El último Presupuesto de la Hacienda Italiana ha abierto un crédito de 392 millones destinados a la lucha contra el hambre y el SIDA, correspondiente al 0’11% del PIB: siete veces menos de lo que el Estado había prometido inicialmente. ¡Qué vergüenza ser los primeros! Existe una tabla con la clasificación internacional de los países […]
El último Presupuesto de la Hacienda Italiana ha abierto un crédito de 392 millones destinados a la lucha contra el hambre y el SIDA, correspondiente al 0’11% del PIB: siete veces menos de lo que el Estado había prometido inicialmente.
¡Qué vergüenza ser los primeros! Existe una tabla con la clasificación internacional de los países ricos en la que no nos bate ninguno: somos el país más avaro en materia de ayudas a los países pobres. Tan avaro que con el último presupuesto destinamos al Tercer Mundo, a la lucha del hambre, de las guerras, del SIDA, a la desaparición de los poblados pobres, 392 millones de euros: 15 menos que los que se distribuyen entre los funcionarios del Ministerio de Economía en el apartado de primas de natalidad.
Éramos los segundos, tras los tacaños, después de USA. Ahora estamos a la cabeza: damos a los desfavorecidos el 0,11% de nuestra riqueza. Siete veces menos de lo nos habíamos comprometido a dar. Está claro: no es culpa, solamente, de la derecha en el gobierno. El 0,7 % que habíamos decidido entregar juntamente con otros países occidentales (Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega y Luxemburgo van sin duda alguna muy por delante de todos los demás) nunca lo hemos alcanzado. Nuestra historia en la cooperación internacional, incluso en los años generosos, no ha dejado recuerdos brillantes. Al contrario. El 97% de los presupuestos terminaba en empresas italianas que se ofrecían a hacer este o aquel cambio en el mundo, hasta el punto de que la Corte de los Conti (institución que averigua la legitimidad de las entradas y salidas económicas del Estato) expresa: «resulta incomprensible que hagamos cooperación en los países en vías de desarrollo si tenemos la voluntad de salvar complicadas situaciones empresariales en nuestro país». Por si no era bastante, muchos de estos proyectos pasaron a la historia como proyectos demenciales: silos de resina de vidrio que se disolvieron al sol de Sudán, queserías para la mozzarella en Perú, plantaciones de higos de la India en los Andes bolivianos, cursos de leguaje técnico de sindicalistas en Vietnam, partidas de zapatillas del número 46 para los pequeños campesinos bolivianos. Más un entorno de dinero sucio, de detenidos y gafes internacionales.
El escándalo se utilizó como pretexto para culpar no a quien había comido a costa de los hambrientos, sino a los propios hambrientos. Y las ayudas, que alcanzaron el punto histórico del 0´34% en 1992, en las vísperas de Tangentopoli, son recortadas una y otra vez. Apenas recién ubicado Silvio Berlusconi en el Palazzo Chigi, manifestó su crítica hacia Ulivo porque le había entregado un país que dedicaba a la ayuda a países pobres el 0,13 del producto interior bruto. Les parecía indecente esta dejadez de la izquierda: «Muchas palabras, pocos hechos». Nunca como en su propio caso. En primer lugar, Berlusconi garantizó que Italia habría alcanzado la cuota del 0,33% en ayudas al tercer mundo «durante el 2006». Después le pareció poco y declaro: «Me comprometo, progresivamente, a poner más recursos a disposición de los países que tengan necesidad, hasta llegar al 1% del PIB. Es curioso pero, después de haber repetido esta promesa 10 veces, expresa solemnemente: «El tiempo de los pobres ha terminado, es el tiempo de hacer». Aplausos. Umberto Bossi expresaba: «Miles de años hemos trabajado para construir este país, nos faltaría abrirlo al mundo. Hay 15 millones de pobres. Si los repartimos por Europa, es el fin de Occidente. Es necesario ayudar a la gente en su lugar de origen: este es el fin de nuestra política». Pierferdinando Casini: «No es tercermundismo fácil denunciar que los países ricos continúan tenazmente defendiendo sus propios privilegios y sin tener en cuenta los problemas de los otros». Y de Gianfranco Fini, a Marco Follini, de Roberto Calderoli a Fancesco Storace, eran todos un coro. «¡Urge ayudara los pobres en su casa!. Charlatanería.
Hablamos de números, denuncia Sergio Marelli, presidente de la Asociación que agrupa a 163 organizaciones de voluntariado las cuales tienen en este momento 3000 personas por todo el mundo que trabajan en condiciones extremas, que después de un pequeñísimo esfuerzo de buena voluntad que en 2003 llevó al estancamiento del 0’20% (un tercio escaso de lo prometido) las ayudas se recortan drásticamente año tras año. A punto de descender en el 2005 a 552 millones de euros y caer con los presupuestos del 2006 apenas presentados a 392, como ya hemos dicho más arriba. Al mismo tiempo señalo a los 0’11% del PIB. ¿Comentamos? Las objeciones serán: el 11 de septiembre, el precio del petroleo, la ofensiva China, el tsunami, el black-out, la nieve sobre los Apeninos.
Falso: un estudio de «Sbilanciamoci» demuestra que «la ayuda pública al desarrollo ha aumentado en el 2004 hasta el nivel más alto nunca conseguido» (78,6 millones de dólares), que nuestras entregas de dinero son similares a un tercio de países como Francia y Alemania (¿no se viene repitiendo, continuamente, que «ellos están peor que nosotros?», que España ha doblado sus contribuciones y así todos. Solamente nosotros nos apalancamos en el egoísmo. Sólo nosotros. La misma «relación sobre el estado de previsiones del Ministerio de Asuntos Exteriores para el año económico 2006» decía que en base a los objetivos «en los próximos Presupuestos Generales del Estado se deberían asignar a la Dirección General de Cooperación al Desarrollo fondos por 1,4 millones, en vez de los 552,6 millones». Pero he aquí que los 552,6 millones se han convertido en 392. Consintiendo en ahorrar en favelas y las epidemias de cólera y las campañas para salvar millones de niños seropositivos, una buena tajada de los dineros necesarios para establecer las primas de 14.000 euros hechos para encontrar bajo el árbol de Navidad un centenar de dirigentes de la Justicia del Estado. Mientras tanto, los países pobres esperan. Y con ellos los tres mil voluntarios que regalan su alma en las fronteras del mundo curando leprosos y suturando heridas y construyendo muletas por 1000 euros al mes. Mil, que se convierten en 3000 lo que es un tercio de lo que gana un conductor en la embajada menesterosa, sólo en el caso de asuntos especiales para misiones especiales. El año en curso, todas en unión, las 146 ONG’s reconocidas han recibido del Estado 68 millones de euros. Gracias a que un sexto de su presupuesto proviene de la generosidad del dinero privado, si no, adiós. Este año habrá aún menos para ellos. He aquí el caso de Cuamm, la organización italiana sanitaria más importante en África, que cuenta con 94 médicos y enfermeros repartidos por los países más desesperados del continente negro en 20 hospitales, 14 distritos, 3 centros de rehabilitación motora, escuelas y universidades, recibe del Estado un millón y 272 mil euros, francamente poco más que lo que recibía hace cinco años. Pura coincidencia: es la misma cifra destinada este año como regalo a un centenar de dirigentes del Tesoro.