La página oficial creada en el portal de Internet de la Unión Europea para conmemorar y explicar el 50 aniversario de la firma del Tratado de Roma, arranca precisamente con esta pregunta: ¿Qué celebramos?, y se responde a sí misma con cuatro grandes proclamas: paz y estabilidad; libertad y democracia; prosperidad; y empleo y crecimiento. […]
La página oficial creada en el portal de Internet de la Unión Europea para conmemorar y explicar el 50 aniversario de la firma del Tratado de Roma, arranca precisamente con esta pregunta: ¿Qué celebramos?, y se responde a sí misma con cuatro grandes proclamas: paz y estabilidad; libertad y democracia; prosperidad; y empleo y crecimiento. Y lo completa con esta declaración de intenciones: «Cincuenta años más tarde, estamos cada vez más cerca unos de otros. Aunque tenemos culturas, lenguas y tradiciones diferentes, nuestra unidad se basa en valores comunes: libertad, democracia, Estado de derecho, respeto de los derechos humanos e igualdad». Es cierto que los ciudadanos de 27 estados europeos estamos integrados en unas estructuras comunes, y contamos con algunos instrumentos comunes (siendo el euro el más palpable) pero, a partir de esa constatación, todo lo demás cae en un ámbito que roza el mero voluntarismo. Es obvio que los europeos estamos hoy más cerca unos de otros, pero más obvio aún es que estamos cada vez más lejos -o todavía muy lejos- de esa gran «idea» europea. Los tan manidos «valores comunes» que la Unión Europea dice representar no pasan por su mejor época. De hecho, únicamente un 9% de los europeos asocia Unión Europea con democracia, y ese dato debería bastar para remover los cimientos del entramado comunitario. A los estados miembros puede que no les importe mucho, pero la Comisión y el Parlamento europeos (sus miembros más europeístas, al menos) estarán, seguramente, tirándose de los pelos. La Unión arrastra un déficit democrático importante como ente común, y muchos de sus socios lo arrastran por «méritos» propios. Así que no es, necesariamente, un valor común, y los europeos lo perciben así. Los derechos humanos y la igualdad siguen siendo aún objetivos a cumplir, en muchos aspectos y en demasiados ámbitos. Cincuenta años después, el entramado comunitario tiene mucho trabajo por delante para ser lo que pretende representar, y no parece estar en su mejor momento. Más que a un parón, el actual modelo comunitario se enfrenta a una crisis en toda regla.