Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S. Comín
Pronto se cumplirán 20 años desde el momento de la destrucción de la Unión Soviética. A pesar de la ignominia de su colapso y del descrédito de sus líderes e ideología, el odio que despierta no solo no disminuye con el paso del tiempo sino que va en aumento.
Lo podemos ver en el ejemplo de la sustitución de la fiesta del 7 de noviembre, suplantada por el Día de la reconciliación y la concordia (los burócratas no pueden soportar la ideología de la justicia social, ni siquiera la reconciliación con la misma). Lo vemos en el intento de eliminar la estrella en la bandera de la Victoria, en las calumnias que lanzan películas del tipo «Cargamento 200». Lo pudimos ver en los seguidores de Podrabinek, que no escatimó maldiciones dirigidas a todos los defensores del Poder Soviético (aunque lo fuesen contra el fascismo) y que considera «auténticos héroes de nuestro país» a los seguidores de S. Bandera, a los «hermanos de los bosques» lituanos, a los «Basmachi» y a los terroristas chechenos.
Aparte de toda esta «esquizofrenia demócrata», que no ha vuelto en si desde finales de los 80, el odio visceral hacia nuestro pasado es algo común entre los fundamentalistas liberales: para ellos, que deifican el mercado y el beneficio, el solo recuerdo de nuestro país, que negaba el lucro como único sentido de la vida, es un sacrilegio insoportable.
Pero la principal fuente de odio es la burocracia gobernante.
Para éstos, el recuerdo de la Unión Soviética equivale a la revelación de su absoluta incapacidad, holgazanería y permanente latrocinio. Cualquiera puede ver, que incluso los más importantes chanchullos cometidos durante la época soviética son insignificantes comparados con lo ocurrido durante la privatización, o simplemente con la aplicación diaria de los presupuestos de Rusia.
El gobierno soviético, con todos sus defectos, tenía como meta el bien común, y aunque a veces este fuese interpretado de un modo sorprendentemente desvirtuado, era el objetivo real. Eso es lo que no puede soportar la actual cleptocracia, que ha convertido al país en un mero instrumento de enriquecimiento personal.
La Unión Soviética cosechó colosales logros en todas las esferas de la vida: en la industria y en la mejora del nivel de vida, que a finales de los 60, principios de los 70, era perfectamente comparable con el de los países más desarrollados. (Podíamos tener menos electrodomésticos, pero eso se compensaba con creces con la ausencia de desempleo, la seguridad, la educación y sanidad gratuitas, de gran calidad).
La burocracia de la Federación de Rusia, solo ha cosechado éxitos en el saqueo de la herencia soviética. Claro que fuera del estrecho círculo de tus futuros compinches, es mejor no alardear de esto.
El nivel de vida (e incluso de ingresos) de la mayor parte de la población es inferior hoy en comparación con los últimos años de la Unión Soviética, y los manidos «derechos humanos» están hoy infinitamente peor defendidos (vale la pena recordar que los juzgados soviéticos, causas políticas aparte, tomaban decisiones de modo profesional e independiente).
Odian a la Unión Soviética todos esos biempensantes intelectuales moscovitas (no incluyo aquí a todos esos «portadores de la cultura», que aspiran a diluir la identidad rusa para mayor gloria de Occidente). Una parte está contusionada por su propia historia, otros odian el pasado de su país por aquello de la cordialidad intelectual, por lo trágico.
Una parte importante de los intelectuales aspira a ridiculizar y calumniar a su país, para autojustificarse (aunque sea de un modo subconsciente). Educados en la cultura soviética, sienten que al elegir la democracia o simplemente «la vida privada en una época de grandes conmociones sociales», aunque fuese bajo una gran presión, han abandonado a su país, han traicionado a su patria, y el sentimiento de culpa les reconcome. Y para librase de esa culpa y justificarse, culpan a su difunto país de todos los pecados mortales.
Es comprensible la postura de la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR), que no se cansa de hablar del gobierno «ateo» que perseguía a los sacerdotes. Olvida la jerarquía eclesial que la explosión popular de apostasía no fue responsabilidad sola de los bolcheviques. Mucho tuvo que ver la enorme cantidad de vagos que desde finales del s.XIX, se metió a sacerdotes, utilizando la sotana para ocultar sus vicios, lo que provocó la indignación de los rusos. (Recordemos a Blok, cuando, no por retórica, escribía sobre el cura que «echaba a perder jovencitas»).
Por otra parte, con el trasfondo de las declaraciones sobre que la iglesia ortodoxa no tiene derecho a la protesta social (que solo lo tiene a rezar), y que la historia soviética no se puede considerar rusa (tuve que oír esto de boca de Alexander Shumshy), la diferencia entre la jerarquía de la IOR y los tan mentados «exitosos hombres de negocios» comienza amenazadoramente a disiparse.
El odio hacia el pasado destruye el presente, como esos complejos adolescentes que se arrastran hacia los padres y que terminan por quebrantar la salud mental de los adultos.
No seremos pueblo mientras no podamos entender nuestro pasado, aceptarlo (sin perdonar sus páginas negras), hacer las paces con él (como han hecho Polonia y Rumania con sus regímenes de los años 30), mientras sigamos desligándonos de él de un modo histérico, esforzándonos en convertirnos en unos desarraigados fulanitos «Juan Nadie».
Tenemos por delante la tarea de repensar nuestra historia, recuperar el sentimiento de integridad, y conseguir que de factor de debilidad y descomposición, lo sea de fuerza y consolidación.
Sin esto, sin la percepción de la civilización soviética como forma de la civilización rusa, basada en la cultura rusa, estamos condenados a ser un espacio indeterminado entre las fronteras de China y Finlandia, pues los que luchan contra su pasado se privan de su futuro.
Nuestros competidores estratégicos se esfuerzan en cizañar esa guerra, para debilitarnos y destruirnos. Ayudarles en eso, sería indigno.
Notas de la Traducción.
- La fiesta del 7 de noviembre, (fiesta nacional de la URSS, cuando se conmemoraba el triunfo de la Revolución de Octubre) fue sustituida por el 4 de noviembre festividad de la Virgen de Kazán, al que denominaron «Día de la reconciliación y la concordia».
- Alexander Podrabinek, es un famoso disidente antisoviético, periodista redactor jefe de la Agencia Prima-news.
- Los «Basmachi» luchaban en Asia central contra el Poder Soviético.
- La película «Cargamento 200» (Gruz 200) está ambientada en una aldea a finales de la época soviética y tiene como protagonista a un policía maniaco.
- Alexander Shumsky es un conocido hombre de negocios, director de agencias audiovisuales como «Artefakt» y productor de Russian Fashion Week.
Mijaíl Deliaguin es Director del Instituto de Problemas de la Globalización y Doctor en Economía.
Fuente: http://www.ng.ru/politics/