Queridas hermanas y hermanos míos. La situación coyuntural que experimentan nuestras hermanas y hermanos venezolanos no es para hacerse de la vista gorda. Todo lo contrario. La contradictoria, minimizada, empobrecida historia nuestra nos permite afirmar que la nuestra ha sido escrita con las manos del tirano que desde nuestra constitución como Estados soberanos, inspirados por […]
Queridas hermanas y hermanos míos. La situación coyuntural que experimentan nuestras hermanas y hermanos venezolanos no es para hacerse de la vista gorda. Todo lo contrario. La contradictoria, minimizada, empobrecida historia nuestra nos permite afirmar que la nuestra ha sido escrita con las manos del tirano que desde nuestra constitución como Estados soberanos, inspirados por la hermana República de Haití, nos han intentado quitar, por la vía del saqueo, del despojo, de la violencia del empobrecimiento de su pueblo, aquellos que siguen teniendo las y los criollos latinoamericanos. Lo que es de todos y por lo tanto no le pertenece a nadie, nuestra tierra, nuestra libertad, nuestra identidad, nuestra fé, nuestro conocimiento…, es hoy cosa alienable, enagenable, cosificable para quien intenta hacerse a toda costa de los privilegios criollos aún vigentes en América Latina.
Si la apariencia, en tanto manifestación del fenómeno, se muestra de forma violenta la confrontación entre dos bandos en disputa, en esencia, o sea, aquello no perceptible por los sentidos y que subyace a dicha disputa, lo que está en juego es algo mucho más complejo e histórico que si izquierda o derecha en el caso venezolano.
Nosotros, los mestizos, somos el producto de la primera violación que ha garantizado la reproducción de la centralidad europea y los privilegios mestizos hasta nuestros días. En la búsqueda constante del reconocimiento de nuestro padre, o sea, el dominador europeo, nos relacionamos en y con una tierra que además de no ser nuestra y haberla habitado sin pedirle permiso alguno, refleja la mujer indígena dominada a la que se debe el pueblo latinoamericano.
Somos un crisol, dicen algunos. Sí, lo somos. Pero somos un crisol que niega constantemente la diversidad. En eso los pueblos latinoamericanos somos ávidos conocedores. Sin embargo, para aquellas y aquellos a quienes sí reconoció el padre y, por ende, cuentan aún con privilegios de criollos, los aparatos de los Estados latinoamericanos les siguen garantizando centralidad para administrar y vivir en base al trabajo ajeno.
Quienes nunca pelearon por la independencia de nuestros países, quienes nunca se expusieron a la guerra porque eran ellos y sus familias los que concentraban los privilegios de los españoles nacidos en América (criollos), son quienes culminaron haciéndose con el apartaje de los nacientes Estados nación. La población negra, indígena, mestiza, china que liberó a los pueblos latinoamericanos y que son la razón por la cual nuestros Estados reclaman a su pueblo como el soberano, irónicamente han tendido ha costear la avaricia y mezquindad con que se desenvuelve el político latinoamericano.
Lo que sucede en la actualidad en Venezuela tiene que ver precisamente con esto. Unos han sido reconocidos por el padre dominador europeo y por ello cuenta con mejores ventajas en la centralidad de la dinámica de distribución de los recursos existentes en América Latina; y los otros, siendo las y los «nadies», han corroído el orden decimonónico que garantiza centralidad occidental, y por ello deben ser expulsados a toda costa de sus cargos, aún cuando estos hayan sido el mandato popular y, por ende, del soberano.
El actual contexto de repartos coloniales refleja la crisis estructural que atraviesa el capitalismo, el cual carece de posibilidades de realización en la medida que no controle territorios cada vez mayores que permitan las condiciones de extracción de materia prima, dote al capital de capacidad de trabajo suficiente como para pagar por él lo mínimo para manterer las condiciones mínimas para la realización de la vida singular y colectiva de los pueblos dominados, y garantice, por la vía legal, la condición de sometimiento y vasallaje que nuestros países han de mantener con el poder político y económico al que se debe la subjetividad mestiza.
Lo que sucede hoy en Venezuela, con la experiencia recorrida de aquellos cuya misión ha tenido que ver con la industria de la muerte en América Latina, es una actualización de lo que sucedió en el Chile de Allende, la Guatemala de Arbenz, los más de seiscientos intentos fallidos que la CIA orquestó hacia la vida de Fidel Castro Ruz, o lo que en nuestro país justificó la persecución y muerte de miembros del ya extinto Partido Comunista a manos de lo que en la actualidad es el Partido Liberación Nacional.
En Venezuela, los intereses por administrar y poseer su territorio, lo que en él se encuentra y su gente justifica, en términos de relaciones organizadas en torno a la producción y reproducción del capital, la muerte de las y los venezolanos, de su tierra, de sus relaciones e instituciones comunitarias. El pueblo mestizo que hay en él, como lo habemos en cada rincón de este hermoso y complejo territorio latinoamericano, continua buscando reconocimiento de su padre, más en ello mancilla constantemente la vida, la esencia de su madre y la tranza como mercancía.
El sueño de Edipo, el Rey mítico de Tebas quien habiendo matado a su padre desposó a su madre, se reproduce en la tradición occidental impuesta en la subjetividad del pueblo mestizo del cual formo parte: no sólo poseo a mi madre sino que la alieno, la fetichizo, la convierto en mercancía. Lo anterior permitiría, como lo sugiriera Marcusse, racionalizar lo irracional: la muerte del pueblo venezolano se justifica en la medida que le permita privilegios a los latinoamericanos que aún mantienen privilegios criollos y la centralidad occidental del Sistema-mundo Moderno/Colonial (Grosfoguel) a Europa y los Estados Unidos.
Si la historia de nuestras muertas y muertos pudiese ser contada nos recordarían a los cientos de miles de desaparecidos que en nuestra empobrecida, inferiorizada, humillada, alienada región centroamericana siguen sin ser encontrados. Nos recordarían que las armas con las que el tráfico de drogas, uno de los más lucrativos negocios del Capital actualmente, le quita la vida a nuestra propia gente son occidentales, rusas o judías. Nos recordarían que la vida es un milagro y, como milagro, no puede justificarse la muerte de ninguna mujer, ningún hombre, ningún ser vivo en esta tierra nuestra y que por ello, la fé que profesa de forma sincrética el pueblo latinoamericano reza: «NO matarás».
La muerte, tortura y desaparición de miles de personas en El Salvador de 1932; en la Guatemala y Nicaragua durante los 70s; la militarización de la Honduras de esa misma década, convirtiéndola en un porta aviones desde donde se desplegó a la región el ejército de los Estados Unidos; o la persecución, tortura y muerte de jóvenes comprometidos con las luchas populares, como lo fue Viviana Gallardo, o los nueve ecologistas de la Asociación Ecologista Costarricense (AECO) durante la década de los noventa, son parte de nuestras y nuestros muertos.
Al prestar atención de lo que sucede en Siria, en Afganistan, en Irak; al tener claridad de la responsabilidad que han jugado los Estados Unidos y los europeos en la creación del Estado Islámico (ISIS); al tener claridad de la pérdida de centralidad occidental en el mundo y, con ello, de los privilegios criollos, quienes tienen TODO que perder están dispuestos a acabar con sus hermanas, hermanos o su madre si es necesario para NO perder lo que, desde 1492, han concentrado para sí.
La triste representación de Costa Rica en el plebiscito orquestado por la (Im)posición de la derecha venezolana recientemente por parte de dos ex presidentes costarricense sólo da cuenta de lo que arriba he dicho. En la disputa racial nuestra, aquí en Costa Rica, quien es político reclama para sí privilegios criollos. Quien desee informarse al respecto no tendrá más que ingresar en el buscador de su elección los términos Miguel Ángel Rodriguez+Denisse+Panamá o en el otro caso Laura Chinchilla+Trocha Fronteriza para darse una idea al respecto.
No hay condiciones de comprender nuestro entorno con la lengua y el lenguaje del conquistador. No hay condiciones de modificar las relaciones de pobreza, miseria, dolor de nuestro pueblo pidiéndole reconocimiento a un padre que tiene muy claro quiénes son sus hijos privilegiados y quiénes, si deben morir, van a morir para garantizar la reproducción del orden Moderno.
Nuestro momento histórico nos exige mayor comprensión de nuestro entorno. Exige el desarrollo de lengua, lenguaje para pensar con seriedad en lo que pasa hoy en Venezuela al tiempo que evitamos, en nuestras posibilidades, lo que parece ser lo inevitable: la guerra.
De llegar la guerra los Estados Unidos y los europeos tendrán justificación para desplegar una ofensiva colonial en la región latinoamericana, ahora por la vía militar,. Esta la habíamos culminado por expulsar en el siglo XIX, sin embargo, criollos modernizados como Laura Chinchilla y Miguel Ángel Rodriguez en Costa Rica, serán responsables de ello. Para mantener sus privilegios, estos dos personajes se juegan hoy la vida del pueblo venezolano. Su papel como mercenarios NO será olvidado fácilmente.
Ernesto Herra Castro es profesor, investigador y extensionista de la Universidad Nacional de Costa Rica. Coordina, actualmente, la Red de Pensamiento Anticolonial denominada «Epistemologías del Sur».
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