Traducido por Gorka Larrabeiti
Los programas de los partidos -todos- pasan por alto la mafia. No me refiero a la de las series de televisión y de las novelas rosa. Hablo de la Mafia S.p.A. (‘Ndrangheta, Camorra, Cosa Nostra, Sacra Corona Unita), la mayor multinacional europea, con una facturación valorada al menos en 140.000 millones de euros (Fuentes: Confesercenti, Fiscalía Nacional Antimafia, Comisión Antimafia del Parlamento), que invierte en 18 países del mundo y que, conforme dice el informe de febrero de 2008 de la Comisión Antimafia del Parlamento sobre la ‘Ndrangheta, ha «colonizado» Milán.
El informe lo dice porque sabe que seremos poquísimos quienes la leamos; de otro modo, no se habría aprobado por unanimidad, y tras leerla, no podremos hacer nada ya que los órganos de información manifiestan por el asunto un rechazo aún mayor que el de los políticos. Por otro lado, en las actas del Parlamento está depositado desde hace años un documento de la DIA (Dirección de Investigación Antimafia que cifra el número de afiliados en 1.800.000, mientras las televisiones hablan de 10 o 15.000 afiliados. Según distintas fuentes fidedignas, el patrimonio consolidado de las mafias tiene un valor de 1 billón, algo inferior a la deuda pública. De este asunto se ocupan cátedras de universidades prestigiosas, el Senado de los Estados Unidos, la ONU, la Unión Europea. Pero los políticos italianos prometen: disminución de los impuestos, mayor seguridad en el trabajo, reducción del precariado y más puestos de trabajo, aun a sabiendas de que los inversores de otros países no invierten su capital aquí porque tenemos una de las cinco mafias más potentes del mundo, pero también la más respetada debido a que ha ofrecido a las demás cultura, modelos de comportamiento y ejemplos raros de acuerdos con la política, la economía y las finanzas. Así pues, los programas y los mitines -también los televisivos- son falsos pues más del 40% de la riqueza producida es ilegal y criminal y no paga ni impuestos ni contribuciones. El silencio sirve también para convencer a los ciudadanos de que el problema se limita a las cuatro regiones meridionales, pese a que Mafia SpA recicla e invierte el dinero principalmente de Roma hacia arriba así como en el extranjero.
El Senador Kerry ha titulado su informe para el Senado de los Estados Unidos «The new war» [«La nueva guerra»], para referirse a esa guerra contra el crimen organizado que ha salido airoso de la globalización, del uso de Internet, de la caída de las fronteras. Luise I. Shelley, directora de la Transnational Crime and Corruption de la Universidad de Washington ha observado: «la criminalidad transnacional será para los legisladores el problema dominante del siglo XXI, igual que lo fue la Guerra Fría en el S.XX y el colonialismo en el S. XIX». De este problema se han dado cuenta todos salvo nuestros líderes políticos y nuestros órganos de información.
Como llevo meses leyendo libros y documentos sobre el asunto, me he preguntado por qué tanto silencio, roto sólo por dos intelectuales, Sartori y Saviano, que han intuido el problema pero no han profundizado mucho más. Es sabido que algún otro periodista escribe sobre ello de cuando en cuando, sin embargo para quien escribe y para nosotros, no genera debate, pues si el debate ocupara los programas de televisión se debería pedir la disolución de los plenos municipales del norte de Italia, con atención especial al ayuntamiento de Milán; pero, sobre todo, se debería decir que la ley para la confiscación de los bienes no funciona; que los paraísos fiscales deberían quedar bajo embargo; que los bancos italianos no deberían abrir en ellos sedes, y que tampoco deberían hacerlo las sociedades cotizadas en bolsa. Además, bancos y sociedades financieras con huellas de dinero criminal deberían ser castigadas al menos con la sustitución de dirigentes y, por igual razón, una medida semejante debería atañer a los hombres políticos implicados. Por consiguiente, en un país como el nuestro, no se puede.
Mas volviendo a las preguntas, creo que las únicas respuestas posibles son estas:
1) Los dirigentes de los partidos saben, pero no tienen el valor de abrir una vorágine de resultados imprevisibles. Así, se comportan como si no supieran, por vileza.
2) Los dirigentes de los partidos están confabulados directamente o a través de persona interpuesta. Igual que Andreotti en su época.
3) Los dirigentes de los partidos son ignorantes porque son cautivos del teatro de la política y sensibles sólo a la información televisiva. Ello significa que se rodean de personas que saben menos que ellos.
4) Los dirigentes de los partidos saben, menosprecian el problema y piensan evitar el terremoto de la verdad porque, debido a la duración de sus cargos, de ello se hará cargo el ángel de la guarda de Italia.
Si el profesor estadounidense y con él otros muchos (he leído el libro del profesor Masciandaro, de la Universidad Bocconi y asesor de la ONU La farina del diavolo del ¡2000!, que en la bibliografía recoge 32 entradas de autores de más de 50 volúmenes) llevan razón, los dirigentes de nuestros partidos un día serán juzgados porque nuestros hijos y nuestros nietos se verán forzados a trabajar con empresas criminales, y quién sabe cuántos lo están haciendo ya sin saberlo. Serán juzgados, aunque delegando el problema a la magistratura y a las fuerzas del orden creen que pueden lavarse las manos. Ahora bien: una clase dirigente que delega el mayor problema político del país y lo convierte en un problema de orden público, antes o después debe pagar por ello.
Fuente: http://www.megachip.info/modules.php?name=Sections&op=viewarticle&artid=6287