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Italia

Precariedad de la política

Fuentes: Il manifesto

Traducido para Rebelión por Gonzalo Hernández Baptista

 

 

Sólo un cretino puede pensar que el máximo deseo de un obrero que trabaja en la línea de montaje, peón de tercera categoría, con un salario de mierda por un trabajo de mierda, sobreexplotado y alienado, un obrero al que le han quitado incluso el derecho a expresarse sobre su contrato, tenga como sueño preferente permanecer el resto de su vida clavado en la cadena de montaje. Y que quizá ponga también a su hijo. Y sólo un cretino puede creer que si este obrero se aferra a la cadena, si se cuelga de una grúa o de un techo o del Coliseo, o si ocupa la autovía Roma-Nápoles, es porque sin la explotación salvaje no alcanzaría a soñar, a amar o incluso a tener hijos. El caso es que bajo la óptica de la cultura liberal aplicada en nuestro país, la única movilidad conocida -la única flexibilidad concedida- es la de la calle: fuera del trabajo, cuando ya no haces falta y se pueden obtener beneficios sin ti. Como la crisis tienen que pagarla los trabajadores, hay que reestructurar, deslocalizar, allí donde los salarios y el derecho no valen nada. Todo esto en un país como el nuestro, donde ni la movilidad social, ni la investigación, ni la recalificación laboral existen. Y pensar que en el ’68 o ’69 ya alguien había intentado decir: formación permanente, mitad del tiempo para estudiar y la otra para trabajar, socialización de los trabajos nocivos, 150 horas, y tantos otros buenos ejemplos que cuarenta años después le ponen los pelos de punta a la oposición de Berlusconi

Ahora Tremonti [actual ministro italiano de Economía] y Berlusconi descubren las maravillas del puesto fijo. Justo ellos, que en una buena (o pésima) campaña echaron a la hoguera no tanto la cultura del puesto fijo cuanto la seguridad en el mundo laboral. Han desmantelado derechos, han hecho jirones las relaciones de trabajo en unas cincuenta formas contractuales diferentes, para así dividir y atizar mejor, con la esperanza de volcar el conflicto vertical capital-trabajo en un conflicto horizontal entre trabajadores de cotizaciones y derechos diferentes. Y lo han conseguido, al menos en parte. Es un proyecto para el que, quizá con menos mano de la derecha, han trabajado muchos, centro-izquierda y sindicatos incluidos. ¿Y nos hace falta una patronal? Quizá el intento de legitimarlo, por parte de los empresarios, ha llevado a los grupos de derecha y a muchos de la oposición a poner a horcajadas al obrero encima de la precariedad, disfrazada de flexibilidad.

A Tremonti y a Berlusconi se les podría poner en duda la intención de afianzar el consenso entre la clase «base» del mercado de trabajo, la misma sobre la que están descargando el peso de la crisis, mientras que las acciones concretas del Gobierno ponen a salvo no a los pobretones, sino a los evasores fiscales. Han demostrado tanto miedo por la invasión de los «extraterrestres» (leyes anti-inmigración), notoriamente prolíficos, que han desenfundado raíces católicas y sanas familias italianas, rollizos y graciosos niños blancos que, sin alguna seguridad sobre el futuro, nuestros jóvenes precarios no tienen ánimo de traer al mundo. Los príncipes de la desregulación se disfrazan de reguladores.

Otras cosas se le podrían poner en tela de juicio a Tremonti y a Berlusconi. En cambio, nuestros demócratas explican que la cultura del puesto fijo ya es vieja y que ellos están por la novedad, que todos los países que cuentan va en dirección contraria y que nuestro camino ya está sentenciado. Luego, si la presidenta de la patronal, Emma Marcegaglia, se enfada con Tremonti y con Berlusconi, no pueden hacer otra cosa que plantar cara al Gobierno.

La amarga consideración es que en Italia la derecha ejerce el papel de la derecha y el de la izquierda, manteniendo bien cogidos ambos cetros, el de la mayoría y el de la oposición por abandono del campo, por parte de ésta. Lo que no deja de hacernos pensar que, si Berlusconi no consiguiera acabar su mandato y estuviera obligado a perder su plaza fija en Palazzo Chigi para regresar a Villa Certosa, liberándonos así de su asfixiante presencia , el mérito no sería de la oposición, que no existe. Los muros, incluso los de Arcore, antes o después pueden derrumbarse. Pero, como la historia nos ha enseñado, puede ser la misma derecha quien los abata

Fuente:

http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20091021/pagina/01/pezzo/262672/

Artículo original publicado el 21 de octubre de 2009.

 

Traducido del italiano por Gonzalo Hernández Baptista, miembro de Rebelión y de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística (www.tlaxcala.es). Esta traducción es copyleft (se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a sus autores y la fuente.