En un aluvión de encuestas de opinión, editoriales y libros bordeando la idolatría, la industria francesa de los medios de comunicación había dejado ya decididas las elecciones presidenciales francesas. El perdedor sería Nicolas Sarkozy, que flaqueaba en las encuestas. Ganador sería Dominique Strauss-Kahn, cada vez más en alza. Verdad es que el Partido Socialista Francés […]
En un aluvión de encuestas de opinión, editoriales y libros bordeando la idolatría, la industria francesa de los medios de comunicación había dejado ya decididas las elecciones presidenciales francesas. El perdedor sería Nicolas Sarkozy, que flaqueaba en las encuestas. Ganador sería Dominique Strauss-Kahn, cada vez más en alza. Verdad es que el Partido Socialista Francés no había escogido todavía su candidato y que Strauss-Kahn no había anunciado aún su candidatura, pero la nominación del partido y las elecciones mismas eran poco más que formalidades. Conocido por sus iniciales, al igual que el Fondo Monetario Internacional que actualmente preside [presidía, dimitió el pasado miércoles, 18 de mayo], DSK era la elección más clara de los poderes económicos tras el trono, y se le vendía enérgicamente a la opinión pública como candidato «más competente».
Dado que DSK tiene la suerte de enfrentarse a un jurado neoyorquino y no a los jueces del Tribunal Penal Internacional, los comentaristas andan todos recalcando que, por supuesto, es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Bueno, pues sí. Pero el escándalo de momento ya ha salpicado la próxima campaña presidencial.
El Partido Socialista Francés se ha quedado casi sin habla al ver que su candidato supuestamente imbatible se ha pegado un tiro en el pie antes incluso de que comenzara la carrera. Proliferan las teorías conspirativas. ¿Ha sido todo una conspiración de Sarkozy?
Pero Nicolas Dupont-Aignan, un candidato menor que trata de resucitar la tradición del gaullismo social, afirma, contrariamente a muchos observadores, que la eliminación de DSK es un golpe de suerte para la izquierda. «Dominique Strauss-Kahn era un falso buen candidato para la izquierda y creo que la derecha cometería un error si se alegrara. Siempre he creído que había una especie de falaz moda pasajera en torno a Strauss-Kahn y que él era acaso el mejor contrincante que podía tener Nicolas Sarkozy…».
Desde luego, sólo unos días antes de que estallase el escándalo de la habitación del hotel Sofitel, DSK fue objeto de fuertes críticas al ser fotografiado saliendo de un lujoso Porsche, que no era, a lo que parece, suyo sino, irónicamente, de su asesor de relaciones públicas («comunicación» en estos tiempos) Pero esto no era más que un recordatorio de que el potencial candidato socialista es todo menos un hombre del pueblo. El lujoso estilo de vida de Strauss-Kahn’s no constituye ningún secreto, con un ansia de riqueza y poder del todo semejante a la de Sarkozy, y su reputación de mujeriego ha sazonado las conversaciones de las cenas parisinas durante años. Además, se le atribuye un estilo mujeriego que no es tanto el del estereotipo del «latin lover» como el de un «chimpancé en celo», de acuerdo con una joven periodista que ha relatado públicamente cómo tuvo que luchar a brazo partido para quitárselo de encima.
Pero el verdadero escándalo en el caso del Partido Socialista es el que no ha empezado siquiera a reconocer: que había depositado sus esperanzas electorales en un destacado defensor del capitalismo global, presidente del FMI. Sea cual fuere el resultado del juicio de Nueva York, la burbuja reventada de DSK señala la completa degeneración del Partido Socialista en Francia, por razones que nada tienen que ver con su vida sexual.
Treinta años atrás, el astuto François Mitterrand condujo al Partido Socialista a una victoria electoral que todavía se celebra. Inicialmente aliado al Partido Comunista para mejor subyugarlo y destruirlo, los socialistas de Mitterrand comenzaron con un derroche de reformas, aboliendo la pena de muerte, nacionalizando empresas y rebajando la edad de jubilación, sólo para invertir su curso un par de años más y abandonar medidas económicas socialistas imposibles de llevar a cabo en el contexto de la Comunidad Europea (hoy Unión Europea). La época de Mitterrand enterró en realidad el socialismo, pero el Partido Socialista siguió llamándose «la izquierda». Con ello ya no se referían a medidas económicas que favorecieran a la clase trabajadora sin sobre todo a cuestiones morales tales como el antirracismo y toda clase de vagas y buenas intenciones.
Los socialistas ya no eran socialistas, sin ser ninguna otra cosa.
Con Dominique Strauss-Kahn, la mera ausencia de socialismo evolucionó hasta convertirse en algo mucho más enérgico: la promoción sin reparos del capitalismo global. Tras convertirse en Ministro de Economía, Finanzas e Industria en 1997, le dio totalmente a la vuelta al rumbo del primer Mitterrand, promoviendo una ola de grandes privatizaciones, entregando la industria de telecomunicaciones, del acero, aeroespacial y otros sectores claves a los caprichos del capital financiero internacional. Es lo que podía esperarse del vicepresidente del «Cercle de l’Industrie» de alto nivel, en el que ingresó en 1994 invitado por Raymond Lévy, director entonces de la empresa de automoción Renault. En este círculo encantado, dedicado a fomentar los intereses de la industria en las instituciones europeas, DSK se alineó con la misma multitud de supremos capitalistas franceses en cuya compañía tanto se complace Nicolas Sarkozy. Ciertamente, es de lo más justo sugerir que Sarkozy escogió a DSK para que dirigiese el FMI no sólo, como constantemente se repite, para mantener a su rival alejado de Francia sino porque los dos son del mismo parecer cuando se trata de política financiera internacional.
De modo coherente, DSK se opuso a la última reforma del Partido Socialista destinada a favorecer a los trabajadores, a saber la reducción de la semana laboral a 36 horas adoptada en 2002. Habiendo escrito su tesis doctoral sobre la economía de «recursos humanos», ha argumentado en favor tanto de una semana laboral más prolongada como de elevar la edad de jubilación, «ahora que vivimos cien años».
Tras la conmoción del Porsche, una señal de la desesperación de la vida política es que los comentaristas andaban escribiendo que DSK tenía que cambiar. El hecho de que fuera un entusiasta adalid del capital financiero multinacional que pasaba por socialista no era problema, el problema es que lo dejara ver. Tenía que hacer algo que le mostrase más preocupado por la gente corriente. Pues, vaya, nadie imaginaba con qué celeridad se podía conseguir eso.
DSK habría sido un candidato vulnerable para los socialistas de otro modo más. El PS ha sido con frecuencia el partido elegido por los votantes de las comunidades inmigrantes, pero esto se ha visto complicado por el conflicto palestino-israelí. Todos los políticos franceses de los partidos mayoritarios son pro-israelíes, pero DSK ha ido más lejos que nadie al escribir: «Yo considero que todo judío de la diáspora, dondequiera se halle, y esto vale por tanto para Francia, debería contribuir a prestar ayudar a Israel. Esa es además la razón por la que resulta importante que los judíos asuman responsabilidades políticas. No todo el mundo piensa de este modo, pero yo lo juzgo necesario […] Para resumirlo, en mis funciones y en mi vida diaria, en todas mis acciones, hago lo que puedo para aportar mi modesta piedra a la construcción de la tierra de Israel» (de la revista Passages, número 35, 2007). Esta clase de declaraciones sin duda despertó el entusiasmo de la extensa comunidad judía de la población de Sarcelles, en el extrarradio parísino, que le eligió alcalde. Pero es extraño que un candidato presidencial declare que su preocupación por un país extranjero es la motivación primaria de su carrera política.
En sus comentarios, Nicolas Dupont-Aignan fue la primera personalidad pública en expresar en Francia su preocupación por la víctima. «Si se prueban los hechos, se trata de algo muy grave, aun más toda vez que nadie habla de la víctima. Si hubiera sucedido en Francia, no estoy seguro de que la policía se hubiera atrevido a detener a DSK.» Dupont-Aignan deploró el hecho de que Francia «siga teniendo esa imagen de cultura de impunidad en el caso de personalidades relevantes» (…) «Los Estados Unidos», concluyó, «tienen muchos defectos pero en estos casos sexuales tienen mucha menos cultura de la impunidad de la que predomina en nuestro país».
Muchos franceses considerarán la persecución de DSK como un síntoma del puritanismo norteamericano. Desde luego, este escándalo llamará la atención sobre las diferencias culturales entre los dos países, sin descontar el qué es lo que provoca un escándalo de envergadura. En el verano de 2004, se desató un enorme alboroto en Francia cuando una joven dijo haber sido víctima de un grupo de jóvenes negros que la habían agredido en un tren de cercanías pensando que era judía. Hasta el presidente de la República se unió al coro de protestas contra el «ataque antisemita». Resultó que la joven se había inventado toda la historia para atraerse las simpatías de su familia.
Al ir saliendo la verdad salía a la luz, Dominique Strauss-Kahn comentó que aunque resultara que el incidente «no había sucedido tal como se presumía, en todo caso se habían producido otros veinte anteriormente».
Lo cual es síntoma de una «izquierda» que abandonó a la clase trabajadora, mientras se hacía publicidad presentándose como la única preocupada por cuestiones morales como promover el feminismo y combatir el racismo y el antisemitismo. Sería adecuadamente irónico que esta pretensión se hiciera trizas merced a la denuncia de una ultrajada ama de casa africana .
Diana Johnstone , miembro del Consejo Editorial de SinPermiso , es autora de Fools’ Crusade: Yugoslavia, NATO and Western Delusions [La cruzada de los locos: Yugoslavia, la OTAN y los delirios de Occidente].
Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4181