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Nicaragua, las palomas vuelan alto

Fuentes: Rebelión

Con un consenso cercano al 76%, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, liderado por el presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo, ganó las elecciones celebradas el 7 de noviembre.

Tendrá así otros cinco años de mandato presidencial y un Parlamento donde el sandinismo tiene mayoría absoluta, por lo que la continuidad con el gobierno saliente está garantizada. A partir de hoy, por tanto, comienza la nueva etapa que, al menos durante otros cinco años, garantizará el incremento de las políticas públicas inclusivas y el mantenimiento de una posición intransigente en cuanto a la independencia y la soberanía nacional del país.

Los 167 observadores internacionales y los 67 periodistas internacionales certificaron la absoluta regularidad de la votación, que se desarrolló en un ambiente de absoluta tranquilidad y en condiciones de transparencia desconocidas en otros lugares. Fue una formidable prueba de movilización popular y el 65% de participación atestigua la decisiva inversión del electorado en su propio futuro. El alcance territorial uniforme y las cifras absolutas y porcentuales alcanzadas, muestran también cómo el FSLN es un partido genuinamente nacional-popular, es decir, que consigue hablar a todos los sectores de la sociedad nicaragüense en todas las partes del país.

En un plano más exquisitamente político, el voto reconoce la tenacidad con la que el Presidente, el Comandante Daniel Ortega, rechazó las presiones internas e internacionales para que se adelantaran las elecciones, negándose a cambiar el calendario electoral establecido por la Constitución, que prevé -como en todas partes- la celebración de elecciones anticipadas sólo cuando un gobierno ya no cuenta con la confianza del Parlamento.

La negativa a adelantar las elecciones en 2018 fue una manifestación de un fuerte apego a la Constitución, porque ni siquiera se consideró prioritaria la ventaja de votar con el olor a infamia golpista en llamas. Se optó por mantener el calendario constitucional y no la conveniencia política inmediata. Tampoco se aceptó reconocer como entidad política con la que interactuar a las potencias extranjeras que han intentado y siguen intentando con creciente fuerza (y creciente decepción) intervenir en la política nicaragüense. No se permitió alterar la naturaleza institucional del país, su proceso legal y constitucional.

Hoy se ha demostrado que la decisión fue acertada. El consenso alcanzado habla de una identificación absoluta entre el pueblo y el gobierno. Una de las razones es la sensación de seguridad y estabilidad que ofrece junto con las políticas inclusivas. Aquí, a años luz de la farsa de representación de la política tal y como la conocemos en Europa o Estados Unidos, el respeto a la constitucionalidad del país es un terreno esencial y una premisa para cualquier consideración política, y porque el fortalecimiento de la institucionalidad produce la consolidación de la democracia formal y sustantiva. Estos dos aspectos de la soberanía popular forman el camino obligado que va de la mano de las políticas públicas que reducen las desigualdades. La democracia formal y la sustancial deben viajar juntas, porque esto transforma a la gente en pueblo, esto hace de un país una nación.

La derecha ha perdido su unidad bajo el signo del malinchismo, su actitud de ser esclavos de noche y sentirse amos de día. Ha perdido una derecha recalcitrante y corrupta, atiborrada de dólares y carente de toda inteligencia política, de toda sabiduría táctica, de toda visión estratégica. Una derecha que no habita el país del que divaga, que no conoce su fuerza y perseverancia; una derecha vieja, de impronta servil y neocolonial, que se ofrece a la tienda de descuentos de la política como un detergente ineficaz. Una derecha que representa todo lo viejo del latifundio y las rodillas desgastadas frente al imperio que se ha encontrado frente a un FSLN capaz de combinar la tradición con la modernidad, el impulso independentista con la ambición de representarlo políticamente.

Los traidores y mercenarios, los odiadores compulsivos, los implacables productores de mentiras envueltas en dólares han perdido. El golpe ha sufrido la más dura de las derrotas, porque había apostado fuerte por el abstencionismo. Pensó que la fatiga fisiológica que se produce después de años en la relación entre gobernantes y gobernados podría cavar un surco; se apoyó en la oposición histérica de las jerarquías eclesiásticas, en las amenazas de Estados Unidos con leyes y sanciones a medida, en la presión de la Unión Europea y de los payasos latinoamericanos, en la organización de liberales y conservadores y en toda la caravana del antisandinismo con la esperanza de que todos estos elementos pudieran producir de alguna manera un distanciamiento entre los elegidos y los votantes. Error flagrante de principiante, típico de quienes se proponen leer marcos complejos con un sistema binario en lugar de una lectura holística.

Intentaron la misma estrategia que en 1990, aprobando la ley Renacer en Washington en un intento, entre otros, de aterrorizar a los trabajadores de la zona franca (unos 130.000) con la amenaza de que Nicaragua saliera de Cafta, sin decir que simplemente no es posible según el estatuto y que desde EEUU al resto de Centroamérica todos pagarían un alto precio en términos comerciales. Comenzaron a despreciar el resultado electoral incluso antes de que se abrieran las urnas, tratando de definir su valor como exclusivamente interno, sin entender que sólo a los nicaragüenses les importa Nicaragua.

La reacción imperial

Estados Unidos reaccionó con nerviosismo a su derrota en Nicaragua. Biden salió del sarcófago para calificar de pantomima la votación nicaragüense y la Unión Europea reiteró su no reconocimiento, tal y como anunció hace meses, cuando aún no se habían convocado las elecciones. Se escenificó el mismo guión con Venezuela, y se recibió exactamente la misma respuesta: a Venezuela no le importaba en absoluto el no reconocimiento europeo, y Nicaragua hará lo mismo. Viven pacíficamente y felices incluso sin la UE: la impotencia del Viejo Continente hacia América Latina es un factor que no se resuelve con sueños frustrados de neocolonialismo.

A nivel continental, la primera reacción de Estados Unidos fue ordenar a Costa Rica que emitiera un comunicado desautorizando el resultado electoral nicaragüense. San José aceptó con entusiasmo; no todos los días una de las clases políticas más corruptas del continente, que custodia una nación económicamente nula, militarmente inerte y políticamente insultante, se encuentra apoyando un papel como si fuera un país real y no una muestra de la generosidad de la jurisprudencia internacional.

Este es sólo el primer paso de la ofensiva política, diplomática y comercial que se desatará contra Nicaragua. Utilizarán la manta andrajosa y bastante mugrienta de la OEA, alinearán al Grupo de Lima (conocido como el Cártel de Lima por la probada dependencia de sus miembros de los narcos) y pedirán a algunas ONG financiadas por la USAID que se acuerden de condenar. Destacarán los gobiernos fascistas del Cono Sur, encabezados por Colombia, Chile, Brasil y Uruguay, que dirán lo mismo bajo tres siglas diferentes -países individuales, Grupo de Lima y OEA- para sonar más como ellos. Movilizarán teclados mercenarios de supuestos periodistas de medios ligados a los EEUU y al sistema financiero internacional, quizás haciendo gala de algún charlatán arrepentido, de esos que cuando eran jóvenes se hacían pasar por izquierdistas para poder trabajar y ahora son ultraderechistas para no dejar de trabajar.

En el plano político y comercial, es posible prever la aplicación de un conjunto de medidas destinadas a doblegar a Nicaragua a los intereses estadounidenses, pero no será nada fácil obtener el consenso de la comunidad internacional, más aún en el plano regional. De hecho, uno de los efectos de la maldita globalización es que el entrelazamiento de los intereses recíprocos de los distintos actores dificulta la puesta en marcha de iniciativas que sólo beneficien a unos y perjudiquen a otros, tanto a nivel local como global. El entrelazamiento de intereses mutuos hace que todos salgan perdiendo en una cruzada sin sentido.

El tiro puede salir por la culata

Managua, por su parte, tiene varias flechas en su arco. La primera es su papel fundamental en la contención del tráfico de drogas y personas hacia Estados Unidos. El propio Pentágono ha destacado en repetidas ocasiones que las fuerzas armadas nicaragüenses son las mejores de la región, tanto en general como, en particular, para las tareas de patrullaje de su parte del Mar Caribe y del interior, así como para la represión de los fenómenos delictivos. La pérdida de la cooperación nicaragüense, tanto a nivel bilateral como en el seno del SICA, socavaría la seguridad regional, el comercio y la importación/exportación en todo el hemisferio y la cooperación que caracteriza el proceso de integración en la zona en diversos ámbitos. Por lo tanto, a nadie le interesa, ni siquiera a Estados Unidos y Canadá, alterar el equilibrio que se ha logrado con tanto esfuerzo en materia de seguridad regional y, en todo caso, no le interesa apoyar una batalla ideológica con un alto nivel de histeria y caprichos imperiales, en la que Washington exige que sus empleados locales gobiernen al margen del consenso que tienen.

Pero pensar que una vulgar e insignificante minoría blanca, desprovista de todo respeto y consenso, puede representar el futuro del país significa no tener el más mínimo sentido de la razón ni siquiera el sentido de la proporción. Creer que la desestabilización de Managua no conlleva una desestabilización de la zona y por tanto, como consecuencia, de los propios EEUU, supone haber aprendido política internacional en las enciclopedias de archivos.

En Managua, son cuidadosos pero ciertamente no están desesperados. Nicaragua ha dado un paso de gigante en el camino hacia el fortalecimiento de su estructura institucional. Han dado la señal que querían dar. El país es políticamente sólido y fiable y está protegido de los intentos de golpe de Estado. El gobierno es sólido, goza de una mayoría política abrumadora y no es concebible despreciar estos datos.

Se puede y debe hablar con Nicaragua. Hay intereses comunes en la zona, desde el desarrollo hasta la seguridad, desde el comercio hasta las políticas migratorias. Por lo tanto, lo que se necesita es que Estados Unidos adopte una política digna. Deberían tener el valor de sacar la suerte de Estados Unidos hacia América Latina de las manos de la mafia de Florida, ya que ésta sólo sirve para engordar los intereses del lobby cubano-americano que se nutre de la hostilidad y los embargos a Cuba, Venezuela y Nicaragua. A continuación, abandona la idea de que todo lo que está al sur del Río Bravo es un protectorado de los Estados Unidos, aprende la diferencia entre diálogo y monólogo.

Nicaragua no es un agregado geográfico como Costa Rica. Su peso internacional no es comparable al de ningún otro país de la región. Sin embargo, la magnitud de su soberanía es una parte fundamental de su identidad política y cultural, y es imposible no reconocer cómo su capacidad para gestionar una grave polarización política le convierte en un modelo de democracia y, al mismo tiempo, en el país líder de la región. Mejor proponer enfrentamientos que choques, mejor dibujar escenarios útiles que inventar sanciones inútiles.

Mientras tanto, Nicaragua disfruta de su fiesta cívica. Las palomas han volado alto y los cuervos han sentido que deben dejar el cielo despejado. La victoria electoral de ayer nos recuerda a todos, realmente a todos, que la independencia genera soberanía, que a su vez da lugar a la libertad. La democracia es una fruta deliciosa para saborear: al menos en esta latitud, se sirve en platos humildes. Pero irrompibles.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.