Algunos pronosticaron que un movimiento telúrico de gran intensidad podría ocurrir en Perú con la próxima llegada del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Lima, pero hasta la Madre Tierra ignorará la presencia aspaventosa en esta nación andina del ahora «emperador» de Washington. Los temblores de tierra en este país son cotidianos, sin embargo […]
Algunos pronosticaron que un movimiento telúrico de gran intensidad podría ocurrir en Perú con la próxima llegada del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Lima, pero hasta la Madre Tierra ignorará la presencia aspaventosa en esta nación andina del ahora «emperador» de Washington.
Los temblores de tierra en este país son cotidianos, sin embargo los peruanos auguran que no se registrará ninguno porque la naturaleza, a la que tanto daño hace el imperio del Norte con sus guerras y emisiones de gases tóxicos, menospreciará de seguro la breve estancia de Trump en Lima para participar en la VIII Cumbre de las Américas.
Tampoco a los ciudadanos de a pie de esta nación sudamericana les interesa la visita del mandatario norteamericano, aunque si les molesta, y mucho, por el incremento de militares «gringos» «encargados» de la seguridad del mandatario norteamericano, que deambulan por todo el territorio nacional a su antojo.
Transeúntes citadinos coinciden en que Trump no vendrá a Perú a resolver los problemas que padecen desde hace mucho tiempo, como la pobreza, desempleo, falta de asistencia médica, educación bajos salarios, corrupción, violencia, contaminación ambiental e ingobernabilidad, sino todo lo contrario.
Concuerdan en que al «emperador» de turno del Norte, como a sus predecesores, no le preocupa en lo más mínimo las desigualdades y los sufrimientos de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe, región a la que EEUU persiste en mantener eternamente como su patio trasero.
Consideran que durante su estancia en Lima y participación en la Cumbre de las Américas, Trump ofrecerá solo más neoliberalismo y opresión a la Patria Grande para continuar expoliando sus inmensas riquezas naturales, desde el petróleo, los minerales y su vasta agricultura, hasta sus grandes reservas de agua.
Con ese rancio objetivo, Washington y sus serviles regímenes aliados en este hemisferio ansían destronar a la Revolución Bolivariana que hoy encabeza el presidente Nicolás Maduro porque representa el principal obstáculo para sus intereses hegemónicos en la región, y debilitar a su vez a otros gobiernos progresistas considerados enemigos por la Casa Blanca.
Precisamente en la VIII Cumbre de las Américas, prevista a celebrarse en las próximas horas con el auspicio de la Organización de Estados Americanos (OEA), un viejo instrumento de dominación del imperio, planean dar un nuevo zarpazo a Venezuela en nombre de la desprestigiada «democracia» que promulga Estados Unidos, y que somete actualmente a países como Argentina, Brasil, México, Colombia, Honduras y Paraguay, entre otros.
Pero un «emperador» que cree poder gobernar a todos en el planeta tierra desde las redes sociales con petulancia y amenazas está condenado al fracaso en el mundo bipolar que estamos volviendo a vivir en esta segunda década del siglo XXI.
Trump y sus secuaces no podrán derrocar a la Revolución Bolivariana, ni imponer sus preceptos en la Patria Grande. Serán los pueblos los que se encargarán de protagonizar un terremoto social de gran intensidad que estremecerá a las Américas desde la Patagonia hasta Punta Barrow, el sitio más septentrional de este hemisferio. Lima solo será el comienzo.
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