La improvisación gubernamental para el manejo de la crisis de salud es evidente. Las medidas efectistas, aisladas y cambiantes indican falta de estrategia y ruta.
En tres meses el gobierno tuvo tiempo para contratar personal de salud, equipar hospitales, fortalecer la atención primaria y la prevención, convocar a sectores para grandes acuerdos sociales, con el principio del bien común. Pero no. Priorizan la normalización de la actividad empresarial y el pago de favores de campaña, que obliga a mantener en sus cargos a impresentables e ineficientes ministros y otros funcionarios.
A falta de avances, el gobierno hace propaganda: publicita como gran logro lo que solo evidencia la mediocridad: por ejemplo, el último hospital temporal inaugurado, el de Zacapa, que cuenta con 13 ventiladores para atender -literalmente- a toda la población del Oriente). Ante la deslegitimación creciente y la escasa voluntad de generar acuerdos y consensos, se opta por la imposición y la restricción caprichosa de derechos: ¿Qué impacto real tienen en la salud el toque de queda nocturno y el toque de queda los domingos? ¿Qué impacto tuvieron tres fines de semana de restricción total, si vemos que los contagios crecen después de esas medidas? Las disposiciones presidenciales carecen de estudios previos y análisis posterior. El cortoplacismo y el empirismo se instalan en todos los niveles de la administración.
El costo de la crisis recae en los sectores empobrecidos, cada vez más amenazados. Quienes tienen dos carros, pueden teletrabajar o de una vez no trabajan, disponen de ahorros, acceden a hisopados a domicilio y servicio médico privado, la están pasando y la van a pasar. La mayoría se desliza por una pendiente, sin asideros institucionales. El Estado está o debería estar para corregir las desigualdades y garantizar el acceso de todas y todas a salud, alimentación, agua. No es así: nuestro Estado (a través de su vocero, el Doctor Alejandro Giammattei) vocifera, gesticula, impone, se jacta de lo que no tiene, olvida a las mayorías, favorece a los de siempre.
La multiplicación de la fiscalización, la denuncia, la información al margen de los canales oficiales, la organización y la solidaridad, en formas tradicionales y nuevas formas obligadas por la distancia física, es la necesidad y el reto.