Traducido del ruso por Josafat S. Comín
«Tras el colapso de la Unión Soviética y su economía planificada, nuestro país ha experimentado un enorme progreso en su desarrollo» (de la intervención de Medvédev el 18 de junio en el Forum económico de S. Petersburgo)
Después  de una cita tan destacada del presidente de Rusia, son muchas las ganas  de detenerse a reflexionar sobre sus dos decisivos componentes: el  colapso de la economía planificada de la Unión Soviética y sobre el  enorme progreso en el desarrollo de nuestra Rusia actual. Y aquí, como  no podía ser de otro modo, es inevitable que te venga a la cabeza, que  en economía, por decirlo de un modo burdo, sólo hay dos caminos. Para  los países líderes y más desarrollados, la industrialización del país, o  como dirían ahora, la creación de una sociedad productiva  científico-técnica, altamente avanzada. Mientras que para los países  económicamente dependientes, de tipo colonial en la práctica, quedaría  la inmersión en una economía importadora y exportadora de materias  primas.
¿Dónde está el «colapso» de la primera vía, de la economía planificada?
Antes  de intentar responder a esa pregunta, veamos cual es la definición  médica de colapso: «estado que amenaza la vida». Y precisamente en todo  lo que afecta a este estado de la sociedad, recordemos y analicemos ¿qué  es lo que ofrece a los países esa primera vía en la economía? En la  época soviética de Stalin, previa a la guerra, en la unión Soviética se  estaba desarrollando un proceso nunca antes visto de industrialización a  toda máquina, la sociedad transitaba de la estructura agraria a la  creación en el país de la producción de maquinaria pesada. Y para  comprender bien, a qué condujo esto, de un modo un tanto inesperado, no  citaremos a ningún dirigente ni miembro del partido bolchevique y del  PCUS, sino a su santidad el patriarca Alexis I, quien antes de  pronunciar la misa de difuntos el 9 de marzo de 1953, en el funeral de  I.Stalin, dijo literalmente lo siguiente: «El gran líder de nuestro  pueblo, Iosif Visariónovich Stalin, nos ha dejado. Ha desaparecido una  enorme fuerza social, en la que nuestro pueblo sentía su propio  potencial, con la que se guiaba en su trabajo creador y en sus empresas,  en la que encontraba consuelo a lo largo de muchos años. No hay campo  donde no penetrase la mirada de nuestro Gran líder…Como todo genio, él  podía descubrir en cualquier campo, lo que permanecía oculto e  inalcanzable para una mente común».
En  eso residía la esencia de aquel tiempo; la Unión Soviética alcanzó  entonces sus más altas cotas. Y durante los años de los planes  quinquenales estalinistas, en concreto en esos 13 años en los que «una  enorme fuerza social, en la que nuestro pueblo sentía su propio  potencial, con la que se guiaba en su trabajo creador y en sus  empresas», permitió que en el país se llevase a cabo un proceso de  industrialización sin análogos. La URSS renovó de un modo radical y  vertiginoso, toda la base industrial del país, construyendo 9000 nuevas  fábricas, minas, centrales eléctricas: Y entonces se consiguió alcanzar  un crecimiento nunca visto de la producción: por ejemplo, durante el  segundo pan quinquenal, que se ejecutó con antelación (4 años y 3  meses), el crecimiento fue del 73%, a una media anual del 17,25. Fue así  como la Unión Soviética dejó atrás su atraso económico y técnico y cómo  su producto interno bruto creció en 6,5 veces y la producción de medios  de producción en 10 veces.
Más  aún, aprendimos a hacer de todo por si mismos, llegando a ser  prácticamente independientes económicamente. El peso específico de las  importaciones en 1937 ya no superaba el 0’7%.
La  URSS se convirtió en un país industrialmente desarrollado, alcanzando  un nivel de estructura industrial equiparable al de los países más  desarrollados del mundo, y por volumen de producción industrial, nos  situamos en el segundo lugar, solo por detrás de los EE. UU., algunos de  cuyos indicadores, mejorábamos en cuanto a tiempos de crecimiento  industrial. ¿Este era el colapso de un país y su economía planificada,  que amenazaba su supervivencia? Nada más lejos, nada de eso se  corresponde con esa definición. Más bien yo diría que todo lo contrario,  entonces nuestro país experimentó un enorme progreso en su desarrollo.
Y  esa estructura económica y de desarrollo continuó, aunque con unos  tiempos más moderados (3-4% anuales), durante todo el periodo soviético,  lo que no hacía más que confirmar, que el modelo económico soviético  disponía de recursos comprensibles y eficaces, de mecanismos de  desarrollo.
En  la actualidad es China la que ha alcanzado ese segundo e incluso primer  lugar en el mundo, un país que estaba extraordinariamente retrasado  tecnológicamente. En esa economía reformada de la RPCh, de un modo  cercano y firme se conjugan tanto los métodos abiertamente capitalistas,  como los métodos socialistas de planificación. Pero fuera como fuese,  en el país todos estos años se ha desarrollado la industrialización a  toda máquina, repitiendo en su desarrollo prácticamente el mismo modelo  estratégico de la época de Stalin. La RPCh, fruto de sus enormes logros  no hace sino avanzar hacia delante en ese desarrollo tecnológico  vertiginoso. Tanto es así, que en 2009, si al líder mundial, los EE. UU.  le correspondía el 19’9% del volumen mundial de producción industrial, y  a China el 18’6%, lo que la situaba en un destacado segundo puesto, ya  en 2010, esos indicadores económicos de las dos superpotencias, se  igualaron , para posteriormente a final de año, presenciar como China  con el 19’8% alcanzaba el primer puesto, dejando por detrás a los EE.  UU. con el 19’4%.
¿Y dónde está ese «enorme progreso en el desarrollo» de esta segunda vía «de mercado»?
En  Rusia, los «reformadores» no siguieron el camino de desarrollo  soviético ni el chino, sino que hace 20 años pusieron en marcha lo que  denominaron como reformas «radicales», que se concibieron en primera  instancia como absoluta y diametralmente opuestas. Empezando por la  completa renuncia al modelo soviético de planificación, por considerarlo  un «punto muerto» y por basarse en la propiedad estatal y colectiva y  la transición radical al mercado libre y la propiedad privada. Y se hizo  con la completa defenestración de cualquier tipo de control estatal, ya  que el «mercado» supuestamente iba a regular por si mismo todas las  prioridades.
Y  fue así, como resultado de estas «reformas de mercado», como se ejecutó  la práctica desindustrialización de la economía de Rusia, que supuso la  casi total aniquilación de la industria nacional, cuando 70 mil  fábricas tuvieron que echar el cierre. Y toda la economía nacional (a  excepción de la industria extractora) a lo largo de todos estos 20 años  se mueve exclusiva y estrictamente en una sola dirección: depresiva.
Es  lógico que nos hagamos una pregunta natural: ¿a qué colapso se refería  el presidente, y dónde se refleja que hayamos alcanzado un «enorme  progreso en el desarrollo» en estos 20 años de reformas, tras la  completa destrucción de la industria nacional?
Según  datos de la ONU, la Rusia actual en cuanto a volumen de producción  industrial a fecha de 2010, apenas alcanza el 74’6% (en su cálculo  monetario) del nivel que tenía en 1991, y su retraso con respecto a los  países punteros del mundo ha aumentado en 2’5 veces, mientras que su  peso específico en el volumen mundial del PIB es seis veces inferior al  que tenía la Rusia soviética. ¿Y qué decir de ese puesto 63 que ocupa  Rusia en el ranking mundial de competitividad?
La  aspiración de duplicar el PIB en 10 años, para el 2010 no se ha  conseguido y ya no se va a conseguir. A lo máximo que llegamos fue al  60% de crecimiento con respecto al PIB del 2000. y alcanzar los índices  de producción industrial y agrícola que teníamos en 1991 es algo  absolutamente inimaginable.
La  mayoría de los sectores, incluyendo el textil, los ferrocarriles, el  sector naval, van a la zaga de los indicadores soviéticos en 3 ó 4  veces, el número de aeropuertos se ha reducido en 2’9 veces, y  prácticamente han acabado con la industria aeronáutica. Todo esto si que  amenaza de verdad con «colapsar» un país, como un estado que supone un  riesgo para la supervivencia. Veamos ahora como estos sectores se han  ido y se siguen yendo por la borda, poniendo solo dos ejemplos. Dos  ejemplos tomados de la Rusia capitalista de «mercado». Me estoy  refiriendo a la construcción naval y aeronáutica.
El  90% de los barcos que se construyen por encargo de Rusia se hacen en  astilleros extranjeros. ¿Por qué? Pues por ejemplo, por el hecho de que  en los países capitalistas desarrollados los buques se construyen a  cuenta de préstamos, que cubren en un 80% el valor del barco, mientras  que el 20% restante lo aporta el armador. Los plazos se dan a diez o  doce años a un interés del 5-6% y con los barcos como garantía. Mientras  que en la Federación Rusa de las «reformas», el préstamo, en el caso de  que tengas la fortuna de que lo concedan, será como máximo a 5 ó 6 años  y a un interés del 19-20%. Y eso solo cubrirá el 60% del coste del  nuevo barco. La construcción naval nacional no tiene ningún tipo de  exención tributaria por parte del gobierno ruso, por lo que hacerla  resurgir en estas condiciones -como se expresa el presidente- de  «colapso», es prácticamente imposible. De modo que la construcción naval  en Rusia está acabada. Mientras arruinamos lo nuestro, anunciamos  orgullosos por todo lo alto, que adquirimos a los franceses dos buques  portahelicópteros del tipo «Mistral», que nos van a construir por un  monto de 1200 millones de dólares, de acuerdo al contrato firmado el 17  de junio en Le Bourget.
Prácticamente  siguiendo el mismo modelo, con los mismos principios, han terminado con  nuestra industria aeronáutica, de la que durante décadas podíamos  enorgullecernos y asombrarnos, antes de que llegaran las «reformas» y el  «enorme progreso en el desarrollo». Gracias a eso hoy día no tenemos  con qué sustituir los modelos construidos hace 40 años, y ya que no  podemos reemplazarnos con aviones de fabricación propia, hasta el 62% de  los vuelos se realizan en aparatos de segunda mano de fabricación  extranjera. Hoy, la industria aeronáutica rusa no está en condiciones de  competir con el extranjero, pues a las compañías aéreas de transporte  de pasajeros (que funcionan en régimen de alquiler con derecho a compra)  una aeronave de pasajeros de fabricación rusa, se les vende a pagar en  12 meses con un 15-18% de interés, mientras que las de fabricación  occidental se venden a pagar en décadas, con un interés que no supera el  10%. Por eso en el 2009 se fabricaron en Rusia 4 aviones y 7 en el  2010.
Pero  de nuevo vemos como nuestros más altos cargos anuncian y alardean  orgullosos de como el 21 de junio, el día de la catástrofe de  Petrozavodsk, Rusia «consiguió vender» en Le Bourget 12 unidades del SSJ  100 Sukhoi Super Jet. Pero por supuesto no para uso propio, sino a una  compañía de vuelos charter de Indonesia. Mientras que para nuestras  necesidades propias, hemos acabado comprando una vez más, 8 Boeing  usados.
En  lo que concierne a la fabricación de aviones en Rusia, el gobierno de  forma premeditada renuncia a fabricar un modelo que ha demostrado  sobradamente sus prestaciones y funcionalidad como es el «Tu-334»  (considerado unos de los 10 modelos más económicos del mundo), y cuyos  componentes son en un 97% de fabricación propia. Por el contrario no  tienen ningún inconveniente en fabricar el SSJ 100 Sukhoi Super Jet,  donde el 80% de los bloques de montaje se componen de piezas importadas.  Por eso, es lógico que nos preguntemos hasta qué punto se le puede  considerar de fabricación nacional. Y ahora, cuando las compañías rusas  llevan varios años explotando cerca de 100 «Tu-134», no tienen ningún  modo de reponerlo.
Hasta  el momento son 6 los «super jet» fabricados. La Compañía Rusa de  Aeroconstrucción «OAK» ha cerrado 170 contratos para su suministro y  venta, 104 de los cuales han sido con compañías extranjeras.
Y  precisamente por eso, gracias a haber destruido prácticamente la mitad  de nuestra producción nacional y, como dice el presidente, debido al  «enorme progreso en el desarrollo», es que en estos 20 años nos hemos  vuelto absolutamente dependientes de las importaciones. Gracias a este  «éxito» sin precedentes, hoy en muchas esferas sufrimos la tiranía de  las importaciones. En el sector automovilístico suponen el 85%, en el  del calzado el 90%. Los artículos de alimentación importados suponen el  80%, las medicinas el 77%. Así que el así llamado crecimiento económico  de Rusia (no relacionado con la extracción de materias primas) se  sostiene hoy día solo por la reventa de productos importados y de  materias primas, por el desarrollo de la esfera de servicios  financieros, por el comercio minorista, por la industria alimentaria y  por algunos sectores de la construcción.
Por  lo que ahora podemos afirmar, que Rusia tiene reservado para siempre el  papel y destino de eterno e incurable «outsider» económico, mientras  que nuestra economía, como resultado de las «reformas» y como  consecuencia de la total destrucción de la industria que de ellas se ha  derivado, tiene reservado un modelo económico completamente distinto y  concreto: el modelo de colonia exportadora de materias primas. Es decir,  precisamente la segunda vía.
Absolutamente  inesperados resultaron los logros en la segunda vía, en la vía de la  economía basada en la extracción de recursos. Y la fortuna asociada con  esta.
Aunque  por supuesto en la estructura de exportaciones de la Unión Soviética,  la extracción de combustibles como el petróleo, el gas y el carbón  también era importante. Pero entre la industria y esa extracción había  una fuerte ligazón económica: por un lado, la industria estimulaba el  crecimiento de la extracción de materias primas, mientras que por otro,  la apertura de yacimientos rentables estimulaba a su vez la creación de  nuevas capacidades productivas para su tratamiento o refinado. Baste  decir, que de las 27 refinerías de petróleo actualmente existentes, 6  fueron construidas en los años 30, 7 en los 40 y 6 más en los 50.
Pero  con el inesperado y fantástico crecimiento que ha experimentado el  precio del petróleo estos primeros años del nuevo siglo, nuevos planes y  realidades milagrosas nacieron en las cabezas de nuestros dirigentes y  oligarcas. Y ocurrió esto porque el valor del petróleo, definido por la  OPEP, siempre ha dependido de los conflictos bélicos que se han sucedido  en la península Arábiga y Oriente Próximo.
Y  si en 1971 el precio del barril era apenas de 2’5-3’5 $, luego debido a  distintos escenarios bélicos y guerras, comenzó a subir de forma  continuada, alcanzando los 18$ en 1986. Era lógico pensar que con el  coste de extracción medio de un barril en Rusia fijado en los 10$, era  imposible pensar en obtener suculentas ganancias por exportación, cuando  el beneficio no pasaría de los 8$. Yeltsin, con una industria  absolutamente arruinada en los años de su mandato, difícilmente podía  aspirar a «inflar» sus perspectivas económicas. Y si siguiese con vida,  la relación hacia su persona y su gobierno – con la economía igual de  despedazada- sería muy negativa.
Cuando  su sucesor, Putin, tomó el relevo, el precio del barril de petróleo en  Rusia, tanto en 1999 como a principios del 2000, seguía sin pasar de los  18$. Por eso comenzó Vladímir Vladímirovich su actividad como  presidente desde la misma base de partida económica que su predecesor, y  así continuó «a la yeltsin» los primeros años. Es evidente que la cifra  de beneficios que podía ofrecer la entrada por extracción, no superó ni  pudo nuca superar en ese 1999-2000 los 300 mil millones de dólares, y  que por aquel entonces, era 5 veces inferior, de lo que inesperadamente  acabó siendo en los 10 años posteriores.
Pero  en 2003 se produjo el ataque de los EE. UU. a Irak y al mismo tiempo,  el paro petrolero en Venezuela. Y el precio medio a nivel mundial, como  consecuencia de esto, saltó de golpe a lo 28’9$ por barril. Bueno y  luego…luego sucedió, que a causa de la reducción -por las circunstancias  citadas- en la producción y exportación del volumen de petróleo,  aumentó drásticamente la demanda, lo que permitió mejorar  sustancialmente la coyuntura de precios del mercado para beneficio de  los países exportadores. Para 2004 el precio ya había alcanzado los  37’7$ por barril, y lo que vino después no fue sino una impetuosa alza  de los precios: 60$ para 2005, 70$ para 2006; 90 e incluso 100$ para  2007, hasta llegar a mediados de 2008, donde brincó hasta los 140$.
Para  Putin y su equipo de oligarcas fue tal el golpe de suerte con este  excepcional crecimiento de los precios mundiales de los combustibles,  que para el gobierno de la Federación de Rusia en la esfera material de  la obtención de beneficios, comenzaron lo que se vino a llamar «años  fértiles», mientras que para el oligarcado, simplemente comenzó el más  feliz de los «pelotazos» financieros nunca antes visto.
Cierto,  que debido a la crisis mundial, el precio del barril cayó bastante en  2009, hasta los 61$, pero ya en 2010, alcanzaba un valor medio de 65$,  mientras que en 2011 la variación ha sido la siguiente: 92’8$ en enero,  100’4$ en febrero, 109’8$ en marzo, 118’1$ en abril. El Fondo Monetario  Internacional pronostica que el valor del petróleo se mantendrá en esos  parámetros, superando los 100$ por barril, como mínimo hasta 2016.
Por  eso a nuestros gobernantes y oligarcas, simplemente les dan ganas de  gritar ¡Hurra! de la felicidad, mientras ven la forma de sacar el máximo  provecho de estos éxitos financieros. El valor global de los recursos  energéticos extraídos en Rusia durante el 2010, alcanzó los 640 mil  millones de dólares. Los presupuestos generales de la Federación de  Rusia para el 2010, como comparación, ascendieron a 232 mil millones.
En  general los beneficios totales obtenidos por los oligarcas, que campan  por sus respetos en los oleoductos y gaseoductos, gracias a las así  llamadas «reformas», son increíblemente altos. Entre 2001 y 2010 el  beneficio obtenido por la exportación de petróleo fue de 854 mil  millones de dólares, y por el gas natural de 354 mil millones, por  derivados del petróleo fue de 382 mil millones, lo que en total se eleva  a un monto de casi 1’6 billones de dólares superando en más de 5 veces  el beneficio por la exportación de materias primas, obtenido en la  década anterior, así como los presupuestos de Rusia a lo largo de siete  años. Por supuesto ni un solo dólar de estos descomunales beneficios se  destina al desarrollo de, pongamos, el sector real de la economía, sino  que o bien acaban en la bolsa de los oligarcas, o bien en el sector de  la extracción, para seguir exprimiendo nuevas ganancias y rendimientos.
Es  lógico, que ahora después de todas las reformas emprendidas en estos  años «fértiles», todos los productos relacionados con el sector  energético y de combustibles, representen hasta el 67’8% en la  estructura de las exportaciones rusas, superando los indicadores  soviéticos en más de 4 veces. Por eso después de 20 años de «reformas»,  la producción de productos para la exportación tales como el petróleo,  el gas, los metales no ferrosos, han alcanzado prácticamente el nivel  soviético (el índice de extracción de petróleo es un 8’8% inferior al de  1991 y el de gas en un 9’4%). Así pues, son las materias primas las que  prácticamente suponen todas las exportaciones de la Rusia actual. Unas  exportaciones que representan a su vez el 40% del PIB total, o lo que es  lo mismo, casi la mitad.
Y  actualmente se destina a la exportación el 66’4% (dos terceras partes)  de todo el petróleo producido en Rusia (en 1991 era el 19’7%), el 28’8%  del gas (en 1991 era un 10’7%), y un 35,2% (más de una tercera parte)  del carbón (en 1991 era apenas el 5%). A esto hay que añadir que los  metales no tratados, especialmente los no ferrosos, suponen el 15% del  total de las exportaciones, siendo que el 76% de lo que se extrae va  destinado a la exportación. Otro 10% de las exportaciones se lo lleva la  madera. Pero si hace 20 años la proporción de madera de nuestros  bosques que se destinaba a la exportación era del 5,5%, ahora es del  23,8%. El 5% restante de nuestras exportaciones, objetivamente apenas  pueden valorarse como competitivas.
¿Y qué es lo que ha aportado al pueblo ruso esta segunda vía tan fortuita como afortunada?
Gracias  a esta inverosímil concatenación de afortunadas casualidades en la  venta recursos energéticos rusos a lo largo de los últimos 10 años de  «reformas» que siguieron al «colapso», se consiguió de una parte,  alcanzar en la sociedad una monstruosa estratificación de la gente,  mientras que por otra, apareció una nueva elite financiera, que hasta  tal punto prosperó en el saqueo del pueblo, que hoy día el 92% de la  riqueza nacional se concentra en manos de un 15% de la población de la  Federación de Rusia. Gracias a esto y basándonos en los datos de la  Agencia Nacional de Estadística de Rusia, concernientes a 2010,  encontramos que el 90,9% de la población tiene unos ingresos mensuales  inferiores a 25 mil rublos (1€=40 rub.), de los que el 80% tiene  ingresos por debajo de los 17 mil rublos y un 41,2% incuso inferiores a  los 7400 rublos. Mientras, del otro lado tenemos a un 8,4% de la  población con unos ingresos de hasta 75 mil rublos, y un 0,75% de esa  elite financiera tiene unos ingresos muy, muy superiores. Hasta tal  punto superiores que esa elite más recuerda a una mercancía que se vende  por piezas, pues en concreto, sus primeros 500 representantes cuentan  con un capital total de 631 mil millones de dólares. Valga como  comparación que el presupuesto general de Rusia para el 2010 fue de 232  mil millones de dólares. Mientras que el presupuesto, -esto es algo que  también vale la pena recordar- en época soviética para la RSFSR, era  entonces incomparablemente superior: 618 mil millones de dólares.
Y  por eso en el país de los «reformadores» y sus presidentes y primeros  ministros, absolutamente nada cambia. Y aunque haya dinero en el país en  cantidades excepcionales, debido a las superproductivas posibilidades  de utilizar los gaseoductos y oleoductos, este no se destina a  desarrollar el sector real de la economía (a excepción de algunas  migajas). Claro que a los círculos gobernantes y al oligarcado esto no  parece preocuparles en absoluto. ¿Y por qué habría de hacerlo? No tienen  ni pueden tener ningún interés en hacer renacer nuestra industria,  cuando menos en los próximos 30 años, cuando no 50. Tanto ellos como sus  descendientes, podrán seguir viviendo a cuerpo de rey, exclusivamente a  costa de la venta de materias primas.
Y  además tanto nuestro gobierno como el oligarcado, por supuesto no  piensan en absoluto ni se cuestionan los problemas del desarrollo  industrial ni el científico-técnico, sino que llevan 17 años aspirando  con frenesí a ser aceptados en la OMC, para ampliar aún más sus  capacidades y posibilidades de exportación de recursos energéticos. Un  ingreso en la OMC que les permitiría simplificar significativamente el  acceso a los mercados occidentales y en consecuencia permitiría a las  principales compañías rusas de petróleo y gas acceder directamente al  consumidor de esos países, lo que les permitiría por ejemplo adquirir  compañías locales de gas y redes de gasolineras, etc.
Pero  el hecho de que esta «victoria» de los «ejecutivos del sector  energético» ocasione enormes problemas y que los «agonizantes» sectores  de la economía rusa sean definitivamente destruidos, parece no inquietar  lo más mínimo al gobierno ruso. Aunque, por ejemplo, sean las  cuestiones de la seguridad alimentaria de un país, de todo punto  necesario, las primeras y más importantes, por las que deberían velar  nuestros más altos dirigentes.
Las  principales dificultades recaerían sobre nuestro sector agrario, que ya  de por sí apenas respira. El ingreso en la OMC lo dejará al borde de la  catástrofe.
Todo  ese llamado crecimiento económico (que no de la extracción de materias  primas) es falso y engañoso. Y para que la gente, contra todo lo  esperado, no se pare a pensar sobre todo esto o comience a hacer  incómodas preguntas sobre el desarrollo de los sectores productivos,  sobre la creación de empleo, o incluso sobre no se sabe que suerte de  industrialización, les ofrecen constantemente imaginarios cuentos, a  modo de cebo.
Empezando  con que nuestro país lo van a «levantar» el fútbol, el turismo, las  olimpiadas y las cumbres y terminando con que para eso se necesita la  creación de un «Frente Popular», aunque ese frente en esencia no sea más  que una estructura absolutamente prooligárquica, pues para eso tenemos  consolidado en lo más alto, a un gobierno burgués de altos funcionarios y  oligarcas vendepatrias. Baste como ejemplo, que en los últimos 5 años,  la suma media que se ofrece como soborno a los funcionarios en Rusia, se  ha duplicado, mientras que el volumen general de la corrupción se  estima que alcanzó los 164 mil millones de rublos para 2010. Solo un  insignificante 9% de los rusos declaran hoy no saber qué hay que hacer  para dar un soborno.
Todo  esto ofrece a nuestro gobierno enormes posibilidades para de un modo  continuado, efectista e imaginativo, aparecer y dejarse ver entorno a  estos eventos, así como «cortar» de un modo absoluto y casi que hasta  justificado, cualquier mención sobre la industrialización o el sector  real de la economía. Ellos pontifican con énfasis a las masas, que  «nuestro país ha experimentado un enorme progreso en su desarrollo», e  indican qué dirección hay que seguir.
Como  empalagosa melaza se vierte desde la pequeña pantalla todo tipo de  cuentos sobre la financiación de las Olimpiadas de invierno de 2014 en  Sochi o sobre el Mundial de fútbol de 2018, en unas ciudades que además,  para esa fecha, deberán estar conectadas con Moscú por ferrocarril de  alta velocidad. Cuentos sobre la preparación de la futura cumbre del  Foro de Cooperación Asia-Pacífico en Vladivostok, en 2012, que no  costará menos de 25 mil millones, sobre la «modernización», sobre el  «Skolkovo» de Víktor Vekselberg, o el «Rosnano» de Anatoli Chubais…
Y  suena todo esto de un modo atractivo, e incluso divertido. Pero siempre  igual de abstracto, virtual y fabulado. Cierto que como artículos de  propaganda para consumo masivo, es algo muy visible y que permite al  gobierno ruso hacer ver que está marchando sin avanzar, y mostrárselo no  solo a lo rusos, sino a todo el mundo.
Queda perfectamente aclarado dónde y cuando se produjo ese «colapso» y cuando y dónde ese «enorme progreso en el desarrollo».
Como  resultado de la total destrucción de la industria, se produjo una  enorme pérdida de las fuerzas productivas por lo que el trabajo  productivo de una mayoría significativa de la población se ha convertido  sencillamente en algo no reclamado.
En  el actual estado de toda la economía de la Federación de Rusia, de los  75,5 millones de población activa (entre los 15 y los 72 años), que bien  trabaja, o busca trabajo (hay 6,1 millones de parados), solo 34,9  millones están ocupados. De los que solo 8,5 millones lo están en el  sector industrial, mientras que 3,1 millones lo están en la agricultura,  silvicultura o pesca. Por contra, en el sector servicios están ocupados  no menos de 31,4 millones, 12 de ellos en el comercio. No se entiende  en absoluto en qué puede estar ocupada la absoluta mayoría de la  población activa del país, que no este relacionada -naturalmente- con  los flujos financieros de las compañías gasíferas y petroleras. ¿Y qué  pasaría en el país, si alguna vez el sistema socio-económico que se ha  formado, completamente dependiente de la coyuntura de los precios  mundiales sobre los recursos energéticos, se desmoronase y cayese?
Ahora  que ya han transcurrido 20 años se puede afirmar sin temor a  equivocarse, que con un porcentaje de población urbana como el actual de  un 73,7%, han crecido generaciones enteras de aquellos, que no tienen  la menor idea de lo que significa el trabajo productivo y que piensan  que lo mejor que les podría pasar es que surgiese la posibilidad de  «colocarse» en algún sitio donde poder ganar «pasta gansa».
Por  si fuera poco, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas  de Rusia, resulta que como resultado de esta vida sin perspectivas de  futuro, el número de habitantes de Rusia, que desean emigrar, ha crecido  en 20 años del 5% al 21%; es decir, uno de cada cinco. Entre los que  tienen de 18 a 24 años, ese porcentaje sube al 39%, de los que un 29%  tiene estudios superiores. Queda pues perfectamente claro que nuestros  «reformadores» no necesitan, ni pueden producir nada basado en las  nuevas tecnologías. El porcentaje de Rusia en el mercado mundial de las  nuevas tecnologías se ha reducido desde 1991 en 8 veces, llegando al  0,5%. Como comparación ese sector representa en los EE. UU. el 39%, y en  Japón el 30%. La inversión en I+D representó en los EE. UU. a lo largo  del 2010, 400 mil millones de dólares, en Japón y China, 140 mil  millones. En Rusia también fue de 400 mil millones, pero de rublos., o  lo que es lo mismo 28 veces inferior a la inversión de los EE. UU.
Así  que aquí también la respuesta que encontramos a todas esas perspectivas  de desarrollo es inequívoca. Sencillamente no hay ninguna.
Todo  lo que está pasando hoy significa, que en un futuro a corto y medio  plazo el futuro de la Rusia «reformada» va a depender y estar  relacionada únicamente con dos «agujas» económicas: las exportaciones de  petróleo y gas y las importaciones de todo lo restante. Y por eso a  Rusia se le ha reservado el papel y el destino de un eterno e  irremediable «outsider» económico, y a nuestra economía, el modelo de  colonia exportadora de materias primas. Aquí reside el sentido real y el  precio de todas las «reformas» que se han llevado a cabo en el país a  lo largo de los últimos 20 años: que toda la industrialización en el  país se fuese por la tubería para siempre.
http://www.sovross.ru/images/pdf/ot_zap235.pdf (páginas 4,5,6 y 7) del suplemento de «Soviétskaya Rossía» «Otéchestvennie zapiski»
http://josafatscomin.blogspot.com/2011/08/en-que-consiste-el-milagro-economico.html 





