El 18 diciembre de este año el país evocará la figura de Pedro Huilca Tecse, el emblemático Secretario General de la CGTP, y líder de los trabajadores de la Construcción, vilmente asesinado hace 25 años. La muerte de este querido dirigente del proletariado peruano tuvo el carácter de un crimen simbólico. Mostró, en efecto, la […]
El 18 diciembre de este año el país evocará la figura de Pedro Huilca Tecse, el emblemático Secretario General de la CGTP, y líder de los trabajadores de la Construcción, vilmente asesinado hace 25 años. La muerte de este querido dirigente del proletariado peruano tuvo el carácter de un crimen simbólico. Mostró, en efecto, la voluntad del régimen fujimorista de doblegar a la clase obrera para imponer sin resistencia los mecanismos de dominación del modelo neoliberal, que hoy subsiste en nuestra patria.
Marcó, igualmente, un viraje en la política de la Clase Dominante, que hasta ese entonces había procurado desmantelar con cautela los cambios estructurales introducidos en el país por el régimen progresista del general Juan Velasco Alvarado y recortar hasta tornar casi invisibles, las conquistas laborales obtenidas en ese periodo.
Fue, adicionalmente, una muestra clara de la impaciencia de los explotadores, que no podía tolerar ya la resistencia de los sindicatos a su programa de sometimiento servil a los dictados del capital.
La primera expresión de ello fue el Golpe de Estado del 5 de abril, que engañosamente se presentó como la respuesta del gobierno a la presunta «ofensiva terrorista» de los grupos alzados en armas. Lo real es que esa supuesta «ofensiva» jamás puso en riesgo al régimen imperante y el llamado «equilibrio estratégico» con el que hizo gárgaras el lenguaje sedicioso, fue apenas una frase destinada a intimidar a fuerzas intermedias que se movían entre el accionar del Estado Terrorista y los manotazos de la cúpula senderista liderada por Guzmán.
En el fondo, lo que realmente se buscaba era crear las condiciones para desplegar una ofensiva en todos los frentes: desregular las relaciones de trabajo, acabar con las conquistas sindicales y obreras e imponer las reglas del capitalismo salvaje a sangre y fuego. Fue eso lo que explicó el 5 de abril del 92.
Pedro Huilca fue uno de los que denunció ese plan desde un inicio. La misma noche de ese día, en circunstancias que las Fuerzas Armadas ocupaban militarmente los puestos principales de la ciudad -incluida la histórica Plaza Dos de Mayo- y copaban los medios de comunicación; por la única estación de radio que hizo resistencia, el Secretario General de la CGTP puso en evidencia ese plan y llamó a los trabajadores a enfrentarlo con firmeza. «No podemos permitir -dijo esa noche- que bajo el manido pretexto de enfrentar la actividad terrorista, se descargue sobre los hombros de los trabajadores el peso de la crisis y se imponga sobre el país un ajuste neo liberal que solo servirá para enriquecer a los poderosos».
La sede de la CGTP fue rodeada por los blindados del ejército que luego la tomaron por asalto, y que dificultaron durante varios días cualquier posibilidad de acción independiente de los trabajadores. Eso no impidió que esa misma tarde comenzara a circular un llamamiento sindical de similar contenido. Era una exhortación a los trabajadores a enfrentar y resistir la ofensiva que se iniciaba.
La ofensiva antiobrera no podía adquirir forma ni fuerza, mientras la organización sindical clasista permaneciera enhiesta. Para los detentadores del Poder resultaba indispensable amagar y destruir cualquier voz que complicara sus planes. Nació así la etapa final de la ofensiva contra Pedro Huilca.
Ella había comenzado antes, cuando en víspera del X Congreso nacional de la CGTP -marzo del 92- se desplegó una campaña sucia y denigrante contra el entonces secretario General de la Federación de Trabajadores en Construcción Civil. Incluso, una revista de la época publicó una primera plana con documentos fraguados a partir de los cuales se pretendió demostrar que era aprista. «Alan Huilca» lo llamaron pretendiendo descalificarlo ante los ojos de los trabajadores.
Ya en el Congreso Sindical desplegaron esfuerzos muy grandes para impedir la elección de Huilca en la Secretaría General de la CGTP acusándolo de «reformista» y ligándolo a tendencias que los áulicos de entonces consideraban «en crisis» catalogándolas como «superadas» y «obsoletas». Aludían de ese modo a la tesis entonces en boga del «fin de la historia«, la «caída del socialismo», «la superación del esquema de la lucha de clases» y otras lindezas.
La victoria sindical de quienes rechazaron esa campaña y la elección de Pedro Huilca en la conducción de la CGTP llenó de ira a sus adversarios y llevó al régimen fujimorista a cambiar de estrategia. Surgió así la idea de liquidar al nuevo Secretario General de la Central Obrera a cualquier precio.
Los primeros días de diciembre de ese año marcaron la etapa final de esa campaña. A partir de allí, se desencadenaron los acontecimientos y se precipitó el funesto desenlace que hoy evocamos con ira y con dolor.
En el CADE celebrado los primeros días de diciembre de 1992 en Paracas, el Presidente Fujimori habló duramente contra los trabajadores y los sindicatos. Y en el momento crucial de su intervención, abandonando el texto que tenia escrito y dirigiendo una torva mirada a Pedro Huilca que se hallaba sentado en la primera fila del auditorio, dijo tronante: «La época en la que mandaban las cúpulas de la CGTP, ha terminado para siempre». Era un grito de guerra muy claro.
Con firmeza Huilca respondió ese ataque ante la prensa, pero elaboró con sus colaboradores más inmediatos una respuesta que fue publicada después de su muerte, el 27 de diciembre de ese año, y que pasó a la posteridad como una suerte de «testamento político» del líder obrero. Este documento hoy cobra una gran actualidad, y debe ser nuevamente publicado y estudiado porque constituye no sólo muestra de claridad política sino también una lección de coraje y de firmeza de clase, elementos ambos que, seguramente, la costaron la vida.
No hay que olvidar que pocos minutos después de consumado el crimen contra Huilca, desde el Aeropuerto Internacional donde se hallaba presto a iniciar un viaje, el Presidente Fujimori no tuvo ningún empacho en adjudicar el crimen a Sendero Luminoso: Desde ese día el gobierno repitió como una monserga la idea aquella de que Sendero había asesinado a Huilca. Y cuando desde el movimiento sindical se alzaron voces de rechazo a esa versión y de demanda de esclarecimiento del crimen; no faltaron quienes, obsequiosa y servilmente, repitieron genuflexos que sí, que los senderistas habían consumado el hecho y que no había nada que investigar. Hay pruebas que esa fue la conducta de algunas gentes.
Pero como la mentira tiene piernas cortas, poco a poco fue haciéndose luz en torno a los hechos ocurridos esa triste mañana de diciembre en las inmediaciones del distrito de Los Olivos, Uno a uno fueron cayendo los integrantes de Colina, el grupo de aniquilamiento del régimen fujimorista, y fueron asomando, al mismo tiempo, las contradicciones y versiones disímiles de sus integrantes. Finalmente saltó la verdad y se supo que fueron ellos los autores del hecho, y que obraron en consecuencia por órdenes directas del propio dictador y su tenebroso asesor de Inteligencia.
Hoy, 25 años más tarde, cuando el fujimorismo redivivo acosa al país y pone en jaque a los trabajadores, la figura de Pedro Huilca sigue alumbrando el camino de lucha de nuestro pueblo.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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