El artículo I-40 de la llamada Constitución europea, si cuela, permite a la UE misiones fuera de su territorio que tengan por objetivo la «prevención» de conflictos. Es el Consejo quién deciden esas intervenciones militares en otros países. El decorativo parlamento Europeo asistirá como espectador. Eso sí «se le mantendrá informado» de los evolución de […]
El artículo I-40 de la llamada Constitución europea, si cuela, permite a la UE misiones fuera de su territorio que tengan por objetivo la «prevención» de conflictos. Es el Consejo quién deciden esas intervenciones militares en otros países. El decorativo parlamento Europeo asistirá como espectador. Eso sí «se le mantendrá informado» de los evolución de la política de defensa y se le consultará, periódicamente, de sus «aspectos principales».
El susodicho artículo añade que «Los Estados miembros se comprometen a mejorar progresivamente sus capacidades militares» y crea una Agencia Europea de Defensa para «aplicar cualquier medida oportuna para reforzar la base industrial y tecnológica del sector de la defensa». La jugada se completa estableciendo que la política de defensa de la Unión «respetará las obligaciones derivadas del Tratado del Atlántico Norte» y «será compatible con la política común de seguridad y defensa establecida en dicho marco».
Traducido todo esto a román paladino (el que habla cada cual con su vecino), este tratado constitucional es de coña.
Primero, se constitucionaliza la guerra preventiva: el Consejo de ministros comunitarios puede ordenar el ataque a cualquier país «por si acaso» pudiera o pudiese haber un «conflicto». O sea, todo el rechazo de los ciudadanos a la guerra preventiva, tipo Irak, se deshecha. Y, por supuesto, al Parlamento Europeo, único órgano elegido directamente por los ciudadanos, no se le deja ni pinchar ni cortar.
Segundo, se obliga a los estados de la Unión Europea a incrementar progresivamente sus gastos militares en beneficio de las empresas de armamento. A crear un complejo tecnológico militar por donde se desaguarán miles de millones de euros, en plan USA, que es el modelo.
Tercero, la defensa europea queda subordinada a los compromisos con la OTAN, no pudiendo establecer políticas de defensa que no sean «compatibles» con lo que diga la OTAN. Es decir, lo que diga Washington.
Quienes votamos No a la OTAN en 1986, deberíamos repetir voto el próximo 20 de febrero. Simplemente porque somos gente pacífica. Y por dignidad. Preventivamente, claro.
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