Sin razones que sustentar y afectada aún por su derrota, la derecha peruana actúa agazapada. No se atreve a diseñar una estrategia de confrontación para detener el proceso de afirmación y avance del gobierno de Ollanta Humala. Y es que la situación no se le presenta fácil a la clase dominante. Perdió las elecciones municipales […]
Sin razones que sustentar y afectada aún por su derrota, la derecha peruana actúa agazapada. No se atreve a diseñar una estrategia de confrontación para detener el proceso de afirmación y avance del gobierno de Ollanta Humala.
Y es que la situación no se le presenta fácil a la clase dominante. Perdió las elecciones municipales en octubre pasado en Lima, que hoy cuenta con una administración edil de corte progresista. Y perdió los comicios nacionales de abril y junio de este año, con lo cual el país abrió la puerta a cambios notables en el escenario nacional. Ambos hechos tienen una particularidad: mostraron el rechazo mayoritario de la población a un modelo de dominación implementado desde hace más de veinte años por las fuerzas ligadas al capital financiero y demandaron un cambio de política que permitiera forjar una sociedad más justa y más humana.
En este marco, fue que la derecha quedó sin juego. Ella no tiene cómo ofrecer una sociedad más justa y más humana, ni puede aceptar «cambios» en el modelo de dominación que, finalmente, apunten a un objetivo distinto al diseñado por el Fondo Monetario y sus acólitos. Debilitada, entonces, no atina a actuar. Teme quedar más aislada de lo que está, en un país ciertamente convulso en el que asoman modificaciones insoslayables; y se asusta ante la posibilidad de «despertar al león» que supone anida en el pecho del Presidente Humala, y desbarrancarse a un abismo que le intimida.
No dice, entonces, lo que piensa, y ni hace lo que quiere. Oculta intenciones y disfraza acciones con la idea de «ganar tiempo», esperando -quizá- que «errores» del gobierno» le devuelvan el hálito; o que «cambios» en el escenario exterior acudan en su auxilio. Por ahora, simplemente dice medias verdades con lo que se arriesga a que se le enrostre, diciéndole que miente dos veces si dice la otra mitad.
En realidad lo que la Clase Dominante quiere, es derribar a cualquier precio al Presidente Humala. No le perdonan ahora -ni se lo perdonarán nunca- que la venciera en comicios sucesivos, que la dejara en minoría en la estructura del Estado y en ridículo ante la opinión pública internacional por haber perdido una contienda que juzgaba segura y anteladamente ganada.
Sacarlo del gobierno sería una forma práctica de escarmentarlo, pero además, de hacer saber al país que nadie se juega con ellos ni pone en riesgo su primacía política; que nadie los descalifica ante los ojos de las masas, ni deteriora su imagen, como ha ocurrido en la campaña pasada. Sería esa una manera -además- de advertir a la ciudadanía que eso, no habrá de ocurrir en el futuro, que nunca nadie podrá poner en riesgo su capacidad de dominio. Entonces se podría cumplir la fatal profecía de Gonzalo Rose, quien alude al dios de los impíos: Deguella -dice- «al que intente / cazurro / transformar al Perú» .
Hoy, la reacción sugiere ese proceso, pero no se atreve a plantearlo de manera directa porque sabe que no tiene fuerza, ni autoridad, para hacerlo. Lo esconde; y diseña otra política, más sutil, pero no menos peligrosa: corroer la base del gobierno y desorientar a las fuerzas que lo secundan. Enfila en cambio sus baterías contra aquellos que juzga son «el eslabón más débil de la cadena» porque están situados en puntos neurálgicos del acontecer cotidiano. Contra ellos arremete con fuerza.
Uno de sus blancos preferidos es, por cierto, el Canciller de la República, el sociólogo Rafael Roncagliolo a quien acusa -en primer lugar- de «no ser diplomático», es decir, de no haberse insertado en el servicio oficial, ni desempeñado como «un cuadro» de Torre Tagle. Pero también lo juzga «improvisado», y hasta «bohemio». Nada de eso es cierto pero apunta a descalificar su función como un paso para desacreditar la nueva política exterior peruana, que hoy no mira a Washington con el embeleso de vestal enamorada, sino a sus hermanos, los otros pueblos de América Latina, que luchan por sus mismos ideales y objetivos.
Otro de sus blancos es Ricardo Soberón -Jefe de la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (DEVIDA)- al que cuestiona por diseñar una política antidrogas, distinta a la impuesta por Washington en las últimas décadas. El tema de fondo es el trato a los cultivadores de la hoja de coca. A ellos – dice la reacción- simplemente hay que eliminarlos, como si eso fuera posible.
Objetivamente esa propuesta -erradicar los cultivos de la hoja de coca por la fuerza.- no solamente que no ha dado resultado alguno sino que, por el contrario, ha incrementado su cultivo al extremo que hoy el Perú ocupa en primer lugar en la materia. Eso significa que ha crecido el número de hectáreas dedicadas al cultivo de la hoja de coca, pero que también se ha incrementado la producción de Pasta Básica de Cocaína, la comercialización ilegal de la misma, y su consumo. Esa realidad, es la que pretenden ocultar tras una ofensiva de agravios y denuestos contra los nuevos funcionarios del sector. En verdad, es la Mafia de la Coca, la que apuntala la campaña contra Soberón porque sabe que ahora se le acaba el «negocio».
El tema es clave porque ingentes sumas de dinero se mueven en torno a ella. Grandes Mafias en el Perú y en otros países accionan inmensos recursos y se valen de los resortes del Poder, para preservar privilegios de una clase envilecida y en derrota. Por ahora, esos privilegios subsisten protegidos incluso por las estructuras del gobierno de los Estados Unidos. La tristemente célebre DEA ocupa en la materia un lugar de privilegio. Y sus vehículos y aviones sirven para fines distintos a los proclamados, del mismo modo que, en el pasado, el avión presidencial sirvió en nuestro país para objetivos más bien ligados al narcotráfico, y no a la lucha contra él.
También la campaña se orienta contra el Ministerio del Interior, sin personificar por ahora al ministro del ramo, al que no conocen y ante quien no tienen cargo alguno. Lo que buscan en el área, es minar su base asegurando que el Perú tiene uno de los mayores índices de violencia en la región. Esto -que es cierto, sin duda- constituye otro de los males heredados de las administraciones pasadas desde donde la pérdida de valores se generalizara de manera tan amplia, que el delito se convirtió en práctica rentable.
El gobierno del Presidente Humala, sin embargo, parece no tener una idea clara de estos hechos. No tiene tampoco una percepción que le facilite las cosas y lo ayude a diferenciar con nitidez amigos de enemigos. Reacciona con lentitud, y cautela, dejando vacíos que bien pueden ser ocupados por adversarios históricos de nuestro pueblo. Lo curioso es que esta actitud, no le resta fuerza. Las encuestas de hoy le dan un 70% de aceptación ciudadana, que sube al 78% en el sur, al 75% en el centro y el 71% en el norte y oriente.
En este marco, el país se ve afectado también por la crisis global de la economía, que no es sino el desmadre de la dominación capitalista. Tampoco, en torno al tema, hay una clara visión de los hechos. Y porque eso es así, las autoridades siguen creyendo en algunas de las «recetas» de antaño: para evitar la caída del dólar, hay que salir a comprar dólares al mercado. Es decir, hay que salvar la moneda yanqui, para que no se devalúe. No es esa, por cierto, la manera de enfrentar los retos que nos agobian. La economía peruana no está blindada contra la crisis, pero tampoco puede subsidiar la crisis de otros.
La ofensiva de la reacción no detiene el proceso peruano ni lo afecta decisivamente. Una prueba concluyente de ellos ha sido la promulgación de la Ley de Consulta Previa, para respetar los derechos de las poblaciones originarias y la demanda presidencial para que el dispositivo se use adecuadamente. También el categórico respaldo presidencial al titular de DEVIDA y el apoyo claro al Canciller en funciones. No ceder, pareciera ser una práctica acertada.
La reciente visita de un alto funcionario del gobierno de los Estados Unidos, está enmarcada en este juego. La administración yanqui vino a advertirnos aquí que «nos permitirá todo», incluso hablar de la «inclusión». Todo, con tal que no se afecten sus intereses. Mr. William Burns fue muy claro en la materia.
En el Perú, la estrategia del enemigo no rinde frutos. Pero constatarlo, no basta. Hay que actuar para avanzar, porque la historia no aconseja detenerse. El significativo ascenso de Humala en la estima ciudadana, es un aliciente en la lucha.
(*) Gustavo Espinoza M. es del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.
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