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Progresismo y socialismo

Fuentes: Historia y Presente - blog

Las variadas teorías socialistas de inicios del siglo XIX tuvieron el propósito de condenar el capitalismo y proponer una nueva sociedad. K. Marx (1818-1883) y F. Engels (1820-1895) las cuestionaron en el Manifiesto Comunista (1848) por “utópicas”, pues si bien era loable su crítica, pretendieron crear otra sociedad especulando cómo organizarla. Charles Fourier (1772-1837), por ejemplo, se inventó los falansterios, que serían aldeas de trabajo colectivo, con edificios de amplios servicios; mientras Robert Owen (1771-1858) imaginó las granjas cooperativas. Pero frente a todas esas teorías se impusieron los estudios de K. Marx sobre el capitalismo, fundamentados en el análisis de la realidad histórica, lo cual le permitió considerar que este modo de producción crea las condiciones para su propia superación y que la nueva sociedad nacería de esos procesos a través del proletariado, la clase explotada que encabezaría la revolución para implantar el socialismo como antesala del comunismo.

Con la Revolución Rusa (1917) y la implantación del primer país socialista, el marxismo adquirió prestigio e influencia internacional y el “modelo” soviético, basado en la estatización de los medios de producción, se convirtió en guía mundial de construcción de una nueva sociedad. La ampliación del campo socialista se produjo en Europa del Este al finalizar la II Guerra Mundial, en China en 1949 y prosiguió en otros países del Oriente, aunque si se estudia con detenimiento, China se apartó del “modelo soviético”. En todo caso, hasta finalizar el siglo XX, hablar de “socialismo” o de “comunismo” -y combatirlo en el marco de la Guerra Fría- era exclusivamente referirse a la teoría marxista. El derrumbe del socialismo de tipo soviético al iniciarse la década de 1990 inevitablemente alimentó la pérdida de la influencia y prestigio mundial del marxismo, además de provocar una generalizada crisis de las izquierdas y de los partidos comunistas y socialistas.

En América Latina el marxismo fue asimilado en forma lenta durante el siglo XX y determinó el surgimiento de partidos socialistas y comunistas, más fuertes en unos países que en otros. A raíz de la Revolución Cubana (1959) la posibilidad de edificar el socialismo tomó fuerza y en Chile, con el presidente Salvador Allende, se intentó una “vía pacífica”. Pero ni la Guerra Fría impidió que en la década de 1980 el marxismo llegara a ser el eje de las ciencias sociales latinoamericanas. El golpe igualmente vino con el derrumbe del socialismo real.

Los gobiernos progresistas del primer ciclo y especialmente aquellos que proclamaron el “socialismo del siglo XXI” (Evo Morales, Rafael Correa y Hugo Chávez) crearon un marco favorable para la recuperación y modernización de las izquierdas. El “socialismo” volvió a inspirar a múltiples sectores sociales y el marxismo se refortaleció, a diferencia de lo que ha ocurrido en Europa. Pero también perdieron piso histórico los partidos marxistas tradicionales, como se ha demostrado particularmente en Ecuador. Además, en este país el anticomunismo, propio de las derechas económicas y políticas, es tan fantasioso que, tal como ocurría en el pasado con cualquier gobierno medianamente reformista, hoy acusa al “correísmo” de ser “comunista” y trata de alarmar a todos con el terror de que el país se convertirá en “otra” Cuba, Venezuela o Nicaragua si triunfa en las elecciones del 13 de abril/2025 Luisa González, la candidata del “correísmo”. Desde luego esto es parte de su lucha política por mantener intocado el sistema oligárquico-neoliberal, pero igualmente demuestra su completa ignorancia sobre estos temas.

Desde la perspectiva teórica Marx hizo algunas referencias sobre el socialismo y escribió más sobre el comunismo, como lo ha destacado Marcello Musto (El renacer de Marx, 2024). El socialismo podía entenderse como una transición para superar el capitalismo hasta llegar al comunismo, entendido por Marx como “una asociación de seres humanos libres que trabajan con medios de producción comunes y que emplean conscientemente sus múltiples fuerzas de trabajo individuales como una única fuerza de trabajo social”. Pero esos lineamientos son generales y normalmente abstractos. Considerando las experiencias del socialismo real y además los conocimientos que hoy tenemos de los nuevos escritos y apuntes de Marx, especialmente en sus tres años finales de vida, también hay mejor comprensión de esas tesis. Porque Marx insistió siempre que no estaba “prescribiendo recetas para la posada del futuro” y dejó sentado: “Yo nunca he enunciado un ‘sistema socialista’ ” (El Capital, Libro I).

Cuidado con creer que estas frases sintetizan la voluminosa y compleja obra de Marx. Lo que me interesa resaltar es que siempre tuvo razón al sostener que el socialismo no se alcanza con la misma “receta” en cualquier lugar y tiempo. Nuevamente hay que insistir que eso depende de las condiciones históricas específicas, que solo un estudio riguroso puede comprenderlas. Hoy China es el país más avanzado del mundo en la construcción de un socialismo “con específicas características chinas”, como sostienen sus dirigentes. Lo hace utilizando el mercado y todavía con sectores de empresa privada, pero todo bajo la guía del marxismo y la conducción planificada del Partido Comunista, que impide el acceso al poder de cualquier “millonario” chino. En América Latina también se puede examinar que Cuba inauguró un proceso propio y distinto al de la Unión Soviética o de China, aunque su progreso ha sido impedido por el brutal bloqueo norteamericano, cuyo impacto no es conocido ni imaginado por quienes creen que las dificultades en la isla provienen del camino socialista elegido. La “vía pacífica” que intentó Salvador Allende fue liquidada en forma sangrienta por la dictadura terrorista de Augusto Pinochet.  

Sobre estas premisas, el progresismo latinoamericano de nueva izquierda está delineando un camino hacia economías sociales del bienestar, en unos países con más profundidad que en otros. Este rumbo bien puede favorecer la futura construcción del socialismo, de modo que no hay razones para menospreciarlo o subvalorarlo. Precisamente son las oligarquías y las burguesías latinoamericanas las que lo resisten y lo confrontan con el afianzamiento de sus políticas neoliberales y libertarias. En el transcurso histórico el “proletariado” típico del capitalismo de los países centrales examinado por Marx no es, en América Latina, la única clase capaz de movilizarse para un cambio de sociedad, ya que existe una multiplicidad de movimientos sociales, entre los que se incluyen los indígenas. Las viejas estrategias revolucionarias no se ajustan a las nuevas circunstancias de la actualidad y tampoco es posible dejar de considerar a la democracia electoral como fuente de acceso al control del Estado.

En sus últimos años Marx incorporó nuevos estudios sobre el medio ambiente, la cuestión femenina, el colonialismo o la comunidad rural rusa. Nuevamente volvió a sostener que no era necesario que los pueblos atraviesen los mismos procesos de los países capitalistas, ya que la construcción de una nueva sociedad es fruto de las condiciones concretas de cada país. Sus análisis sobre la comunidad rural rusa son comparables con la vida comunitaria indígena, algo en lo que fue pionero el peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930). Y, en definitiva, el socialismo es un ideal que moviliza a todas las fuerzas capaces de unirse para la derrota del neoliberalismo/libertarianismo y la superación del capitalismo.

Fuente: https://www.historiaypresente.com/progresismo-y-socialismo/

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