Si tuviéramos que elegir un país latinoamericano donde un político que acaba de fundar un partido y se presenta a unas elecciones tuviera más opciones de llegar a la presidencia, ese país sería Perú. En las pasadas elecciones presidenciales de 2006, Ollanta Humala creó el Partido Nacionalista Peruano (PNP) y se presentó casi como un […]
Si tuviéramos que elegir un país latinoamericano donde un político que acaba de fundar un partido y se presenta a unas elecciones tuviera más opciones de llegar a la presidencia, ese país sería Perú. En las pasadas elecciones presidenciales de 2006, Ollanta Humala creó el Partido Nacionalista Peruano (PNP) y se presentó casi como un desconocido. El 30% de los electores apostó por su propuesta de cambio en la primera vuelta, aunque finalmente se impuso en la segunda vuelta el actual presidente, Alan García.
Para el analista Carlos Tapia García, miembro de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que investigó el conflicto armado con Sendero Luminoso, el éxito repentino de la candidatura de Ollanta Humala se debió a que canaliza «la ira y el rencor de los sectores excluidos, que creen que los políticos se benefician personal y colectivamente de la democracia».
En estos últimos tres años, las movilizaciones sociales, las protestas sindicales, los conflictos mineros y los últimos levantamientos de las comunidades indígenas para defender sus territorios, que desembocaron en los sucesos de Bagua, parecen indicar que el descontento con el sistema político se está poniendo más de manifiesto en la calle. Para los grupos de poder económico, los grandes empresarios exportadores y las multinacionales asentadas en territorio peruano, el discurso nacionalista de Humala asusta, pues apuesta por reforzar el papel del Estado en la economía. Para la población más humilde, sobre todo de origen rural, la propuesta nacionalista es una nueva esperanza de cambio político que quizá redistribuya mejor la riqueza y tenga más en cuenta las necesidades de los ocho millones de peruanos que viven bajo el umbral de la pobreza.
Algunos de los nuevos presidentes latinoamericanos, como Evo Morales o Lula Da Silva, tienen un pasado político ligado a las luchas de base. ¿Qué tiene que decir a aquellos que dicen que usted y su partido no tienen un pasado político y una base social, que no son más que fruto del oportunismo consecuencia de la crispación que existe en Perú por los gobernantes que ha tenido?
Entré en política porque se dieron las circunstancias así. Yo no quería ser político, sino comandante general del ejército peruano. He servido al ejército en las zonas de emergencia (las regiones donde más intenso era el conflicto con la guerrilla de Sendero Luminoso). Allí me di cuenta que en esas zonas de la sierra y la selva no había Estado, no había nadie que administrara la justicia. El Estado se quedaba en la costa. En estas zonas los ciudadanos son de segunda categoría, el país no les brinda oportunidades. Así es como descubrí que yo estaba defendiendo a un Estado que había estafado a la población. Allí es donde surge mi visión del país distinta y contestataria.
Usted comandó un levantamiento militar en el año 2000 cuando era comandante de una unidad del ejército, durante el gobierno de Fujimori. ¿Qué le llevó a tomar esa decisión?
En el año 2000, Fujimori pretendía convertir en la práctica el ejército en un partido político. Como comandante de una unidad militar, me veo ante la disyuntiva de, o bien aceptar esta disposición, o bien rebelarme contra eso. Opté por lo segundo. Decidí hacer un levantamiento militar, no para interrumpir un proceso democrático, sino más bien para restituir el orden constitucional de la República, que había sido roto por Fujimori. Este levantamiento me costó mi carrera militar. Pude salir en libertad porque el nuevo Congreso constituido sacó una ley de amnistía. Ya en libertad, comencé a denunciar a todo el cuerpo de generales del ejército, pues habían firmado y escondido un acta de sucesión con Fujimori. La respuesta de ellos fue invitarme al retiro y sacarme del país. Es ahí donde yo entro en política.
Tuvo varios procesos penales…
Antes de entrar en política no había tenido ningún proceso penal, pero, curiosamente, una vez en política, durante la campaña electoral, he tenido acusaciones de todo calibre. Se me abrieron 11 procesos penales de los que he salido inocente. Se me ha acusado de recibir dinero de Chávez, de ser antisemita, han dicho que quiero fusilar a los homosexuales, que postulé por un partido que no era el mío, de violador de los derechos humanos, de narcotraficante… No me fui del Perú como hicieron otros dirigentes (Alan García o Fujimori) cuando se les procesó. Afronté los 11 procesos penales y he salido libre de todos ellos.
¿Y por qué un partido llamado ‘nacionalista’?
Ignacio Ramonet me dijo durante un almuerzo en Uruguay: «Oye Ollanta, deberías cambiar el nombre. El término nacionalista va a generar problemas en Europa». Yo le dije que a lo mejor generaba problemas en Europa, pero los que van a votar son los peruanos. Y en el Perú el nacionalismo tiene otra connotación. En Perú nadie discute que sea bueno que EEUU sea nacionalista. Yo creo que también España y otros países son nacionalistas a su manera. Unos nacionalismos buscan autonomía, otros buscan la integración, hay nacionalismos del primer mundo y los hay del tercer mundo. Nuestro nacionalismo es del tercer mundo, pues lo que busca no es lo que buscaban las corrientes nacionalistas en el siglo XX en Europa, sino construir el Estado nacional peruano. Desde la óptica latinoamericana, la vieja contradicción entre izquierda y derecha pasó a un segundo plano con la caída del muro de Berlín, dando paso a una nueva contradicción, que es la globalización capitalista que venció en la guerra fría, frente a los procesos de conformación de los Estados nacionales. Creemos que esta nueva globalización no reconoce identidades ni soberanías. Y nosotros no estamos de acuerdo con eso. Y por eso somos nacionalistas.
¿Cuál es vuestra posición con respecto a los procesos de integración latinoamericana?
Nuestro nacionalismo es integrador porque busca integrarse con Latinoamérica, porque cree que países como Bolivia, Ecuador o Perú no tendrán mucho futuro si no nos unimos. Creemos en un proceso a largo plazo de integración de todos los países latinoamericanos. En algunos países lo llaman ‘socialismo del siglo XXI’, en otros lo llaman movimientos indigenistas o movimientos de izquierdas. En el Perú es el movimiento nacionalista. El denominador común es que buscamos un cambio y que nos enfrentamos a esa vieja oligarquía que no quiere cambiar las cosas. Por tanto, creemos que hay algo que nos hermana.
¿Qué propone su partido con respecto a uno de los temas centrales en la política actual latinoamericana: los recursos naturales?
Con la Constitución neoliberal que tenemos, elaborada por el Gobierno de Fujimori, el Estado renuncia a la propiedad de los recursos naturales, que es la principal fuente de ingresos del país. La Constitución dice que los recursos naturales pertenecen al Estado cuando están en el subsuelo. Pero estos derechos de propiedad se pierden a favor de aquél que los extrae. Como en el país no hay nadie que tenga capacidad económica para extraerlos, el Estado renuncia a estos derechos y los cede a las empresas trasnacionales. Los sucesos de Bagua suponen la confrontación de dos visiones del país. Por un lado, la visión del Gobierno y los grupos económicos según la cual se crea valor en el Perú vendiendo los recursos naturales, y el problema es que aún hay muchas tierras y concesiones que no se están vendiendo. Y por otro lado, la visión de los nacionalistas y diferentes organizaciones sociales y comunales, que creemos que el valor se crea con la industrialización del país, que fue el camino seguido por todos los países desarrollados. En el trasfondo de este conflicto está la discusión sobre el concepto de la propiedad de los territorios comunales.
Se está produciendo un proceso de reterritorialización de la tierra en Perú. Se conforman latifundios para la explotación de gas, petróleo y de biocombustibles. Detrás de esto está la discusión sobre de quién es el Perú: de las multinacionales o del pueblo peruano. El presidente actual lo ha dicho en dos artículos titulados ‘El perro del hortelano’, en los que dice que estas comunidades nativas son el perro del hortelano porque no comen ni dejan comer, no quieren desprenderse de la propiedad pero tampoco dejan que se invierta, que produzca la propiedad. Por eso el presidente dice que las comunidades nativas no pueden ser las propietarias del territorio, porque no tienen educación ni capacidad de inversión. Esta propiedad debe ser de las trasnacionales, pues ellos sí tienen la tecnología y la capacidad económica de invertir. Frente a esa visión, las comunidades dicen que el territorio es suyo desde antes que existiera la República, desde sus ancestros. Estas dos visiones son las que han colisionado en los sucesos de Bagua. Respecto a este conflicto nosotros proponemos que lo primero que se debe reconocer es que, tal y como dice el convenio 169 de la OIT que Perú firmó, la propiedad de la tierra es de las comunidades. En segundo lugar, se debe consultar a las comunidades antes de iniciar una explotación de recursos. En tercer lugar, las comunidades deben participar en calidad de socias de ese aprovechamiento de los recursos. Debe asegurarse también de que las multinacionales que inviertan van a ganar. Que ambas partes ganen. De este modo, se consiguen mecanismos de crecimiento que, sin escalas, favorezcan el desarrollo. Es justamente lo que el modelo económico neoliberal no ha logrado. Nuestro proyecto cree que hay que corregir, mejorar y fortalecer la democracia, para que ésta le sirva a la mayoría de la población. En estas condiciones de pobreza, todavía se sigue pensando que es necesario favorecer a las multinacionales para que inviertan y que esas inversiones van a favorecer por ‘chorreo’ a la población. El resultado es que el bolsillo de la población más desfavorecida nunca se llena.
¿Qué mecanismos de democracia participativa e inclusiva proponéis en vuestro proyecto?
Creo que más bien hay que hablar de los mecanismos para erradicar la corrupción. La corrupción va ligada al poder y se extiende cuando no hay unas reglas claras. En mi país, el presidente escribe una carta a los empresarios para que inviertan en Perú. Los que deciden invertir en el país, en lugar de ir a alguna institución a realizar la inversión de modo formal, van al palacio presidencial y el presidente los recibe con una cena como jefes de Estado y los reciben todos los ministros, cada uno haciendo cola para ver qué negociar. Los ministros llaman a un lobbista, que apunta en un papel de qué manera se va a invertir. Y después se arreglan las comisiones. Hacen lo que les da la gana, porque el presidente, los gobernantes y los congresistas son irrevocables. Nosotros intentamos que nuestros congresistas no se corrompan. Queremos una reforma parlamentaria en la que quede claro que el pueblo es el dueño del escaño, que el partido político que puso al congresista es el garante de que ese congresista va a ser consecuente con lo que se prometió al pueblo que le votó, y que el congresista no es dueño del escaño, sino inquilino. Este mecanismo de control es un mecanismo de participación y de fiscalización. Otro mecanismo es el referéndum revocatorio, que permita destituir a un presidente.
http://www.diagonalperiodico.net/Nos-enfrentamos-a-esa-vieja.html