Las críticas de los medios locales se debieron haber enfocado a la falta de efectividad de la vigilancia de Berlusconi. Pero no. Se orientaron a si el atacante era un activista o formaba parte de una organización.
Quedó claro enseguida después del ataque del domingo a Silvio Berlusconi que su atacante, un diseñador gráfico llamado Massimo Tartaglia, no era un político activista sino un hombre con serios problemas mentales. En «un país normal», para usar una frase amada por los comentaristas italianos, eso hubiera sido el final del tema. La atención se hubiera desplazado al hecho de que docenas de guardaespaldas de Berlusconi fueron incapaces de protegerlo. Las críticas se hubieran enfocado en la incompetencia de ese detalle de seguridad, la falta de efectividad de la vigilancia y hubieran pedido que se reorganizaran los servicios de seguridad.
Pero Italia sigue siendo Italia, esas cuestiones de vida y muerte fueron rápidamente dejadas de lado. En su lugar, los comentaristas insistieron en tratarlo como un hecho político -un nefasto augurio para el futuro-. El sábado, se dijo, era el 40º aniversario de la masacre de la Piazza Fontana en Milán, donde 17 personas murieron por la explosión de una bomba, marcando el comienzo de los «años de plomo» de Italia, cuando los atentados terroristas eran moneda corriente. Quizás Italia estaba también hoy en un momento funesto, opinaron los analistas. Si los políticos reaccionaban irresponsablemente, podrían provocar una mayor espiral descendente.
La reacción no nos dijo nada sobre este ataque en particular, pero sí mucho sobre el pesado clima político de Italia. Quince años después de que Berlusconi entró en la política, domina el discurso político de la nación en forma que no tiene paralelo en el resto del mundo desarrollado. Ha destruido a los comunistas como fuerza política y dejó al centroizquierda impotente, a pesar del hecho de que los logros de su gobierno para revivir la buena fortuna de Italia han sido míseros. Hay una sensación de hosquedad y estancamiento en el país; nunca se lo vio tan venido a menos o más desmoralizado y nadie parece tener idea de cómo romper el punto muerto.
Berlusconi llegó al poder prometiendo un segundo milagro económico. Las esperanzas en tal evento se evaporaron hace mucho, pero sus partidarios se aferran todavía a él como a un talismán, temerosos de que cualquier paso hacia lo desconocido traería algo peor. Mientras tanto, aquellos que lo culpan por no revivir las fortunas del país se desquitan de sus frustraciones en una suerte de maltrato sin sentido que consiste en abuchearlo durante el discurso que dio en Milán, antes de ser atacado. Italia también vio una epidemia menor de películas de segundo orden con tramas que se centran en fantasías del asesinato de Berlusconi.
Los políticos italianos de todos los partidos han salido a condenar el ataque y desearle al primer ministro una rápida recuperación. Privadamente, sin embargo, estarán maldiciendo el momento de locura de Tartaglia. En una carta dirigida a Berlusconi ayer, Tartaglia se disculpó expresando su malestar por haber cometido «un acto superficial, cobarde e irreflexivo». Tartaglia había golpeado al primer ministro con una reproducción del Duomo de Milán y le causó heridas en el rostro por las que fue hospitalizado. Il Cavaliere permanecerá en el hospital milanés de San Raffaelle al menos hasta hoy, según informó su médico personal, quien considera que las heridas del paciente son más delicadas de lo que parecían inicialmente. Berlusconi, quien no llegó a perder el conocimiento, sufrió una fractura en la nariz, dos dientes rotos y heridas internas y externas en los labios además de haber perdido medio litro de sangre, lo que lo ha debilitado, indicó su médico.
De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-137000-2009-12-15.html