El tipo de pregunta que impulsa el desarrollo de la filosofía en la Grecia clásica (siglos IV y III a.C) tiene como horizonte de sentido el confrontar con eficacia el embate de sus enemigos alrededor del mar Mediterráneo al tiempo que lograban imponerse sobre otros pueblos. El derecho romano, que surgió como resultado de la […]
El tipo de pregunta que impulsa el desarrollo de la filosofía en la Grecia clásica (siglos IV y III a.C) tiene como horizonte de sentido el confrontar con eficacia el embate de sus enemigos alrededor del mar Mediterráneo al tiempo que lograban imponerse sobre otros pueblos.
El derecho romano, que surgió como resultado de la herencia filosófica proveniente del pensamiento heleno que a partir del siglo II a.C comenzaba a ser un solo pueblo con el romano, trazó las condiciones para que, al igual que en el estado heleno, la riqueza socialmente producida, así como de la «apropiación excluyente del excedente de la comunidad» (Dussel, 2014) giraran en torno a minorías que se hicieron de privilegios al constituir un Estado de guerreros (Aristóteles). En el Estado heleno esta minoría estuvo conformada por hombres, atenienses, poseedores de recursos materiales, que fuesen reconocidos como mayores de edad, además de saber leer y escribir. Estos hombres provenían de la nobleza o se habían abierto un espacio en la política gracias a sus condiciones materiales. El Estado y la democracia helena se impulsaron sobre una base esclava que pudo haber estado cercana al 70% de su población, entre las que habían también muchos hombres. La dinámica romana se organizó alrededor de cónsules y procónsules ligados a la República, en la que tuvieron un espacio las mujeres etruscas ligadas a la dinámica comercial. Los aparatos institucionales de la republica estuvieron organizados por y en torno a la dinámica comercial. Lo anterior deja en evidencia que el género es algo más complejo que si se nace hombre o mujer y que tener acceso o no al poder en las instituciones políticas, económicas y sociales en las instituciones pensadas por occidente no se resume a nacer con uno u otro sexo.
El horizonte de sentido heleno y romano, del que se nutrió y a través del que se organizó la Europa latino-germánica posterior a la imposición militar que ésta ejerce sobre el Anahuac, el Abya-Yala y el Twantinsuyu desde 1492, se trazó en torno a un proyecto en el «el hombre pueda aumentar ilimitadamente sus riquezas» (Aristóteles).
A partir del predominio islámico sobre el Imperio Romano de Occidente en el siglo VII de nuestra era, la Iglesia visigoda, hoy la Iglesia católica, se impuso como centro de las relaciones sociales de la Europa latino-germánica. Lo que es conocido como la Edad Media, que es un período estrictamente europeo, no es otra cosa más que el orden teológico dirigido por la Iglesia católica, en las que los conocimientos no producidos, avalados y promovidos por ella debían ser considerados como herejía. No es casualidad que la muerte de cientos de miles de mujeres entre los siglos VII y el XIV, muchas de ellas por transmitir saberes sobre medicina y biología a sus pares para hacer la vida posible, tuviera como principio la salvación de las almas desde el punto de vista de la Iglesia del Imperio. Durante esta época el poder estuvo concentrado en las manos de sacerdotes, obispos, arzobispos, cardenales y el papado.
La Ciencia, al menos a lo que esta institución ha sido reducida desde la imposición de la Europa latino-germánica sobre el Anahuác, el Abya-Yala y el Tawntinsuyu, hoy la invención de América Latina, ha culminado convirtiéndose en el mecanismo que ha permitido reproducir la centralidad Occidental basado en un tipo de relacionamiento de la especie consigo misma y la naturaleza marcadas por relaciones de dominio, imposición y explotación. La política que permite que esto suceda no es otra que la escrita por Maquiavelo en 1513, «El príncipe», la cual está estructurada en torno al «divide y vencerás».
En la actualidad, el tipo de relación que hemos establecido con nuestra madre, marcada por relaciones de dominio y explotación, no es otra que la reproducida mecánica e ¿in?conscientemente como resultado del secuestro de la pregunta helena con la que Occidente ha logrado imponerse como «centro de las cuatro partes del mundo» (Gruzinski).
El Estado costarricense se organizó, desde 1821, en torno a comerciantes, hombres, católicos, del Valle Central, que sabían leer y escribir, vinculados con las dinámicas coloniales previas, hacerse del control del naciente aparataje político e imponerse como los «representantes del pueblo». Esa oligarquía, que en la actualidad continúa reproduciendo el sentido masculino, oligarca y liberal del poder político y económico con el que se ha impuesto una única versión de nuestra historia, con garantía jurídica para ello, vuelve a reclamar para sí lo que en 1856 pelearon hombres y mujeres, silenciadas en la historia oficial, trabajadoras de la tierra.
Desde 1821 la oligarquía costarricense ha reproducido un orden que privatiza individualmente la riqueza que se produce colectivamente, al tiempo que ha socializado los residuos que produce generando la riqueza de la que se apropia.
Lo que pasa en la actualidad con el agua en Costa Rica es reflejo de la imposición de una lógica iniciada en Grecia hace 24 siglos, secuestrada por la Europa latino- germánica durante los siglos XVI y XVIII, y en la actualidad reproducida por un puñado de países, del que los Estados Unidos e Israel son parte, que garantizan privilegios globales para sus burguesías nacionales. No es casualidad que la oligarquía local sueñe con los privilegios de los que goza la burguesía occidental. Sin embargo, para ello, no basta con ser hombres, vallecentralinos, asumir la pose occidental, viajar a Europa o hablar inglés.
El proyecto con el que se ha impulsado la institución del saber científico tiene responsabilidad sobre la desaparición de cientos de especies sobre la redondez de la tierra, además de la desaparición de cientos de miles de lenguas, pueblos, naciones y nacionalidades. El recuerdo pintoresco, ideado por la oligarquía decimonónica costarricense para hacerse del control nacional, de un hombre «humilde, labriego y sencillo» ha sido desplazada por el sueño cosmético de dejar de ser, al menos en apariencia, quien me tocó ser.
Ahora que estamos a las puertas de dar un debate en torno al reconocimiento de que somos, en tanto conjunto, una nación pluriétnica, es clave pensar en lo que eso sugiere con la rapidez de quien sabe que no hacer nada el respecto morirá de sed. La ciencia en ello tendrá la responsabilidad de hacer la vida posible lejos de dominarla. Para hacer lo anterior deberán surgir otro tipo de preguntas.
Bibliografía
Aristóteles (2007) La política. México: Editorial Nuevo Talento.
Gruzinski, S (2010) Las cuatro partes del mundo. México: Fondo de Cultura Económica.
Dussel, E (2014) 16 tesis de economía política. Interpretación filosófica. Argentina: Siglo XXI Editores.
Ernesto Herra Castro se desempeña en la actualidad como académico e investigador de la Escuela de Sociología de la Universidad Nacional en Heredia, Costa Rica.
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