Los peruanos podamos darnos el lujo de tener todas las dudas que querramos con relación a Ollanta Humala, su programa y sus propuestas; lo que no podemos en ninguna circunstancia, es vacilar en la definición referida al voto por su candidatura el próximo 5 de junio. Y es que tenemos la certeza que su contrincante […]
Los peruanos podamos darnos el lujo de tener todas las dudas que querramos con relación a Ollanta Humala, su programa y sus propuestas; lo que no podemos en ninguna circunstancia, es vacilar en la definición referida al voto por su candidatura el próximo 5 de junio. Y es que tenemos la certeza que su contrincante simboliza lo más nefasto que ha conocido el Perú por lo menos en sus últimos sesenta años.
Ahora es posible aseverarlo con certeza. Han pasado ya casi ocho días de las elecciones celebradas en 10 de abril. Al 97% de los cómputos oficiales, Ollanta Humala afirma su victoria con 31.7% sobre Keiko Fujimori que logró alcanzar el 23.5%.
Múltiples interpretaciones se han expuesto en torno a los rasgos principales de la votación pasada. Hay que decir, solamente, que ella reflejó una voluntad orientada a rechazar los signos imperantes de la política oficial, y transitar por otros derroteros.
Impresionante resultó la votación alcanzada por Humala en gran parte del país: 52.5% en Huancavelica, y 46.5% en Apurimac, localidades ambas situadas en el corazón mismo del Trapecio Andino, la región más olvidada y deprimida del país; 62.2% en Puno, la capital del altiplano y cuna de la milenaria cultura aymara. 50.6% en Madre de Dios, en la selva sur de nuestra patria; 56.8% en el Cusco, la emblemática capital del antiguo Imperio de los Incas; 55.8 en Ayacucho, martirizada en los más duros años del terrorismo y la violencia; 53.3% en Arequipa, la heroica. 52.2% en Tacna, la ciudad cautiva; más los porcentajes de otras localidades del país, le otorgan a Gana Perú casi cinco millones de votos, cifra no lograda antes en primera vuelta por candidato alguno; y se impone en 17 de las 23 regiones existentes.
No todo está dicho, sin embargo. El 5 de junio será preciso afirmar la victoria derrotando al reducto de la Mafia, liderado por la hija de Alberto Fujimori, condenado a 25 años de cárcel por delitos infamantes de lesa humanidad.
Es bueno subrayar esto, porque de un tiempo a esta parte los «medios de comunicación» se han esforzado en hablar de Fujimori como un «sentenciado», pero no han aludido ni al carácter de la sentencia, ni a los delitos que la explican. En verdad, Alberto Fujimori no es propiamente un «sentenciado», sino un condenado, por delitos que él mismo admitió -en su momento- como ciertos.
Y este es un segundo asuntos del debate. Porque hay quienes sostienen que el juicio «fue sesgado», movido por «el espíritu de venganza», alentado «por intereses políticos». Nada de eso es cierto. No sólo porque el juicio fue impecable, sino por que – además, y sin presión alguna- el acusado admitió ante el tribunal sus culpas y reconoció sus delitos.
Eso es absolutamente claro, como es clara también la actitud de su hija Keiko en aquellos años, y después, en los que se esforzó por exculpar a su padre, negar la verdad sin sustento alguno, tapar el sol con un dedo y justificar a raja tabla sus alevosos crímenes. Como ya se ha dicho, en su mitin de cierra de campaña KF elevó a su padre al nivel de un prócer de la nación atribuyéndole virtudes y bondades. Esto despertó la preocupación de muchos, incluyendo la influyente revista «Caretas» y el escritor Mario Vargas Llosa.
Humala podría, en una determinada circunstancia, perder una elección en segunda vuelta ante Alejandro Toledo. Eso, sería malo. Podría perder, ante Pedro Pablo Kuzcynski. Eso, sería peor. Pero ante Keiko Fujimori simplemente no puede perder. Esa no sería una derrota de Gana Perú ni de su candidato. Sería una catástrofe para el país, un hecho denigrante para los peruanos, un afrenta intolerable al sentido común, a la ética y la justicia.
Dicho en otras palabras, los peruanos no tenemos alternativa. La victoria el 5 de junio, es la única opción que el país tiene ante sus ojos. Pero es bueno, para afirmarla, desarrollar algunos conceptos.
El primero, y quizá el más importante, tiene que ver con las «concesiones» que los voceros de la clase dominante buscan imponerle a Humala para considerarlo un «demócrata».
Le exigen, por cierto, que renuncie a su Plan de Gobierno, que abjure de sus promesas electorales, que se comprometa a «no cambiar la Constitución» por ninguna vía, que acepte el «modelo neo liberal tal como es» y que no «introduzca modificaciones en la política económica». En otras palabras, que garantice solemnemente que será más de lo mismo.
Ese tipo de demandas y el debate procesado en torno a ellas, puede conducir al engaño a algunos y al escepticismo a otros. Personas sensatas y de buen criterio pueden preguntarse entre absortas y sorprendidas qué quedará de Humala después de estas «concesiones». Y sospechan que ellas serán una renuncia al respaldo electoral recibido por Gana Perú en la primera vuelta.
Hay que decir que, lamentablemente, Humala no ganó en primera vuelta. Obtuvo una votación más alta que sus competidores, pero su propuesta -la contenida en su programa- fue respaldada por algo más del 30% del electorado. No podría negarse, entonces, a introducir cambios que le permitan, en una segunda vuelta, ganar a más de la mitad de los votantes. Eso, es absolutamente legítimo, pero además, indispensable.
En política -lo sabemos desde que tenemos uso de razón- hay pactos y compromisos, avances y retrocesos, andares y desandares. Y todos ellos tienen que ver con la correlación real que las fuerzas que actúan en la sociedad. No caen del cielo. No hay que olvidar la copla del verso español de antigua data en el que poeta de burla de los que piensan que la salvación de una causa, está en manos divinas: «Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos / porque Dios está con los malos / cuando son más que los buenos». Y es así. El tema de las definiciones concretas tiene que ver con quién es capaz de ganar la voluntad mayoritaria de la población. Quién pesa más en la arena social y cuenta con la fuerza más organizada y significativa.
Porque -además- la experiencia ha demostrado que no se puede hacer nada contra la voluntad mayoritaria de la población. Ni siquiera, liberarla. Para cualquier, cambio, avance o transformación social -por elemental que sea- será indispensable contar con el apoyo popular que debe expresare ni antes, ni después, sino en el momento mismo de las definiciones.
Un candidato puesto en la coyuntura en la que se encuentra hoy el personero de Gana Perú podría darse el lujo de decir entonces que él estaría dispuesto a suscribir cualquier documento, menos uno: el que diga «me comprometo a traicionar a mi pueblo».
El segundo gran tema tiene que ver con la Unidad y la Participación Ciudadana. Podría considerarse comprensible, aunque no deseable, que en la primera vuelta incluso gente de izquierda organizada políticamente o sin partido, optara por pretender viciar su voto, o votar en blanco. Pero en esta segunda vuelta, eso no podrá ocurrir bajo ninguna circunstancia. Un voto que se niegue a Humala por prejucio, desconfianza o exagerada pulcritud; será, objetivamente, un voto que favorecerá a los planes de Mafia presta a abandonar las cárceles para treparse al gobierno. La unidad, entonces, constituye un imperativo insoslayable.
Y en materia de participación, es bueno que se tenga conciencia que no será Ollanta Humala quien derrote a Keiko Fujimori.
Sin menoscabar en lo más mínimo el papel que habrán de desempeñar los trabajadores en esa confrontación, hay que decir que quien debe derrotar a Keiko Fujimori, en la coyuntura actual, es la mujer peruana. Porque ningún segmento de la sociedad fue más pérfidamente ultrajado en el país en los últimos años del siglo pasado, que ella. Fue sometida a esterilización forzada, víctima de los tratos y prácticas crueles, inhumanas y degradantes que expresaron también en la misma esposa del mandatario depuesto, pero se extendieron a millones de mujeres sobre todo en la región andina de nuestro país. Que ahora KF quiera presentarse como «abanderada» de la mujer peruana, es un escarnio que ninguna puede tolerar.
Y el otro segmento llamado a jugar un rol decisivo en esta batalla, es el de los jóvenes. Fueron los jóvenes los que combatieron, y se enfrentaron, al régimen fujimorista en los años 80. Fueron ellos los que salieron a la calle, lavaron la bandera en las plazas públicas, depositaron la basura en la puerta de las casas de los personeros del régimen, crearon el Muro de la Vergüenza, denunciaron las atrocidades del periodo. Ahora están llamados a repetir la hazaña.
En su hora más cruda, el Perú hará honor a su historia, y a su leyenda. Con dudas -puede ser- pero sin vacilaciones.
Gustavo Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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