La reunión de APEC de noviembre fue celebrada por la élite con bombos y platillos. No obstante, para un sector vinculado a la industria exportadora, la algarabía, le duró poco. Sucede que el asesor de Donald Trump, Mauricio Claver-Carone, declaró que, “…cualquier producto que pase por Chancay o cualquier puerto de propiedad china en la región debería tener un arancel del 60%…”, (Infobae, 18/11).
Es que China tiene inversiones en sectores económicos estratégicos no solo en Perú sino también en Ecuador (hidroeléctricas), Chile (litio, etc.), Argentina (represas y estación espacial en Neuquén), Bolivia (litio) y Brasil (energía renovable, etc.). Habría que agregar que EE.UU. y China se encuentran en una guerra comercial, producto del impasse del sistema capitalista (crisis de sobreproducción de mercancías, etc.), en el que el primero se encuentra en declive.
Bajo el impulso del capital financiero, China, se tornó en un “dragón” de la exportación, lo que implicó (motivado por la mano de obra barata y la facilidad de insumos), la mutación de las filiales de empresas yanquis al gigante asiático. “Esta -deslocalización- tuvo como propósito aumentar los niveles de rentabilidad de capital, procurando neutralizar la caída de la tasa de ganancia que se venía constatando… Pero esto ha tenido un costo. La industrialización operada en China, en el marco de la globalización y el acople chino-norteamericano, tuvo como contrapartida una desindustrialización de las potencias capitalistas tradicionales”, redactó el economista de la UBA, Pablo H. (19/11).
Por su lado, la tendencia a la producción masiva china, ha producido sobrecapacidad (vendiendo productos a bajo costo, gracias al subsidio estatal). Esta situación ha generado desequilibrios con una gran oferta muy superior a la demanda. “Es fundamental que EEUU y la Unión Europea creen un frente unido y claro contra la sobrecapaciadad industrial de China”, declaró la secretaria de tesoro yanqui, Janet Yellen (El Economista, 23/05), refiriéndose a la exportación china de acero y vehículos eléctricos. Es que la producción china alcanza no solo la industria básica e intermedia sino también la industria de alta tecnología (microchips IA, etc.) y las energías limpias.
Trump, en su primer gobierno, trató de revertir esta situación aplicando subsidios al capital yanqui, aranceles a los productos chinos y una serie de medidas proteccionistas (¿Qué dirán los libertarios?). Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Trump, tenía en contra al Departamento de Estado, condiciones insuperables de mano de obra barata china, la Corte Suprema y las cámaras legislativas. Pero, para su segundo mandato, Trump, tiene el control casi total del establishment y ha asegurado que va a parar la guerra con Rusia porque para él el enemigo principal es China. “Según Larry Hu, economista jefe para China de Macquarie Group…las exportaciones se desplomarían un ocho por ciento durante el año siguiente y recortaría un dos por ciento del crecimiento económico anual de China. Y si Trump pretende cerrar las importaciones de productos fabricados por empresas chinas en otros países como México, el daño sería aún mayor…”, (NYT, 11/11/24).
En este marco, Perú, juega un rol estratégico para China y su guerra comercial contra EE.UU. Para China, Chancay, implica expandir sus exportaciones a otros mercados como el Sudamericano y depender menos del yanqui (las importaciones a China han caído del 20% al 13%), a la vez que saquea los potentes recursos naturales peruanos (minerales, litio, energía, pesca, obra pública, etc.).
No obstante, el nombramiento del banquero antichino, Howard Lutnick, en la secretaria de comercio yanqui, fortalece la tendencia arancelaria y de choques más profundos contra China, que para Trump implicaría fortalecer alianzas con Chile, Ecuador o Argentina (aunque aquí la industria del acero también es perjudicada por las políticas proteccionistas americanas), con el fin de cercar al gigante asiático. La instalación de un satélite espacial en Talara, la presencia de Antony Blinken vendiendo trenes usados a López Aliaga (con un contrato leonino y la emisión de bonos soberanos a tasas de interés de 10%), y el aterrizaje de Biden con 600 militares armados hasta los dientes, implica que EE.UU. no va a ceder territorio en su patio trasero.
Así las cosas, Perú se ha tornado en un botín en disputa para las potencias imperialistas (y la de China como un imperio periférico en ascenso), que, por las contradicciones inmanentes al sistema, podría llevarnos a una tercera guerra mundial, donde nuestro país puede jugar un rol de enclave geopolítico – militar de uno de los bandos en pugna.
César Zelada. Director de la revista La Abeja obrera. Dirigente del MSTP. Colaborador en varios medios de prensa obrera y popular.
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