En una ciudad como Berlín resulta difícil escapar de una conmemoración histórica. La capital alemana celebró el pasado mes de agosto el 50º aniversario de la construcción del Muro de Berlín con la inauguración oficial de un museo en la Bernauerstraße a la que acudieron la canciller Angela Merkel y el presidente Christian Wulff, que […]
En una ciudad como Berlín resulta difícil escapar de una conmemoración histórica. La capital alemana celebró el pasado mes de agosto el 50º aniversario de la construcción del Muro de Berlín con la inauguración oficial de un museo en la Bernauerstraße a la que acudieron la canciller Angela Merkel y el presidente Christian Wulff, que se descolgó con una declaración ciertamente extraña: «Los sandinistas de Nicaragua», dijo, «recibieron de algunos sectores más solidaridad que los ciudadanos oprimidos de la RDA.»
Construido en 1961 y derribado en 1989, el Muro dividió la ciudad, el país y virtualmente el mundo en dos grandes bloques geopolíticos antagónicos. Bautizado oficialmente como «muralla de protección antifascista» (Antifaschistischer Schutzwall), este muro físico de 140 kilómetros de longitud y 3’6 metros de altura no ofrecía evidentemente ninguna resistencia contra una hipotética guerra convencional contra la OTAN, mucho menos si se tenía en cuenta el avance de la guerra aérea en la Segunda Guerra Mundial, sumada al desarrollo de la artillería de gran alcance y las comunicaciones por radio. El Muro de Berlín se construyó, como es notorio, para prevenir la huida de refugiados hacia la República Federal Alemana, especialmente de la mano de obra cualificada formada en la República Democrática Alemania. Este goteo constante no se debía sólo a que la mayoría de libertades garantizadas por un estado de derecho estaban limitadas, sino a la escasez de oportunidades en un país lastrado aún económicamente por la ausencia de una industria pesada que había quedado en territorio occidental, la destrucción de su capacidad industrial anterior al conflicto y las reparaciones de guerra que la Unión Soviética había impuesto a su «hermano menor». La construcción del muro –que no se limitaba a Berlín, sino que se extendía por toda la frontera con la RFA a lo largo de 1.393 kilómetros fuertemente vigilados, con torres de vigilancia, destacamentos militares e incluso campos de minas- terminaría rápidamente volviéndose en contra de sus propios creadores, pues se convirtió rápidamente en un símbolo auto-evidente de la debilidad y el fracaso del «socialismo realmente existente». En sus 28 años de existencia, además de las incontables relaciones rotas por la división del país, hasta 136 personas murieron a causa del muro, incluidos 5 niños turcos del vecino barrio de Kreuzberg que murieron ahogados tras caer accidentalmente al Spree entre 1966 y 1973 debido a la indecisión tanto de las autoridades germano-occidentales como germano-orientales por abandonar sus posiciones para adentrarse en tierra de nadie.
Paradójicamente, el Muro también concedió a Berlín Oeste un estatuto especial que la mayoría de comentaristas han pasado por alto. Por una parte, hizo a la ciudad destinataria de las inversiones destinadas a convertir la ciudad, y especialmente el Kurfürstendamm, su arteria comercial, en un escaparate de occidente (Schaufenster des Westens) y actuar como punta de lanza ideológica del capitalismo en el corazón del primer estado occidental del Pacto de Varsovia. Un dato habitualmente escamoteado por la prensa alemana e internacional es que los alemanes occidentales, a diferencia de sus compatriotas del este, no demostraban en las encuestas de la época demasiado entusiasmo con la Reunificación, pues no querían ni perder sus privilegios ni contribuir económicamente a la modernización de la vetusta industria germano-oriental. Por otra, con el fin de evitar una escalada de tensión con las autoridades de Berlín Este, el servicio militar estaba excluido en Berlín Oeste, lo que, unido a los bajos alquileres de la ciudad (producto de su incómodo emplazamiento geográfico), hizo que acogiese al grueso de la izquierda extraparlamentaria. El célebre dirigente estudiantil Rudi Dutschke, por ejemplo, vivía en Krezuberg a menos de un kilómetro de distancia del Checkpoint Charlie.
La caída del Muro de Berlín en 1989, celebrada con júbilo por la población de Berlín, y la extinción de la RDA un año después, estuvieron muy lejos de traer «los paisajes florecientes» prometidos por el canciller Helmut Kohl. La obsoleta industria de la RDA fue desmantelada; el desempleo, que la burocracia oficial había ocultado durante décadas maquillando las cifras, no sólo afloró, sino que aumentó hasta alcanzar porcentajes superiores al 20% en los nuevos estados federados, sin que el gobierno federal plantease programas de formación, lo que llevó a miles de personas a convertirse en parados de larga duración y destinatarios de las ayudas sociales. Los jóvenes más preparados abandonaron sus ciudades para emigrar a Alemania occidental o incluso al extranjero. La libertad de viajar, antes limitada políticamente, pasó a estarlo económicamente. El municipio de Hoyerswerda (Sajonia) se convirtió en el paradigma de la nueva situación. Hoyerswerda pierde población: la oficina de estadística del estado federado prevé que esta ciudad, que llegó a alcanzar los 71.000 habitantes en 1981, se reduzca a menos de 30.000 en el 2020 si continúa su crecimiento demográfico negativo. El vacío ideológico, la sensación de abandono y el deterioro de las condiciones de vida convirtieron a los nuevos estados federados en terreno abonado para la demagogia de la extrema derecha, que pronto convirtió algunas zonas de la antigua Alemania oriental en sus principales enclaves. El Partido Nacional-Demócrata, heredero de las ideas nacionalsocialistas y con sede en el antiguo barrio de Berlín Este de Köpenick, obtiene representación parlamentaria en dos de los estados federados más castigados por la reconversión industrial, Mecklemburgo-Pomerania Occidental (6 diputados) y Sajonia (8 diputados), así como numerosos concejales en todos los nuevos estados federados, y en algunos casos, como en el distrito de Lichtenberg en Berlín, supera en votos a partidos consolidados como los Verdes o los liberales. Otro fenómeno que corre paralelo al anterior fue la nostalgia hacia el antiguo orden de cosas en la RDA, conocida como Ostalgie , al punto que una reciente encuesta arrojó que un tercio de los berlineses justificaba la construcción del Muro. Obviamente, lo que defienden estos encuestados no es la RDA, sino su propia biografía, vinculada en buena medida al extinto estado. Asimismo, al calor del turismo ha nacido lo que podría llamarse una «industria del muro» de mal gusto que incluye, además del habitual kitsch producido en masa, la posibilidad de fotografiarse junto a un figurante disfrazado de Grenzsoldat en varios puntos de la ciudad.
El gobierno de Bonn tampoco respetó la voluntad del pueblo alemán para que la Alemania unificada fuese un país desnuclearizado y neutral, fuera de la OTAN, una postura que contaba según las encuestas de opinión con el 84% del apoyo ciudadano y que suponía una violación de la Carta de París para una nueva Europa, suscrita en noviembre de 1990 por los jefes de estado de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europea más los de Estados Unidos y Canadá. La incorporación de la Alemania unificada a la OTAN fue el paso previo a su ampliación oriental, cuyo objetivo era neutralizar Rusia e impedir la consolidación de la Unión Europea como nuevo actor geopolítico autónomo con influencia en la política mundial.
A una escala internacional, la desintegración de la URSS y de sus países satélite, de la que la caída del Muro fue símbolo incuestionable, alteró la correlación mundial entre capital y trabajo con la entrada masiva de la mano de obra cualificada procedente de Europa oriental en los mercados de trabajo. Esta entrada se resolvió con un notable deterioro de las condiciones laborales de todos los trabajadores: para los antiguos trabajadores occidentales, porque no podían competir con los bajos salarios en Europa oriental y el sudeste asiático -donde sus puestos de trabajo eran deslocalizados en número creciente- mientras que los trabajadores de Europa oriental veían cómo sus redes de asistencia social eran desmanteladas sin ser sustituidas por nada. Ningún país ejemplifica mejor este cambio que Rusia: todos sus parámetros -PIB, desarrollo humano, inversión en educación, investigación y ciencia- cayeron en picado y los únicos que subieron como la espuma fueron los de la inflación, la corrupción, la emigración, la pérdida de población y la desigualdad en la redistribución de la renta (el coeficiente de Gini actual supera los 45 puntos).
El absurdo más evidente de esta nueva situación de hegemonía capitalista -nunca antes tantos países se encontraron subsumidos en las relaciones de producción capitalistas- es que los flujos migratorios y los conflictos que emergieron en buena medida del colapso del mundo bipolar fueron el comienzo de la construcción de nuevos muros, más largos, más altos y en no pocas ocasiones mucho más mortíferos, ante ninguno de los cuales se verá a un presidente de los EE.UU. expresando una enérgica condena.
Arabia Saudí – Yemen
En septiembre de 2003 Arabia Saudí comenzó a erigir un muro en su frontera con Yemen que ha pasado por varias fases de construcción y que actualmente cuenta con una longitud de 1.800 kilómetros y tres metros de altura. Se trata de una construcción intermitente de sacas de arena y cemento equipada con alambradas de espino y modernos sistemas de detección. Arabia Saudí ha declarado que esta barrera es una herramienta necesaria para prevenir la entrada de inmigrantes ilegales procedentes de los países africanos así como de terroristas chiíes, explosivos y armas en el país a través de la porosa y disputada frontera yemení. En el 2006 el reino saudí comenzó la construcción de una barrera de separación de 900 kilómetros de longitud y siete metros de alto en su frontera con Irak, frente a la cual se extiende una tierra de nadie de ocho kilómetros patrullada regularmente para prevenir la entrada de refugiados y la posible extensión de la guerra civil iraquí al reino saudita. Debido al secretismo del régimen, se desconocen cifras de muertos o heridos.
Asia Central
El presidente turkmeno Saparmurat Niyazov ordenó a su gobierno en el 2001 la construcción de una valla de 1.700 kilómetros de longitud con la frontera con Uzbekistán y Kazajistán. El fin real de esta construcción era en realidad cerrar los conflictos fronterizos abiertos con el despertar de las nacionalidades que se vivió tras la desintegración de la URSS, acogiéndose, como en la mayoría del resto de casos, al pretexto de la prevención del contrabando y la inmigración ilegal. El vecino Uzbekistán hizo construir por su parte junto a Afganistán una de las fronteras más patrulladas del mundo, consistente en verjas metálicas y alambradas de espino electrificadas capaces de dar una descarga de 380 voltios, minas antipersona y patrullas de soldados fuertemente armados a lo largo de 209 kilómetros. Uzbekistán mantiene también una frontera fuertemente vigilada con Kirguizistán (870 kilómetros), a quien acusa de pasividad frente a las incursiones de terroristas islámicos procedentes de su país, y con Kazajstán (45 kilómetros).
China – Corea del Norte
China, el país de la Gran Muralla China -una fortificación de 8.851 kilómetros de extensión que puede ser vista desde el espacio y que, como aviso a todas las que la sucedieron, nunca consiguió realizar plenamente su propósito de frenar las intrusiones de grupos nomádicos-, tiene actualmente dos muros que la separan de las dos «regiones administrativas especiales» -con leyes de mercado más relajadas que en la República Popular- de Macao y Hong Kong, cuya frontera de 32 kilómetros con la gris e industrial Shenzhen (Guangdong) está equipada con vallas, sensores térmicos, focos y cámaras de circuito de televisión, además de patrullas de inmigración regulares que mantienen separados a los obreros de la China continental de sus vecinos a lo largo de la frontera de 340 kilómetros de extensión.
Aunque no existe ninguna confirmación oficial, según fuentes periodísticas, China estaría construyendo desde el 2006 un muro de 1.416 kilómetros con su frontera con Corea del Norte para prevenir la inmigración ilegal y en previsión de un hipotético colapso del país vecino que provocaría una oleada de inmigrantes que inundaría China. Corea del Norte fue, hasta la reciente secesión de Sudán del Sur en África, el último país dividido del mundo. En la zona desmilitarizada (DMZ) entre la República Popular y Democrática de Corea y la República de Corea a lo largo del paralelo 38 que divide al país se cree que existen zonas en las que las autoridades surcoreanas, con ayuda estadounidense, elevaron una construcción de cemento. Aunque los Estados Unidos reconocen la existencia de barreras antitanque, deniegan la existencia de este muro.
Cisjordania – Israel
Quizá el más tristemente célebre de todos los muros actuales. Una vez completado, este muro -que comenzó a construirse en 1994, pero que cobró impulso con el cambio de siglo, tras la oleada de ataques suicidas que siguió a la Segunda Intifada- de 760 kilómetros y 8 metros de altura y que cuenta cada 60 metros con puestos de control para vigilar los 60 metros de la zona de exclusión estipulada, separará físicamente Israel de Cisjordania. Allí donde no se ha levantado una construcción existe una valla con alambradas de espino y modernos equipos de detección. Aprovechando su construcción, Israel se apropió de un 12% de territorio palestino. Según un informe de 2006 del Shin Bet -los servicios secretos israelíes- la eficacia del muro es prácticamente nula, y cita el desplazamiento de Hamás hacia la arena política, los acuerdos entre facciones palestinas y el trabajo de las agencias de información israelís en la prevención de atentados como principales motivos del descenso de ataques suicidas, los cuales, en cualquier caso, siguen produciéndose, pues los terroristas han encontrado nuevas vías de abrirse paso hasta Israel.
El muro restringe sensiblemente la libertad de movimiento de los palestinos, incluyendo el acceso a la enseñanza, el trabajo y la asistencia médica en Israel, y se ha demostrado reiteradamente como un obstáculo en las negociaciones de paz. Casi doscientos negocios y varios hogares palestinos fueron demolidos para permitir la construcción de este muro, que ha separado a docenas de agricultores de sus cultivos o pozos de agua. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), el muro afecta a 138.593 palestinos, incluyendo 13.450 familias de refugiados. La Cruz Roja ha declarado el muro contrario a la Convención de Ginebra y Médicos del Mundo, la Media Luna Roja y la Asociación de Médicos por los Derechos Humanos de Israel estiman que, una vez completado, el muro impedirá la vacunación de 130.000 niños palestinos y la asistencia médica a más de 100.000 mujeres embarazadas. Actualmente en ciudades como Abu Dis o al-Eizariya el tiempo en que una ambulancia tarda en alcanzar un hospital ha pasado de 10 a 110 minutos y el número de pacientes procedentes de Cisjordania se redujo a la mitad del 2002 al 2003.
Para Israel el muro ha significado el desplazamiento de una parte de la población hacia el interior, lo que ha aumentado la presión demográfica en las ciudades e incrementado el precio de una vivienda escasa, problemas que se han agudizado hasta cristalizar en las marchas de indignados que reunieron a 300.000 personas contra la política neoliberal del gobierno del primer ministro Netanyahu. En el 2004, la Corte Internacional de Justicia de La Haya publicó un informe en el que se decía que «Israel no puede descansar en el derecho de autodefensa o el estado de emergencia para evitar la ilicitud de la construcción del muro», al que calificaba como contrario a la ley internacional. A pesar de todo ello, Ehud Barak justificaba cínicamente en el 2000 el muro como «esencial para la nación palestina», pues, en su opinión, servía para «promover su identidad nacional y su independencia más allá del estado de Israel».
Estados Unidos – México
Estados Unidos mantiene con su frontera con México más de 1.480 kilómetros fuertemente patrullados con el fin de prevenir la entrada de inmigrantes ilegales. El «muro» con México no es una estructura fija, sino que alterna los muros de cemento, de seis metros de altitud y casi dos metros de anchura, con los llamados «muros virtuales», un sistema de cámaras y sensores de movimiento monitorizado por las patrullas fronterizas estadounidenses. La barrera ha hecho que los inmigrantes mexicanos intenten cruzar ilegalmente la frontera marchando a pie 80 kilómetros a través del desierto de Sonora. En los últimos trece años, según documentos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México y la American Civil Liberties Union (ACLU), unos 5.000 mexicanos han encontrado la muerte intentando cruzar la frontera, una cifra de muertos que supera a la de todos los demás muros modernos y que multiplica hasta por 36 los causados por el Muro de Berlín. Este muro, en el que diversas administraciones estadounidenses de diferente signo han invertido miles de millones de dólares de los contribuyentes, no sólo cuenta con el rechazo de México y otros gobiernos latinoamericanos: en el 2006 el 74% de los encuestados en un estudio de la CNN rechazó esta construcción en favor de más agentes que administren la situación, una solución menos costosa. El muro ha supuesto además la separación física de tres tribus de nativos americanos (O’odham, Cocopah and Kickapoo). A las denuncias de las organizaciones humanitarias se suman las de los ecologistas: el muro entre los EE.UU. y México destruye hábitats naturales, impide que muchos animales lleguen a las fuentes de agua y desvían los patrones migratorios de varias especies animales, incluyendo dos felinos cuya población podría descender drásticamente: el jaguarandí y el ocelote (en riesgo de extinción hasta 1996).
Grecia-Turquía
A pesar de la enormemente grave crisis económica que atenaza al país, el gobierno griego del PASOK ha decidido este 2011, entre otras medidas impopulares, construir un muro de 12’5 kilómetros a lo largo del río Evros, que separa a Grecia de Turquía, con el objetivo de frenar la inmigración ilegal procedente de los países árabes. El muro, fuertemente criticado por las organizaciones humanitarias, cuenta con el apoyo de FRONTEX, la agencia europea para la vigilancia de las fronteras, costará unos 5’5 millones de euros y lo construirá una empresa privada. El concurso para la licitación se aprobó el pasado 5 de agosto.
India
La llamada «Línea de control», que comenzó a construirse en la década pasada y se terminó en el 2004, separa a India, su país promotor, de Pakistán en la disputada región de Cachemira. Esta valla electrificada y coronada con moderno alambre de espino y de entre dos y tres metros y medio de altura, cubre 550 kilómetros de longitud de los 740 kilómetros de frontera con el país vecino. El gobierno indio no sólo instaló detectores térmicos y de movimiento, sino que sembró de minas los puntos más cercanos a Pakistán, al que acusa de hacer la vista gorda en materia de contrabando y terrorismo. En su frontera con Birmania, el gobierno de Manmohan Singh construye desde el 2003 una valla similar para sellar su frontera con el país vecino, de 1.624 kilómetros, por la que entran, según Nueva Delhi, mercancías de contrabando, drogas y armas. El muro indo-birmano, que cuenta con la aprobación de ambos países, separará las comunidades de los lushei, nagas, chins y kukis. Por último, en su frontera con Bangladesh -sobre el que recaen las mismas sospechas que Pakistán: terrorismo y contrabando-, India construye una valla de 4.000 kilómetros de longitud y tres metros de altura. Centenares de ciudadanos de ambos países han muerto o sido víctimas de maltratos por parte de las patrullas fronterizas indias, entre los cuales no pocos bangladesíes que buscaban mejorar sus condiciones de vida buscando un trabajo en el país vecino, que se perfila actualmente como potencia mundial. El proyecto, que costó 600 millones de dólares, prevé ampliarse con murallas de cemento, alambre de espino y modernos sistemas de detección. Esta ampliación, pendiente de adjudicación, costará más de 1.200 millones de dólares.
Vallas de Ceuta y Melilla
El gobierno español, con dinero de fondos europeos, construyó una valla de ocho kilómetros de longitud y tres metros de altura coronada con alambre de espino y fuertemente vigilada -621 agentes de la Guardia Civil y 548 policías españoles patrullan la zona y vigilan un circuito cerrado de televisión, y bajo el suelo hay una red de sensores electrónicos de ruido y movimiento- entre Marruecos y Ceuta con el fin de detener la inmigración ilegal y el contrabando. En la actualidad las vallas están siendo elevadas a seis metros de altura, el doble de la original. El 29 de septiembre de 2005 se registró un intento masivo por cruzar la valla en el que trece inmigrantes perdieron la vida -probablemente por disparos de la policía marroquí- y cincuenta resultaron heridos. La erección de la valla ha desplazado la inmigración hacia otros canales: se calcula que 4.000 personas se han ahogado intentando cruzar el estrecho de Gibraltar para ganar acceso ilegal a España.
En la otra ciudad autónoma, Melilla, el gobierno de Rodríguez Zapatero construyó por los mismos motivos a lo largo de 12 kilómetros con la frontera marroquí varias verjas paralelas de 6 metros de altitud, también coronadas por alambre de espino -retiradas en una modernización de la instalación el 2006 debido a las graves heridas que infligía a los inmigrantes que intentaban atravesar la frontera y que pueden causar potencialmente la muerte por desangramiento- y, lo mismo que la de Ceuta, fuertemente patrullada. El coste de la valla de Melilla ascendió a más de 30 millones de euros. El periodista Jordi Évole mostró en octubre de 2009 en el programa ‘Salvados’ (LaSexta) cómo Melilla había empleado las ayudas europeas para construir un campo de golf municipal junto a la frontera y un centro de acogida de inmigrantes.
Muro marroquí
El llamado «muro marroquí», que comenzó a construirse en 1981 y se finalizó en 1987, es una estructura defensiva compuesta por búnquers, puestos de artillería, muros de tres metros de altura y campos de minas a lo largo de 2.700 kilómetros de extensión con los territorios controlados por el Frente Polisario en el Sáhara occidental. El «muro marroquí» está controlado íntegramente por el ejército con patrullas por tierra y aire y radares. Marruecos ha empleado esta zona de nadie para resolver en varias ocasiones de manera expeditiva sus propios problemas de inmigración: en el 2005 el Polisario y las fuerzas de la MINURSO rescataron a 165 inmigrantes africanos y 48 de Bangladesh que Marruecos había abandonado a su suerte en el desierto. En agosto de 2010, tres inmigrantes murieron tratando de cruzar la «zona libre» camino de Marruecos. 17 personas del mismo grupo pudieron ser rescatado por las autoridades saharauis. Según la MINURSO y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Marruecos ha extendido ilegalmente su muro a territorio mauritano.
Ostrovany (Eslovaquia)
En el 2008, el pleno del municipio Ostrovany (Eslovaquia), una localidad de 1.620 habitantes, aprobó la construcción de un muro de 150 metros de largo y dos metros de grosor para separar un asentamiento gitano del pueblo, cuya construcción costó 13.000 euros, que corrieron a cargo del erario público. El alcalde, Cyril Revák justificó la construcción del muro para, en sus palabras, defender a la población local del «infierno diario» que supone «vivir junto a un asentamiento», enmarcándose así su discurso en el contexto de creciente racismo en Europa central. Meses después de su finalización, partidarios de la extrema derecha desfilaron por el pueblo al grito de «Nuestra Eslovaquia: sin ladrones ni parásitos». El alcalde de Ostrovany se plantea ahora ampliar el muro. Poco antes de las pasadas navidades, un ciudadano garabateó en el muro, lacónicamente, una palabra que podría inscribirse en todos los demás: «Prepáčte» ( perdón ).
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