¿Cómo relanzar la alternativa política en Italia y en Europa, sin acomodarse a la [táctica de] limitación de daños y, simultáneamente, sin reabrir las puertas del poder a la derecha? Traducido: ¿cómo volver a tener una izquierda no subalterna al centro sin hacer caer a Prodi y facilitar el regreso de Berlusconi (o de quien […]
¿Cómo relanzar la alternativa política en Italia y en Europa, sin acomodarse a la [táctica de] limitación de daños y, simultáneamente, sin reabrir las puertas del poder a la derecha? Traducido: ¿cómo volver a tener una izquierda no subalterna al centro sin hacer caer a Prodi y facilitar el regreso de Berlusconi (o de quien lo substituya) al Palacio Chigi [sede del Gobierno italiano]? Buen rompecabezas. Fausto Bertinotti responde aquí con una evocación: «En determinados momentos, vale lo que decían los obreros a propósito de los aumentos salariales: ‘poco, maldito y pronto, siempre mejor que nada'». Traducido: mantengamos en pie el gobierno, hagamos una reforma electoral que limite los vínculos de la mayoría y demos pronto vida a un sujeto «unitario y plural» de la izquierda existente. «También porque los hechos -toca nervio el presidente de la Cámara- han llevado a que se perdiera confianza en nuestra idea de movernos en un círculo virtuoso entre la acción de gobierno (reformadora) y los movimientos (que apremian a la vida política)». Es decir, que se ha reducido a la aceptación de lo «menos malo», mientras se ensancha el hiato entre la representación política y los conflictos sociales y se erosiona el consenso electoral de la izquierda.
Parece que toda la izquierda esté un tanto inadaptada. Piensa en la manifestación del pasado 20 de octubre: una gran participación, una exigencia de «estar allí», y luego, escasísimas respuestas, si no genéricas, por parte de los representantes. ¿No es eso la verdadera crisis de la política?
Cuanto más se constata el éxito de la manifestación del 20, tanto más se ve a contraluz la profundidad de la crisis de la política. En el PD [Partido Democrático] y en su entorno se ha omitido por completo ese acontecimiento. En la izquierda, ha dominado más el alivio del peligro conjurado que la inversión político-intelectual, cuando o que cabría esperar es una socialización de la reflexión común sobre lo sucedido, sobre por qué había tanta gente en la plaza, y con tanta pasión política, sobre los problemas sociales que todo eso revela. En cambio, teniendo como central la cuestión del gobierno -ya para derribarlo, ya para consolidarlo-, las preguntas por la subjetividad del movimiento -por lo que representa y exige- se dejan en segundo plano. De manera que la crisis a que nos enfrentamos radica en la dificultad para encontrar la subjetividad política y social necesaria para poder realizar un protagonismo capaz de intervenir en las decisiones del estado, en las decisiones económicas, en las grandes decisiones sobre derechos sociales, es decir, en los lugares de la formación de la decisión política. Ese me parece el punto irresuelto.
En lo de fondo y en el método, en los contenidos y en su representación política. Hablando de los primeros: en tu editorial del último número de la revista Alternative per il socialismo, vuelves a la centralidad del trabajo. ¿Es un cambio respecto de la fase de los movimientos, a la que siguió la de la batalla política dentro de las instituciones?
Son todo caras del mismo prisma. Aunque yo reconozco que, de vez en cuando, si no una centralidad, sí, empero, se tiraba de un cabo del ovillo, y yo creo que la crisis está llegando a tocar fondo. Si se me pregunta: ¿cuál es la clave de bóveda de la salida de la crisis? ¿Cuál es la razón primera de la crisis de la izquierda? Yo respondo que el nudo hay que buscarlo en la relación entre el trabajo, la sociedad y la política. No para una nueva centralidad obrera, no para ignorar la crítica del feminismo a la sociedad patriarcal o la ecologista a la devastación producida por el capitalismo, no para cancelar las historias y los contenidos de los movimientos y su diversidad, sino porque puede situarnos en una hipótesis de transformación de la sociedad y de capacidad de intervención en las decisiones de la política, en el lugar estratégico de decisión de la política. Y en mi opinión, hay necesidad de encontrar un nexo con el trabajo en todas sus dimensiones. No es casual que el éxito de la manifestación del 20 esté ligado a la lucha contra la precariedad. Y la del trabajo no será exhaustiva, pero es paradigmática.
Sobre el método y sobre la representación política, lo mínimo que exigía la calle el 20 de octubre era un lugar para una práctica común, entre identidad a conservar y papeles dirigentes a preservar… En suma, si las cosas siguen así, no habrá cosa rossa [unidad de toda la izquierda], ni, simplemente, «cosa» alguna.
Con el mayor respecto para todos quienes trabajan cotidianamente en la actividad de partido, a mí me parece que hay demasiadas rigideces. Comprendo los problemas y las resistencias, pero aquí viene a cuento el viejo dicho de Vittorio Foa cuando se intentó la unidad sindical: «Para aprender a nadar, hay que echarse al agua». Hace ya demasiado que estamos en la playa.
Hay un paso político obligatorio, que llama a capítulo a los grupos dirigentes de la izquierda…
¿Cómo era la vieja fórmula obrera a propósito de los aumentos salariales? Pocos, malditos, pero ya. Excelente. ¿Cómo se presenta este proceso confluyente de la «cosa»? Un tanto bruta, aproximativa, pero unitaria. El resto viene inmediatamente después: cómo hay que organizarla, qué tipo de construcción teórico-política, la definición del programa fundamental… Pero hay que empezar con quién se está.
Mientras tanto, la izquierda se está desgastando en un arranque interminable encallado en la reducción de daños, dentro de un gobierno que, no gozando de buena salud, nos sitúa en la vieja alternativa entre comer una pésima sopa o saltar por la ventana. Un poco desgastante…
Yo creo que el mantenimiento del actual gobierno es deseable, porque algunos resultados pueden obtenerse también con la política de reducción de daños; basta pensar en las recientes vicisitudes del paquete de seguridad: ¿qué habría sucedido con un gobierno de centroderecha? Por muchas críticas que puedan hacerse a la situación actual, no hay parangón. Sin embargo, no podemos dejar de hacer balance de un año y medio de gobierno y ver que -lo digo por mí- que la inversión en una relación inédita entre movimientos y gobierno para realizar una nueva fase reformadora ha sido contradicha por los hechos. Y al mismo tiempo es preciso actuar en el terreno de las reglas institucionales, a fin de liberar a la política de los lazos que la atenazan. De una lógica que impone mayorías, para volver a tener la posibilidad de elegir alianzas que no sean producto de una coalición.
Y si no consigue hacerlo este gobierno, ¿con un ejecutivo institucional que cambie la ley electoral? ¿Para hacer que las alianzas se hagan en el Parlamento, y no en la campaña electoral?
Sí, alianzas previamente anunciadas, que se hagan el Parlamento, pero que, en cualquier caso, generen una posibilidad de libertad en la elección de alianzas. Mientras que en el actual sistema político institucional la ruptura de la relación entre la izquierda y el centroizquierda tiene visos de tragedia, en un sistema liberado de ese vínculo que ata al grupo mayoritario se abriría una dialéctica política más holgada, la que permite un sistema como el alemán. También para recuperar la centralidad del «medio plazo» y evitar que todo sea absorbido por las urgencias del día a día, centradas siempre en la suerte que vaya a correr el gobierno.
Volvamos a la cuestión del gobierno y al papel de la izquierda en su seno. ¿Cuánto puede durar la estrategia de limitación de daños sin provocar daños irreparables en términos de representación social y de consenso electoral? ¿No se arriesga la izquierda a desaparecer en su empeño de salvar al centroizquierda?
El riesgo está ahí, ¿pero cómo haces para proponer una salida de izquierda? Descartamos que se pueda hacer con una crisis de gobierno, no me parece que sea lo que exige nuestra gente; lo vimos incluso el 20 de octubre. En mi opinión, hay un espacio para relanzar la actividad del gobierno a través de una revitalización de algunos de sus elementos programáticos que puede lograrse con un debate político muy elaborado, valorando la iniciativa social (y no pienso sólo en las manifestaciones o en el voluntariado; pienso en la miríada de prácticas sociales positivas que están desarrollándose por doquier en Italia). Y luego, a través de una verificación política.
¿Estás pensando en una recomposición del gobierno?
Es un terreno en el que no puedo entrar. Pero creo que se pondrá sobre la mesa y se hará pesar la participación de las personas. Me gustaría que la mayoría inventara, en la forma que se quiera, con el enfoque que se quiera, una suerte de verificación programática. Las fuerzas de la mayoría, ¿pueden pensar en un proceso de consulta masiva, abierta, pública, asamblearia? Creo que la izquierda tendría aquí todo que ganar para contar más y recuperar algunos puntos programáticos de la Unión.
Pero, entretanto, se divide hasta por los símbolos. En un proceso unitario y plural, ¿qué hacemos con los símbolos de cada quién? ¿Hoz y martillo, al desván?
Es bueno que cada quién conserve los propios símbolos, y malo sería pensar que los símbolos tienen la misma vigencia temporal que los programas o las formaciones. Los símbolos no están atados a una contingencia, los símbolos nuevos no se inventan, nacen de procesos históricos. Por lo demás, ya tenemos un nombre que nos une. Sencillo, sencillo: izquierda.
Una última cosa: si te la propusieran hoy, ¿aceptarías de nuevo la presidencia de la Cámara?
La aceptaría, por tres motivos. Porque permite un conocimiento de las instituciones, un conocimiento que demasiado a menudo se subestima, como nos recordó recientemente Pietro Ingrao. Porque permite dar visibilidad, convirtiéndolos en elementos de batalla política, a temas sociales demasiado a menudo mantenidos en segundo plano: para dar un ejemplo, los accidentes laborales. Y porque doce años en la dirección de un partido son muchos, demasiados tanto para quien la ejerce, como para quien la «sufre».
Fausto Bertinotti es el principal dirigente de Rinfondazione Comunista y es presidente de la Cámara de diputados de la República italiana.
Tradución para www.sinpermiso.info : Casiopea Altisench
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Il Manifesto, 9 noviembre 2007