar el debate interno, aportar ideas y reflexiones y cuando se toma una decisión respetarla ante la opinión pública. No se puede utilizar a un partido para conseguir mandatos y éxitos apoyándose en la fuerza y la legitimidad de una organización colectiva y liberarse para figurar en los medios de comunicación con fines de promoción personal. No se está en un partido para servirse de él, sino para servirle (…) Tus opiniones, lejos de aportar una solución, atacan a todos los militantes y a todos los dirigentes que trabajan para recuperar la confianza de nuestros conciudadanos (…) Da la impresión de que estás esperando, incluso de que esperas el fin del Partido Socialista (…) Si las opiniones que expresas reflejan tus pensamientos profundos debes asumir plenamente las consecuencias y dejar el Partido Socialista (…)».

En julio de 1933, en el Congreso Socialista de la Mutualidad, Léon Blum, más conciso, exclamó «¡Estoy espantado!».

Un «sarkozista» sin más

Según un procedimiento aprobado en 2007 y en 2012, los medios de comunicación de la derecha y de la izquierda «BoBo» (Acrónimo de «burgués» y «bohemio») están fabricando el candidato socialista para la elección presidencial de 2017. Aparte de la incierta candidatura de François Hollande, ¿qué socialista surgirá de las próximas primarias socialistas? Plantear la cuestión es responderla. Para muchos medios de comunicación y encuestadores la suerte está echada: el hombre de la Plaza Beauvau. ¿Acaso no es plebiscitado por los franceses en las encuestas debido a su actuación ministerial? Franceses, un pequeño esfuerzo más: pronto Manuel Valls no os resultará totalmente antipático. Como dicen ustedes en las revistas «Las cosas repetidas gustan».

Manuel Valls se presenta como un «iconoclasta de la izquierda». Subrayemos que son los medios conservadores los que esparcen complacidos esta imagen. El interesado comprendió enseguida que con esos apoyos su futuro político está asegurado. Por lo tanto cultiva un perfil de «Sarkozy de izquierda» que le sirve de salvoconducto en el mundo de los dominantes y le permite valerse de la izquierda o al menos… de las voces de la izquierda. Señalemos de paso otro fraude intelectual mayor: Valls no es un «sarkozista de izquierda». El sarkozismo encarna una derecha dura, de la seguridad y antisocial. ¿Cómo podría asociarse un hombre de izquierda a semejantes ideas? Cualquiera que profese esas opiniones o lleve a cabo políticas inspiradas en esas ideas se excluye ipso facto de la izquierda. En consecuencia conviene decir y escribir (sin comillas) que Valls es un sarkozista.

Nicolas Sarkozy no se equivocó en 2007 cuando pidió con insistencia al «socialista» que se uniera, en nombre de «la apertura» al Gobierno de Fillon. Valls, demasiado prudente o demasiado ambicioso no hizo caso. Se mantuvo en el Partido Socialista para no conocer el deshonor y el olvido como Eric Besson o Jean-Marie Bockel.

Otro tropismo «sarkozista»: Como Claude Guéant, su predecesor en el ministerio del Interior, Valls cultiva la pacatería política. Recordemos que cuando se paseaba por un mercado de Evry en junio de 2009 interpeló a su colaborador que filmaba la escena: «Bella imagen de la ciudad de Evry… Tú me poner algunos blancos, algunos blancos, algunos blancos!

Los eslóganes procedentes del Volapuk (2) de Blair de mediados de los años 90

Manuel Valls, el «moderno», bebe sin ambages en el Volapuk de Blair de mediados de los años 90. Los préstamos de los eslóganes de «la tercera vía» son inquietantes: la distinción izquierda-derecha ya no es pertinente, la economía no es derecha ni de izquierda; el socialismo ha muerto; la lucha de clases ha desaparecido; la seguridad de las personas y los bienes (y no social) es la piedra angular de la «buena sociedad», hay que trabajar en interés de la mayoría y no para los «intereses sectoriales» (entendidos aquí como los sindicatos, los trabajadores, los miembros de las minorías étnicas), etc. Incluso Pierre Moscovici, antes gran admirador del «blairismo», tomó sus distancias con una fraseología británica en desuso. ¿El renovado Partido Socialista francés pasará por el reciclaje de políticas elaboradas hace 20 años en el Reino Unido por un hombre que se consideraba heredero de Margaret Thatcher?

Que Manuel Valls está a la derecha de la derecha en el plano social y económico está fuera de toda duda. Para recordar, algunas perlas de Valls: oposición a la jornada laboral de 35 horas que quiere «sobrepasar» y «desbloquear» (vena «blairista»); hay que «trabajar más» como solución a la bajada del poder adquisitivo; apoyo al IVA «social» de la derecha (vena sarkozista) o alargamiento de la cotización de jubilación (el sueño de los neoliberales de todo pelaje). De manera general, hace una promoción desvergonzada de las empresas «que crean riqueza». No aparece ninguna referencia a los trabajadores en sus discursos.

El perdonavidas partidario del «comunitarismo»

Manuel Valls nunca es más tóxico y divisor que cuando se mezcla en cuestiones de religión y pluralismo cultural. Gran perdonavidas de los «comunitarismos», sin embargo no duda en expresarse en estos términos en Radio Judaica el 17 de junio de 2011:»Por mi esposa estoy ligado eternamente a la comunidad judía y a Israel». Entonces Valls era candidato socialista a la elección presidencial. ¿Qué habría dicho él si otro candidato hubiera pronunciado palabras similares con respecto al islam? El islam le molesta claramente, ya que apenas unos días después declaraba que la segunda religión de Francia debía demostrar su «compatibilidad con los valores de la República». Que esas opiniones tan siniestras e irresponsables hayan podido hacerse públicas por un ministro del Interior es asombroso teniendo en cuenta el actual ambiente de islamofobia. Esta declaración de «café du commerce» legitimó en unos instantes tres decenios de discursos segregacionistas del Frente Nacional.

Encontramos a Valls a la cabeza de todos los combates contra el islam y contra los pañuelos [de las mujeres árabes, N. de T.] en nombre de un laicismo imaginario, lo mismo que reclama Marine Le Pen: él está contra la tienda Franprix halal de Évry (no son ilegales, no más que las tiendas kosher de las que no habla nunca y también existen); contra el hecho de que lleve pañuelo una trabajadora de la guardería privada Baby Lou (la ley le quita la razón) o incluso contra los pañuelos en la universidad (la ley también le quita la razón). Respecto a todos estos asuntos -y también a los que afectan a la seguridad y a la criminalidad- Valls demuestra un espíritu partidista incompatible con el ejercicio de la función de ministro del Interior. Más grave todavía, Manuel Valls «etnicita» y «comunitariza» las categorías de ciudadanos franceses, permaneciendo insensible a las situaciones de dominación económica y social de las que son víctimas.

El discurso (de Blair y de Valls) sobre la autoridad, el orden y la responsabilidad individual, es la marca de una socialdemocracia asfixiada que ha desertado de su combate en favor de las clases populares aplastadas por la crisis económica. Esos «socialdemócratas modernos» se han convertido al «todo seguridad» con la esperanza de atraer los votos de las clases medias menos pobres, así como los de las clases altas. En eso, el neoliberalismo practicado por la socialdemocracia no se diferencia de su homólogo conservador: ambos tienden a criminalizar los comportamientos sociales que escapan a una «norma» francesa, blanca y cristiana.

¡Todo el mundo al redil!

En el otoño de 2004, el Partido Socialista comenzaba un largo debate interno dedicado al Tratado Constitucional Europeo que debía desembocar en un voto militante a principios de 2005. Como militante de la Federación de los Franceses del Extranjero, participé durante ese período en una reunión en el Parlamento Europeo en Bruselas. Nuestro grupo se entrevistó con François Hollande, entonces primer secretario del PS. Durante un intercambio distendido le recordé que el Partido se había comprometido solemnemente a no apoyar el tratado mientras no se suprimieran las referencias a la «competencia libre». Comprobé que el Comité encargado de la redacción del Tratado no había respondido a nuestros deseos y que, en consecuencia, al apoyar ese catecismo neoliberal el PS traicionaría el compromiso que había asumido ante sus electores. Como de costumbre, Hollande bromeó y evitó responder a fondo. Por la tarde me crucé con un grupo de dirigentes socialistas sentados en un restaurante de la capital belga. Fui a saludar a Harlem Désir y Julien Dray, los compañeros de la Izquierda Socialista. Me senté en el extremo de la larga mesa para tomar el café. Apenas me había sentado oí una voz grave y metálica que me gritaba: «Bueno, bien jugado con el Tratado, ahora todo el mundo entra en el redil, todos por el sí!» (yo acababa de publicar hacía unos días una tribuna en Le Monde titulada «La izquierda debe rechazar la Europa de Blair»…). Así habló el conformista, el hombre que en los primeros tiempos de la campaña interna militó contra el Tratado antes de cambiar de opinión y unirse al campo de los del «sí». Justificó su brusco cambio por el hecho de que el «sí» sería mayoritario en el Partido.

Notas de la traductora:

(1) El conformista, http://es.wikipedia.org/wiki/El_conformista

(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Volap%C3%BCk

Philipe Marlière, doctor en Ciencias Políticas y Sociales, profesor en el University College de Londres, militó durante 20 años en el Partido Socialista francés hasta 2009, cuando se unió al Nuevo Partido Anticapitalista el cual abandonó dos años después. Actualmente su investigación se centra en el Front de Gauche. Twitter: @PhMarliere

Fuente: http://www.legrandsoir.info/manuel-valls-le-conformiste.html