Las balas que segaron la vida del joven periodista Orlando Martínez Howley, fueron dirigidas también contra el compromiso militante y contra la libertad de expresión. Hoy, en el aniversario 42 del cobarde asesinato, es evidente no solo el carácter político del mismo sino también su marca sectorial y su sello clasista. Los esbirros del gobierno […]
Las balas que segaron la vida del joven periodista Orlando Martínez Howley, fueron dirigidas también contra el compromiso militante y contra la libertad de expresión. Hoy, en el aniversario 42 del cobarde asesinato, es evidente no solo el carácter político del mismo sino también su marca sectorial y su sello clasista.
Los esbirros del gobierno encabezado por Joaquín Balaguer, constituían el brazo armado de una maquinaria electoral cuya misión era dar apariencia legal a la permanencia del caudillo en el Palacio Nacional (Partido Reformista en ese momento y luego se añadiría la etiqueta Social Cristiano).
Pero hay que apuntar que ese papel les fue asignado para allanar el camino al ejercicio de clase. La clase dominante fue unificada bajo la coordinación del gobierno instalado por el invasor yanqui, asumiendo un modelo de acumulación basado en salario deprimido, desconocimiento de la libertad de organización de la fuerza de trabajo y represión al movimiento social y político. En ese contexto, se sirvió de los esbirros.
Orlando Martínez, como articulista y militante del Partido Comunista Dominicano, denunció el engaño al Estado por parte de corporaciones asociadas a funcionarios y empresarios influyentes, y analizó con claridad el panorama político del momento.
Los sustentadores del atraso y los impulsores de un modelo de acumulación para el cual los principios son solo indeseables obstáculos, no podían permitir que Orlando Martínez continuara ejerciendo su oficio y realizando su papel como ente social.
El interés de clase y la atadura al proyecto político condujeron a tomar la decisión de asesinarlo y a mantenerla asumiendo los riesgos.
Era predecible que la consumación del hecho crearía grandes problemas, pero a pesar de ello, en una calle de la Zona Universitaria, en las primeras horas de la noche del lunes 17 de marzo de 1975, fue asesinado Orlando Martínez.
La conocida «Página en blanco» en las memorias de Joaquín Balaguer (Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo, publicadas 13 años después), es testimonio de que el comandante de los mercenarios siempre sintió la necesidad de sacudirse el lodo.
El nombramiento en la jefatura de la Policía de un enemigo de Enrique Pérez y Pérez (Neit Rafael Nivar Seijas), y de una comisión que investigaría el asesinato, provocó la renuncia de cuatro generales. El 8 de mayo de 1975 mediante una carta enviada al presidente de la República, abandonaron sus cargos: el secretario de las Fuerzas Armadas, contralmirante Ramón Emilio Jiménez Reyes, y los jefes de Estado Mayor del Ejército Nacional, general Enrique Pérez y Pérez; de la Fuerza Aérea Dominicana, general Salvador Augusto Lluberes Montás, y de la Marina de Guerra, comodoro Manuel A. Logroño Contín.
Balaguer utilizó su condición de caudillo para enfrentar la crisis creada.
En diciembre de 1975 fue asesinado Edmundo Martínez, hermano de Orlando, por su activismo en busca del esclarecimiento del hecho. La madre (Adriana Howley, merecedora de reconocimiento por el valor y el coraje que mostró), mantuvo el reclamo en nombre de la familia.
Los compañeros de militancia y los ciudadanos conscientes que reconocieron el valor de Orlando, sostuvieron la demanda y lograron el castigo a los ejecutores, a pesar de que la influencia de Balaguer logró separar del expediente acusatorio a Salvador Lluberes Montás y mantener fuera de los tribunales a Milo Jiménez y a Pérez y Pérez.
En el año 2000, cuando se logró la condena de los autores materiales del hecho (siendo el de más alto rango el general Joaquín Pou Castro, quien en marzo de 1975 era mayor de la Fuerza Aérea), era visible el carácter político.
El compromiso
Seis meses antes de cumplir los 31 años, Orlando Martínez fue asesinado. Es un dato puntual, como no puede serlo la estocada al periodismo ético y comprometido con las mejores causas.
El ejercicio de dominación de clase demandaba la eliminación de un ejercicio, y ese objetivo lo han logrado a sangre y fuego los sustentadores del sistema.
Protegen ahora, como antes, a los esbirros de cierta marca. Se puede buscar en la lista de viejos y nuevos jefes policiales (hay que agregar varios nombres a los de figuras siniestras como Pedro de Jesús Candelier y Rafael Guillermo Guzmán Fermín).
Y, por supuesto, preservan el pacto de impunidad de las formas más groseras del delito de Estado y de la corrupción que sostiene al sistema electorero.
Llevar flores silvestres a la calle Cristóbal de Llerena, es un hermoso gesto en homenaje a Orlando, pero el compromiso auténtico es repudiar, con fuerza y en forma militante, la podredumbre… El compromiso no puede ni debe morir.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.