«Nuestra respuesta es más democracia, más apertura, más humanidad». Son las palabras del primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, el mismo día en que Anders Behring Breivik mató a 77 personas en el centro de Oslo y en la isla de Utøya. Hoy se cumple el primer aniversario del ataque más grave sufrido por Noruega desde […]
«Nuestra respuesta es más democracia, más apertura, más humanidad». Son las palabras del primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, el mismo día en que Anders Behring Breivik mató a 77 personas en el centro de Oslo y en la isla de Utøya.
Hoy se cumple el primer aniversario del ataque más grave sufrido por Noruega desde la II Guerra Mundial, pero a diferencia de otros lugares -EEUU es el ejemplo más claro tras los atentados del 11S- la masacre no ha servido de argumento para instaurar la doctrina de la seguridad y aumentar las prerrogativas de ejércitos y policías.
Más bien al contrario, la masacre ha servido para reafirmar a los noruegos en su modelo de bienestar, basado en un Estado fuerte y protector que se encarga de distribuir la riqueza y evitar la exclusión social.
Y ha sido así pese a que la presión, sobre todo desde el exterior, fue fuerte. En los días posteriores al ataque, la prensa internacional ejerció de trampolín de excepción para lanzar todo tipo de sospechas sobre la Policía, a la que acusaban de reaccionar tarde y mal. El debate y la presión, sin embargo, no calaron en la sociedad noruega, que una semana más tarde de los acontecimientos, elevaba la popularidad del primer ministro al 80%. Por contra, el ultraderechista Partido del Progreso -segunda fuerza en 2009 y al que perteneció Breivik en su juventud- se hundío en las elecciones municipales celebradas apenas dos meses después de los atentados que sacudieron al país.
Stoltenberg, que confesó tener en todo momento en mente la nefasta gestión de los atentados del 11-M por parte del PP, se negó a aventurar cualquier autoría cuando distintas voces apuntaban ya hacia un posible atentado islamista. El tiempo le dio la razón y, al conocerse que el asesino era noruego, esbozó el discurso que ha mantenido durante este año: «Estos actos querían causar el pánico entre la población noruega, pero no dejaremos que eso ocurra. Noruega es una sociedad abierta».
Y en efecto, el Gobierno -compuesto por el Partido Laborista, el Partido Socialista de Izquierda y el Partido de Centro- ha seguido adelante con un programa en el que el tema de la seguridad queda relegado al antepenúltimo punto de un total de 18. A modo de comparación fácil, la respuesta del PP a su gestión de los atentados de Atocha fue un programa electoral que en 2008 tenía como primer punto «Derrotar al terrorismo» y como cuarto punto «Hacer de España un país más seguro».
Un juicio ejemplar
La confianza de los noruegos en su modelo se ha reflejado claramente en el reciente juicio a Breivik, que tras dos largos meses de procedimiento con infinidad de testimonios, quedó visto para sentencia el 22 de junio.
Lejos de pedir la cabeza del acusado, la sociedad se ha limitado a seguir con interés el trabajo de la justicia. En declaraciones recogidas por la BBC, Jordi Nordmelan, uno de los supervivientes, resumió claramente el espíritu con el que afrontaron el juicio: «Es una oportunidad para que diga todo lo que quiera, lo cual es bueno, porque podrá responder preguntas que nunca más tendremos que hacerle. Es bueno que el sistema que el odia y trató de destruir lo oiga y le demuestre que funciona». «No es sobre las víctimas, sino sobre Breivik», sentenció.
Que el juicio ha sido impecable lo demuestra el hecho de que, mientras la defensa de Breivik -pagada por el Estado- defiende su ingreso en prisión al considerar que era plenamente consciente de sus actos, la Fiscalía lo considera enfermo mental, algo que le permitiría eludir la cárcel. Un tribunal compuesto por dos jueces profesionales y tres ciudadanos tendrá que decidir el 24 de agosto si lo envían a la prisión o al psiquiátrico.
Confianza en el modelo
El 22 de julio los noruegos perdieron parte de su ingenuidad, pero reforzaron su fe en un modelo que los ha mantenido, durante 30 años a la cabeza del Índice de Desarrollo Humano de la ONU. Buena muestra de ello es que la movilización más grande de repulsa a los atentados consistió en reunirse en una plaza a cantar una canción pacifista odiada por Breivik.
No conviene, de todos modos, olvidar los argumentos del asesino, que dijo actuar «para defender a su grupo étnico», reflejo de un país en el que los inmigrantes han pasado de ser el 5% al 13% en apenas una década, algo que da pie a que en ciertos sectores se haya instalado aquello de que «lo que hizo està muy mal, pero algo de razón tenía». Sin embargo, que los problemas de convivencia sean casi inexistentes y que el autor de la masacre fuese noruego no hacen sino demostrar que el principal escollo para mantener el modelo está en casa.
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