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Neocolonización del Uruguay

Fuentes: Rebelión

Con el auge del presentismo cultural en que estamos inmersos, a través de una hipercomunicación permanente, sobreabundante, que se caracteriza por la reiteración ad infinitum de algunos hechos culturales (y la consiguiente borratina de muchos otros), las formas del periodismo adocenado no han hecho sino multiplicarse.

En Uruguay da casi vergüenza ajena tener que invocar a Carlos Vaz Ferreira o a Roberto Ares Pons para manejar conceptos tan básicos como el colonialismo mental o el imperialismo rampante.

Nuestros políticos debaten ahora, o ni siquiera debaten, el avance de la forestación en el país. Dado que Uruguay es un país de pradera, cuya calidad económica reconoció Hernando Arias de Saavedra hace 4 siglos, un avance de la forestación, como en su momento se intentó con la minería, son procesos de neocolonización, de reasignación “de tareas” en el mercado mundial, definidos desde afuera del territorio. Es decir, colonialismo puro y duro.

El nuevo “destino nacional” definido no desde adentro con la estructura, la cultura del país, sino desde la perspectiva e “intereses globales“, desde afuera.

Autores que han pensado estas cuestiones hace ya décadas, nos mostraron lo “afortunado” de nuestro destino colonial, comparado con el de aquellos países que fueron diseñados desde las metrópolis para su aprovechamiento minero, por ejemplo. El caso tradicional, a lo largo de los siglos coloniales americanos, fue Bolivia; un país con una extensión enorme y una diversidad de climas como para hacer más insensata todavía aquella especialización minera. Con el auge petrolero a lo largo del siglo XX, otros países del continente tuvieron otras deformaciones provocadas por necesidades globales, por ejemplo, Ecuador, México o Venezuela.

Detrás de los conceptos de globalidad y globalización se esconden, una vez más, la relación imperial o colonial. Porque con tales apelaciones se atiende sencillamente las demandas materiales que países centrales tienen de material faltante.

Siempre se ha tratado de una globalidad asimétrica. Por eso, en lugar del uso de semejante denominación hay que volver a la cuestión imperial o colonial y por eso Frei Betto en su momento, la rebautizó “globocolonización”.

La distinción entre una economía periférica que permite cierto alimento o abrigo a quienes la llevan a cabo respecto de una economía periférica que no otorga prácticamente nada a sus operarios para su propia supervivencia, con ser significativa no cambia los rasgos básicos de la explotación imperial o colonial, y el mantenimiento de dos humanidades, mejor dicho una humanidad protagónica o señorial y apéndices a su servicio (que a su vez generan, en planos distintos, nuevos estamentos de desigualdad entre los privilegiados y excluidos).

Acentuando nuestra heteronomía en momentos de crisis

Sin embargo, ¿cómo es eso posible si navegamos en el mejor y más democrático de los mundos, si todo los poderes y saberes están a la vista, con un rechazo terminante y categórico a todo empeño dictatorial?, ¿si nos dedicamos al ejercicio de la “libertad responsable”? Vivimos, sobre todo desde 1945 (pese al paréntesis comunista), en regímenes de libertad, de democracia, de contrato de las partes, de respeto a las instancias decisorias; a partir de la ONU no damos cabida a dictadura alguna.

Nos consta que esta última descripción nos resulta francamente panglossiana (*). Aunque siga siendo la argamasa ideológica para el funcionamiento cotidiano.

La clave para este estado de cosas, la da un cierto dominio que ya lleva un siglo, por lo menos, y desnuda nuestra vida política.

Veamos primero algunas referencias, mínimas.

[…] “La fabricación de consentimiento es útil y necesario para una sociedad con cohesión social porque a menudo, ‘los intereses comunes’ de la población no son obvios y exigen un cuidadoso análisis y acumulación de datos, un ejercicio intelectual crítico que la mayoría de la gente no tiene interés en hacer ni está capacitada para ello. Por eso la mayoría de la población necesita que los bien provistos de datos sean los que le otorguen los elementos para que esa mayoría pueda actuar consecuentemente.”

Walter Lippmann (1895-1974), Public Opinion, 1922 (cita cortada extraída de wikipedia).

“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país.”

Edward Bernays (1891-1995), Propaganda, 1928.

“Éste es el secreto de la propaganda: a quien la propaganda quiere capturar, lo empapa de sus ideas, sin darse cuenta de que es imbuido de ella (…) Si los otros ejércitos organizan y forman más de sus tropas, entonces nuestro deseo es movilizar al ejército de la opinión pública, el ejército de unificación espiritual, porque seremos realmente el punto de inflexión de la historia.”

Joseph Goebbels (1897-1945). Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich (extraído de Wikipedia sin poder verificar su origen).

Estas tres citas, textuales, escritas en orden cronológico, 1922, 1928 y la de Goebbels sin duda a principios de la década de ’30, nos dan varias pistas:

1. Que la manipulación de nuestras mentes a la usanza moderna (sin terror abierto, sin espejismos místicos colectivos) tiene, por lo menos, un siglo. Que en Occidente se puede rastrear su origen en EE.UU. Tanto Bernays como Lippmann son estadounidenses (Bernays, nacido en Austria, como niño emigró con sus padres a EE.UU. en la primera década del s. XX).

2. A la vista de los problemáticos aportes de Bernays y Lippman, podemos ver que Goebbels no era sino un alumno, aventajado, por cierto, de esa escuela de configuración de las conciencias.

3. Que con la derrota del nazismo haya habido quienes le han achacado poco menos que el monopolio de la manipulación de las conciencias nos revela cuán opaco resulta el conocimiento y cuánto rinde en términos (atrozmente) culturales la apuesta de los Bernays y Lippmann. Y todo el esfuerzo exigible para aproximarnos a una verdad, o, al menos, ir desalojando mentiras.

Más allá de Bernays, Lippmann o Goebbels, el quid es que estamos, como diría el inolvidable documentalista (también estadounidense) John Cassavetes “bajo la influencia”.

Y de este modo, siguiendo los métodos de Bernays, Lippmann y Goebbels (los dos primeros judíos y el tercero, el alumno; nazi: vaya curiosa ilación), vemos que nuestro país (o lo que queda de él) fue introducido en una nueva economía, la forestal, bastante ajena, por cierto al ondulado país que fuera habitado por charrúas y toda la ristra sucesiva.

Los más añosos podrán recordar las campañas sesentistas, tan New Age, de “plante un árbol, escriba un libro, tenga un hijo”.

Tres frutos, cada uno mejor que el otro. Tal vez el de un libro fuera el más esquivo y menos universal, pero lo del árbol y el hijo, nos enamoraba a todos…

Lo que no sabíamos es que detrás de ese árbol se escondía, como nos recordaba el inolvidable Ricardo Carrere, un ejército de millones de árboles perfectamente alineados.

Estábamos en un estado de agraciada ignorancia. O desgraciada, más bien. Cuando uno no sabe, puede cometer grandes sandeces, pero siempre ‘con las mejores intenciones’.

‘Si el país fue durante siglos ganadero, ¿por qué no puede ahora ser minero? Cambiar una estructura económica, material, cultural, como si fuera una camisa. (Tuvimos suerte porque el mercado minero internacional no acompañó ese salto al vacío.)

Pero luego vinieron otros.

¿Por qué no podemos ser un país forestal?

El primer problema que tenemos es que los sectores políticos, dinámicos y pioneros, y los saberes técnicos, se solapan con los inversores.

Con lo cual ya no sabemos si una apuesta económica ayudará al país o al inversor. Y la “ayuda” empresarial, en el caso de la segunda opción, podría ser nefasta para el país.

A ojos legos salta de inmediato, como problema, el insumo agua en la forestación. No es lo mismo regar una zanahoria o proveer de agua a un conejo que a un eucalipto. El salto en el empleo de agua es abismal.

La cuestión de agua es de vieja data en el país. Uno de los territorios mejor regados del mundo entero.

La explicación del porqué del acierto de Hernandarias.

Ya en pleno siglo XX, con la potabilización en pleno auge, la calidad del agua de OSE, fue emblema de un “estado de bienestar” (bien que más aparente que real). La potabilización con cañería de plomo reveló su insensatez sanitaria cuando, sin transición, se expandió el uso de plomo para caños transportando agua caliente. Socialización de la plombemia.

Al día de hoy, eso que fuera otrora orgullo tenemos que darlo por perdido. Mediante la aplicación de agrotóxicos hemos ido perdiendo calidad de agua no entubada.

Y con la forestación, ya no nacional, uruguaya sino regional, hemos ido perdiendo también cantidad de agua; llueve menos.

La implantación forestal, es decir la decisión de papeleras y celuloseras de usar nuestra escasa superficie para generar celulosa llevando a cabo sistemas industriales contaminantes, se ha ido constituyendo en una nueva “fuente” de deterioro creciente de nuestras aguas (e incluso la compartida con vecinos, como es el caso con Argentina sobre el río Uruguay).

La decisión, la política de los consorcios papeleros tanto los nórdicos (Botnia, UPM) como el hispano-chileno (Arauco, en Conchillas) de producir pasta de papel en base a cloro es contaminante (hay una opción todavía más contaminante, que se usa en muchas plantas papeleras antiguas, como en su momento la de Juan Lacaze, aunque ésta era de muy poca producción). Producir celulosa sin recurrir al cloro exige agua oxigenada y circuitos de enfriamiento cerrados, lo cual es sencillamente más costoso. Por eso la ecuación agua y tierra ajena más cloro le cuesta menos… a la empresa, claro.

Tenemos así dos problemas (aunque tan interrelacionados); pérdida de calidad y de cantidad de nuestras aguas.

Veamos apenas algunas cifras de uso del agua por una planta de celulosa, lo previsto para UPM en el río Negro y la “devolución” de la planta de un efluente con mucha malicia se podría llamar agua.

Se estima que UPM necesitará unos 136 millones de litros anuales (casi medio millón de litros diarios), para refrigerar y licuar ingredientes generalmente tóxicos de la fabricación de celulosa. La planta habrá de devolver en el mismo plazo, anual, unos 106 millones de efluentes, que difícilmente puedan llamarse agua por salir “cargados”, como salen. Observe el paciente lector que además en el período se esfuman unos 30 millones de litros del agua del río, la friolera de unos ochenta mil litros diarios…. (1)

El carácter expoliador que plasma en el Uruguay forestal, como no podía ser de otro modo, se manifiesta “por todos los poros”. Tomemos un único ejemplo; la racha de incendios del verano que estamos teniendo. Sin muertos humanos, falta instrumental para saber la cantidad de, por ejemplo, animales sacrificados (y cómo ha afectado a la flora). Pero ya se sabe que estos incendios han sido récord en Uruguay.

Nada para extrañarse. Todos los veranos se producen, o se provocan, incendios. Los más inocentes por descuido, los más atroces para “convertir” un campo a otra producción. En algunos veranos, los más cálidos, hemos visto kilómetros de ruta con huellas de incendios.

Pero hasta ahora, se trataba de pinos plantados para “fijar médanos”, por ejemplo, o para proveerse de alguna madera. Eran árboles bastante aislados que el calor y el fuego tomaba, de cualquier manera. Y que a veces, se extendía a galpones…

Los incendios, este año, se han instalado en plantaciones forestales de tipo industrial, troncos casi pegados, con lo cual el incendio, una vez tomado, es mucho mayor, más intenso y más devastador. Como pocas veces, algunos poblados estuvieron a punto de ser tragados por el fuego.

¿Quién tuvo que hacer frente a los incendios? La población local y dispersa de las distintas regiones donde se desataron los incendios.

¿Pero es que acaso las plantas celuloseras, las que más disponen de las plantaciones forestales, no tenían ningún plan de contingencia para incendio? Por lo visto, no. La cuestión de tales empresas no es cuidar o asistir a las sociedades locales sino en todo caso, cubrirse, protegerse económicamente, contra pérdida, robo, incendio. Entonces para la empresa, los seguros son más importantes que los camiones cisternas, los equipos cortafuego, etcétera.

Para la empresa, transnacional, ajena, son más relevantes sus ahorros financieros que su compromiso con la sociedad dañada por los incendios de sus plantaciones.

Por si todavía hacía falta un dato para ver a qué han venido a poner el pie en esta tierra.

Volvamos a los ideólogos del principio.

“El desarrollo forestal” viene con muy buena prensa. No solo eso, porque lamentablemente sabemos de un periodismo, llamado de especialistas, cada vez más digitado como usinas mediáticas de los titulares del poder. Pero además, viene con pretensiones tecnocientíficas y pedagógicas. Como para persuadirnos que no vienen a llevarse algo sino a dejarnos algo; otorgarnos, brindarnos… oportunidades, calificaciones, un despliegue para nuestras vidas…

Alma Bolón, docente e investigadora, se ha dedicado a analizar el comportamiento “cultural” de la Fundación UPM. Fundación, porque toda empresa transnacional tiene su alter ego, una fundación que es presentada “sin fines de lucro”, como si la sucursal cultural, deportiva o estética de una empresa se sustrajera al motivo principal de la razón de ser empresaria; como si las “actividades sin fines de lucro” de una empresa cualquiera fueran realmente independientes de la empresa gestora.

Bolón registra, por ejemplo, la terminología: se habla, “sin pudor”, dice ella, de “la zona de influencia de UPM”, adueñándose de nuestro territorio. Y en verdad, no es pequeña (abarca Paysandú, Río Negro, Soriano, Durazno, Tacuarembó, Cerro Largo y Florida).

¿A qué se dedican estos “educadores”? Bolón reseña: a “manejar y difundir los conceptos empresariales de ’liderazgo’, ‘innovación’ ‘gestión’. Resulta prístino el “olor empresarial”. La investigadora (2) nos informa que el respaldo “teórico” de tales supuestos pedagógicos proviene de la fundación Sunny Varkey, el nombre de quien es un billionaire nacido en la India, que define como “comerciante en instituciones escolares”, pieza clave de todo proyecto de “modernización” (léase globocolonización).

Sin entrar en esta nota al análisis de estas incursiones pedagógicas que con tino denuncia Bolón, queda claro, que nuestro estado no sólo ha cedido tierra a transnacionales interesadas en exprimirlas sino que también está cediendo cerebros, jóvenes, virginales, para que “planes tecnopedagógicos” nos vayan configurando no sólo el territorio sino las cabecitas de los habitantes donde estas empresas han establecido sus reales. Para configurar la mano de obra que les será de mayor utilidad unida a la fuente de trabajo, y para expandir el modelo social del cual estas empresas transnacionales son expresión.

La forestación celulósica nos desconstruye y reconstruye desde afuera de acuerdo con las necesidades “globales”.

Pero este tipo de empresas no son sino un factor heterónomo de los varios que inciden en nuestra sociedad, en nuestro destino. Queden para próximos abordajes.

Notas:

1. La parte cuantitativa está recogida de la recopilación elaborada por V. Bacchetta, G. Melazzi y W. Yohai. La entrega. El proyecto Uruguay-UPM, editado por MOVUS, Montevideo, 2019.

2. “Laicidad en retirada del estado uruguayo”, en El pacto colonial, MOVUS, 2021, V. Bacchetta (comp.).

(*) nota de los editores panglosiano: Que se caracteriza por un optimismo desmesurado e ingenuo.

Blog del autor: https://revistafuturos.noblogs.org/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.