El movimiento independentista puertorriqueño no fructificó, y la mayoría de la población se ha decantado por el paraíso washingtoniano. Una minoría de conciencia, permanece firme en su negativa a rendirse al Yanqui, como los espartanos en las Termópilas. Si quizás la humanidad llegara al siglo XXII en un desierto tóxico, y al mirar atrás recapacita […]
El movimiento independentista puertorriqueño no fructificó, y la mayoría de la población se ha decantado por el paraíso washingtoniano. Una minoría de conciencia, permanece firme en su negativa a rendirse al Yanqui, como los espartanos en las Termópilas.
Si quizás la humanidad llegara al siglo XXII en un desierto tóxico, y al mirar atrás recapacita sobre los millones de Homo-Sapiens asesinados en silencio por las elites multimillonarias (mediante pobreza, guerras, inanición y abandono médico) entonces deplorará el triunfo de esos plutócratas egoístas que prostituyen niñas analfabetas y contrabandean con órganos. Y los puertorriqueños que vivan entonces, recordarán con respeto a sus rebeldes de ayer.
Hay dos boricuas admirables en las cárceles imperiales: Ana Belén Montes y Oscar López Rivera. Principalmente a este último dedicamos este artículo.
Oscar fue un activista político-comunitario, promotor del alfabetismo y la rehabilitación de drogadictos, quien sufrió dos condenas en USA.
La primera en 1981, por oposición al régimen neocolonial vigente en Puerto Rico, al exhortar a sacudírselo usando (supuestamente) la fuerza armada. Hacia tal fecha la sentencia promedio por un asesinato era de diez años. Él fue sentenciado a más de medio siglo entre rejas: 55 años.
En 1987 (¿quizás «entrampado» por provocadores?) le agregaron otra condena, por conspiración para escapar. Guiándonos por la sentencia promedio que entonces se imponía a los reos que cometían escape real de prisión, uno esperaría que se le gravara con unos dos años adicionales. Pero no: la suma consistió en nada menos que 15 años…
Un total de 70 años de cárcel, sin asesinar a nadie.
No se entiende tal saña. Y tampoco por qué no se mostró igual severidad con los policías boricuas pro-yanquis que en 1978 emboscaron y asesinaron a sangre fría a los independentistas Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado, en el Cerro Maravilla.
En cuanto a Oscar, el ensañamiento contra él ha sido pertinaz y desalmado: lo pusieron en celda solitaria por 12 años. Sufrió privaciones de sueño; destrucción de sus obras de arte y lectura; obstáculos a visitas familiares; negación a entrevistas con los medios hasta el 2013 en que se le permitieron las entrevistas (telefónicas). Un encono bastante similar al vertido sobre su compatriota Montes.
Pero el rebelde tenía corazón suficiente para enfrentar toda esa rabia. El hombre capaz de rehusar la propuesta de Clinton de una conmutación, ya que sus compañeros de lucha no estaban incluidos en aquella, es un alma grande, como Mandela. Eso incrementa la fiereza del verdugo, empequeñecido por tanta estatura moral.
Por eso, en 2011 se le negó a Oscar la libertad con un show donde se recordó un crimen que jamás le fue imputado en su sentencia original: el cruel acto de bombardeo al restaurante Fraunces Tavern en Wall Street, cuando los enfurecidos independentistas puertorriqueños les ocasionaron por una vez cuatro muertos y 55 heridos, a quienes atesoran sus capitales sobre la sangre y angustia de millones de víctimas, y durante incontables generaciones.
Personalmente, maldigo todo atentado a civiles, sin excepción, e incluyendo éste. Pero en el caso presente algo debería recordarse: « el infame ataque (…) fue una respuesta directa y explícitamente identificada, al atentado con bomba del 11 de enero de 1975 en Mayagüez, Puerto Rico, donde un operador entrenado por la CIA detonó una bomba que causó la muerte a dos independentistas y un niño, e hirió severamente a diez más» [1] Lleve Usted a un pueblo a la desesperación, y obtendrá estas respuestas condenables, pero comprensibles.
Muchas razones tienen los puertorriqueños de conciencia para irritarse contra la burguesía yanqui. Tras la conquista bélica a España, surgió una ficción de gobierno bajo la jurisdicción última del Congreso gringo. Había que jurar fidelidades al amo, aprender inglés y adaptarse a leyes foráneas, en una caricatura de país muy bien custodiada por el FBI.
Desangrando a la juventud insular en sus innúmeras guerras, donde la usa como carne de cañón, el Dueño hace allí lo que desea. Ayer su Marina provocaba a la Isla daños ecológicos en Vieques. Otrora incluso ha emulado a los nazis, cuando promovió misóginamente la esterilización femenina de las boricuas (a quienes a veces se les negaba el acceso laboral, si antes no eran esterilizadas), o al permitir el probarse en ellas medicamentos experimentales.
Caso de peligrar el estatus quo, el Presidente de Washington-César de Borinquén podía enviar sus cañones, y todo resuelto. De hecho, los 19 asesinados en la masacre de independentistas en Ponce, y las salvas de la aviación y artillería estadounidense bombardeando Jayuya al proclamarse allí la emancipación, eran una señal clara de que no habría derecho a la «disidencia». Ésta se prohibió legalmente, pues con la famosa Ley 53 de 1948 se ilegalizó el «aconsejar«, el «imprimir«, y el «ayudar a organizar» el derrocamiento del gobierno colonialista [2]. Un ejemplo notable: Isabel Rosado Morales fue cuatro veces presa por «disidente» (1950, por violar «la Ley Mordaza» colonial; 1954, por su cercanía a Albizu Campos; 1979 y 2000, por manifestarse pacíficamente contra los militaristas ocupantes en La Isla Nena).
La frase justificativa para esas represiones era el temor al «uso de la violencia» independentista. Hipocresía. Los propios estadounidenses surgieron de una rebelión implacable contra un imperialismo. «Incitadores a la violencia anti-británica» fueron Thomas Jefferson, John Adams y Ben Franklin. El «Motín del Té», el Primer Congreso Continental, la Declaración de Independencia de los revolucionarios norteños, son actos insurreccionales anti-coloniales tan legítimos, como el izado por Lolita Lebrón en pleno Congreso Imperial de esa bandera tricolor tan similar a la cubana (y prohibida por Washington desde 1898 a 1952), la cual encarnaba el sueño de Martí sobre la independencia conjunta de Puerto Rico y Cuba.
Fue tratando de «cazar» a Samuel Adams y a Hancock, «inspiradores de la violencia sediciosa», que los Casacas Rojas del Rey Jorge III terminaron agredidos por los colonos sublevados en la batalla de Lexington. Acto desafiante de un pueblo ocupado contra su dominador, con idéntica valía al de los revolucionarios boricuas en la Base Muñiz, cuando el 12 de enero de 1981 dañaron 11 aviones yanquis (aparatos con buen historial de hazañas contra niños vietnamitas, quemados con Napalm).
Si George Washington y sus legionarios hubieran vivido en el siglo XX y tuvieran el chance de atacar la Corte londinense, no pienso que hubieran vacilado en hacer lo mismo que quienes pretendieron atentar contra Truman y el Congreso. Como mismo tampoco dudo de que los británicos, caso de atrapar al Comandante en Jefe de las 13 Colonias, hubieran sido tan «clementes» con él, como lo fue el FBI con el anciano luchador Filiberto Ojeda, a quien dejó morir desangrándose sin atención médica. O quizás hubieran experimentado médicamente en su cuerpo, tal como los doctores pro-yanquis, émulos de Mengele, con los rayos X emitidos sobre el inerme Pedro Albizu Campos, culpable de ejercer el Derecho Humano Universal de la Resistencia a la Opresión.
En esta lucha anti-colonial ha habido un claro deslinde: el pueblo descendiente de aquellos taínos que no creían en la divinidad de los españoles (tan rebelde contra la Corona ibérica como heroico ante británicos y holandeses) es el heredero espiritual de aquellos colonos-milicianos de Massachusetts, que en el siglo XVIII desafiaban a las tropas regulares de Londres y a sus mercenarios hessianos. Mientras que La Casa Blanca, se ha convertido en digna sucesora de los mismos tiranos aristócratas contra los cuales tronaba la Revolución Francesa: «Los hombres de todos los países son hermanos y los diferentes pueblos deben ayudarse entre ellos según su poder, al igual que los ciudadanos de un mismo Estado. Aquél que oprime a una nación, se hace enemigo de todas…» (Convención, 24/04/1793).
Hoy USA hubiera mandado a asesinar a Hidalgo en México, a Bolívar en Venezuela o a Carlos Manuel de Céspedes en Cuba, por predicar y organizar el derrocamiento del colonialismo. Y de ahí el gran temor del Imperio a los puertorriqueños de conciencia: porque ellos desnudan su máscara de «Adalid universal de las libertades humanas», y lo exhiben como rapaz conquistador y esclavizador de pueblos pequeños.
En su juicio, Oscar no procuró justificarse ni defenderse. No le hacía falta: la causa de la libertad contra el coloniaje se defiende por sí sola. Aunque en una mazmorra, él está ya redimido; más que sus carceleros y que toda la nación opresora. Aquel pueblo que oprima a otro pueblo hermano, no es un pueblo libre.
Y unas pocas palabras sobre la otra insurgente: Ana. Como mismo George Washington fue un «traidor al servicio de potencias extranjeras», pues aceptó la ayuda de España y Francia para liberarse de Londres , la compañera Montes colaboró con Cuba contra el Monstruo devorador de la tierra y el alma de su pueblo. Ella siguió también la voz de la poetisa Lola Rodríguez de Tió, cuando aquella clamaba «Bellísima Borinquén, a Cuba hay que seguir«.
Hoy el apellido «Tió» figura entre los de quienes luchan por Ana y Oscar. Y junto con éste, resuenan el de Betances y el de Ríus Rivera. Y el de Sandino, Guevara, Allende, Lumumba, Ho-Chi-Min, Gandhi… el de todos los que aman la emancipación de los pobres y el fin de todos los vasallajes.
Notas:
[1] https://portside.org/2016-01-
https://lareviewofbooks.org/
[2] Muestra clara de hipocresía en esos mismos Estados Unidos que tanto acusan a Cuba por aquella «Primavera Negra» del 2003, cuando se juzgó a los que colaboraban como quintacolumnistas con ésos que aún justifican oficialmente su Embargo, por la » Ley de Comercio con el Enemigo».
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