La sumersión de Ucrania en la violencia y el colapso político la semana pasada han provocado conjeturas nefastas acerca de los planes de Rusia sobre el futuro del país vecino. Una intervención militar parece demasiado arriesgada para Moscú pero la cooperación con los nuevos dueños de Kiev es apenas mejor. Ahora es probable que Rusia […]
La sumersión de Ucrania en la violencia y el colapso político la semana pasada han provocado conjeturas nefastas acerca de los planes de Rusia sobre el futuro del país vecino.
Una intervención militar parece demasiado arriesgada para Moscú pero la cooperación con los nuevos dueños de Kiev es apenas mejor. Ahora es probable que Rusia opte, para proteger sus intereses nacionales, por apartarse y aguardar un momento oportuno para actuar.
Desde hace días, la actitud de Rusia ha rozado lo incoherente, por decirlo suave, o bien ha delatado un empeñado rechazo a admitir la nueva realidad política de Ucrania y la caída del fiel aliado de Moscú, el depuesto mandatario Víctor Yanukovich.
Desde que el Maidán salió victorioso el presidente Vladímir Putin, que convocó el martes una reunión del Consejo de Seguridad sobre Ucrania, no ha manifestado públicamente la nueva postura del Kremlin ante la situación en el país vecino. Mientras tanto el primer ministro Dmitri Medvédev y la Cancillería rusa no dejan de cuestionar la legitimidad de los nuevos dirigentes ucranianos, y los ideólogos kremlinistas tildan a Yanukóvich de traidor.
Esta situación seguramente no podrá durar mucho teniendo en cuenta el afán de Moscú de incorporar a Ucrania en su bloque comercial, una de las prioridades clave del tercer mandato de Putin.
Así que Rusia tiene tres opciones estratégicas para construir las relaciones con los nuevos líderes de Ucrania: cooperar, sabotear o mirar desde la barrera.
Cooperación: demasiadas desventajas
Cooperar, en este caso, significaría apoyar de forma sincera y eficaz al nuevo Gobierno ucraniano para que se mantenga a flote. Es muy poco probable.
La Unión Europea ha llamado a Rusia a participar en la asistencia financiera conjunta a Ucrania e invitó a Moscú a discutir el futuro del país. Algunos analistas consideran como solución óptima un tratado tripartito entre Kiev, Moscú y Bruselas que permita a Ucrania tener libre comercio tanto con Rusia como con la UE. Pero sería una bofetada al Kremlin y a su tradición de no ceder ante los vecinos.
Para Rusia, la rebelión en Ucrania es parte del juego de suma cero contra Occidente al que Moscú se da en las exrepúblicas soviéticas que según ella entran en el ámbito de sus intereses cercanos. Para Putin, la cooperación equivaldría a admitir la derrota en el mayor y el más codiciado de los ahora soberanos países del espacio postsoviético.
Además, enviaría, según el Kremlin, un mensaje erróneo a los actores políticos en otras exrepúblicas de la URSS, como Bielorrusia, azuzando a la oposición prooccidental y desalentando a los actuales líderes pro-Rusia.
En fin, probablemente Moscú desconfía de los nuevos líderes políticos de Ucrania -entre ellos los ultranacionalistas y los altos cargos del partido de Yanukóvich- así como de los oponentes reciclados del nuevo régimen. Además existe un gran riesgo, agravado por la nefasta situación en la economía, de que el nuevo Gobierno ucraniano resulte inestable y poco eficaz.
Muchos expertos opinan que el Kremlin podría cultivar políticos pro-Moscú en Ucrania para que dentro de 10 o 20 años devuelvan al país bajo el ala de Rusia. Pero esto tampoco parece probable. En la actualidad, apenas hay en Ucrania una fuerza política opositora a Moscú que esté dispuesta a pasarse al otro bando ahora o en un futuro previsible para ser acusada de traicionar la nueva y violentamente adquirida libertad, basada en el rechazo de ver en Rusia su «gran hermano».
Sabotear: demasiado riesgo
La segunda opción -sabotear al nuevo Gobierno de Ucrania- tiene un precio que Moscú no estaría dispuesta a pagar.
EEUU y los líderes europeos ya han advertido a Moscú contra una posible intervención militar en Ucrania, pero es de por sí muy poco probable que Putin la considere, con o sin avisos.
Incluso si Rusia anexara Crimea -donde goza de considerable apoyo popular y tiene cuantiosas fuerzas navales- y las prorrusas regiones orientales de Ucrania (como hizo efectivamente en 2008 durante la guerra de seis días contra Georgia), y mantuviera a raya a los críticos occidentales, no podría evitar un culatazo: los ultranacionalistas y radicales ucranianos desencadenarían una campaña de terrorismo y sabotaje tanto en los territorios ocupados como en Rusia continental.
Además, en caso de un fracaso, una intervención armada solo exacerbaría los sentimientos antirrusos entre las élites ucranianas que buscarían un mayor acercamiento, también militar, con Occidente.
El apoyo a los separatistas en Crimea y el este de Ucrania podría desembocar además en un violento conflicto que Moscú no se puede permitir. Si estas provincias exigieran que Rusia interviniera para protegerlas, Moscú tendría que asumir las consecuencias para no perder la cara.
El martes pasado, la Cancillería rusa descartó una intervención militar afirmando que Rusia no se inmiscuirá en la situación en Ucrania.
Rusia ya declaró que congelará los restantes 12.000 millones de los 15.000 millones de dólares de rescate a Ucrania (por medio de compra de eurobonos) hasta que Kiev tenga un Gobierno operativo. Además, puede presionar económicamente sobre el país vecino prohibiendo sus importaciones, como ya hizo en varias ocasiones, por ejemplo, en verano pasado. Rusia es el socio comercial más importante de Ucrania adonde va un 30% de las exportaciones del país; la UE ocupa el segundo puesto, a muy poca distancia.
No obstante, en la situación actual un embargo a las importaciones, en vez de lograr concesiones de los nuevos líderes ucranianos y hacer que Kiev se incorporara al bloque comercial ruso, se vería como una medida punitiva y no haría más que echar leña al fuego de los sentimientos antirrusos en Ucrania empujando a las élites locales a consolidarse en torno a la UE.
Mirar desde la barrera: el justo medio
Dada la situación actual, mirar desde la barrera significa relegar a la Unión Europea la difícil tarea -y con ella, la responsabilidad en caso de un fracaso- de normalizar la situación en Ucrania. Es posible que en un futuro la UE, agobiada por los problemas internos de sus propios miembros, proponga a Rusia ciertas concesiones a cambio de compartir el peso de la salvación de Ucrania y de su mísera economía. Entre ellas podrían figurar el levantamiento de las restricciones al comercio de hidrocarburos rusos en el Viejo Continente y la abolición de visados, algo a que Moscú aspira desde hace mucho.
Si, con el paso del tiempo, las cosas se arreglaran en Ucrania, Moscú podría cooperar con un Gobierno ucraniano competente y estable.
Si el nuevo Gobierno fracasara, Ucrania viviría una oleada de descontento popular a causa de la integración a la UE, especialmente en las regiones orientales y en Crimea. Esto, a su vez, movilizaría a los partidarios de un acercamiento con Moscú, que entonces estaría más que contenta de abrir sus brazos a los desencantados con los europeos.
Nabi Abdullaev es el jefe del Servicio Internacional de RIA Novosti.