La crisis agudizada por la covid-19 ha extremado las contradicciones entre el capital y la vida, ha acentuado la crisis de los cuidados y ha significado un retroceso en los derechos de las mujeres en América Latina, coincidieron feministas y activistas participantes en el panel «Reflexiones críticas del trabajo de cuidados en tiempos de ¿nueva normalidad?».
Efectuado el pasado 19 de noviembre, como parte del Encuentro de Paradigmas Emancipatorios Cuba-El Salvador, el intercambio permitió compartir experiencias desde Colombia, Chile, El Salvador y Cuba, a través del canal de Telegram del Espacio Feminista Berta Cáceres, y debatir sobre los desafíos a los que se enfrentan las mujeres ante un sistema hegemónico y heteropatriarcal, que se reproduce en un contexto de emergencia sanitaria y solapa la verdadera crisis capitalista.
«Necesitamos hacer un trabajo intensivo desde abajo, redistribuir los trabajos de cuidados a nivel íntimo, familiar, comunitario, organizativo, institucional. No podemos pensar en un cambio profundo de nuestra sociedad si no pensamos en ello como un eje esencial. No es posible que a esta altura sigamos aplaudiendo la sobreexigencia y la sobreexplotación de las mujeres», apuntó la chilena Nelly Cubillos Álvarez, integrante del grupo de trabajo de economía feminista emancipatoria La Revuelta.
Durante la pandemia en Colombia, las mujeres dedicaron ocho horas diarias al cuidado no remunerado, una jornada laboral completa, lo cual se adiciona a todo lo demás que realizan en la cotidianidad, ejemplificó la activista colombiana Teresa Pérez González, del propio colectivo La Revuelta.
«Esto ha significado que las mujeres deben renunciar a parte de sus vidas, parte de sus autonomías. Se ha estimado que ello ha llevado a un retroceso de 15 años de derechos laborales, económicos y sociales para ellas», explicó.
Refirió que si bien el Departamento Nacional de Estadísticas estimó que la economía del cuidado no remunerado representa el 20 por ciento del Producto Interno Bruto del país, o sea, la segunda actividad económica, aún este trabajo no tiene asociado derechos sociales como salud, pensión, salario mínimo. «Hay avances en la organización de las mujeres como trabajadoras, pero todavía es muy incipiente», dijo Pérez González.
«La migración del campo a la ciudad para realizar el trabajo doméstico supone, en muchas ocasiones, la única salida a situaciones de violencia en las familias y territorios para mujeres y niñas, que llegan a trabajar muchas veces internas en casas de familias en condiciones muy precarias, o que ni siquiera reciben un pago y están expuestas a abusos de muchos tipos», sostuvo la activista.
En Chile, agregó Cubillos Álvarez, también se retrocedió una década respecto a los derechos de las mujeres, en medio de la pandemia. «La institucionalidad creada para este heteropatriarcado capitalista se sostiene sobre la idea de que existe un ejército de súper mujeres siempre dispuestas al trabajo de reproducción y de cuidados -invisibles y gratuitos-, que ha soportado las clases y el trabajo online, la mayor exigencia de salubridad e higiene, el trabajo doméstico intensivo y las exigencias de cuidado emocional, en condiciones de encierro y muchas veces de hacinamiento».
Además, lo hicieron confinadas en espacios de alta peligrosidad para la vida y su bienestar, el de las niñas y las disidencias sexuales; de manera que quienes más cuidan son las que menos reciben cuidado, reflexionó la panelista.
En ese sentido, llamó la atención sobre el término de «nueva normalidad», una expresión que viene del ámbito económico. «Eso que llaman normalidad nueva o anterior es lo que nosotras estamos cuestionando profundamente, pues está basada en un sistema que nos ha llevado a una crisis civilizatoria, que no se inició con la crisis financiera de 2007, ni con las revueltas populares, ni con la pandemia», precisó Cubillos Álvarez.
Hoy día existe más trabajo precario, más sobreexplotación de los cuerpos, tierra y territorios, menos protección estatal básica y más sobre exigencia de las condiciones estereotipadas de las mujeres, afirmó.
La situación es similar en El Salvador, precisó Angélica Gutiérrez, del movimiento feminista de mujeres Las Mélidas, quien subrayó que la pandemia hizo emerger la crisis de los cuidados, la pérdida de empleos, una notable disminución en las atenciones de salud sexual y reproductiva de las mujeres, con el consecuente incremento de embarazos en adolescentes, resultado muchas veces de agresiones sufridas durante el confinamiento.
Para Azucena Ortiz, también de Las Mélidas, el «incalculable retroceso en el sistema democrático del país, junto al contexto de pandemia, está afectando gravemente a la población y los derechos de las mujeres, cuya agenda política de género no ha sido relevante para el actual gobierno, que invisibiliza la inseguridad pública y el incremento de los feminicidios».
«El gobierno no está apostando a la detección, prevención y penalización de la violencia contra la mujer y muchos actos violentos están quedando en la impunidad», subrayó.
Lucha y resistencia por sus derechos
Para Cubillos Álvarez, la pandemia provocó que emergiera en su país un proceso revolucionario que estaba latiendo y quería un cambio radical, destacó la activista, que comentó el precedente de la revuelta popular en Chile en octubre de 2019.
«Más de 100 días continuos de protestas en todos los territorios, enfrentando represión, torturas, abusos sexuales, muertes, mutilaciones oculares… comprendimos que no había ni un estrecho margen de la vida que no estuviera expoliado por el sistema que nos envolvía, en un país que pese a tener uno de los mayores PIB de la región, tiene sueldos bajos, sin derechos sociales, donde el 20 por ciento de la población concentra el 80 por ciento de la riqueza», dijo.
En ese escenario, las mujeres y los cuerpos feminizados estuvieron en todas las acciones políticas de resistencia. «Aparecieron las ollas comunes y variadas actividades para cuidarnos colectivamente», ejemplificó.
Pero con la llegada de la pandemia, las mujeres que tuvieron un protagonismo más libre y activo durante la revuelta han sido altamente violentadas, tanto por la sobreexplotación del trabajo, productivo como reproductivo, como por el nivel de control estatal que prolongó el toque de queda por más de un año. Muchas, en algunas ciudades con más de cinco meses en encierro total, han teniendo que convivir con sus agresores, señaló.
«Las violencias de género y sexuales hacia las personas trans aumentaron sin que el Estado se hiciera cargo, pues las pocas casas de acogida y programas de salud mental cerraron o no estaban activos, teniendo que enfrentar estas situaciones con las herramientas que se tenían y el apoyo de la red comunitaria, algo que en épocas de encierro obligatorio se hizo muy difícil», agregó la activista chilena.
Para Teresa Pérez González, en Colombia, «el cuidado de la vida salió de la casa al espacio público durante el paro nacional que estremeció al país entre abril y julio de este año, en medio de la pandemia: se valoró como algo fundamental, pero siguió recayendo en las mujeres mayoritariamente», apuntó.
«La apuesta por la guerra que ha hecho el actual gobierno va ligada a la profundización del modelo capitalista. Se están recrudeciendo las violencias en los territorios para explotar los bienes naturales por parte de las trasnacionales y el narcotráfico. Por eso los ataques constantes a líderes y lideresas comunitarios y a las personas que representan la defensa de esos espacios», explicó la activista.
En su opinión, cuando se rompe el tejido comunitario, como en la pandemia, se refuerza el individualismo que impone el sistema y eso complica la defensa del territorio y aumenta el control por parte de actores armados.
«Estar en la primera línea del paro permitió a las mujeres fortalecer sus procesos políticos individuales y colectivos. Ellas, con su trabajo, lograron que durara más de dos meses. Estaban ahí porque no tienen garantizadas las cosas más básicas como trabajo, vivienda, tres comidas diarias, ser relevantes políticamente. Ya no tienen nada que perder, van a defender sus derechos, el derecho a la vida, a la integridad, a la seguridad, a la educación, a la libertad, a vivir vidas libres de violencia sin opresión», remarcó.
Transformar realidades desde el feminismo
Para Yohanka León, del Grupo de estudio América Latina: Filosofía social y Axiología (Galfisa), del Instituto de Filosofía de Cuba, ante un contexto caracterizado por el reacomodo del sistema de dominación sobre las mujeres, se impone un despliegue de acciones y nuevas formas organizativas contra el patriarcado. «Para Cuba es un reto el feminismo crítico transformador», acotó.
Trabajos y redes de cuidados, afectividad, solidaridad, liderazgo compartido, autonomía, dignidad, memoria histórica colectiva, cultura comunitaria, subjetividad emancipadora son algunas de las herramientas que contribuirían a revalorizar los cuidados.
«Tenemos que aprender a vivir esta otra normalidad, pero desde la dignidad de la justicia y la digna rebeldía», dijo Mirell Pérez González, de Galfisa.
Ello implica no solo reducir la carga sobre quien cuida, sino trastocar el objetivo del sistema, que es la generación de riqueza basada en la explotación del cuerpo de las mujeres para el sostenimiento del sistema económico y social, añadió.
Julia María Fernández, educadora popular y profesora de la Universidad Agraria de La Habana, señaló el valor de las comunidades para transformar desde lo endógeno y el rol activo que asumieron las mujeres durante la pandemia para proporcionar alimentos a los más vulnerables.
La lucha por dignificar los cuidados es también una causa en Cuba, destacó Pérez González». El nuevo Código de las Familias, que vela por el bienestar de las personas vulnerables respetando su autonomía; que otorga el derecho a un uso equilibrado del tiempo, de las tareas domésticas y de cuidado; que establece el derecho de todas las personas al desarrollo pleno de la salud sexual y reproductiva; que condena los diversos tipos de violencia en todas sus manifestaciones y presenta además formas de protección con estas; que potencia la igualdad de género en el espacio familiar y llama a las instituciones, comunidades y organizaciones a activar estrategias de género, entre muchas otras garantías, está siendo un espacio de debate y disputa con sectores fundamentalistas de la sociedad, que ofrecen resistencia. Ganar esa lucha es un modo de no volver a lo ‘normal'», concluyó.