Durante los últimos días hemos podido vivir en Atenas lo que algunos analistas políticos han denominado una «tragedia en varios actos» -nada sencillos de interpretar-, y que ha servido para corroborar que en la cuna del teatro occidental continúa habiendo buena escuela. Desde que al exprimer ministro Yorgos Papandréu se le ocurriera la bufonada de […]
Durante los últimos días hemos podido vivir en Atenas lo que algunos analistas políticos han denominado una «tragedia en varios actos» -nada sencillos de interpretar-, y que ha servido para corroborar que en la cuna del teatro occidental continúa habiendo buena escuela.
Desde que al exprimer ministro Yorgos Papandréu se le ocurriera la bufonada de decir que iba a someter a referéndum los acuerdos adoptados en la Cumbre de Bruselas (nuevo préstamo para Grecia, rebaja de la deuda soberana, privatizaciones y recortes sociales…) exigidos por los líderes europeos, dos cosas quedaron en evidencia: el potencial griego para exportar sus libretos y la excelente actuación de Papandréu. Porque tiene mérito que un mentecato como él llegara a convencer tanto a la élite política y financiera internacional como a un sector de la izquierda (fuera de su país) de que había llegado el momento de consultar al pueblo. Ese pueblo ignorado, curtido en decenas de manifestaciones y huelgas generales, ninguneado pero resistente, pese a haber sido entregado para el sacrificio en el altar de los Mercados.
Así que resulta cuando menos paradójico que los enemigos naturales (la izquierda) se pusieran de su parte mientras que a sus socios materiales (la plana mayor de la UE y al señor Mercados) les entrara el miedo en el cuerpo y empezaran a encadenar disparates, que únicamente traslucían el repelús que les provoca las formas democráticas. Decía el viernes el escritor Enrique Vila-Matas (precisamente en Atenas) que en estos tiempos neoliberales y «copyregistrados», Grecia podía hacerse con un capitalito si le daba por cobrar derechos de autor de todo el pensamiento occidental del que es heredero. Supongo que se referiría por el derecho de cita, pues desde luego no creo que se llevaran ni un euro si fuera por la puesta en práctica de esas ideas. Porque en Atenas (y aledaños continentales) se podrá hablar mucho de Democracia (que para eso nació aquí), pero a esa dama no se la conoce desde que se instaló por estas tierras el señor Mercados.
Estaba meridianamente claro que Papandréu no tenía ninguna intención de dar la palabra a su pueblo, pero la jugada le salió bien y convenció al principal partido de la oposición Nueva Democracia (tan neoliberal como él, pero conservador de segundo apellido) para llevar a cabo la componenda que en un principio denominaron «gobierno de salvación (o de unidad) nacional». En realidad se trataba de buscar una fórmula por la cual los dos partidos principales (que no mayoritarios) decidieran a su antojo cómo aprobar el drástico préstamo europeo y otras cuentas pendientes, antes de convocar elecciones anticipadas. Y como para ese apaño les estorbaba cualquier voz crítica, ignoraron las demandas de todo el espectro parlamentario excepto las procedentes de la ultranacionalista Agrupación Popular Ortodoxa (LAOS), que a la postre obtuvo un ministerio en el nuevo gobierno, retornando de ese modo al poder por primera vez desde el final de la dictadura de los coroneles en 1974. Así que el gobierno de salvación nacional, podríamos decir que finalmente se concretó en un gobierno conservador-nacional-socialista.
Y con ello se dio paso a una nueva paradoja (la segunda): para concretar y dar legitimidad al gobierno de coalición se prescindió por completo de la sede de la soberanía popular, el Parlamento, y de una buena parte de sus representantes, y todas las reuniones, negociaciones y acuerdos se tomaron a sus espaldas.
La oposición de izquierdas, principalmente el Partido Comunista (KKE) y la Coalición de Izquierda Radical (SYRIZA), denunciaron este hecho y acercaron durante la semana su discurso de rechazo a un gobierno temporal cuya única misión parece ser la gestión controlada de la bancarrota estatal. Aleka Papariga, secretaria general del KKE, aseguró que el nuevo gobierno sólo servirá a los intereses del gran capital y las medidas que adopte no serán temporales sino que afectarán a la vida de los griegos durante los próximos 10 o 15 años. Por su parte el presidente de SYRIZA, Alexis Tsipras, alertó del secretismo de las negociaciones y la ausencia de garantías democráticas sobre los acuerdos adoptados, pues todo ello se realizó ignorando al Parlamento, fuente de la legitimidad popular.
Esa parece ser también la percepción de los griegos, pues según el sondeo presentado el sábado 5 de noviembre por el diario Ethnos algo más de la mitad de los encuestados (un 54,8%) no creen que el nuevo gobierno pueda realizar una política diferente a la de Papandréu. Es más, el desgaste de una política fracasada y fuertemente impopular va a pasar factura (ya lo está haciendo dentro de sus filas) a los dos principales partidos, cuya intención de voto según la citada encuesta no alcanza de manera conjunta al 40% de los sufragios. Esa es también otra muestra de la legitimidad de un gobierno que se define de unidad pero que no representa ni de lejos a la mitad de la población.
Pero el sondeo alerta de una paradoja (la tercera) que se adivina en ciernes y que hace referencia a las preferencias electorales de los encuestados: si las fuerzas políticas de la izquierda antineoliberal se presentaran unidas a las elecciones podrían desbancar a la previsible ganadora Nueva Democracia (actualmente se sitúan a menos de 3 puntos porcentuales), pero por desgracia lo necesario parece volverse imposible si la condición es que la izquierda parlamentaria se ponga de acuerdo en un programa común.
Por el momento el único avance común en Grecia es el de la derecha neoliberal que, no sin esfuerzos, consiguió designar como nuevo primer ministro a Lucas Papademos, banquero, economista y miembro de la Comisión Trilateral. Pensarían, con buen criterio, que para poner a un político que obedezca a los banqueros, es mejor poner directamente a un banquero al frente del gobierno. Ahora bien, resulta que este tecnócrata tiene un historial, cuando menos, peculiar. Mientras estuvo al frente del Banco de Grecia, de 1994 a 2002, preparó junto con el gobierno socialista de la época la entrada de Grecia en la unión monetaria europea y la introducción del euro. Con posterioridad se supo que durante años Atenas falseó las cuentas y balances que entregaba a Bruselas, lo que sin embargo no tuvo ninguna repercusión para Papademos. En 2010 abandonó su puesto de vicepresidente del Banco Central Europeo para convertirse en asesor económico del gobierno de Papandréu. Una vez conseguido el fracaso total y absoluto en materia económica y habiendo alcanzado la bancarrota estatal, el asesor pasa a encabezar el gobierno, manteniendo en su puesto al ministro de Finanzas. Si esto no es una paradoja, hay que reconocer que guarda un cierto parecido.
En su descargo, Papandréu aseguró en su discurso de despedida que la crisis económica en la que se halla el país no se debía únicamente a los intereses de la deuda o los condicionantes de los acreedores. Que la falta de transparencia, el fraude fiscal y el clientelismo político eran las verdaderas raíces del problema. Sin embargo no explicó porqué nunca legisló contra ellas y, en cambio, todas las drásticas medidas adoptadas por su gobierno no hicieron sino beneficiar impositivamente a las grandes fortunas y facilitar la salida de capitales del país, que desde el inicio de la crisis se estima en más de 40.000 millones de euros. Sirva como ejemplo su última y controvertida ley que grava las propiedades inmobiliarias, la cual establece cuotas impositivas prácticamente iguales (sin atender a los ingresos del contribuyente) para viviendas de 50 metros cuadrados o para mansiones de 800, y exonera del pago a todas las propiedades de la Iglesia griega.
Es una verdad asumida por todos que en Grecia ni la iglesia, ni las grandes fortunas, ni los empresarios pagan impuestos. Pero, paradoja tras paradoja, la patronal no se siente partícipe de ese inmenso fraude y considera que los males proceden del gobierno. Esta misma semana el presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Atenas, Konstantino Mijalos, exigió un cambio radical en la política económica del país. Y denunció que las medidas de austeridad, el indiscriminado aumento de impuestos y las deudas del Estado con el sector privado, entre otras razones, están empobreciendo a la población y generando graves consecuencias sobre la competitividad y la cohesión social.
El representante de los empresarios criticó a los partidos políticos, a la UE y al FMI por ignorar que las políticas adoptadas son erróneas y no conducen a ninguna parte.
Mijalos nada dijo de los cientos de miles de millones de euros que los empresarios y capitalistas griegos mantienen en los bancos suizos, y del bloqueo a cualquier iniciativa encaminada a conseguir que tributen en la Hacienda pública helena. Tampoco de que en los dos últimos años más de 2.000 compañías griegas se hayan trasladado a Bulgaria, y otras 800 lo hagan antes de final de año, debido a que los impuestos sobre los beneficios y el costo de la mano de obra son cuatro veces menores que en Grecia. Se calcula que esas empresas mantienen en activo a unos 100.000 trabajadores.
Lo que en cualquier caso la tragedia griega nos anuncia es que ya no existen programas viables dentro del actual modelo económico, ni políticas sociales que vayan a ser adoptadas por los políticos del régimen. Lo que se impone, y con urgencia, es que el movimiento popular tome la iniciativa para decidir libremente sobre su futuro.
Antonio Cuesta es corresponsal de la agencia Prensa Latina en Grecia
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