El escenario en torno al decreto 743 -que busca obstaculizar el trabajo de cuatro magistrados de la Corte Suprema de Justicia- ha propiciado que muchos izquierdistas salvadoreños se rasguen toda la camiseta, arrancándose de paso hasta el pellejo. Claro que hay que criticar a la dirigencia del FMLN por su manejo tan torpe de la […]
El escenario en torno al decreto 743 -que busca obstaculizar el trabajo de cuatro magistrados de la Corte Suprema de Justicia- ha propiciado que muchos izquierdistas salvadoreños se rasguen toda la camiseta, arrancándose de paso hasta el pellejo. Claro que hay que criticar a la dirigencia del FMLN por su manejo tan torpe de la cuestión, y exigirle un mínimo de coherencia entre la práctica y el discurso, así como una mayor comunicación con las organizaciones populares, sus mismas bases, etc., pero eso no quiere decir que debamos ceder a la apocalíptica que anuncia o demanda el fin del partido. Al mismo tiempo, deberíamos analizar en serio quiénes son los que más se están beneficiando de la crisis, quiénes son los que más empujan para aparecer en la foto -asociaciones «tradicionalmente democráticas» como la ANEP, por ejemplo. Por muy mal que ande el Frente, aquí no vale eso de «los enemigos de mis enemigos son mis amigos».
El partido FMLN sigue siendo un instrumento fundamental para las luchas populares, con todo y su historia de altibajos. No hay duda de que, debido al mencionado decreto, ahora se encuentra más «en los bajos que en los altos», pero no sería justo restarle importancia a lo que ha conseguido hasta ahora. Sin el FMLN no habríamos podido sacar a ARENA del Ejecutivo, lo cual no es poca cosa, como tampoco lo son las acciones que impidan su regreso. Sin renunciar a nuestro derecho a criticar las decisiones de la cúpula del Frente que culminaron en la victoria del 2009 -el candidato, por ejemplo- o la misma actuación «gallo-gallina» que adoptaron en repetidas ocasiones -y que algunos de sus dirigentes parecen empeñados en perpetuar-, no podemos ignorar que los procesos de cambio necesitan de victorias políticas y no sólo de la perseverancia en «la justicia y la verdad».
No creo que el FMLN esté acabado ni que todo lo que hace el Frente socava el proyecto izquierdista en nuestro país. Además, ¿cuál es la alternativa real de izquierda al FMLN? Otros grupos políticos «de izquierda» desaparecieron en menos de lo que se dice «743» o fueron reducidos a la insignificancia. Esos son hechos. Por su parte, las organizaciones populares no parecen tener, por ahora, la estructuración ni la claridad para emprender el relevo. La crítica atinada y necesaria a una cúpula que se alejó de la gente e incluso de su propia militancia debería ir acompañada de una reflexión acerca de los vínculos históricos, organizativos y simbólicos entre las organizaciones populares y el FMLN: aun si repudian lo que hacen sus dirigentes, se trata de «su partido», lo cual no equivale a puro entreguismo a la línea que dicta la cúpula. No toda filiación debe ser interpretada como sometimiento, ni es posible negar la existencia en el partido de corrientes y enfoques diferentes, un factor nada despreciable para reconsiderar la naturaleza de las relaciones con él.
Muchas de mis afirmaciones arriba apuntan a que hay una especie de desarme teórico y práctico que no sólo se encuentra dentro del partido -que lo hay, sin duda-, sino también entre las organizaciones populares. Dicho desarme debe combatirse, en primer lugar, retomando el reto de encontrar vías de acercamiento con el FMLN, movilizando el poder adquirido, aprovechando los puntos fuertes que se tienen para obligar a sus dirigentes al diálogo, y creando mecanismos para la construcción de un auténtico y democrático proyecto popular que nos haga sumar más que restar. Que buena parte de la dirigencia no sea proclive a bajar de su pírrico Olimpo no es razón suficiente -ni moralmente justificable- para darle la espalda a un partido que es mucho más que la dichosa cúpula, que tampoco es diabólica ni omnipotente.
Por otra parte, las organizaciones populares deberían ver bajo un lente crítico sus razones para la acción y las justificaciones a que apelan en sus declaraciones, pensando acerca de lo que es necesario y moral hacer para obtener el poder y para conservarlo: no basta con «tener la razón» o «hacer la justicia» si las posibilidades de éxito son cero o menos que cero, y eso hay que considerarlo. Radicalidad no es aplicación ciega de principios, aunque nos parezcan «correctos». Un rigorismo así no sólo da pie a absurdos sino que es impracticable por oneroso y poco aconsejable por irresponsable. Seguro que habrá que exigir explicaciones y rectificaciones a muchas cosas que Funes y el FMLN podrían haberse ahorrado y otras que no hicieron, pero no creo que debamos exigir actuaciones que generen efectos tan extremos que echen a perder lo que se está tratando de construir.
No escribo lo anterior pensando en la comprensible exigencia de derogar el 743, sino en los reclamos por una nueva «Constituyente», que algunos dirigentes sociales han enarbolado y que revela una profunda ingenuidad e irresponsabilidad. Tal vez creen en un levantamiento espontáneo del «pueblo revolucionario» (?) o en que se puede mantener a ARENA fuera del Ejecutivo sin echar mano del FMLN. Otros incluso dicen que fuera preferible que la derecha ganara las próximas elecciones, arrebatándole al Frente lo alcanzado hasta ahora, y que tal vez así despertaría de su letargo o se convertiría en un mejor partido (y el país en un mejor país). Estos escenarios especulativos parecen seducirlos tanto que no piensan en sus nefastas y perfectamente previsibles consecuencias para la población -los militares dando un Golpe es una de ellas-, para el proceso democratizador e incluso para los cambios que se están realizando desde el 2009, que aunque incipientes son reales y útiles.
Hay que estar alerta ante un radicalismo tan irreflexivo y tener claro que no es irresponsable hacer cálculos políticos y alianzas estratégicas, así como tampoco es inmoral sopesar las consecuencias de las decisiones. Es legítimo defender que la moralidad de una acción política depende de nuestros pronósticos y hay que convencerse de que una política de izquierdas no puede ignorar esto ni eludir su discusión apelando al respeto a ultranza de ningún principio, mientras se cierran los ojos a los efectos que ocasionaría su aplicación.
Carlos Molina Velásquez. Académico salvadoreño y columnista del Periódico Digital ContraPunto
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