Traducido por Caty R.
En los días que siguieron a mi «destitución», los editorialistas Jean Daniel, Bernard-Henri Lévy y algunos otros se apresuraron a tomarme como objetivo. Apuntándose valerosamente al partido del poder contra un hombre solo, caricaturizaron mis observaciones y me estigmatizaron. ¿El denominador común de estos comentarios poco agradables? Bajo la avalancha de un juicio de intención, un silencio sepulcral sobre los hechos que yo había mencionado en mi tribuna. Sin dejar de reiterar la grotesca acusación de antisemitismo proferida por Luc Rosenzweig, insinuaban que yo mismo me había condenado por la exageración de mis observaciones.
Pero, ¿es realmente una exageración señalar que los francotiradores israelíes disparan sobre los niños y que se practica la tortura en las prisiones? Nada al respecto. ¿Verdadero o falso? Al leer su prosa, no descubriremos nada más. Prefieren esgrimir contra mí «los protocolos de los sabios de Sión», como lo ha hecho Pierre Assouline. Parece que la coalición de los que no quieren saber y los que no quieren que se sepa es mayoritaria. Y así, en lugar de rebatir mis afirmaciones de manera efectiva, mis detractores prefirieron lanzarme un anatema.
Pero, para precisar, hablemos más bien de los hechos. Dos frases repetidas de forma incansable y sistemática, sacadas de su contexto, alimentaron efectivamente mi linchamiento mediático. «El Estado de Israel es el único en el que sus francotiradores matan a las niñas cuando salen de la escuela». Esta afirmación tenía por objeto replicar a los firmantes de una violenta diatriba contra Irán, país donde se aplica cruelmente la pena de muerte. ¿Una frase impactante? Sin ninguna duda. Pero los disparos de los soldados israelíes contra los niños, desgraciadamente, son hechos demostrados y mencionados por el diario israelí Haaretz desde el año 2000. Disparos deliberados de los que el periodista británico Chris MacGreal hizo, para la revista The Guardian, un relato especialmente detallado en un artículo (1) publicado el 28 de junio de 2005.
Una triste realidad que Christophe Oberlin, profesor de cirugía del hospital Bichat, también demostró públicamente después de llevar a cabo numerosas misiones médicas en Palestina. Oberlin, por otra parte, acaba de escribir una carta al gobierno en la que pregunta si también le van a despedir por confirmar mis declaraciones. Suministrada masivamente a la opinión pública como una barbaridad, la frase que escribí, efectivamente, tiene algo de monstruosa: es verdadera. Y porque es verdad choca con la ingente negación de la realidad que rodea a la política israelí en los medios de comunicación dominantes.
La segunda frase controvertida es la que dice que «en las cárceles israelíes, gracias a la ley religiosa, se deja de torturar durante el shabat». ¿También es impactante? La observación remitía a sus propias contradicciones a estos entusiastas partidarios del Estado de Israel a quienes indigna, curiosamente, la inclinación de algunos países a la defensa de su religión. Pero en el hecho señalado no existe la más mínima duda: basta con consultar el expediente elaborado por la Asociación Israelí de Defensa de los Derechos Humanos, Bet’selem.
Cuando el Tribunal supremo israelí intentó limitar la tortura sobre los presos palestinos, en 1999, los servicios secretos arguyeron la urgencia para justificarla. Los demandantes observaron entonces que desde el viernes al mediodía hasta el sábado por la noche la práctica se detenía, lo que relativizaba singularmente el argumento de la urgencia. Silvano Cypel, ex redactor jefe del diario Le Monde resume perfectamente este asunto en su libro Les emmurés, aparecido en la editorial La Découverte en 2005, p. 94, nota 17. Cualquiera puede consultar dicha obra y comprobar la veracidad de mis afirmaciones.
Queda un tercer reproche igualmente paradójico. En la tribuna que critiqué, de una violencia exacerbada contra la ONU, los firmantes creyeron oportuno citar a Goebbels, quien había alegado ante la Sociedad de las Naciones el famoso proverbio: «el carbonero es el rey en su casa». Esta cita se refería a la mayoría de los países miembros del Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, cuya culpa era haber denunciado la violación del Derecho Internacional por Israel. Así, los países musulmanes se veían, pura y simplemente, tildados de «nazis» por los autores del panfleto que yo analizaba. «Analogía por analogía», era mi observación, había una clara semejanza entre el Reich que se sentaba en la Sociedad de las Naciones y el Estado de Israel que se burla de la ONU.
Mea culpa: se me olvidó que las comparaciones «descorteses», a los ojos del establishment francés, están prohibidas cuando se trata de Israel, pero vivamente recomendadas con respecto a los países del «Tercer Mundo». Mi principal delito, más que infringir el deber de reserva, ¿no ha sido chocar de frente con el dogma occidental? Después de haber sacado a la luz la negación de la realidad, discurso dominante que rodea los abusos israelíes, hay que comprender que ya era demasiado. A mis expensas he demostrado que la frontera entre lo que se puede decir legalmente y lo que no, en nuestro país, no tiene nada que ver con la verdad y la mentira.
(1) Extractos del artículo:
«Fue el disparo sobre Asma Mughayar el que disipó mis últimas dudas sobre la forma en que los soldados israelíes asesinan, tanto a adultos civiles como a niños palestinos (…) En el depósito de cadáveres de Rafah, Asma yacía con un solo agujero de bala en la sien. Su hermano, de 13 años, también tenía un único impacto de bala en la frente. No había ninguna herida más. Nada, ciertamente, que pudiera ser consecuencia de una explosión (…) En el sur de Gaza los asesinatos tienen lugar en un clima que se resume como una forma de terrorismo contra la población (…) Los disparos aleatorios en Rafah y Khan Yunis han segado cientos de vidas, incluidas las de cinco niños asesinados mientras estaban sentados en sus pupitres de la escuela (…) Muchos otros murieron, sólo por pasar ante el punto de mira de los francotiradores, mientras jugaban al fútbol, sentados a la puerta de sus casas o cuando volvían de la escuela (…)»
Original en francés: http://oumma.com/Ma-faute-Avoir-heurte-de-plein
Bruno Guigue (Touluse 1962) es titulado en geopolítica por la ENA (École nationale d’administration), ensayista, colaborador habitual de Oumma.com y autor de los siguientes libros: Aux origines du conflit israélo-arabe, L’Economie solidaire, Faut-il brûler Lénine?, Proche-Orient: la guerre des mots y Les raisons de l’esclavage, todos publicados por la Ed. L’Harmattan.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.